Read 100 Sonetos De Amor Online

Authors: Pablo Neruda

100 Sonetos De Amor (2 page)

BOOK: 100 Sonetos De Amor
9.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

una lección de sangre te dio el fuego,

de la harina aprendiste a ser sagrada,

y del pan el idioma y el aroma.

Soneto XIV

Me falta tiempo para celebrar tus cabellos.

Uno por uno debo contarlos y alabarlos:

otros amantes quieren vivir con ciertos ojos,

yo sólo quiero ser tu peluquero.

En Italia te bautizaron Medusa

por la encrespada y alta luz de tu cabellera.

Yo te llamo chascona mía y enmarañada:

mi corazón conoce las puertas de tu pelo.

Cuando tú te extravíes en tus propios cabellos,

no me olvides, acuérdate que te amo,

no me dejes perdido ir sin tu cabellera

por el mundo sombrío de todos los caminos

que sólo tiene sombra, transitorios dolores,

hasta que el sol sube a la torre de tu pelo.

Soneto XV

Desde hace mucho tiempo la tierra te conoce:

eres compacta como el pan o la madera,

eres cuerpo, racimo de segura substancia,

tienes peso de acacia, de legumbre dorada.

Sé que existes no sólo porque tus ojos vuelan

y dan luz a las cosas como ventana abierta,

sino porque de barro te hicieron y cocieron

en Chillán, en un horno de adobe estupefacto.

Los seres se derraman como aire o agua o frío

y vagos son, se borran al contacto del tiempo,

como si antes de muertos fueran desmenuzados.

Tú caerás conmigo como piedra en la tumba

y así por nuestro amor que no fue consumido

continuará viviendo con nosotros la tierra.

Soneto XVI

Amo el trozo de tierra que tú eres,

porque de las praderas planetarias

otra estrella no tengo. Tú repites

la multiplicación del universo.

Tus anchos ojos son la luz que tengo

de las constelaciones derrotadas,

tu piel palpita como los caminos

que recorre en la lluvia el meteoro.

De tanta luna fueron para mí tus caderas,

de todo el sol tu boca profunda y su delicia,

de tanta luz ardiente como miel en la sombra

tu corazón quemado por largos rayos rojos,

y así recorro el fuego de tu forma besándote,

pequeña y planetaria, paloma y geografía.

Soneto XVII

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio

o flecha de claveles que propagan el fuego:

te amo como se aman ciertas cosas oscuras,

secretamente, entre la sombra y el alma.

Te amo como la planta que no florece y lleva

dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,

y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo

el apretado aroma que ascendió de la tierra.

Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,

te amo directamente sin problemas ni orgullo:

así te amo porque no sé amar de otra manera,

sino así de este modo en que no soy ni eres,

tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,

tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.

Soneto XVIII

Por las montañas vas como viene la brisa

o la corriente brusca que baja de la nieve

o bien tu cabellera palpitante confirma

los altos ornamentos del sol en la espesura.

Toda la luz del Cáucaso cae sobre tu cuerpo

como en una pequeña vasija interminable

en que el agua se cambia de vestido y de canto

a cada movimiento transparente del río.

Por los montes el viejo camino de guerreros

y abajo enfurecida brilla como una espada

el agua entre murallas de manos minerales,

hasta que tú recibes de los bosques de pronto

el ramo o el relámpago de unas flores azules

y la insólita flecha de un aroma salvaje.

Soneto XIX

Mientras la magna espuma de Isla Negra,

la sal azul, el sol en las olas te mojan,

yo miro los trabajos de la avispa

empeñada en la miel de su universo.

Va y viene equilibrando su recto y rubio vuelo

como si deslizara de un alambre invisible

la elegancia del baile, la sed de su cintura,

y los asesinatos del aguijón maligno.

De petróleo y naranja es su arco iris,

busca como un avión entre la hierba,

con un rumor de espiga vuela, desaparece,

mientras que tú sales del mar, desnuda,

y regresas al mundo llena de sal y sol,

reverberante estatua y espada de la arena.

Soneto XX

Mi fea, eres una castaña despeinada,

mi bella, eres hermosa como el viento,

mi fea, de tu boca se pueden hacer dos,

mi bella, son tus besos frescos como sandías.

