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Relatos de Faerûn (32 page)

BOOK: Relatos de Faerûn
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—¿Un artefacto falso?

—Pues claro —dijo el genio—. Como expliqué a los serenos (de hecho, me tomé la libertad de atribuirte a ti estas palabras), si el artefacto era auténtico, yo no podría acercarme a él, porque soy un genio. El hecho de que no tuviera problemas para sentarme a la mesa con ella dejó claro que se trataba de una falsificación elaborada con cristales y gases de densidad variable, para que cada esfera flotase en el interior de la otra. Cuando acudí a la taberna, me olvidé a propósito de llevar el pago que ella demandaba por la esfera. Luego no tuve más que alertar a los serenos. Como dije, tenía la sospecha de que una extraña pareja de individuos planeaba entrar a robar en la habitación de Demarest. Llegamos justo a tiempo.

Atónito, meneé la cabeza.

—¿Un artefacto falso? En ese caso, el doppelganger quizá escondió la Esfera Tripartita en otro lugar...

—Lo más probable es que el Cuervo tampoco supiera que se trataba de una falsificación. De lo contrario, no habría tratado de reclutarte como peón. Y si Demarest hubiera tenido la esfera auténtica, se habría contentado con dejar que el Cuervo se hiciera con la réplica creyendo que se trataba de la verdad. Ninguno de los dos tuvo tiempo de crear una réplica.

—En tal caso, ¿quién creó la réplica? —pregunté—. El tío Maskar no habrá sido...

—Yo diría que la inquietud de tu tío abuelo iba en serio —apuntó el djinni.

—Entonces, si no fueron los ladrones ni fue Maskar... —Bebí un largo trago de cerveza—. Mi tío Maskar nunca tuvo en sus manos la auténtica Esfera Tripartita, ¿verdad?

—Me temo que no —contestó el genio—. Al fin y al cabo, ¿cómo se puede aplicar poderes mágicos a un artefacto que en principio rechaza todo conjuro mágico?

En mi rostro apareció una sonrisa, la primera en doce horas.

—Así que a mi tío abuelo Maskar se la dieron con queso desde el principio. —Me eché a reír—. A ver qué cara pone cuando se entere al leer la carta que voy a escribirle.

Con la expresión muy seria, Ampratines soltó una tos sorda. La clase de tos a la que siempre recurre cuando está en completo desacuerdo con algo pero no se atreve a decirlo abiertamente. Cuando clavé los ojos en él, su mirada se posó en un punto impreciso situado entre él y yo.

—Sí tu tío abuelo se entera de la verdad, hará lo imposible por obtener la auténtica esfera —indicó con solemnidad—. Y está claro que quien descubrió lo de la esfera falsa tendrá todos los números para ser el encargado de hacerse con la verdadera.

Mi mente macerada en alcohol consideró la cuestión.

—Quizá sería mejor que no estuviéramos aquí cuando le llegue la noticia...

—Quizá.

—En fin... —suspiré, antes de liquidar la última jarra de cerveza y alinearla junto a sus compañeras previamente finiquitadas—. Se acabó el sueño de vivir expatriado en Scornubel. Me temo que tendremos que marcharnos al sur, mucho más lejos de Aguas Profundas.

—Se me ocurrió que pensarías así —dijo Amprarínes, que al punto levantó con las manos nuestras respectivas bolsas de viaje—. Por eso me tomé la libertad de comprar los billetes para la diligencia. Salimos dentro de una hora.

Ambición roja

Jean Rabe

Autora de una docena de novelas y más de treinta relatos breves, Jean Rabe es dueña de dos perros estupendos y cariñosos. Jean Rabe vive en Wisconsin, donde se dedica a escribir (mucho), leer (no lo suficiente), jugar con sus perros (nunca lo suficiente) y escuchar música clásica (en exceso, según piensa su marido, aficionado al rock). El tiempo libre lo dedica a dárselas de jardinera y a jugar a Dungeons & Dragons.

