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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (28 page)

BOOK: Perdida en un buen libro
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Lamb se hundió en un silencio hosco.

—¿OE-28? ¿Asesora de impuestos?

—¿Y qué si lo soy? —respondió Slaughter desafiante—. Hay que arriesgar para ascender.

—Lo sé muy bien —respondí, dirigiéndolos a un lugar tranquilo junto a la maqueta de una cerilla fabricada enteramente con trozos del Parlamento—. Siempre que sepas en lo que te metes. ¿Qué ha sido de Walken y Dedmen?

—Han sido reasignados —explicó Lamb.

—¿Quiere decir que están muertos?

—¡No! —exclamó Lamb sorprendido—. Quiero decir rea… ¡Oh, Dios mío!
¿Eso
es lo que quiere decir?

Suspiré. No iban a durar ni un día.

—Vuestros predecesores están muertos, chicos… y también los anteriores. Cuatro agentes perdidos en menos de una semana. ¿Qué pasó con las notas de Walken? ¿Destruidas accidentalmente?

—¡Qué ridiculez! —rió Lamb—. Las recuperamos intactas. Un nuevo miembro del personal las pasó por el destructor de documentos creyendo que era una fotocopiadora.

—¿Tenéis
algo, lo que sea,
con lo que trabajar? —Tan pronto como se dio cuenta de que era un destructor de documentos, yo… lo siento,
él
paró la máquina y nos quedamos con esto.

Me pasó dos medios documentos. Uno era la fotografía de una joven saliendo de una tienda cargada de bolsas y paquetes. Su rostro, recatadamente, había sido destruido por el destructor de documentos. Le di la vuelta a la fotografía. En la parte posterior había una nota escrita a lápiz: «A. H. sale de Camp Hopson tras comprar con una tarjeta de crédito robada.»

—A. H. significa Acheron Hades —me explicó Lamb con mucha seguridad—. Se nos permitió leer parte de su expediente. Puede mentir de pensamiento, obra y acción.

—Lo sé. Lo escribí yo. Pero
no es
Hades. Acheron no aparece en la película fotográfica.

—Entonces, ¿a quién perseguimos? —preguntó Slaughter.

—No tengo ni idea.

El otro documento no era más que una página de notas escritas a mano, compiladas por Walken sobre quien fuese que estaban siguiendo. Leí:

—«9.34: Contacto con la sospechosa en las rebajas de Camp Hopson. 11.03: Tentempié de zumo de zanahoria y galleta de avena… se va sin pagar. 11.48: Dorothy Perkins. 12.57: Almuerzo. 14.45: Sigue de compras. 17.20: Discute con el encargado de Tammy Girl por la devolución de unos calientapiernas. 17.45: Contacto perdido. 21.03: Reestablecido contacto en el club nocturno HotBox. 23.02: A. H. abandona HotBox con un hombre. 23.16: Contacto perdido…»

Dejé la hoja.

—No es exactamente lo que describiría como los pasos de un maestro de criminales, ¿verdad?

—No —respondió Slaughter con desánimo.

—¿Qué órdenes os dieron?

—Clasificadas —anunció Lamb, que ya empezaba a comprender cómo se hacía el trabajo de OpEspec 5, justo en el momento en que menos falta hacía.

—Pegarnos a ti como lapas —dijo Slaughter, que comprendía la situación mucho mejor—, y enviar cada media hora un informe a OE-5 empleando tres métodos diferentes.

—Os están usando como cebo vivo —les dije—. Si yo fuese vosotros, volvería a OE-22 y 28 todo lo rápido que me llevasen las piernas.

—¿Y perdernos todo esto? —preguntó Slaughter, volviéndose a colocar las gafas oscuras y encajando perfectamente en su papel.

El de OE-5 sería el puesto más alto que llegarían a ocupar. Esperaba que viviesen lo suficiente para disfrutarlo.

