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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Resurrección (28 page)

BOOK: Resurrección
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—Pero otros científicos, como Gunter Griebel, creen que tiene algo que ver con la sopa de ADN que todos llevamos encima.

—Sí. Por ejemplo, que nuestro granjero bávaro tenía un antepasado lejano que vivió en la región de España y de quien ha heredado recuerdos ancestrales de ese país. Y, por supuesto, hay otro fenómeno que todos experimentamos: la sensación de que conoces a alguien de algo, incluso cuando es la primera vez que te encuentras con esa persona. No sólo por su aspecto, sino por su personalidad. O la forma en que algunas personas nos caen bien o mal instantáneamente, sin que tengamos ninguna base para ese prejuicio. Es uno de los conceptos favoritos de los que creen en la reencarnación: el hecho de que un grupo de individuos está unido entre sí a través de todas sus encarnaciones. Y que los reconocemos apenas volvemos a encontrarnos con ellos en una nueva vida.

Fabel se acercó a la nevera y sacó otra botella de Jever.

—¿Y cuál es la teoría científica detrás de este fenómeno?

—Por Dios, Jan… eso depende de tu perspectiva. Como psicóloga podría señalarte una docena de factores psicológicos que estimulan una falsa sensación de reconocimiento, pero sé que hay algunas teorías bastante locas al respecto. La cuestión es que cada persona de este planeta se relaciona con las otras; más allá de lo separados que estemos, todos compartimos un ancestro genético común. El mundo tiene una población de seis mil quinientos millones de personas. Pero si nos remontamos tan sólo unos tres mil años atrás, más o menos a la época de las momias de China Occidental que me mencionaste, habría sólo, digamos… menos de doscientos millones de personas en todo el mundo. No somos más que variaciones sobre los mismos temas, una y otra vez. De modo que es más que concebible que se repita la misma configuración de rasgos junto al mismo tipo de personalidad. Todos tendemos a asociar determinados rasgos con determinadas personalidades y a prejuzgar a la gente por su aspecto. Decimos que alguien parece inteligente, o amable o arrogante, basándonos en sus rasgos y en nuestra experiencia con personas de apariencia similar. Y, en ocasiones, cuando conocemos a alguien, sentimos que lo hemos visto antes, porque estamos armando una imagen compuesta de varias personas que tenían un aspecto similar y personalidades similares. —Susanne bebió un sorbo de vino y se encogió de hombros—. No es una reencarnación. Es una coincidencia.

19.42 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO

Tendría que haber sido una competencia desigual: un coche Patrulla Mercedes contra una bicicleta vieja. Pero el Schanzenviertel era una maraña de calles estrechas, llenas de coches aparcados, y Stefan Schreiner se vio obligado a acelerar y frenar en ramalazos breves e ineficaces. Mientras maniobraba por obstáculos y esquinas en su persecución del ciclista, su compañero Peter Reinhard se esforzaba por volver a ponerles la tapa de plástico a los recipientes de café y colocarlos en los soportes para tazas del coche.

—¿Te molestaría decirme qué demonios ocurre? —Reinhard había encontrado una toalla de papel y había comenzado a limpiarse la parte delantera de la camisa, empapada de café.

—Esa bicicleta… —Schreiner se mantuvo concentrado en su persecución—. Es robada.

A esa altura se encontraban en una calle de una sola dirección, que también estaba repleta de coches aparcados y que no ofrecía ninguna posibilidad de girar. El ciclista se dio cuenta de que los policías estaban en desventaja y se detuvo de golpe, obligando a Schreiner a frenar con fuerza. Antes de que los policías tuvieran tiempo de salir del coche, el ciclista se metió entre dos vehículos aparcados, subió a la acera y empezó a volver por donde había venido. Schreiner aceleró el coche patrulla marcha atrás y, girando en el asiento, avanzó hacia atrás por la calle, a toda la velocidad que podía teniendo en cuenta lo estrecha que era y la cantidad de coches que había en ella.

