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Authors: Lissa Price

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Starters (13 page)

BOOK: Starters
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El silencio de la habitación me abrumaba. Todos mis sentidos se agudizaron.

Me puse de pie y me apoyé en el tocador. Mi cerebro iba a la carrera.

¿Qué estaba haciendo Helena con una Glock en su dormitorio? ¿Protección?

Pero era más pesada y grande que la habitual arma de seguridad que se guarda en la mesita de noche. Sería difícil para una mujer ender manejarla.

¿Y por qué el silenciador?

No era una buena señal.

Me fijé en que una de las puertas del armario de Helena estaba abierta. Una caja estaba abierta sobre la alfombra, delante. Me acerqué y confirmé que era la caja de la pistola. Cogí el arma y la coloqué en el encaje en el que ajustaba perfectamente.

Dentro del armario la alfombra estaba levantada, lo que revelaba un compartimento secreto bajo el suelo. Era justo lo suficientemente grande para contener la caja de la pistola. Cerré la caja, la metí en el compartimento y volví a poner la alfombra en su sitio.

El simple hecho de apartar la pistola de mi vista me hizo sentir mejor.

Entonces traté de orientarme. ¿Qué había estado haciendo antes de que se apagara la luz?

Blake. Estaba despidiéndome de Blake. Le había dado el dinero para Tyler y había salido de su coche. Era tarde. Ahora la luz del sol brillaba a través de las ventanas. El reloj decía que eran las tres de la tarde.

¿Dónde estaba el bolso de cuero que había estado usando? Me di la vuelta y lo vi sobre el escritorio. Lo abrí y saqué el móvil para comprobar la fecha.

Era… mañana. Así que había estado inconsciente durante dieciocho horas. Y después, por alguna razón, había vuelto en mí.

Me imaginé que, fuera lo que fuera lo que había provocado que antes recuperara bruscamente la conciencia, cuando estaba en la discoteca, era lo mismo que había causado que ahora volviera. Se me pasaron mil preguntas por la cabeza. ¿Había alguien controlando todo esto o era totalmente al azar? ¿Quizá algo iba mal en mi neurochip? ¿Les ocurría esto a otros donantes o yo era especial?

Tan fácil como echarse a dormir. Seguro.

Lo más probable era que mi arrendataria hubiera recuperado el control de mi cuerpo. Helena ya poseía aquella pistola; eso estaba claro por el compartimento oculto de su dormitorio. Y cuando volví en mí estaba en aquel dormitorio, empuñándola. Si mi teoría era correcta, aquello significaba que Helena había controlado mi cuerpo después de que me despidiera de Blake. ¿Le había dicho algo o se había limitado a entrar en casa? ¿Le había dicho algo a Eugenia?

No estaba segura de cómo debía actuar. Qué decir, qué no decir. Era aterrador no saber qué había estado haciendo tu cuerpo sin ti.

¿Y Tyler? ¿Lo había encontrado Blake? Cogí el teléfono y envié un zing a Blake.

No respondió.

Una pistola. No cualquier pistola. Una Glock con silenciador. Esto no era sólo una práctica de tiro, esto era más de lo que estaba previsto.

Tenía que volver a Plenitud.

En el garaje, no hice caso del bólido amarillo de Helena y me dirigí al pequeño deportivo azul que había al final de la fila. No gritaba «fíjate en mí» del modo en que lo hacía el otro cochazo. Desde el exterior, vi que del retrovisor colgaba un peludo alienígena verde. No era exactamente el estilo de Helena. Probablemente era el coche de una nieta.

La llave colgaba en un perchero en la pared, de una cadena de la que pendía otro pequeño alienígena, éste mucho más pequeño. Me metí en el coche y puse en marcha el navegador. Habló con la voz de un personaje de dibujos animados antiguos.

—¿Adónde? —preguntó el navegador con aquella alegre voz.

—Destinos de Plenitud, Beverly Hills.

Pasaron un par de segundos y entonces dijo:

—No puedo encontrar esa localización.

Por supuesto. Plenitud no estaría en la lista.

—Nueva dirección —dije, configurándolo para entrar los datos manualmente.

Empecé a leer en voz alta su dirección cuando regresó la Voz:

Callie… no… no vuelvas… Plenitud. Peligroso… ¿Puedes oírme? No puedes volver… es peligroso.

Se me pusieron los pelos de punta. «Peligroso» había dicho la voz, justo como la primera vez. Era coherente. Esta advirtiéndome claramente que no volviera a Destinos de Plenitud.

—¿Por qué? —pregunté a la Voz—. ¿Puedes decirme por qué?

Silencio.

—¿Quién eres? —pregunté—. ¿Helena?

No hubo respuesta.

Pistolas. Advertencias. Peligros. No me gustaba despertarme empuñando una arma, pero al menos sabía manejarla. No sabía qué me esperaba en Plenitud.

Apagué el motor y volví a la casa.

Me metí en el ordenador de Helena para tratar de descubrir algo más acerca de ella. Si era ella la que se estaba apoderando de mi cuerpo cada vez que me desvanecía, tenía que saber todo lo que pudiera. ¿Por qué la pistola? Quizá alguien la perseguía y ahora yo era el blanco de sus iras.