A las 10.30 la exposición básicamente había terminado. Envié a Yaya a su hogar, metiéndola en un taxi casi completamente dormida y un poco piripi. Saveloy intentó darme un beso de buenas noches pero fui demasiado rápida para él. Duchamp
2924
había logrado vender una instalación titulada
El id interior
VII:
en un bote, avinagrada.
Zorf se negó a vender cuadros a nadie que no supiese entender qué representaban pero, a los neandertales que entendían de qué iban, se los regaló, argumentando que el lazo entre pintura y propietario no debía mancharse con algo tan obscenamente sapiens como el dinero. También se vendió la tuba aplastada; el comprador le dijo a Joffy que se la entregase a domicilio y que, si él no estaba, que la pasase por debajo de la puerta. Fui a casa pasando primero por la de mamá a recoger a
Pickwick,
que no había salido del armario de la caldera durante todo mi viaje a Osaka.

—Insistió en que le diese de comer allí —explicó mi madre—, ¡y los problemas con los otros dodos! ¡Dejas entrar a uno y todos los demás quieren ir detrás!

Me entregó el huevo de
Pickwick
envuelto en una toalla.
Pickwick
saltó muy agraviada y tuve que enseñarle el huevo para que se quedase contenta. Luego las dos regresamos al apartamento al soporífero ritmo de 30 kilómetros por hora y coloqué delicadamente el huevo en el armario de la ropa de cama.
Pickwick
se sentó encima de un humor de perros, más que harta de tener que moverse.

22

Viajes con mi padre

La primera vez que fui de viaje con mi padre yo era mucho más joven. Asistimos al estreno de
El rey Lear
en el Globo, en 1602. Era un lugar sucio, olía mal y el ambiente estaba ligeramente alborotado, pero la verdad es que aquel estreno no se diferenciaba demasiado de otros muchos a los que he asistido. Nos encontramos con alguien llamado Bendix Scintilla, que al igual que mi padre era un viajero del tiempo solitario. Nos dijo que andaba por la Inglaterra isabelina para evitar las patrullas de la CronoGuardia. Papá me contó más tarde que Scintilla había sido un gran luchador por la causa que había perdido las ganas cuando erradicaron a su mejor amigo y compañero. Yo sabía cómo se sentía, pero no hice lo que hizo él.

T
HURSDAY
N
EXT

Diarios privados

Papá se presentó a desayunar, lo que era raro en él. Cuando llegó yo estaba pasando las páginas de la edición matutina de
The Toad.
La gran noticia del día era el giro de ciento ochenta grados de la suerte de Yorrick Kaine. De ser un político lamentable y sin la más mínima posibilidad había pasado según las encuestas a estar por delante del partido Teafurst gobernante. El poder de Shakespeare. El mundo se detuvo de pronto, la imagen de la televisión se congeló y el aparato emitió un zumbido continuo en el mismo momento en que llegó papá. Poseía el poder de parar el reloj de inmediato; el tiempo se detenía por completo cuando me visitaba. Era una habilidad que había aprendido con mucho esfuerzo. Para él no había camino de regreso a la normalidad.

—Hola, papá —dije triste—. ¿Sabes lo de la erradicación de Landen?

—No, no lo sabía. Lamento oírlo, garbancito. ¿Por alguna razón en concreto?

—La Goliath quiere que saque a Jack Schitt de «El cuervo».

—¡Ah! —exclamó—. La vieja extorsión de siempre. ¿Cómo está tu madre?

—Está bien. ¿El mundo sigue acabándose la semana que viene?

—Eso parece. ¿Habla de mí alguna vez?

—Continuamente. Recibí este informe del laboratorio de OpEspec.

—Veamos —dijo mi padre, poniéndose las gafas y mirando el papel—. Carboxymetilcelulosa, fenilalanina, hidrocarburos. ¿Grasas animales? ¡No tiene ningún sentido!

