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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

A través del mar de soles (17 page)

BOOK: A través del mar de soles
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Nigel, curioso, se gira hacia las motas, se agacha y súbitamente ve al EM, perezoso aunque firme, bamboleando las piernas y yendo recto hacia él. La gran cabeza está dirigida directamente hacia él y Nigel confía en que su mano radial le dé ante el EM el aspecto de una roca común, anodina. Retrocede, apaga todas las ondas transportadoras, se protege...

Pero el EM hace un alto, ignora a Nigel, oscila la cabeza, y se inclina, aposentándose, haciendo emerger los protuberantes nudos negros de su abdomen que descienden hasta que entran en contacto con las vetas verdeazuladas de la roca.

Su piel se riza, se vuelve más consistente. El azul esplendoroso de su piel comienza a combinarse con otros colores, a medida que aparecen suaves tonos púrpura en el abdomen. Nigel se acuerda de que, a la luz roja de Ra, este púrpura es de hecho un color verde, el estandarte bioquímico de un derivado de la porfirina. Los colores le arrebatan la idea, en tanto que los magentas y los acres amarillos y los rocíos de rojo se ondulan por el cuerpo del EM. Mientras, más arriba fluye el volcán, y rasga la luz a través de las cortinas de fino polvo en suspensión. A cincuenta metros, un torrente de lava atraviesa la cara rocosa como una repentina lanza naranja. El EM tremola una y otra vez, sin apercibirse de una segunda y después de una tercera forma de gran tamaño que emergen de entre las salpicaduras de la lenta lluvia que ahora empieza a caer. Son gruesos goterones de húmedos óxidos sulfurosos, gotas que trazan rayas en las figuras que se aproximan tambaleándose cuando se agachan a su vez en el saliente, corpulentas, rebosantes de microondas que se mezclan con una onda nueva y más potente, variando los desperdigados chasquidos y crujidos de radio cuando se alza el suelo y una estruendosa explosión en lo alto de la montaña vierte luz en la quebrada. Se oye ahora la señal de los EM en un sonsonete. Sus cabezas parecidas a cajas se ladean, escrutando y emergiendo en este instante una nota firme, cuando Nigel reconoce el tono prolongado y lento que pertenece al viejo espectáculo de radio terrestre.

Se están uniendo para apuntar al cielo y emitir el lento impulso doliente que se emparejará con el de los otros millones de EM y se propagará, a través de años luz, hasta la Tierra, un mero punto en el firmamento que tantos siglos atrás pareció hablar a estas criaturas abrumadas por el tiempo.

Aparece un rocío de brillantes brotes anaranjados en el abdomen de cada EM. Son chispas que cortan el aire. Nigel retrocede.

Un martilleo acapara sus receptores y la fuga de los EM se expande. Sus cuerpos enormes se mecen ligeramente, mientras que el aire crepita y cruje por la energía, danza y canta con júbilo por siempre, se desborda y vuela. La lava se precipita sobre la cima. De ella se desprende un calor irritante, y Nigel inopinadamente entiende cómo los EM viven para este momento, el único instante en el cual poseen vida rebosante, henchida, para brotar y hacer presa del cielo que contiene un rayo de esperanza y promesa, alguna posibilidad más allá de la simple esencia de su herrumbroso mundo crepuscular.

Buscan los volcanes en pos de comida, no de calor. La lava desciende y fluye por miles de metros de vertiente montañosa. Es un conductor metálico y caliente que cae en el potente campo magnético de Isis, cortando las líneas del campo magnético y generando corrientes y campos eléctricos. Es un circuito inmenso que no puede cerrarse fácilmente porque la roca que hay en torno a la lava es inerte, un pésimo conductor, y por ello la corriente eléctrica se incrementa cuando la lava fluye, atravesando más líneas de campo, acumulando energía hasta que da con una mena rica en metal y súbitamente el circuito puede cerrarse. Está incompleto, las vastas corrientes discurren por las capas rocosas verdeazuladas, buscan un canal de retorno a la cima de la montaña, para concluir el bucle; una ciega corriente que sigue la implacable ley de Faraday.

Cuando las corrientes hallan su camino a través de los corredores metálicos, los EM hacen una derivación en un saliente del filón y beben del impetuoso río de electrones. Los absorben para cargar sus bancos condensadores y disfrutan vertiéndolos en ondas de radio, mientras celebran esta renovación de sí mismos. Extraen de la tierra misma la energía depurada, sin tener que padecer el proceso lento y agotador de encontrar alimentos químicos, digerirlos y transferir su energía de enlace molecular a potenciales eléctricos almacenados.