Mi fea, dónde están escondidos tus senos?

Son mínimos como dos copas de trigo.

Me gustaría verte dos lunas en el pecho:

las gigantescas torres de tu soberanía.

Mi fea, el mar no tiene tus uñas en su tienda,

mi bella, flor a flor, estrella por estrella,

ola por ola, amor, he contado tu cuerpo:

mi fea, te amo por tu cintura de oro,

mi bella, te amo por una arruga en tu frente,

amor, te amo por clara y por oscura.

Soneto XXI

Oh que todo el amor propague en mí su boca,

que no sufra un momento más sin primavera,

yo no vendí sino mis manos al dolor,

ahora, bienamada, déjame con tus besos.

Cubre la luz del mes abierto con tu aroma,

cierra las puertas con tu cabellera,

y en cuanto a mí no olvides que si despierto y lloro

es porque en sueños sólo soy un niño perdido

que busca entre las hojas de la noche tus manos,

el contacto del trigo que tú me comunicas,

un rapto centelleante de sombra y energía.

Oh, bienamada, y nada más que sombra

por donde me acompañes en tus sueños

y me digas la hora de la luz.

Soneto XXII

Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,

sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,

en regiones contrarias, en un mediodía quemante:

eras sólo el aroma de los cereales que amo.

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa

en Angol, a la luz de la luna de Junio,

o eras tú la cintura de aquella guitarra

que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.

Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.

En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.

Pero yo ya sabía cómo era. De pronto

mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:

frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.

Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.

Soneto XXIII

Fue luz el fuego y pan la luna rencorosa,

el jazmín duplicó su estrellado secreto,

y del terrible amor las suaves manos puras

dieron paz a mis ojos y sol a mis sentidos.

Oh amor, cómo de pronto, de las desgarraduras

hiciste el edificio de la dulce firmeza,

derrotaste las uñas malignas y celosas

y hoy frente al mundo somos como una sola vida.

Así fue, así es y así será hasta cuando,

salvaje y dulce amor, bienamada Matilde,

el tiempo nos señale la flor final del día.

Sin ti, sin mí, sin luz ya no seremos:

entonces más allá del la tierra y la sombra

el resplandor de nuestro amor seguirá vivo.

Soneto XXIV

Amor, amor, las nubes a la torre del cielo

subieron como triunfantes lavanderas,

y todo ardió en azul, todo fue estrella:

el mar, la nave, el día se desterraron juntos.

Ven a ver los cerezos del agua constelada

y la clave redonda del rápido universo,

ven a tocar el fuego del azul instantáneo,

ven antes de que sus pétalos se consuman.

No hay aquí sino luz, cantidades, racimos,

espacio abierto por las virtudes del viento

hasta entregar los últimos secretos de la espuma.

Y entre tantos azules celestes, sumergidos,

se pierden nuestros ojos adivinando apenas

los poderes del aire, las llaves submarinas.

Soneto XXV

Antes de amarte, amor, nada era mío:

vacilé por las calles y las cosas:

nada contaba ni tenía nombre:

el mundo era del aire que esperaba.

Yo conocí salones cenicientos,

túneles habitados por la luna,

hangares crueles que se despedían,

preguntas que insistían en la arena.

Todo estaba vacío, muerto y mudo,

caído, abandonado y decaído,

todo era inalienablemente ajeno,

todo era de los otros y de nadie,

hasta que tu belleza y tu pobreza

llenaron el otoño de regalos.

Soneto XXVI

Ni el color de las dunas terribles en Iquique,

ni el estuario del Río Dulce de Guatemala,

cambiaron tu perfil conquistado en el trigo,

tu estilo de uva grande, tu boca de guitarra.

Oh corazón, oh mía desde todo el silencio,

desde las cumbres donde reinó la enredadera

hasta las desoladas planicies del platino,

en toda patria pura te repitió la tierra.

Pero ni huraña mano de montes minerales,

ni nieve tibetana, ni piedra de Polonia,

nada alteró tu forma de cereal viajero,

como si greda o trigo, guitarras o racimos

de Chillán defendieran en ti su territorio

imponiendo el mandato de la luna silvestre.

Soneto XXVII

Desnuda eres tan simple como una de tus manos,

lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,

tienes líneas de luna, caminos de manzana,

desnuda eres delgada como el trigo desnudo.

