Acorralado (2 page)

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Authors: Kevin Hearne

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

BOOK: Acorralado
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Después de que el chico muerto se despida, vamos hasta el Town Lake. Y después al Rúla Búla.

Se refería a nuestro pub irlandés favorito, en el que tenía prohibida la entrada desde hacía poco.

Los encargados del Rúla Búla siguen enfadados conmigo por haberles robado a Granuaile. Era su mejor camarera.

¿Todavía? Pero si eso fue hace siglos.

Sólo han pasado tres semanas,
le recordé. Los perros no son muy buenos midiendo el tiempo.
Te dejaré correr alrededor del campo de golf y puedes quedarte con todos los conejos que cojas. Túmbate para que te rasque la barriga. Ahora tengo que hablar con Leif.

Oberón
obedeció al instante y las tablas de madera del porche crujieron cuando se tumbó pesadamente patas arriba, entre mi asiento y el de Leif.

¡Esto es lo mejor! No hay nada como que te rasquen la barriga. Con la excepción quizá de las caniches francesas. ¿Te acuerdas de
Fifi
? Buenos tiempos, muy buenos tiempos.

—Está bien, Leif, ahora ya es un perro feliz —dije, mientras rascaba a
Oberón
entre las costillas—. ¿De qué querías hablar?

—Es infinitamente sencillo —empezó a decir—, pero como ocurre con todas las cosas sencillas, infinitamente complicado.

—Espera. Hablas con adverbios demasiado difíciles. Utiliza
bastante
y
muy
para todo —le aconsejé.

—Preferiría no hacerlo, si me disculpas. Dado que no pretendo disimular mi verdadera naturaleza contigo, ¿podría hablar según mis deseos?

—Por supuesto —contesté, tragándome la observación de que debería utilizar nexos más sencillos—. Lo siento, Leif, sólo quería ayudarte, ya sabes.

—Sí, y te lo agradezco. Pero ya me va a resultar demasiado difícil sin tener que pasar mis palabras por un tamiz de analfabetismo. —Tomó una profunda e innecesaria bocanada de aire y cerró los ojos, mientras soltaba el aire poco a poco. Parecía que estuviera intentando concentrarse en sí mismo y encontrar un chacra—. Hay muchas razones por las que preciso de tu ayuda y muchas razones por las que deberías convenir en ayudarme, pero todas ellas pueden aguardar un momento. El resumen sería éste —dijo, abriendo los ojos y volviendo a mirarme—: quiero que me ayudes a matar a Thor.

¡Ja! ¡Dile que se ponga a la cola!
, dijo
Oberón
. Resopló como siempre hacía cuando algo le parecía especialmente gracioso. Por suerte, Leif no se dio cuenta de que mi perro estaba riéndose de él.

—Mmm. No cabe duda de que Thor tiende a inspirar pensamientos homicidas. No eres la primera persona que me lo ha sugerido en las últimas dos semanas.

Leif aprovechó mis palabras.

—Una de las muchas razones por las que deberías aceptar. Contarías con numerosos aliados que te garantizarían cualquier ayuda que necesitaras y, en el caso de que tuvieras éxito, disfrutarías de un sinfín de admiradores agradecidos.

—Y, en el caso de que fracasara, ¿de un sinfín de plañideras? Si es tan odiado en todo el universo, ¿por qué nadie se ha encargado del asunto?

—Por Ragnarok —repuso Leif, que estaba claro que ya esperaba esa pregunta—. Esa profecía hace que todo el mundo lo tema y lo ha convertido en un arrogante insoportable. Su razonamiento es que si va a estar por aquí cuando se acabe el mundo, en este momento no puede hacerse nada contra él. Pero eso es una tontería.

Sonreí.

—¿Acabas de decir que Ragnarok es sólo una tontería?

Oberón
resopló de nuevo.

Leif no me hizo caso y prosiguió.

—No todos los apocalipsis anunciados pueden ser ciertos, al igual que sólo es posible que una de las creaciones sea cierta, si es que alguna de ellas lo es. No podemos dejar que nos paralice una historia antigua soñada por mis ancestros, que tenían el cerebro congelado. Podemos cambiarla ahora mismo.

—Mira, Leif, ya sé que tienes una ristra de razones por las que debería hacerlo, pero de verdad que yo no siento ninguna mía. Es tan fácil como que no creo que sea mi deber encargarme de esto. Tanto Aenghus Óg como Bres vinieron a mí y quisieron pelea, y yo lo único que hice fue cortar esa pelea. Y, ¿sabes?, las cosas podrían haber terminado de otra manera. Tú no estabas allí: casi no salgo de ésa. Ya te habrás fijado en esto, supongo.