Publicado por primera vez en

Realms of Magic.

Editado por Brian M. Thomsen y J. Robert King, diciembre de 1995.

Tengo la sensación de que ha pasado muchísimo tiempo, casi una vida, desde que escribí este relato. Por entonces yo me encontraba en Thay, el lugar en que había situado mi primera novela, Red Magic. La verdad, todos los malvados siempre resultan atractivos, y los Magos Rojos eran pródigos en personajes de ese tipo. El protagonista que escogí para esta historia es Szass Tam, el Mago Rojo más perverso y formidable de todo Faerun. Tal como yo lo veía, Szass Tam era el autor del libro definitivo relacionado con el mal. Curiosamente, el editor de Red Magic me dijo que le había gustado mucho el retrato que yo había hecho de Szass Tam y sus Magos Rojos. De hecho, mi retrato le había gustado quizá hasta demasiado. Como dijo, mis personajes malvados estaban muy bien trabajados y resultaban creíbles, bastante más que los héroes de mis relatos. Así que tuve que dedicar largas horas a rehacer el manuscrito para que dichos héroes ganaran en entidad.

¿Por qué me gustan los personajes malvados? Yo diría que todos sentimos debilidad por figuras como las de Darth Vader, Ming el Implacable, el Doctor Doom o el viejo Szass. Por lo general, soy una persona inofensiva y amable, de las que miman demasiado a sus mascotas y siempre dejan monedas en las huchas del Ejército de Salvación. Pero Szass me permite convertirme en perversa de un modo delicioso... Aunque sea por espacio de unas cuantas páginas.

J
EAN
R
ABE

Marzo de 2003

S
zass Tam se acomodó en un enorme sillón situado tras una mesa ornada y cubierta con arrugadas hojas de vitela y con frasquitos de cristal llenos de un líquido oscuro. Un grueso cirio se alzaba en medio del desorden, cuya llama, oscilante en el aire cargado, proyectaba una luz suave sobre sus grotescas facciones.

Su piel pálida y delgada como el pergamino se extendía tersa entre sus altos pómulos, mientras que su pelo revuelto estaba esparcido de forma desigual sobre su cráneo moteado de manchas, aparecidas con los años. Su labio inferior colgaba inerte, como si careciese de músculos que lo controlasen, mientras que la parte carnosa de su nariz había desaparecido, dejando al descubierto dos cavidades gemelas. Las túnicas de color escarlata con que se cubría caían en pliegues sobre su figura esquelética y se extendían como un charco de sangre en torno a su sillón.

Con expresión ausente, Szass Tam hundió el dedo índice en el charquito de cera fundida que se estaba formando en la mesa y dejó que el líquido caliente y aceitoso impregnara su piel. A continuación apretó el empastado de cera con el pulgar y el dedo medio hasta endurecerlo en forma de bola, soltó dicha bola y contempló cómo rodaba sobre la madera de palisandro hasta detenerse junto a un pergamino de varias décadas de antigüedad. Los penetrantes puntos de luz blanca que le servían de ojos observaron fijamente el pergamino, que encerraba el secreto del último conjuro necesario para convertir a su querida discípula en un ser como él mismo, una hechicera muerta en vida, una hechicera espectral... una lich. Por supuesto, su discípula tendría que morir antes de que el conjuro pudiera ser invocado. Szass Tam se dijo que matarla no presentaba problema alguno. Sus dedos huesudos agarraron el pergamino y lo acercaron a su inmóvil corazón.