Desnuda eres azul como la noche en Cuba,

tienes enredaderas y estrellas en el pelo,

desnuda eres enorme y amarilla

como el verano en una iglesia de oro.

Desnuda eres pequeña como una de tus uñas,

curva, sutil, rosada hasta que nace el día

y te metes en el subterráneo del mundo

como en un largo túnel de trajes y trabajos:

tu claridad se apaga, se viste, se deshoja

y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

Soneto XXVIII

Amor, de grano a grano, de planeta a planeta,

la red del viento con sus países sombríos,

la guerra con sus zapatos de sangre,

o bien el día y la noche de la espiga.

Por donde fuimos, islas o puentes o banderas,

violines del fugaz otoño acribillado,

repitió la alegría los labios de la copa,

el dolor nos detuvo con su lección de llanto.

En todas las repúblicas desarrollaba el viento

su pabellón impune, su glacial cabellera

y luego regresaba la flor a sus trabajos.

Pero en nosotros nunca se calcinó el otoño.

Y en nuestra patria inmóvil germinaba y crecía

el amor con los derechos del rocío.

Soneto XXIX

Vienes de la pobreza de las casas del Sur,

de las regiones duras con frío y terremoto

que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte

nos dieron la lección de la vida en la greda.

Eres un caballito de greda negra, un beso

de barro oscuro, amor, amapola de greda,

paloma del crepúsculo que voló en los caminos,

alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia.

Muchacha, has conservado tu corazón de pobre,

tus pies de pobre acostumbrados a las piedras,

tu boca que no siempre tuvo pan o delicia.

Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma:

en su cielo tu madre sigue lavando ropa

con mi madre. Por eso te escogí, compañera.

Soneto XXX

Tienes del archipiélago las hebras del alerce,

la carne trabajada por los siglos del tiempo,

venas que conocieron el mar de las maderas,

sangre verde caída del cielo a la memoria.

Nadie recogerá mi corazón perdido

entre tantas raíces, en la amarga frescura

del sol multiplicado por la furia del agua,

allí vive la sombra que no viaja conmigo.

Por eso tú saliste del Sur como una isla

poblada y coronada por plumas y maderas

y yo sentí el aroma de los bosques errantes,

hallé la miel oscura que conocí en la selva,

y toqué en tus caderas los pétalos sombríos

que nacieron conmigo y construyeron mi alma.

Soneto XXXI

Con laureles del Sur y orégano de Lota

te corono, pequeña monarca de mis huesos,

y no puede faltarte esa corona

que elabora la tierra con bálsamo y follaje.

Eres, como el que te ama, de las provincias verdes:

de allá trajimos barro que nos corre en la sangre,

en la ciudad andamos, como tantos, perdidos,

temerosos de que cierren el mercado.

Bienamada, tu sombra tiene olor a ciruela,

tus ojos escondieron en el Sur sus raíces,

tu corazón es una paloma de alcancía,

tu cuerpo es liso como las piedras en el agua,

tus besos son racimos con rocío,

y yo a tu lado vivo con la tierra.

Soneto XXXII

La casa en la mañana con la verdad revuelta

de sábanas y plumas, el origen del día

sin dirección, errante como una pobre barca,

entre los horizontes del orden y del sueño.

Las cosas quieren arrastrar vestigios,

adherencias sin rumbo, herencias frías,

los papeles esconden vocales arrugadas

y en la botella el vino quiere seguir su ayer.

Ordenadora, pasas vibrando como abeja

tocando las regiones perdidas por la sombra,

conquistando la luz con tu blanca energía.

Y se construye entonces la claridad de nuevo:

obedecen las cosas al viento de la vida

y el orden establece su pan y su paloma.

Soneto XXXIII

Amor, ahora nos vamos a la casa

donde la enredadera sube por las escalas:

antes que llegues tú llegó a tu dormitorio

el verano desnudo con pies de madreselva.

BOOK: 100 Sonetos De Amor
9.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Harvest of Fury by Jeanne Williams
Forsaken Soul by Priscilla Royal
I Hate You by Azod, Shara
The Shadow Of What Was Lost by James Islington
On The Banks Of Plum Creek by Wilder, Laura Ingalls
Alex by Sawyer Bennett