Me señalé la oreja derecha, desfigurada. Se la había comido un demonio que parecía la mascota de Iron Maiden y no había logrado regenerarla, más allá de aquel amasijo de cartílago. (Ya me había sorprendido a mí mismo cantándole a la oreja perdida: «
Don’t spend your time always searching for those wasted ears.
»)

—Claro que me he fijado —contestó Leif.

—Tengo suerte de haberme librado de algo peor. Aunque no haya pagado un precio demasiado alto por matar a Aenghus, como consecuencia he recibido muchas visitas poco agradables de otros dioses. Y eso sólo porque continúo siendo poca cosa. ¿Te imaginas lo que haría el resto de los dioses si consiguiera cargarme a uno de los gordos, como Thor? Se unirían para aniquilarme con el único fin de eliminar la amenaza. Además, no creo que sea posible matarlo.

—Ya, pero sí es posible —me contradijo Leif, alzando un dedo y sacudiéndolo hacia mí—. Los dioses nórdicos son como vuestros Tuatha Dé Danann. Gozan de juventud eterna, pero se les puede matar.

—En su origen, sí —convine—. He leído todo el material antiguo y sé que tú andas tras la versión Thor 1.0. Pero ¿sabes qué?, hay más de una versión de Thor corriendo por ahí, al igual que hay múltiples Coyotes y diferentes versiones de Jesús, Buda y Elvis. Podemos invadir Asgard, matar al Thor 1.0 y después, si logramos evitar que el resto de los nórdicos nos aplasten, podríamos volver aquí, a Midgard, y el Thor del cómic nos machacaría por ser los malos. ¿Eso ya lo habías pensado?

Leif parecía completamente desconcertado.

—¿Hay un cómic sobre Thor?

—Sí, ¿cómo es posible que no te hayas enterado? También hay una película sobre él, basada en el cómic. Aquí, en Estados Unidos, es una especie de héroe, no tan gilipollas como el original. Te ignorará a no ser que llames su atención, aunque lo más probable es que asaltar Asgard llame su atención bastante rápido.

—Mmm. Digamos que puedo formar una coalición de seres dispuestos a participar en el asalto físico de Asgard y acompañarnos de vuelta a Midgard. En ese caso, ¿podría contar con tu ayuda?

Negué despacio con la cabeza.

—No, Leif, lo siento. Una de las razones por las que sigo vivo es que nunca me he enfrentado cara a cara con un dios de la tormenta. Es una buena estrategia de supervivencia y voy a mantenerme fiel a ella. Pero si tú vas a hacer algo así, te recomiendo que evites a Loki. Fingirá que está de tu parte, pero se lo contará todo a Odín con pelos y señales a la primera de cambio, y después tendrás al panteón al completo detrás de ti con una estaca de madera.

—Ahora mismo tal vez prefiera eso a seguir coexistiendo con él. Quiero venganza.

—¿Venganza por qué, exactamente?

Normalmente no indaga en la psicología vampírica, porque es muy predecible: de lo único que suelen preocuparse es del poder y el territorio. No obstante, les gusta que les hagan preguntas, para ignorarte y dárselas de misteriosos cuando no responden.

Leif nunca tuvo la oportunidad de responderme, aunque durante medio segundo pareció que estaba dispuesto a hacerlo. Cuando ya abría la boca para contestar, sus ojos se desviaron hacia mi cuello, donde descansaba mi amuleto de hierro frío. En ese mismo momento, empecé a sentir un calor muy intenso entre las clavículas, la piel incluso me ardía.

—Mmm —dijo Leif, y quizá eso había sido lo que más le había costado pronunciar en todo el rato que llevábamos hablando—. ¿Por qué brilla tanto tu amuleto?

Sentí que el calor subía como el mercurio una mañana de agosto, empezó a sudarme el cuero cabelludo y el chisporroteo repugnante que me llegaba a los oídos indicaba que una pequeña parte de mi cuerpo estaba friéndose como una loncha de beicon. A pesar de que, por instinto, quería arrancarme el amuleto y tirarlo a la hierba, me resistí a ese impulso. Esa pieza abrasadora de hierro frío, la antítesis de la magia, era lo único que me mantenía vivo.

—¡Me están atacando con magia! —dije entre dientes, aferrándome a los reposabrazos de la silla, con los nudillos blancos, mientras me concentraba en bloquear el dolor.

No lo hacía sólo por calmar mis nervios aterrados; si dejaba que el dolor se apoderara de mí, estaba acabado. El dolor es la forma más rápida de despertar el cerebro reptiliano y, una vez que éste ha despertado, tiende a suspender las funciones superiores de la corteza cerebral. Uno se queda atontado y es incapaz de hacer nada más allá de luchar o huir, por lo que tampoco podría comunicarme de forma coherente y sacar conclusiones para Leif, si acaso no estaba enterándose de lo principal.

