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Relatos de Faerûn (7 page)

BOOK: Relatos de Faerûn
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Una gran bola de fuego relució de repente en el centro de la caverna. Liriel retrocedió, llevándose la mano a los ojos. Sus oídos detectaron el silbido de algo que se acercaba volando. La joven se arrojó al suelo cuando una nueva bola de fuego llegó ardiendo hacia ella.

La bola de fuego pasó de largo, aunque por muy poco. Su calor hizo que Liriel se estremeciera de dolor cuando la bola pasó rozando su espalda. El humo y el olor de sus propios cabellos chamuscados la asaltaron como un puñetazo a la barriga. Tosiendo y con arcadas, Liriel rodó a un lado, pestañeando sin parar en un intento de disipar los destellos y las chispas que seguían enturbiando su visión.

«¡Piensa, piensa!», se reprendió. Hasta ahora sólo había sabido reaccionar a la defensiva, lo que era el camino más seguro hacia la derrota.

A fin de ganar tiempo, Liriel recurrió a su magia innata de drow e hizo caer un globo de oscuridad sobre la luz mágica que centelleaba al frente. Con ello consiguió nivelar las cosas, aunque sin privar al humano de su ventaja visual: en la caverna seguía habiendo la luz suficiente como para que pudiera ver. A todo esto, Liriel todavía no había logrado detectarlo con la mirada.

La sospecha inicial de Liriel se convirtió en una certeza: el mago parecía saber con exactitud lo que ella iba a hacer en cada momento. Quizá alguien le había estado proporcionando información en dicho sentido. Con un gesto de sombría determinación, Liriel se aprestó a saber cuánto era lo que el otro sabía.

Sus manos dibujaron en el aire un encantamiento aprendido de Gomph; un conjuro difícil e inusual que pocos drows conocían y menos aún estaban en disposición de convocar. Liriel había necesitado casi un día entero para aprenderlo, pero el esfuerzo no había sido en vano, como descubrió al instante.

El humano estaba de pie en el centro de la cueva, protegido y envuelto por un círculo de pilares de piedra. Una expresión de asombro apareció en sus facciones cuando se fijó en sus manos tendidas al frente. El
piwafwi
que hasta ahora le había estado aportando invisibilidad mágica de pronto descansaba arrugado e inerte sobre sus hombros. Al mago no sólo le habían estado instruyendo, sino que hasta le habían proporcionado equipamiento.

El brujo humano se recobró con rapidez de su sorpresa. Tras respirar con fuerza, soltó un escupitajo en la dirección de Liriel. Un oscuro proyectil salió volando de sus labios y luego otro más. La drow abrió los ojos con sorpresa al advertir que dos víboras vivas llegaban coleando por los aires a una velocidad imposible.

Liriel echó mano a los dos pequeños cuchillos que llevaba al cinto y los lanzó hacia la primera serpiente. Las hojas afiladísimas volaron por los aires y se cruzaron en el cuello del reptil, seccionando su cabeza con limpieza.

La serpiente decapitada se estremeció y coleteó en el aire, obstruyendo la llegada de su compañera y haciendo ganar a Liriel un instante precioso.

Liriel en esta ocasión se contentó con lanzar un solo cuchillo. La hoja entró por la abierta boca de la víbora y fue a salir por la nuca, impregnando el espacio de sangre. Liriel se permitió esbozar una leve sonrisa y se juró darle las gracias adecuadamente al mercenario que la había estado adiestrando en el lanzamiento de cuchillos.

El momento de distracción fue brevísimo pero excesivo. El mago aprovechó para convocar un conjuro con las manos. Un conjuro que a la joven le resultó familiar.

Liriel echó mano a un pequeño dardo que llevaba prendido al cinturón de armamento y escupió en su afilada punta. En respuesta a su designio no verbalizado, el otro elemento necesario para el encantamiento —un frasquito con ácido— surgió levitando del interior de su zurrón de encantamientos. Liriel lo cogió y arrojó ambas cosas en la dirección de su oponente. Sus dedos trazaron un conjuro en el aire, y al instante, una estela luminosa salió volando para contrarrestar otra estela que llegaba centelleando. Los dardos impregnados de ácido chocaron entre uno y otro rival, estallando en una lluvia de mortíferas gotas verdosas que salieron despedidas hacia las paredes de la gruta.

El humano hizo un nuevo gesto con la mano. La magia brotó de las yemas de sus dedos y se trocó en una red enorme que salió proyectada en el aire. La extraña luz azulada de la caverna se cuarteó entre los filamentos de la red enorme y convirtió las gotitas pegajosas a ellos unidas en destellos diamantinos comparables a las mejores perlas y piedras lunares. Liriel se quedó maravillada ante aquella belleza letal que se cernía inexorable sobre su cuerpo.

Una palabra de la drow hizo aparecer un ejército de arañas gigantes, tan grandes como terneros rote. Valiéndose de extraños filamentos, las grandes arañas ascendieron en masa hacia el techo de la gruta, haciéndose con la red y llevándosela con ellas.