Un cacofónico júbilo vital crece y decrece en los EM. Nigel ve en las denudas chispas naranjas el último eslabón, ve cómo oscila Isis en torno a Ra, llevándole la larga elipse ora más cerca, ora más lejos de su estrella, por lo que la fuerza de la marea primero dilata y luego contrae a Isis, moldeando y calentando el núcleo planetario como si de gruesa pasta se tratara. La energía que proviene de la inercia orbital angular del sistema que forman Isis y Ra es una fuente de energía eterna que agita interminablemente la corteza de Isis, subsumiendo los metales en el suelo, para luego arrojarlos a su vez, fundidos, desde las bocas de las montañas, de nuevo en busca de los serpenteantes ríos ricos en hierro del centro del planeta, provocando corrientes y despojando al hierro de electrones. Es como un generador vasto y perpetuo que permuta la energía gravitacional en formas eléctricas útiles. Y ésta es una energía que ninguna criatura más que el EM puede asimilar, dotándolos del margen que precisan en este indolente mundo de orín, haciendo posible su ojo de radio y con él una inspección continuada del cielo, en busca de una réplica cacofónica del impulso electromagnético. Mantiene una vigilia que ha proseguido durante eones sin máquinas, sin ordenadores, sin el ejército de siervos sin mente que el hombre ha fabricado como ayuda. Aquí, estas criaturas han puesto riendas al obrar laborioso del planeta mismo, todo para sobrevivir, todo para gritar una nota quejumbrosa al firmamento inmóvil y silencioso.

Nigel se aparta de ellos sigilosamente, demorándose para ver a las solemnes figuras que cantan en coro, bañadas por las hogueras brillantes, chispeantes, de eléctrica opulencia que arde a través de la tiniebla polvorienta, como cohetes que se esfuerzan por despegar mientras tres o más hilvanan siempre una sílaba que será lanzada a la noche. Nigel sonríe, comprende que ha llegado por fin la hora de responder.

8

Ted Landon estaba dirigiendo la reunión hacia una conclusión ambigua. Nigel le observaba, reflexionando. Ted citaba informes de los equipos de exploración, del reconocimiento planetario, de la subsección en Ra y de los sistemas de a bordo. Una pantalla mural plana mostró las alternativas; Ted examinó las misiones sugeridas, asignando a cada una factores estudiados de ganancias contra riesgos. Cada vez que un líder de sección se perdía en los detalles, o cambiaba de tema, Ted le hacía volver a la cuestión. Las cadencias de
staccato
por las que se disciplinaba venían de su sistema nervioso.

—Bueno, la gran barrida que intentamos hace dos días, siguiendo los descubrimientos Walmsley—Daffler, no parece haber dado frutos. ¿Estoy en lo cierto?

Hubo cejas enarcadas y miradas inquisitivas en torno a la mesa. Después asentimientos. Nigel asintió, también, pues en verdad los hombres y mujeres desplegados sobre aquella zona volcánica no habían averiguado nada más de importancia. Las “aldeas” EM eran simples refugios y poco más. Algunas de las cuevas contenían montones de rocas diestramente trabajadas; otras estaban vacías, únicamente tenían nichos repletos de deyecciones de los EM, para delimitar su uso. En unas cuantas, había elaborados diseños rascados en las paredes y rellenos de tiras de materia superconductora. Para los EM éstas podían ser arte; con igual facilidad, las complejas espirales y líneas dentadas podían ser historia, literatura o simples graffiti.

Ted pasó tranquilamente a otras misiones en la superficie de Isis. Estaban describiendo el contorno de una ecología compleja, pero aún quedaban grandes lagunas por resolver. ¿Qué ocurrió a las antiguas ciudades EM? ¿Por qué no había ningún otro sistema nervioso del tipo semiconductor en la ecología de Isis?

—Todo es muy interesante —comentó Ted atemperadamente—. Aunque, para muchos de nosotros —su mirada recorrió la longitud de la mesa— el enigma pendiente son los dos satélites. ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Son todo lo que queda de la tecnología EM? ¿Por qué...?

—Mira —le interrumpió Nigel—, está claro a donde quieres ir a parar. Deseas hacer una visita.

—Bueno, de nuevo te estás adelantando, Nigel, pero sí.

—Eso es demasiado peligroso.

—Son antiguos, Nigel. La espectrofotometría muestra los componentes artificiales de esos satélites. Los metales, en cualquier caso, fueron fundidos y moldeados hace mucho más de un millón de años.

—Viejo no significa muerto.

—Nigel, sé lo que estás dejando entrever. —Ted sonrió con simpatía y sus modales se volvieron más suaves. Nigel se preguntó hasta qué punto era una respuesta controlada—. Deseas un primer contacto. Los EM todavía no saben que estamos aquí. Si tus argucias han funcionado adecuadamente, estoy convencido de que la idea del manto ha funcionado, Bob, y quiero dejarlo así. Nuestras directrices, como estoy seguro de que no necesito recordar a nadie aquí, son permanecer invisibles hasta que comprendamos plenamente la situación.

—Meridianamente claro —repuso Bob, lacónico.

—Hasta que cuestionas la definición de “comprender plenamente”, quizá sí —replicó Nigel—. Pero hemos visto a los EM. Ya han intentado captar nuestra atención. Y no sabemos ni una pizca sobre los satélites.