—¿Qué? —preguntó Reinhard sin poder creerlo—. ¿Me has llenado la camisa de café por una bicicleta robada?

—No es una bicicleta robada cualquiera. —Schreiner hizo una pausa mientras hacía girar el Mercedes de culata en la Lipmannsstrasse. Volvió a perseguir al ciclista después de un chirrido de las ruedas—. Se la robaron a Hans-Joachim Hauser. Éste podría ser el asesino.

El ciclista había perdido la ventaja de los coches aparcados que limitaban la velocidad del coche patrulla, y volvió a subir a la acera. Reinhard se inclinó hacia delante en su asiento, olvidando por completo el café derramado en la camisa de su uniforme.

—Entonces cojamos a ese cabrón.

Schreiner se dio cuenta de que el ciclista conocía bien el barrio. Hizo un abrupto giro a la izquierda, pasando a la Eifflerstasse, y volvió a avanzar en sentido opuesto al del tráfico en aquella calle de una sola mano, obligando a Schreiner a clavar los frenos para no chocar contra un Volkswagen que venía de frente. Schreiner salió del coche de un salto y corrió por la acera tras el ciclista, con Reinhard pisándole los talones y los insultos del chófer del Volkswagen resonando en sus oídos. El ciclista estaba alejándose; miró hacia atrás por encima del hombro, sonrió y levantó un puño en un gesto de desafío. Pero duró poco; sin percatarse de la persecución que tenía lugar en la acera, el chófer de un coche aparcado abrió la puerta y el borde de ésta chocó contra la bicicleta que pasaba y la hizo estrellarse contra la pared de un edificio. Cuando el ciclista rodó y se puso boca arriba, aferrándose la rodilla lastimada, los dos policías ya estaban encima de él con sus pistolas apuntándolo a la cabeza.

—¡Quédate en el suelo! —le gritó Reinhard al aturdido ladrón de bicicletas—. Las manos sobre la cabeza. —El ciclista hizo exactamente lo que le decía.

—De acuerdo… de acuerdo… —dijo, mientras miraba las armas de fuego que lo apuntaban—. Lo admito, por el amor de Dios… ¡Yo robé la puta bicicleta!

21.10 H, POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO

Para Fabel estaba claro que el joven de rostro pálido y pelo rubio que estaba sentado en la sala de interrogatorios de la brigada de Homicidios no tenía nada que ver con el asesinato de Hans-Joachim Hauser. Leonard Schüler tenía el aspecto de un animal atrapado por la luz de dos faros delanteros. Y, por lo que rabel había leído sobre los antecedentes de Schüler como delincuente de poca monta, sencillamente no encajaba con la imagen del asesino.

Fabel se echó hacia atrás, apoyándose contra la pared junto a la puerta, y dejó que Anna y Henk dirigieran la entrevista.

—No sé nada de ningún homicidio —declaró Schüler, mientras sus ojos iban a toda velocidad de un agente a otro, como si buscara alguna confirmación de que le creían—. Quiero decir, oí que habían matado a ese tal Hauser, pero, hasta que me arrestaron, ni siquiera sabía que la casa de la que saqué la bicicleta era la suya.

—Bueno —sonrió Anna—, la mala noticia para ti es que eres lo único que tenemos hasta ahora. Herr Hauser encadenó la bicicleta cuando llegó a su casa, a eso de las diez de la noche; luego la señora de la limpieza lo encuentra sin su pelo a las nueve de la mañana del día siguiente. Hay una sola persona a la que podemos ubicar cerca de la víctima entre esas horas: tú.

—Pero yo no estaba cerca de él —protestó Schüler—. No puse el pie dentro del apartamento. Sólo vi la bicicleta y la robé.

—¿Cuándo ocurrió eso? —preguntó Henk.

—Creo que cerca de las once. Once y media. Había estado bebiendo con unos amigos y supongo que bebí de más. Salí a caminar y vi la bicicleta. Y pensé, bueno, por qué caminar si puedes ir en bicicleta. Era una broma, nada más, un chiste. Estaba encadenada, pero pude abrir el candado.