Liriel afirmó los pies en el suelo y envió una sucesión de bolas de fuego contra el obstinado humano. Como estaba esperando, su oponente recurrió a un conjuro para generar un campo de resistencia en torno a su persona. Liriel reconoció los gestos característicos y las palabras pronunciadas en el antiguo lenguaje de los drows. El mago había sido entrenado a conciencia.

Por desgracia para Liriel, el humano había sido entrenado demasiado bien. La muchacha esperaba que la sucesión de bolas de fuego sirviera para debilitar los pilares de roca que rodeaban al hechicero hasta que se desmoronaran sobre él una vez agotado el poder del mágico campo de resistencia. Sin embargo, pronto quedó claro que su enemigo había dispuesto la barrera invisible delante de la formación rocosa, abortando así suplan. Lejos de ceder ante la andanada de proyectiles de fuego, el escudo mágico ás bien parecía absorber su energía. El campo de resistencia se tornaba más y más brillante a medida que las bolas de fuego impactaban en él. Se trataba de un contraconjuro practicado por los drows pero que Liriel nunca había llegado a aprender.

Liriel bajó finalmente las manos, exhausta por el incensante envío de bolas de fuego a la barrera mágica ideada por Xandra, anonadada por el alcance de la traición proyectada por la maga de la casa Shobalar.

El humano estaba versado en la magia y las tácticas de la guerra en la Antípoda Oscura. Es más, sabía lo suficiente sobre su enemiga drow para adelantarse y contrarrestar todos sus conjuros. El mago había sido escogido y adiestrado con esmero, no con intención de poner a Liriel a prueba, sino con el propósito de matarla. Xandra Shobalar no se contentaba con desear que su pupila fracasara; había hecho todo lo posible para ello.

Liriel se sabía traicionada. Su única esperanza de vencer al humano —y a Xandra Shobalar— consistía en apelar a la astucia antes que a sus recursos mágicos.

Su mente ágil repasó todas las posibilidades. Liriel nada sabía sobre la magia de los humanos, aunque le resultaba muy sospechoso que el mago en todo momento estuviera recurriendo a los conjuros de los drows. Estaba claro que alguien le había enseñado aquellos encantamientos y era seguro que contaba con conjuros propios. ¿Por qué no los empleaba? Cuando sus ojos volvieron a fijarse en el humano, la razón se tornó ostensible. Sus dedos se cerraron en torno a la llave que Xandra le había dado, llave que de pronto arrancó de la cadenita dorada anudada a su cinturón.

La cólera relució en sus ojos dorados al echar mano al verde botellín que su padre le había proporcionado. Liriel abrió el tapón y metió la llave en el interior. Antes de volver a cerrar el botellín arrancó la aguja de mithril y la tiró a un lado.

Matar o ser muerta, le había dicho la Dama Xandra.

Y así iba a ser.

6
Unas pesadillas recurrentes

A
través del reluciente campo de resistencia, Tresk Mulander tenía la vista fija en la imagen de su joven oponente drow. Hasta el momento todo había discurrido según lo esperado. La muchacha era hábil, como Xandra le había prevenido. Incluso contaba con algunas habilidades no previstas, como su mortífera puntería lanzando cuchillos.

No pasaba nada. Mulander también contaba con sus propios recursos.

Era cierto que Xandra Shobalar le había vaciado la mente del vasto arsenal de conjuros nigrománticos. Con todo, existía un encantamiento que no se encontraba en su mente sino en su cuerpo.

Mulander era un investigador incesante, un hombre que siempre había estado buscando nuevos recursos mágicos allí donde otros sólo veían la muerte. Los cadáveres en descomposición, incluso los despojos del matadero, le habían servido para crear seres fantásticos como temibles. Su creación más extraña y secreta todavía no había entrado en acción.

En un retazo de carne sin vida —un pequeño lunar oscuro adherido a su cuerpo por un delgadísimo hilo de piel- Mulander había recluido a un ser poderosísimo. Para traerlo a la vida, lo único que tenía que hacer era terminar de separarlo de su propio cuerpo palpitante.

El mago se llevó el pulgar y el índice bajo el collar dorado. El lunar encantado se hallaba bajo aquel mágico grillete.

Mulander se arrancó el pedacito de carne, encontrando placer en aquel dolor repentino y lacerante. El lunar venía a ser la muerte en miniatura, y la muerte constituía la fuente primigenia de su poder. El humano lo tiró al suelo de la caverna y contemplo con deleite cómo el monstruo empezaba a cobrar forma.

Eran muchos los Magos Rojos que estaban en disposición de crear bestias oscuras, temibles seres voladores creados mediante la manipulación de cuerpos de animales vivos de una forma mágica y atroz. El ser que estaba cobrando forma ante sus ojos había sido creado a partir de su propia carne y sus propias pesadillas.

