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Authors: Frans de Waal

Tags: #Divulgación cientifica, Ensayo

Primates y filósofos (21 page)

BOOK: Primates y filósofos
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Supongo que mi compromiso con el Proyecto Gran Simio, y quizá también mi ya larga abogacía a favor de la «liberación animal»,
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me convierten en uno de los objetos de las críticas que De Waal lanza contra los defensores de los derechos de los animales en su apéndice C. Sin embargo, de nuevo es importante recordar todo lo que De Waal y yo tenemos en común. De Waal tiene un fuerte sentido de la realidad del dolor animal. Rechaza con firmeza la posición de quienes sostienen que es «antropomórfico» atribuir a los animales características tales como las emociones, la conciencia, la comprensión o incluso la política o la cultura. Cuando se combina un sentido tan rico de las experiencias subjetivas del animal con el apoyo a «iniciativas para prevenir el abuso contra los animales», como es el caso de De Waal, nos aproximamos mucho a la posición de los defensores de los derechos de los animales. Toda vez que hemos reconocido que los animales no humanos tienen necesidades emocionales y sociales complejas, empezamos a ver allí donde otros no ven nada; por ejemplo, en el método estándar para mantener preñadas a las cerdas en las granjas intensivas modernas: situadas sobre una superficie de cemento, sin ningún tipo de mullido, aisladas en una jaula metálica e incapaces de moverse libremente, manipular su entorno, interactuar con sus congéneres o construir una cama para sus crías antes del parto. Si todo el mundo compartiera el punto de vista de De Waal, el movimiento animalista alcanzaría rápidamente sus más importantes objetivos.

Tras mostrarse de acuerdo con la idea de que no debemos abusar de los animales, De Waal añade que «sigue siendo un gran paso decir que el único modo de asegurar que se les trate decentemente es darles derechos y abogados». Preferiría separar la cuestión de si los animales deberían tener derechos de la cuestión de si deberían disponer de abogados. Estoy completamente de acuerdo con De Waal en que actualmente la gente (y especialmente los estadounidenses) se muestra demasiado dispuesta a acudir ante un tribunal para conseguir sus propósitos. El resultado es una colosal pérdida de tiempo y de recursos, así como el desarrollo de una tendencia en las instituciones a pensar a la defensiva sobre cuál es el mejor modo de evitar una demanda judicial. Pero reconocer que todos los animales deberían tener algún tipo de derechos básicos no implica necesariamente llamar a sus abogados. Podríamos, por ejemplo, legislar con el fin de proteger los derechos de los animales y hacer que dichas leyes se cumplan. Existen numerosas leyes que son muy eficaces precisamente porque imponen un estándar que prácticamente todo el mundo está dispuesto a cumplir sin tener que arrastrar a nadie ante un tribunal. Por ejemplo, hace algunos años Gran Bretaña prohibió el alojamiento de cerdos en el tipo de jaulas anteriormente descritas. Como consecuencia, cientos de animales viven en mejores condiciones. Sin embargo, aún no he oído que ninguna piara inglesa haya conseguido abogado, ni que las autoridades se hayan visto obligadas a llevar a ningún granjero ante los tribunales por seguir manteniendo a sus piaras en jaulas después de que la ley se hiciera efectiva.

De Waal se opone a la idea de derechos de los animales sobre la base de que «la concesión de derechos a los animales depende por entero de nuestra buena voluntad. Consecuentemente, los animales disfrutarán únicamente de aquellos derechos que les concedamos. Nunca oiremos hablar del derecho de los roedores a ocupar nuestros hogares, del derecho de los estorninos a atacar cerezos, o de perros que decidan qué ruta habrá de seguir su dueño. En mi opinión, los derechos que se conceden de forma selectiva no pueden ser calificados de tales». Sin embargo, la concesión de derechos a seres humanos intelectualmente discapacitados también depende enteramente de nuestra buena voluntad. Y todos los derechos son concedidos de forma selectiva. Los bebés no disfrutan del derecho al voto, y las personas que como resultado de una enfermedad mental o una anormalidad muestran una tendencia a comportarse de forma violenta y antisocial pueden perder el derecho a la libertad. Pero todo ello no significa que el derecho al voto o a la libertad no puedan ser considerados derechos en toda regla.