—¿Con qué? Por lo que sabemos, a Herr Hauser le gustaba mucho aquella bicicleta y supongo que tendría una cadena bastante fuerte.

—Yo tenía un destornillador… —Schüler hizo una pausa—. Y un par de alicates.

—¿Sueles salir a tomar algo con los bolsillos llenos de herramientas? —Henk tiró una bolsa plástica de evidencias sobre la mesa, y se oyó un fuerte ruido metálico—. Esto es lo que te encontramos encima cuando te arrestamos… Destornillador, alicates, la hoja de una sierra de arco y… esto sí que es interesante… dos pares de guantes quirúrgicos de látex, desechables. No estoy seguro de si eres un carpintero que trabaja las veinticuatro horas o un cirujano nocturno.

Schüler volvió a pasar la mirada de Henk a Anna y de Anna a Henk, como si esperase que le dieran alguna idea sobre lo que tenía que decir.

—Escucha, Leonard —continuó Henk—. Tienes tres condenas por allanamiento de morada y una por robo de coches-Por eso echaste a correr cuando el coche patrulla trató de detenerte. No porque te preocupara que te vieran con una bicicleta robada… Podrías haber dicho que la encontraste tirada. Pero en realidad habías salido a ver qué apartamento podías robar. Lo mismo que la noche en que robaste la bicicleta. Me cuesta creer que no te pareció que valiera la pena echar un rápido vistazo para ver si había algo bueno que robar.

—A ver, les repito… no me acerqué a la casa. Estaba un poco borracho, de modo que cogí la bicicleta. Por el amor de Dios, ¿creen que me la habría quedado si me hubiese cargado al dueño?

—Buen argumento… —Fabel se apartó de la puerta, desde donde había escuchado la entrevista. Acercó una silla a Leonard e inclinó la cara hacia al joven. Cuando habló, lo hizo con un tono tranquilo y deliberado de amenaza—. Quiero que me escuches, Leonard. Quiero que me entiendas muy claramente. Yo cazo gente. En este caso estoy persiguiendo a una persona muy particular… Al igual que yo, él es un cazador de otros hombres. La diferencia es que él los acecha, los encuentra, y entonces les hace esto… —Fabel miró a Anna e hizo un chasquido impaciente con los dedos. Ella le entregó el expediente con las fotografías de las escenas de los crímenes. Fabel cogió una de la carpeta y la acercó tanto a la cara de Schüler que éste tuvo que echarse hacia atrás. Cuando enfocó la vista en la imagen, su expresión se retorció de desagrado. Fabel apartó la imagen y la reemplazó por otra—. ¿Ves lo que hace este tipo? Esta es la persona que me interesa, Leonard. Éste es el que busco. Tú, por el contrario, eres una mierdecita que no vale nada y que estoy tratando de sacarme del zapato. —Fabel se inclinó hacia atrás en la silla—. Creo que es importante mirar las cosas con cierta perspectiva. Sólo quiero que lo entiendas. Lo entiendes, ¿verdad, Leonard?

Schüler asintió en silencio, con un movimiento de la cabeza. Hubo una pausa que duró lo que un latido.

—También quiero que entiendas esto. —Fabel depositó las fotografías de ambas víctimas a la vista, sobre la superficie de la mesa. Como ocurría con todas las imágenes tomadas en las escenas de un crimen, los colores eran fuertes, iluminados por flash, y nítidos. Los ojos de mirada muerta de Hans-Joachim Mauser y Gunter Griebel apuntaban hacia el techo, desde unas cabezas devastadas—. Si no me convences en los próximos dos minutos de que me estás diciendo toda la verdad… ¿sabes qué haré?

—No… —Schüler trató de sonar como si Fabel no lo hubiera sacudido. No lo logró—. No… ¿qué hará?

Fabel se puso de pie.