Mulander había creado el monstruo más terrible que su imaginación había sido capaz de concebir: una réplica de su madre hechicera, muerta tiempo atrás, a la que había dotado de colosales dimensiones físicas y los rasgos repulsivos de todos los depredadores que habían poblado sus sueños. De sus hombros crecían unas alas enormes y feas, similares a las de un gran murciélago, propias de una criatura de los abismos. Sus manos humanas culminaban en unas garras de ave de presa. El monstruo contaba con colmillos de vampiro, las ancas y los cuartos traseros de un lobo enflaquecido y la letal cola de un dragón. Su femenino torso estaba cubierto por una coraza de saurio cuyo color rojizo era el de los Magos Rojos. Sólo los ojos, tan verdes e implacables como los del propio Mulander, habían sido dejados sin retocar. Aquellos ojos se clavaron en la drow —la cazadora que se había convertido en presa- y la escudriñaron con un odio peculiar que Mulander conocía a la perfección. Un estremecimiento recorrió el cuerpo del poderoso mago que había convocado a aquel monstruo, un ser inscrito en su alma desde los lejanos días de su desdichada infancia.

El monstruo se agazapó. Sus pies de lobo se aprestaron al ataque mientras los músculos de sus ancas se preparaban para el salto. Mulander no se molestó en disipar el mágico escudo. El monstruo seguía siendo lo bastante parecido a su madre para que el mago disfrutara del rugido de dolor que emitió cuando el campo de fuerza se estremeció al chocar con él.

No menos deliciosa resultaba la expresión de horror aparecida en el rostro de la joven drow. Con todo, ésta recobró la serenidad con rapidez admirable y reaccionó lanzando dos cuchillos al rostro del monstruo. Mulander gozó como pocas veces cuando las hojas se clavaron en aquellos ojos verdes demasiado familiares.

El monstruo chilló de rabia y angustia, y se pasó por el rostro las garras similares a las de una lechuza a fin de desclavar los dos puñales. Cuando los cuchillos por fin cayeron al suelo de la gruta, su rostro estaba cubierto de largos surcos de sangre. Cegado y rabioso, el ser de pesadilla se lanzó a por la muchacha con las manos ensangrentadas trazando amenazadores dibujos en el aire.

Liriel echó mano a unas boleadoras que llevaba al cinto, las hizo girar un momento y las soltó de golpe. Las boleadoras salieron volando en dirección al monstruo ciego y se cerraron con fuerza en torno a su cuello. Sin apenas poder respirar, medio asfixiado, su oponente cerró sus garras sobre el cuero de las boleadoras y las rompió de un seco estirón que resonó en el interior de la caverna. La bestia soltó un rugido estremecedor. Resoplando de un modo ensordecedor, el monstruo creado por Mulander se abalanzó contra la muchacha con las garras por delante.

Sin embargo, la joven drow levitó en el aire, con tanta gracia y rapidez como un ruiseñor en la oscuridad, de forma que el monstruo fue a estrellarse de bruces contra el piso rocoso. Rehaciéndose al momento, la bestia rodó sobre sí y se puso otra vez en pie. En la caverna resonó un ruido enorme cuando sus grandes alas de murciélago empezaron a moverse. De forma lenta y desmañada, el monstruo se elevó en el aire y se dirigió contra la drow.

La joven aprendiz de maga hizo brotar una gran telaraña en el camino del monstruo, pero la bestia la atravesó sin problema. Liriel entonces la sometió a un bombardeo de dardos mortíferos, pero los proyectiles rebotaron en el corpachón de aquel ser.

La drow convocó una centella negra y reluciente que proyectó contra el monstruo como si se tratara de una jabalina. Para abatimiento de Mulander, la centella se incrustó bajo una de las grandes alas. Chillando de furor, el monstruo se desplomó y se estrelló contra el suelo con tal fuerza que la gruta entera reverberó.

Pero el combate mágico también había dejado exhausta a la joven drow. Tras posarse con suavidad sobre el piso, Liriel dio un paso hacia el monstruo malherido pero todavía peligroso.

Sus ojos dorados de pronto se tornaron frenéticos y se volvieron hacia el embelesado rostro de Mulander.

-¡Ya basta!— exclamó Liriel-. ¡Sé muy bien qué es lo que quieres! Haz desaparecer a este ser y te proporcionaré aquello que ansías sin necesidad de seguir luchando- ¡Te lo juro por todo cuanto es oscuro y sagrado!

Una sonrisa malévola apareció en el rostro del Mago Rojo. Mulander no confiaba en las promesas de ningún drow, pero sabía que a Liriel se le estaban acabando los conjuros de combate. Por lo demás, no le sorprendía que su rival estuviera empezando a darse por vencida. Liriel era tan joven que resultaba patética: a los ojos de un humano no tendría más allá de doce o trece años. A pesar de su maligna ascendencia y su dominio de la magia, seguía siendo una muchachita inexperta incapaz de plantarle cara.

-Lánzame la llave —ordenó.

-El monstruo —pidió ella.

Mulander lo pensó un instante y se encogió de hombros. Incluso sin la ayuda de aquel ser monstruoso, la situación seguiría estando bajo su dominio. Mulander hizo un pase mágico con la mano y devolvió el monstruo al ámbito de pesadilla del que provenía. Con la otra mano convocó una gran bola de fuego, suficiente para proyectar a la drow contra la pared opuesta de la caverna y no dejar más rastro de ella que una negruzca mancha en el suelo. El miedo que apareció en los ojos de Liriel delataba que ésta veía lo comprometido de su situación.

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