De cualquier manera, en realidad estoy de acuerdo con De Waal cuando sugiere que en lugar de hablar de derechos de los animales, podríamos hablar de nuestras obligaciones para con ellos. En política, los asertos sobre los derechos se convierten en eslóganes magníficos, puesto que son rápidamente entendidos como declaraciones de que a alguien, o a algún grupo, se le está negando algo importante. Es en este sentido que brindo mi apoyo a la Declaración de los Grandes Simios y la reclamación de derechos contenida en la misma. Sin embargo, en mi papel de filósofo más que de activista, ya sean los humanos o los animales el objeto de nuestro interés, encuentro que las reclamaciones sobre estos derechos resultan insatisfactorias. Diferentes pensadores han elaborado una serie de listas de derechos humanos supuestamente evidentes y argumentos a favor de que exista una única lista en lugar de varias listas que a su vez den lugar a nuevas listas como respuesta. Cuando los derechos chocan, como es inevitable que ocurra, los debates sobre qué derecho debería tener mayor peso no suelen conducir a ninguna parte. Esto es debido a que los derechos no constituyen en realidad la base de nuestras obligaciones morales. En sí mismos, los derechos se basan en la preocupación por los intereses de todos aquellos afectados por nuestras acciones: un principio básico que puede alcanzarse si adoptamos la perspectiva del «espectador imparcial» de Smith, un punto de vista más refinado de la idea kantiana de asegurar que la máxima de nuestras acciones se convierta en ley universal, o incluso de la más antigua aún «regla de oro».

Adoptar esta perspectiva basada en las obligaciones más que en los derechos aún nos obliga a determinar el peso que hemos de conceder a los intereses de los animales. De Waal escribe: «Deberíamos utilizar los nuevos descubrimientos sobre la vida mental de los animales para promover en los humanos una ética del cuidado en la cual nuestros intereses no sean los únicos en la balanza». Sin lugar a dudas, esto debería ser lo mínimo que hiciéramos. Pero reconocer que los intereses humanos no han de ser «los únicos en la balanza» es muy vago. De Waal también dice: «Creo que nuestra primera obligación moral es para con los miembros de nuestra propia especie». Menos vago, pero no deja de ser un mero aserto. De Waal también apunta que los defensores de los animales aceptan procedimientos médicos desarrollados mediante investigaciones con animales; como mucho, éste es un argumento
ad hominem
contra personas que podrían no ser lo suficientemente fuertes moralmente como para rechazar asistencia médica en caso de necesidad. De hecho, hay defensores de los derechos de los animales que rechazan tratamientos médicos desarrollados con animales, si bien son minoría. Podría también argumentarse que debemos rechazar la idea de la igualdad entre los seres humanos porque no se conocen casos de defensores de esta idea que hayan decidido voluntariamente vivir en condiciones de penuria para ayudar a personas de otros países que están muriéndose de hambre. (Nuevamente, sí hay algunos casos que se aproximan a esto, como por ejemplo el de Zell Kravinsky.)
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De hecho, el vínculo entre la idea y la acción sugerida es más fuerte en el caso de la igualdad entre los seres humanos y el darse a los pobres que en el caso de los derechos de los animales y el rechazo de un tratamiento médico desarrollado mediante experimentos en animales, porque el dinero que damos a los pobres podría salvar la vida de personas que en nuestra opinión valen lo mismo que nosotros mismos, mientras que no está del todo claro hasta qué punto el hecho de que algunas personas rechacen un tratamiento médico podría beneficiar a ningún animal presente o futuro.

¿Por qué el hecho de que los animales no humanos no sean miembros de nuestra especie justifica que concedamos menos importancia a sus intereses que la que le concedemos a intereses similares que se dan entre miembros de nuestra especie? Si argumentamos que el estatus moral depende de la condicion de miembro de nuestra propia especie, ¿en qué se diferencia nuestra postura de la de la mayor parte de las personas abiertamente racistas o sexistas, es decir, aquellos que creen que ser blanco, u hombre, equivale a gozar de un estatus moral superior, sin tener que considerar ninguna otra característica o cualidad? De Waal sostiene que el paralelismo que el movimiento animalista establece entre la abolición del abuso de animales y la abolición de la esclavitud es «escandaloso» porque, frente a los negros o las mujeres, los animales no humanos nunca podrán ser miembros de pleno derecho de nuestra comunidad. La diferencia está ahí, pero si los animales no pueden ser miembros de pleno derecho de nuestra comunidad, entonces tampoco los seres humanos con graves discapacidádes intelectuales podrían serlo. Y sin embargo no creemos que esto sea razón suficiente para preocuparnos menos por su sufrimiento. Del mismo modo, el hecho de que los animales no puedan ser miembros de pleno derecho de nuestra sociedad no debería ir en contra de que podamos conceder la misma importancia a sus intereses. Si un animal siente dolor, el dolor importa tanto como cuando es un humano el que sufre; ocurre lo mismo si el dolor provoca el mismo sufrimiento y tiene la misma duración, o si no tiene ninguna consecuencia negativa para el ser humano más de las que pueda tener para el animal no humano. De manera que hay algo de verdad en el paralelismo entre la esclavitud humana y la esclavitud animal. En ambos casos, miembros de un grupo más poderoso se arrogan el derecho de utilizar a otros seres de fuera del grupo para sus propios fines egoístas, ignorando ampliamente sus intereses. Esta utilización se justifica posteriormente mediante una ideología que explique por qué los miembros del grupo más poderoso valen más y tienen el derecho, a veces divino, de gobernar sobre los extraños al grupo.