La vida mortal de Szass Tam había concluido hacía siglos, en un campo de batalla de Thay situado a unos cien kilómetros al norte de su cómodo torreón. Con todo, la magia que recorría su cuerpo evitó que abandonara la tierra de los vivos, trasladándolo al ámbito humano, encarnado en un cuerpo en fase de putrefacción cuyos arcanos poderes muy pocos se atrevían a desafiar. Se tenía por el Mago Rojo más poderoso de Thay. Como Zulkyr, ejercía su control sobre la escuela de nigromancia del lugar. Su discípula, Frodyne, también era una Mago Rojo, miembro del augusto colegio de brujos que gobernaban Thay mediante una combinación de conspiraciones, amenazas y cuidadosa manipulación. Szass Tam sonrió ligeramente. A él nadie le superaba en perversión.

Escuchó con atención. Las suaves pisadas que resonaban en el corredor eran las de Frodyne. Se metió el pergamino en un bolsillo y esperó. Muy pronto también ella iba a ser bendecida con la inmortalidad.

—¿Maestro? —Tras abrir la puerta, Frodyne entró en la estancia y dio unos pasos en su dirección, arrastrando la brillante tela de su roja túnica sobre el suelo de mármol pulimentado—. Espero no estar molestando...

Con un gesto, Szass Tam le indicó que se acomodara en un asiento situado frente a él. Sin embargo, la joven optó por acercarse a su lado, arrodillarse, poner sus manos delicadas sobre la pierna del mago y fijar su mirada en aquellos ojos que eran como dos cabezas de alfiler. La cabeza afeitada de la muchacha estaba decorada con unos tatuajes azules y rojos que resultaban muy modernos para Thay. Un brillo malicioso apareció en sus ojos grandes y negros como la noche. La comisura de sus labios delgados trazó una sonrisa de astucia.

Szass Tam la había aceptado como discípula muchos años atrás. Extremadamente rápida en aprender, siempre hambrienta de aprender nuevos conjuros y enseñanzas, Frodyne bebía de todas y cada una de sus palabras. El lich la tenía por leal, todo lo leal que podía ser alguien nacido en Thay. A medida que Frodyne fue aprendiendo con los años, el lich le fue revelando nuevos, horribles secretos: cómo aplastar a magos de inferior rango bajo los pies de su ejército de esqueletos, cómo hacer que un muerto reviviera en la Tumba, cómo robar las almas de los vivos. Hacía poco que él le había revelado su espectral condición de muerto viviente y le había mostrado su verdadero rostro putrefacto. Como ella no se amilanó ante aquella imagen, Szass Tam le confió sus planes para dominar Thay. Frodyne dejó bien claro que quería seguir a su lado. Para siempre.

El lich contempló su rostro rosado y sin mácula. Se dijo que una discípula así en verdad merecía pasar los siglos a su lado. Su mano huesuda acarició la suave mejilla de Frodyne.

—¿Qué te trae por aquí a estas horas? —preguntó con su voz resonante.

—Hoy fui al mercado y estuve paseando entre las cuadras donde están encerrados los esclavos —explicó ella—. Mientras estaba examinando a los esclavos, uno de ellos me preguntó por ti y quiso saber cómo iban las cosas en el torreón.

El lich asintió con la cabeza, instándola a proseguir con su relato.

—Ese esclavo era un hombre bajito y de aspecto raro. Sólo llevaba un tatuaje: un extraño triángulo lleno de figuras grisáceas.

—Un adorador de Leira —musitó él.

—Un sacerdote encomendado a la diosa del engaño y las ilusiones —secundó Frodyne—. Más tarde lo estuve siguiendo —informó—. Cuando por fin estuvo a solas, proyecté sobre él un sencillo conjuro que me permitió ponerlo bajo mi control. Quería saber por qué me había estado haciendo tantas preguntas.

—¿Y qué descubriste?