¿Cuántos de sus amigos sabían que alquilaba cuerpos? ¿Algún otro además de quien había enviado el zing que expresaba su desaprobación? Si es que ése era un amigo.

Revisé los archivos que había en el ordenador. Más de cien años de recuerdos, trabajo, cartas y fotos. Fui fisgando en él y descubrí que su hijo y la mujer de éste habían muerto en la guerra, como la mayoría de gente de su edad. Tenían una hija llamada Emma, de mi edad. Ésa debía de ser la nieta de Helena.

Fui a las PáginasCam, los portales que la gente usaba para mostrar la parte de sus vidas que quería compartir. Los que estaban verdaderamente metidos en el rollo grababan todo el día y emitían directamente en la pantalla o bien como un holo. Los chicos que estaban realmente locos nunca las apagaban.

Helena no tenía una Página, pero eso no era extraño. Un montón de enders borraban sus Páginas al pasar de cien años. Supongo que pensaban que eran demasiado maduros para esa clase de tonterías.

Lo que era extraño era que la Página de Emma apareciera como borrada. Hice una búsqueda de su nombre y encontré una noticia de su funeral. Hacía dos meses.

No mencionaba la causa de la muerte.

Recordé el dormitorio de adolescente que había visto la primera noche, cuando estaba explorando. Me levanté y crucé el pasillo, luego entré en la habitación de Emma.

La tristeza cayó sobre mí como una neblina. La luz del sol se filtraba a través de unas finísimas cortinas blancas, congeladas en el aire inmóvil. Parecía menos un dormitorio que un mausoleo. Algo parpadeó en mi visión periférica. Me volví hacia la mesita de noche. En un marco holográfico que nadie miraba los recuerdos iban pasando las veinticuatro horas al día los siete días de la semana.

Me senté en el borde de la cama para observarlo con más detenimiento. Sentí una punzada de dolor al recordar nuestro marco holográfico, perdido para siempre.

En la inscripción que había en la base de éste se leía «Emma». Tenía cierto parecido con su abuela: la misma línea firme de la mandíbula, la misma expresión llena de determinación. Tenía el aire confiado, relajado, de una niña rica, aunque no era tan guapa como una chica de alquiler. Su piel era vibrante, pero su orgullosa nariz era un pelín demasiado larga. Las imágenes hacían alarde de una vida opulenta, privilegiada: jugando al tenis, asistiendo a una noche de ópera, vacaciones en Grecia abrazando a sus padres.

Mis ojos recorrieron la habitación. Sólo habían pasado un par de meses desde su muerte. Parecía como si Helena lo hubiera mantenido todo tal y como estaba. Yo habría hecho lo mismo con mis padres si hubiera podido permitirme el lujo de quedarnos en nuestra casa.

Sin embargo, faltaba algo: no había ordenador.

Fui al armario en busca de secretos. Ahí era donde la gente los escondía normalmente. Vi una estantería en lo alto, llena de sombreros y bolsas de almacenaje de tela acrílica Acerqué una silla y me subí encima para empezar mi búsqueda entre los recuerdos de Emma.

Escudriñé todo lo que había en aquella estantería, y también debajo de la cama y en cada cajón, poniéndolo patas arriba. No conseguí nada. Me senté en el escritorio, con la barbilla apoyada en la mano. Mi visión se detuvo en una cosa que no había examinado. El joyero que había en su tocador. No esperaba encontrar ninguna pista allí, pero era la única cosa que me quedaba por inspeccionar, exceptuando su maquillaje.

Dentro de la cajita encontré piezas de oro, plata, varias piedras preciosas y joyas propias de una chica de dieciséis años increíblemente rica.

Y una cosa que nunca habría esperado encontrar: una pulsera con dijes.

No una pulsera de dijes cualquiera; una de plata con pequeños dijes representando distintos deportes. Una raqueta de tenis, esquís, patines… Toqué las cuchillas y vi el conocido holo de unos patines girando sobre sí mismos.

La puse junto a la pulsera que llevaba en la muñeca, la que Doris me había dado en Plenitud.

Era exactamente igual.

¿Cómo era posible que Emma la tuviera? Sólo había una respuesta, e hizo que mi rostro ardiera. Emma, que había vivido en este palacio, había sido tan asquerosamente rica que podía haber tenido lo que quisiera. ¿Por qué alquilaría su cuerpo al banco de cuerpos?

Aquella noche llegué al Club Runa en el pequeño deportivo azul, el coche de Emma. Llevaba un minivestido de diseño que había encontrado en el armario de Emma; mis accesorios —zapatos, collar y bolso de marca— también eran cortesía de Emma. Me había peinado del modo en que ella lo hacía en las fotos, recogiéndome el pelo en lo alto y fijándolo con un pasador de diamantes. Nadie me confundiría con ella si me viera de frente, pero en una discoteca oscura y por supuesto de espaldas, pensé que no podía hacer daño. Quizá atraería a alguien que la hubiera conocido.