—Te soltaré.

Schüler lanzó una risita de confusión y miró a Anna y a Henk. Los dos se mantuvieron impasibles.

—Te dejaré salir de aquí —continuó Fabel—. Y me aseguraré de que sea de conocimiento público que tú eres el testigo principal de este homicidio. Incluso hasta podría permitir que algún periodista de alguno de los periódicos menos escrupulosos crea que ha logrado sonsacarme tu nombre y dirección. Entonces… —Fabel lanzó una risita pequeña y cruel—. Oh, entonces, Leonard, muchacho, entonces ya no tendrás que volver a preocuparte por nosotros. Como ya he dicho, yo no cazo presas pequeñas, como tú. Pero puedo usarte de carnaza. —Fabel volvió a inclinarse hacia Schüler—. Tú no entiendes a este hombre. Ni siquiera podrías empezar a pensar de esa manera. Pero yo sí. Yo he cazado a muchos asesinos como él. A demasiados. Déjame decirte que no ven ni sienten el mundo como nosotros. Algunos de ellos no sienten temor, lo digo en serio. Algunos… la mayoría de ellos, en realidad… matan sólo para ver cómo es morir para otro ser humano. Y unos cuantos de ellos saborean cada muerte de la misma manera en que el resto de nosotros disfrutaría de un buen vino o una buena comida. Y eso significa que tienen que hacer que la experiencia dure lo más posible. Deleitarse hasta el último segundo. Y, créeme, Leonard… si nuestro amigo piensa que tú podrías llevarnos hasta él, que tal vez lo vieras sin que él te viera a ti, no se detendrá ante nada para perseguirte y matarte. Pero no sólo te matará. Imagina cómo debe ser estar atado a una silla mientras él te va cortando en rebanadas y te arranca el cuero cabelludo de la cabeza. Y todo ese dolor, todo ese horror, constituirá exactamente lo último que experimentarás en la tierra. Un momento eterno. Oh no, Leonard, él no sólo te matará. Antes te llevará al infierno consigo. —Fabel se puso de pie y señaló la puerta con un brazo—. Entonces, Leonard, ¿quieres que te suelte…?

Schüler sacudió la cabeza con resolución.

—Les diré todo. Todo lo que sé. Sólo asegúrese de que mi nombre no salga a la luz.

Fabel sonrió.

—Buen chico. —Se volvió hacia Anna y Henk mientras salía por la puerta—. Os dejo a cargo de esto…

Fabel se sirvió una taza de café al regresar a su oficina. Se sentó a su escritorio, colgó la chaqueta en el respaldo de la silla y miró el reloj. Eran las nueve y media. A veces sentía que no había ningún refugio en el que pudiera esconderse de su trabajo; éste podía alcanzarlo sin importar dónde se encontraba o qué hora era. Además estaba irritado consigo mismo por haber discutido sobre el caso con Susanne en el tiempo libre de ambos, aunque sólo fuera sobre el trabajo de Griebel. Incluso se arrepentía de haberse llevado a casa los expedientes que le había dado Ullrich. Pero algo respecto de la segunda víctima le molestaba y no conseguía saber qué era. Se sentía como si tuviera una piedra diminuta en el zapato que le molestaba todo el tiempo pero que no podía localizar.

Buscó en su escritorio y sacó un gran bloc de dibujo del cajón. Lo abrió en la página en la que había empezado a trazar un esquema del caso del Peluquero de Hamburgo. Era un proceso que había repetido muchas veces antes, con muchos casos: una perversión de la función creativa para la que se habían inventado esos blocs. Fabel trazaba los perfiles de mentes enfermas y retorcidas, de muerte y dolor. Volvió a pensar en lo que le había dicho a Schüler; no eran más que bravatas, desde luego, pero le molestó pensar que sí había sido cierto lo que le había dicho sobre que él era un cazador de hombres, una persona a la que le resultaba cada vez más fácil entrar en la mentalidad de aquellos a los que cazaba.

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