Me lo devolvió.

—No lo comprendo —dijo en voz baja, chupando la patilla de las gafas —. El ciclista sobrevivió y el mundo
sigue
acabándose. Quizá no sea él el desencadenante. Pero no sucedió nada más en ese momento y lugar precisos. Quizá se trate de algo relacionado… —Frunció el ceño y me miró de una forma curiosa—. Quizá sea algo relacionado
contigo.

—¿Conmigo? Eh, yo no
hice
nada.

—Estabas allí. Quizás el hecho de que yo te entregase la bolsa de cieno fuese el suceso clave y no la muerte del ciclista… ¿Le contaste a alguien de dónde provenía la sustancia rosa?

—A nadie.

Pensó un ratito.

—Bien —dijo al fin—, mira a ver qué más puedes descubrir. ¡Estoy seguro de que la respuesta nos está mirando directamente a la cara!

Abrió el periódico y leyó:

—«El chimpancé no es más que un animal de compañía, afirma la estrella del criquet…» —Lo dejó y me miró con chispitas en los ojos—. Ese marido tuyo…

—Landen.

—Vale. ¿Intentamos recuperarle?

—Schitt-Hawse me dijo que tienen tan protegido el verano de 1947 que ni siquiera un mosquito transtemporal podría entrar sin ser visto.

Mi padre sonrió.

—¡En ese caso tendremos que ser más listos! Esperarán que lleguemos en el momento justo y en el lugar adecuado… pero no lo haremos. Llegaremos al lugar adecuado pero en el momento
equivocado,
y luego, simplemente, esperaremos. Vale la pena intentarlo, ¿no crees?

Sonreí.

—¡Eso seguro!

Papá se tomó un sorbo de mi café y se inclinó para agarrarme el brazo. Fui consciente de una serie de destellos rápidos y de repente estábamos en un Humber Snipe con las luces apagadas, moviéndonos junto a una franja oscura de agua en una noche de luna llena. En la distancia podía ver los cañones de luz cruzándose en el cielo y oía el retumbar distante de un bombardeo.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

—Acercándonos a Henley-on-Thames en la Inglaterra ocupada, noviembre de 1946.

—¿Aquí es donde Landen se ahogó en el accidente de coche?

—Aquí es
donde
pasó, pero no
cuando
pasó. Si saltásemos directamente, Lavoisier caería sobre nosotros de inmediato. ¿Alguna vez has jugado al escondite?

—Claro.

—Esto se parece un poco. Astucia, sigilo, paciencia… y unas cuantas trampas. Vale, ya estamos.

Habíamos llegado a un tramo de la carretera con una curva cerrada. Se veía que un conductor que no estuviese prestando atención podía confundirse con facilidad y acabar en el río. Me estremecí involuntariamente.

Nos apeamos y papá cruzó la carretera hasta un grupo de abedules en medio de una maraña de zarzas y helechos muertos. Era un buen lugar para vigilar la curva; estábamos a apenas diez metros. Papá puso en el suelo una bolsa de plástico que se había traído y nos sentamos sobre la hierba, apoyados en el tronco liso de los abedules.

—¿Ahora qué?

—Ahora esperamos seis meses.


¿Seis meses?
Papá, ¿estás loco? ¡No podemos quedarnos aquí sentados durante seis meses!

—Tan poco tiempo, tanto que aprender —comentó mi padre—. ¿Quieres un sándwich? Tu madre me los prepara todas las mañanas. No es que me vuelva loco la carne enlatada con nata, pero tiene cierto encanto excéntrico… y llena la tripa.

—¿Seis meses? —repetí.

Le dio un mordisco al sándwich.