Era temprano, y la música estaba a un volumen en el que se podía oír hablar a la gente. Sentí que esta vez tenía un mayor control de la situación. Caminé lentamente, dejando que mis ojos se adaptaran a la oscuridad. Intenté recrear el modo de andar de Madison mientras desfilaba por la sala, sometiendo a la prueba real-o-inquilino de Madison a cada persona con la que me cruzaba.

Eché un vistazo a la ultratecnológica zona de la barra y vi que todos los taburetes estaban ocupados. También las sillas antigravedad que estaban en la zona
lounge
.

Me quedé un momento de pie junto a una columna de espejos antes de que una chica se me acercara. Hora del test de Madison. Era impresionante, con una melena pelirroja lisa, ojos verdes y una piel de porcelana que parecía estar iluminada desde el interior. Arrendataria.

—¡Vaya! —Me echó una ojeada—. Menudo cuerpo.

—Gracias —dije—. Me gusta.

—Hola, Helena, ¿adivinas quién soy? —Se acercó a mí hablando en voz baja.

Me enseñó su móvil. Los corazones que había en la parte superior de la pantalla estaban centelleando. El nombre de Helena estaba junto a ellos.

—No te puedes esconder de mi Sync —dijo.

Saqué mi teléfono, el de Helena. Los corazones también estaban parpadeando.

El nombre que figuraba a su lado era Lauren.

—Tú me enviaste el zing —dije—, el otro día.

—Por supuesto que lo hice. ¿Quién si no? —Parecía molesta.

Así que esta ender no sólo era una amiga cercana de Helena, sino que quizá era la única persona que sabía que estaba alquilando, además del ama de llaves.

Parecía raro que Lauren hubiera intentado disuadir a Helena de alquilar cuerpos cuando ella también lo hacía.

—Bueno, tenía que aclararme —respondí, improvisando—. Y ya sabes cómo soy.

—Más cabezota que Kate en
La fierecilla domada
.

Decidí devolverle el cumplido que me había hecho antes.

—Estás genial. Buena elección.

—¿Cómo puedes decir eso? —Se llevó la mano a su mejilla perfecta—. Que el cielo nos juzgue a ambas. Me siento fatal haciendo esto, usando el cuerpo de esa pobre muchacha de esta manera. —Bajó los ojos, mirándose el físico que tenía por tiempo limitado. Cuando alzó la cabeza, sus bucles pelirrojos relumbraron bajo las luces de neón de la barra—. Pero como siempre dices, si van a abusar de miles de desventurados adolescentes, pues nosotras mismas hemos de usar unos pocos para detenerlos. —Parecía que Helena tenía un plan y que Lauren lo sabía.

—Siempre has tenido buena memoria, Lauren.

—No me llames así. —Se inclinó, acercándose—. Ahora soy Reece. —Arqueó las cejas para asegurarse de que lo había captado—. No deberíamos arriesgarnos hablando tanto rato. Alguien podría vernos y descubrirlo. —Echó una ojeada a su alrededor—. No debes de haber hecho nada escandaloso aún, o lo habría leído en la red.

—No. No lo he hecho.

—No lo hagas. —Me tocó el brazo—. Te lo ruego. Tú y yo venimos del mismo lugar, pero ésta no es la manera de resolver nada. Sólo empeorará las cosas.

Estaba muriéndome de ganas de preguntarle: «¿Cuál es mi plan?».

Me soltó. Sus ojos recorrieron la sala.

—Debería irme. Tengo una pista que seguir.

—¿Podemos vernos mañana? —Le puse una mano en el hombro—. ¿En algún sitio más tranquilo?

—Con una condición: que atiendas a razones. —Retrocedió un paso, dejando mi mano en el aire.

—Puede que te sorprenda. —«Puede que me sorprenda incluso a mí», pensé.

Ladeó la cabeza, como si estuviera intrigada. Retrocedió otro paso y luego se paró, mirándome de arriba abajo.

—¿Ése no es un vestido de Emma? —preguntó. Como pensaba que era la abuela de Emma, esto debía de parecer realmente un gesto de muy mal gusto. Pero no había modo de esconderlo.

—Sí —asentí.

—¿Y su collar?

—Y sus zapatos. —Se me hizo un nudo en el estómago. Estaba a punto de perder a esta ender y la necesitaba, necesitaba sus respuestas—. Pensé que de esta manera podría atraerlos.

—Inteligente —murmuró.

Me dejó sola entre la multitud. Examiné a los otros, preguntándome si Blake estaría allí, Había un asiento vacío en el
lounge
. Era la última de cuatro sillas, llenas de cojines, que rodeaban una mesa de café. Las otras estaban ocupadas por dos chicos y una chica. La chica vio que los miraba y con naturalidad me hizo un gesto para que me acercara.

—No hay nadie sentado. —La chica retiró su bolso de la silla y dio una palmadita en el asiento, como si llamara a un caniche.

Me uní a ellos porque eran claramente arrendatarios. Parecían figurines. Dos chicos guapos —uno moreno, que lucía un traje de corte europeo, y el otro un provocativo asiático vestido de cuero negro— y una chica de lustrosa piel de ébano y pelo largo y liso. Sus rostros y sus cuerpos eran perfectos al cien por cien.

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