—Muchas cosas, maestro. Aunque me llevó su tiempo. Resultó que el sacerdote estaba dotado de una voluntad férrea. Pero antes de morir me reveló que se había propuesto averiguar datos sobre uno de tus ejércitos, el que está desplegado en Delhumide. En esa ciudad muerta hay unas ruinas por las que algunos seguidores de Leira muestran gran interés. El sacerdote estaba convencido de que bajo un templo en ruinas de la ciudad está enterrada una reliquia con poderes extraordinarios. Comoquiera que tu ejército había pasado por la zona, temía que estuvieras al corriente de la existencia de esa reliquia y hubieras mandado a tus soldados a recuperarla. Sin embargo, tus esqueletos nunca llegaron a entrar en el templo, de forma que no estaba muy seguro de qué era lo que realmente sabías. Razón que lo llevó a venir aquí para indagar sobre tus planes y tus ejércitos.

El lich fijó la mirada en los ojos de Frodyne.

—Mis esqueletos tenían por misión patrullar la zona. Nada más. Pero dime, Frodyne, ¿cómo es que el sacerdote no se limitó a entrar en ese templo y hacerse con la reliquia?

—Yo también me hice esa pregunta, maestro —repuso la joven discípula—. Cuando insistí en la cuestión, me dijo que, por muy grande que fuera su interés en la reliquia, mayor era el apego que le tenía a la vida. Según parece, la Diosa de los Mentirosos ha dispuesto guardianes y magia de protección en el templo a fin de proteger su tesoro.

El lich se levantó. Frodyne hizo otro tanto.

—¿En qué consiste exactamente esa reliquia de Leira? —inquirió.

—En una corona. De acuerdo con el sacerdote, las gemas engastadas en esa corona encierran un gran caudal de energía —explicó ella. Una leve sonrisa apareció en su rostro. Su mano acarició la decrépita barbilla de Szass Tam—. Propongo que tú y yo compartamos esa corona y esa energía, del mismo modo que yo acabo de compartir contigo cuanto el sacerdote me dijo antes de morir.

El lich dio un paso atrás y negó lentamente con la cabeza.

—Mejor enviaré a mi ejército de esqueletos al corazón de ese templo. La reliquia será para mí solo.

—¿Hablas en serio, maestro?

—Sí, Frodyne.

—Pero soy yo quien te ha hecho saber de su existencia... —Con las manos en las caderas fijó su mirada en él—. Eres injusto conmigo, Szass Tam. Yo muy bien hubiera podido callarme la información, hacerme con la corona y quedármela para mí. Pero he preferido contarte lo que sabía.

—Y al hacerlo has venido a renunciar a ella —replicó el lich en tono gélido—. Esa reliquia será sólo para mí. Has hecho un buen trabajo, discípula mía. Voy a añadir un nuevo objeto precioso a mi colección.

Indignada, Frodyne se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, volvió el rostro hacia él.

—¿Has pensado en Leira, Szam Tass? —preguntó—. ¿Has pensado en la posibilidad de que la Patrona de los Mentirosos y Embaucadores no se tome a bien que te quedes con lo que es suyo?

Szam Tass rompió a reír.

—La diosa del engaño me inquieta muy poco, Frodyne —contestó—. Mejor será que descanses un poco. Por la mañana te contaré qué han encontrado mis esqueletos en Delhumide.

El lich terminó de oír cómo las pisadas de la discípula enmudecían por el corredor. Pronto no necesitaría dormir nunca más, ni tampoco alimentarse. Pronto no necesitaría nada de cuanto convierte en débiles a los humanos. Entonces le permitiría sentarse a su lado mientras él regía Thay a su antojo.

El lich se sentó en el sillón y borró a Frodyne de sus pensamientos. Su mente se concentró en el ejército de esqueletos desplegado en Delhumide, cruzando los kilómetros de distancia y estableciendo contacto con el espectral oficial al mando de las tropas, a quien ordenó dirigirse de inmediato al templo de Leira. Los kilómetros se desvanecieron bajo las huesudas plantas de los pies de los soldados, que pronto se encontraron ante el templo dedicado a Leira. Muy pronto llegaron a la escalinata que llevaba a lo alto. Y en aquel momento, Szass Tam perdió el contacto con ellos.

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