Si bien ocurre que el principio de igualdad únicamente puede aplicarse tal cual en el caso de que animales y humanos tengan intereses parecidos (y determinar qué intereses son «parecidos» no es precisamente tarea fácil), resulta igualmente difícil comparar diferentes intereses humanos, especialmente en el caso de diferentes culturas. Esto no significa que descartemos los intereses de personas con culturas diferentes a las nuestras. Claro está que las capacidades mentales de diferentes seres afectarán al modo en que experimentan dolor, y estas diferencias pueden ser importantes. Pero todos estaríamos de acuerdo en que el dolor que siente un bebé es algo malo, aun cuando el bebé no sea más consciente que, por ejemplo, un cerdo, y no tenga capacidades desarrolladas en los campos de la memoria o la anticipación. El dolor puede servir también para avisar de algún peligro, de modo que, si lo consideramos en su conjunto, no siempre es malo. Sin embargo, a menos que exista algún beneficio que lo compense, deberíamos considerar que todas las experiencias de dolor que guardan alguna similitud son igualmente malas, sea cual sea la especie que sienta ese dolor.

Junto a este principio general de la igual consideración de intereses, no obstante, sigue siendo posible estar de acuerdo con la aseveración de De Waal de que «los simios merecen un estatus especial», no tanto porque son nuestros parientes más próximos, ni porque su similitud con nosotros pueda «movilizar mayores sentimientos de culpa cuando se les daña», sino por lo que conocemos acerca de la riqueza de sus vidas sociales y emocionales, su nivel de autoconciencia y su comprensión de la situación en la que viven. Al igual que dichas características a menudo hacen que los humanos suframos más que otros animales, también harán que a menudo los grandes simios sufran más que los ratones. Evidentemente, no todas las investigaciones causan sufrimiento, y el test que De Waal cree que la investigación con grandes simios debería superar (que sea «el tipo de investigación que no nos importaría llevar a cabo con voluntarios humanos») se adecúa a la igual consideración de intereses.

Existe no obstante una razón añadida para conceder un estatus especial a los grandes simios. Gracias en parte al propio trabajo de De Waal, así como al de Jane Goodall y otros, sabemos mucho más sobre las vidas mentales y emocionales de los grandes simios que sobre las de otros animales. Por todo lo que sabemos, y porque podemos ver una parte tan significativa de nuestra naturaleza reflejada en ellos, los grandes simios pueden ayudarnos a enmendar la brecha abierta entre nosotros y el resto de los animales tras varios milenios de adoctrinamiento judeocristiano. Reconocer que los grandes simios tienen derechos básicos nos ayudaría a ver que las diferencias que nos separan del resto de los animales son una cuestión de grado, y en consecuencia ello nos llevaría a tratarles mejor.

TERCERA PARTE

Respuesta a los comentaristas

LA TORRE DE LA MORALIDAD

Frans de Waal

Si bien mis respetados colegas han concentrado su atención en lo que parece estar ausente más que presente en otro primates, yo he enfatizado las características que compartimos con ellos. Esto refleja mi deseo de contrarrestar la idea de que de algún modo la moralidad humana está reñida con nuestros antecedentes animales, o incluso con la naturaleza en general. Aprecio el apoyo que en general han brindado a esta posición, y estoy de acuerdo con las repetidas sugerencias de que consideremos también las discontinuidades existentes. Así que esto es lo que intentaré hacer en esta ocasión, empezando por mi propia definición de moralidad.

Por supuesto, yo nunca hablaría de «discontinuidades». La evolución no ocurre a saltos: los nuevos rasgos que van apareciendo son modificaciones de los antiguos, de modo que las especies unidas por un parentesco cercano difieren entre sí únicamente de forma gradual. Aun cuando la moralidad humana represente un significativo paso adelante, apenas supone una ruptura con el pasado.

L
A INCLUSIÓN MORAL Y LA LEALTAD

La moralidad es un fenómeno orientado hacia el grupo que nace del hecho de que contamos con un sistema de apoyo para sobrevivir (Maclntyre, 1999). Una persona solitaria no necesitaría la moralidad, lo mismo que una persona que viviera con otros sin una relación de dependencia mutua. En tales circunstancias, cada individuo seguiría su propio camino. No habría ningún tipo de presión para desarrollar restricciones sociales ni tendencias morales.

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