—Lección primera sobre el viaje en el tiempo, Thursday. En primer lugar,
todos
somos viajeros en el tiempo. La inmensa mayoría sólo logra recorrer un día por día. Ahora bien, si aceleramos
así…

Las nubes sobre nuestras cabezas se aceleraron y los árboles se agitaron más deprisa con la ligera brisa; a la luz de la luna pude ver que el río había aumentado dramáticamente su velocidad; un convoy de grandes camiones pasó rápidamente a nuestro lado a cámara rápida.

—Vamos a unos veinte días por semana. Cada minuto se comprime. Si fuésemos más despacio, seríamos visibles. Ahora mismo, un observador podría
creer
haber visto a una mujer y a un hombre sentados bajo estos árboles, pero si volviese a mirar ya no estaríamos. ¿Alguna vez has tenido la impresión de ver a alguien, pero al mirar de nuevo ya no estaba?

—Claro.

—Tráfico de la CronoGuardia trasladándose.

Ya amanecía y una patrulla de la Wehrmacht alemana encontró nuestro coche abandonado y se movió aceleradamente buscándonos antes de que apareciese una grúa y se llevase el Humber. Más coches pasaron a toda velocidad por la carretera y las nubes se movían a toda prisa por el cielo.

—Bonito, ¿no? —dijo mi padre—. Echo de menos todo esto, pero hoy en día tengo muy poco tiempo. A cincuenta diaspers todavía tendríamos que esperar unos buenos tres o cuatro días el accidente de Landen; tengo cita con el dentista, así que vamos a tener que acelerar un pelín.

Las nubes fueron todavía más deprisa; coches y peatones no eran más que borrones. Las sombras de los árboles efectuaron su recorrido con rapidez y se alargaron en el sol de la tarde; pronto empezó a hacerse de noche y las nubes se tiñeron de rosa antes de que la veloz oscuridad se tragase el día y apareciesen las estrellas, seguidas de la luna, que cruzó veloz el cielo. Las estrellas giraron alrededor de la estrella Polar mientras el cielo se iba poniendo azul por la súbita llegada del alba y luego el sol inició su rápido ascenso por el este.

—Ocho mil quinientos diaspers —explicó mi padre—. Ésta es mi parte preferida. ¡Mira las hojas!

El sol salía y se ponía en menos de diez segundos. Los peatones nos resultaban tan invisibles como nosotros lo éramos para ellos y un coche tenía que pasarse aparcando al menos dos horas para que pudiésemos verlo. ¡Pero las hojas! Pasaban de verde a marrón mientras observábamos, las ramas exteriores, un borrón de movimiento, el río, un liso espejo ondulado sin una sola mácula. Las plantas morían mientras observábamos, el cielo se cubría más y la noche duraba más que el día. Chispas de luz seguían la carretera allí donde el tráfico se movía y, frente a nosotros, un Kübelwagen abandonado perdía piezas rápidamente y luego lo arrojaban al río.

—¿Qué te parece, garbancito?

—Nunca me aburriría de este espectáculo, papá. ¿Siempre viajas así?

—Nunca tan despacio. Esto es sólo para los turistas. Normalmente llegamos a velocidades de diez mil millones de diaspers; ¡si quieres retroceder tienes que ir todavía más rápido!

—¿Retroceder avanzando más rápido?

—Ya es suficiente explicación por ahora, garbancito. Disfruta y mira.

Me acerqué a él mientras el aire se enfriaba y un pesado manto de nieve cubría la carretera y el bosque que nos rodeaba.

—Feliz año nuevo —dijo mi padre.

—¡Campanillas de invierno! —grité encantada cuando los brotes verdes atravesaron la nieve y florecieron, orientándose hacia el sol bajo. Luego la nieve desapareció, el río volvió a crecer y una pequeña cantidad de restos se acumuló alrededor del Kübelwagen volcado, que se oxidó mientras mirábamos. El sol centelleaba cada vez más alto en el cielo y de pronto había narcisos y azafranes.

—¡Ah! —dije sorprendida cuando un brote de un arbusto pequeño empezó a crecer dentro de la pernera de mi pantalón:

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