Ted entrelazó los dedos y volvió las palmas hacia arriba. Era un ademán difuso que Nigel interpretó como,
¿Quéintentas decir?
, con un asomo de irritación, un signo que todos los que estaban a la mesa entenderían, mientras que simultáneamente Ted decía con calma, sin el menor timbre de irritación en la voz:

—Seguramente un artefacto bien conservado nos revelará más sobre el período cumbre de esta civilización...

—Si proviene de aquí, sí.

Ted ensanchó los ojos teatralmente.

— ¿Crees que el
Snark
procede de aquí? ¿O el naufragio de
Marginis?


Claro que no. Pero, en ausencia de conocimientos...

—Es por esa ausencia precisamente que estimo, como la mayoría de los reunidos, que deberíamos mantener la distancia con los EM durante un tiempo. —Los líderes de sección que estaban alrededor de la mesa, convinieron con asentimientos silenciosos.

—Ni remotamente son tan potencialmente peligrosos para esta misión —repuso Nigel—. Y son formas de vida nativas. Tenemos cosas en común, debemos tenerlas. Cualquier oportunidad para nuestra especie de vida de comunicarnos...

— ¿Nuestra especie?

—Las civilizaciones de la máquina están ahí afuera en alguna parte también.

— ¡Humm! —Ted fingió considerar la cuestión—. ¿Cuan preponderante crees que es la vida, Nigel?

Era un asunto peliagudo. Isis constituía la única fuente de transmisiones artificiales que los astrónomos habían hallado en más de medio siglo de prestar oído a cada parte concebible del espectro electromagnético. Nigel hizo una pausa momentánea y después dijo:

—Razonablemente.

— ¿Oh? ¿Por qué el silencio radiofónico, entonces? A excepción de Isis.

— ¿Has estado alguna vez en una fiesta donde la persona que está insegura de sí misma no deja de parlotear? ¿Y todos los demás guardan silencio?

Ted sonrió.

—El Señor me proteja de las analogías. La galaxia no es una fiesta.

Nigel sonrió, asimismo. No tenía modo alguno de revocar la decisión aquí, pero podía hacer acto de presencia.

—Probablemente. Aunque tampoco es una casa abierta.

—Bueno, vamos a llamar a una puerta, a ver qué pasa —replicó Ted.

Nigel encontró a Nikka y a Carlotta cocinando un guiso elaborado en el apartamento. Estaban sazonando con pimienta tajadas de carne blanca y envolviéndolas en aceites aromatizados. Había varios condimentos y cada mujer trabajaba con solemnidad, hábilmente, provocando la miríada de pequeñas decisiones, de una frase aquí, o de una prolongada deliberación allá, tejiendo todo un lazo que él conocía bien. No era el momento adecuado de inmiscuirse.

Se presentó voluntario para cortar verduras. Desfogó su acaloramiento con las cebollas, las zanahorias y los brécoles, y se tomó una taza de café. La primera fruta de la “estación” había llegado, por lo que hizo una ensalada, siguiendo las instrucciones de Carlotta, elaborando un ligero y especiado aceite de sésamo para ella. Los primeros cítricos habían madurado el día anterior, acogidos con un pequeño ritual. El
Amor por las Tres Naranjas
, de Prokofiev, había acariciado a la multitud que lo presenció, reverberando en la caverna. Alguien había echado sal a las nubes que se formaban sobre el eje, por lo que unos gallardetes escarlatas y jades orillaron fantasmagóricas líneas rectas en lo alto, por la columna de la nave. Finalmente, dijo él, en una tregua:

—Acabo de oír las noticias.

— ¡Oh! —exclamó Nikka, comprendiendo.

— ¿Por qué no me cuentas que te has presentado voluntario para la misión satélite?

— ¿Voluntario? No lo hice. Estoy en la lista de tareas rotativas.

—Pensaron que era mejor para la moral —intercaló Carlotta— que dejáramos que el programa de optimización personal eligiera a los componentes de la misión. Más justo, también.

— ¡Oh, sí!, debemos ser justos, ¿no? Una idea fabulosamente estúpida —repuso él.

—Todo el mundo se está muriendo por salir de la nave —dijo Carlotta.

—Bien puede resultar que sea precisamente esto lo que ocurra —observó él amargamente.

Nikka dijo:

—Pensé que era mejor dejar simplemente que las noticias salieran a colación como de costumbre. Estuve a punto de contártelo antes...

—Bien, pues, estoy a punto de darte las gracias.

— ¡Es mi oportunidad de hacer algo!

—No quiero que te arriesgues. Nikka repuso retadoramente:

—Yo me acojo a mis oportunidades, al igual que haces tú.

—Estarás en el equipo servoasistido, según dice el manifiesto.

—Sí. Operando los detectores móviles.

— ¿Cuan cerca del satélite?

—A unos kilómetros.

—No me gusta. Ted está yendo adelante con esto sin meditarlo.

Carlotta soltó una escobilla batidora y dijo:

—No puedes gobernar la vida de Nikka. Él la miró firmemente.

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