—¡Alguien está intentando matarme!

Capítulo 2

Leif enseñó los colmillos y abandonó la silla disparado hacia el extremo del jardín, escudriñando la oscuridad con todos sus sentidos para encontrar a los asaltantes.
Oberón
también se puso de pie de un salto y gruñó a la noche, amenazando a quienquiera que estuviera ahí fuera con toda la fiereza de la que era capaz.

Yo ya sabía que no iban a encontrar nada. Quien estaba haciendo aquello estaba lejos.

—¡Brujas! —logré pronunciar, mientras el amuleto seguía friéndome la piel del pecho.

El hechizo había terminado y el brillo rojo empezaba a apagarse, pero me seguía llegando a la nariz el olor de mi propia carne a la brasa. El esfuerzo por bloquear el dolor e intentar recuperar la piel abrasada estaba agotando mis reservas rápidamente, así que me incorporé como pude y bajé los escalones renqueante, con cuidado, hasta la hierba. Ahí podría quitarme las sandalias de una patada y absorber el poder de la tierra. Me incliné, apoyando las manos en las rodillas, para que el amuleto se quedara colgando y no me tocara la piel, pero se quedó donde estaba, pegado a la carne. Malas noticias.

—Aceptaría que estás siendo víctima de actos de brujería, pero no percibo a nadie por los alrededores, aparte de los residentes habituales —dijo Leif, sin dejar de buscar la causa del problema—. No obstante, ahora que has hecho una sutil mención al tema…

—¿Eso es lo que acabo de hacer? —pregunté, rezumando tensión—. ¿Una sutil mención al tema de las brujas? Porque a mí me daba la impresión de que hacía algo totalmente diferente, como servir de carne en una barbacoa de brujas.

—Ruego que me perdones. Intentaba encontrar la forma de abordar el tema, pero no he sabido plantearlo. Mi motivo profesional para visitarte esta noche era decirte que Malina Sokolowski ha aceptado tus últimas condiciones sin revisiones ni enmiendas. Está dispuesta a firmar el tratado de no agresión en cuanto tú lo desees.

—Sí, bueno. —Me estremecí al tirar de la cadena de plata del amuleto, pues me arranqué un poco de piel chamuscada—. Esto deja el tratado de no agresión en una posición un poco comprometida, ¿no?

—No. —Leif negó con la cabeza—. Ella no haría algo así tan cerca de firmar la paz contigo.

—Quizá sea el momento perfecto para atacarme. Todavía no hemos firmado nada, así que eso la sitúa entre los primeros de mi lista de sospechosos.

Malina era la nueva dirigente de un aquelarre de brujas polacas que se llamaban a sí mismas las Hermanas de las Tres Auroras y que reclamaban para sí la zona del valle oriental —como solían referirse los autóctonos al territorio que abarcaba las ciudades de Tempe, Mesa, Scottsdale, Chandler y Gilbert— desde los años ochenta, mucho antes de que yo llegara. Cuando aparecí en la ciudad a finales de los noventa, lo único que hicieron fue ignorarme. Al fin y al cabo, era un solo tipo y no suponía ninguna amenaza, pues mi poder se reducía a cierto talento con las hierbas medicinales. Nos habíamos limitado a «vivir y dejar vivir», hasta que nuestros intereses entraron en conflicto: ellas estaban interesadas en ayudar a un dios que quería matarme (en principio, yo creía que a cambio del libre paso por Tír na nÓg, pero la recompensa resultó ser un estado en Mag Mell) y yo estaba interesado en conservar la vida. Fue entonces cuando descubrieron que me habían infravalorado de una forma increíble. Antes eran trece, pero seis de ellas murieron tratando de matarme; y a pesar de las sentidas declaraciones de Malina sobre la paz y la no violencia, yo seguía pensando que aprovecharía cualquier oportunidad para vengar a sus compañeras.

—Espero que no sugieras que le haga una visita —dijo Leif con voz monótona.

—No, no, yo mismo la llamaré.

—Me alivia enormemente oír eso. Por cierto, tu vecino entrometido está comenzando a interesarse por nosotros.

—¿Te refieres al señor Semerdjian?

—El mismo.

Miré hacia el otro lado de la calle, sin apenas mover la cabeza. Vi que dos de los listones de la persiana veneciana de la casa de enfrente estaban un milímetro más separados que el resto, y no me cabía duda de que en el espacio oscuro que había entre ellos acechaban los ojos aún más oscuros de mi odioso vecino.

—No… hueles nada diferente en él, ¿verdad? —pregunté a Leif.

—¿Diferente en qué sentido? —preguntó mi abogado.

—¿Un tufillo a Fae? ¿Un tufillo a demonios?

Leif soltó una risita irónica y sacudió la cabeza.

—El mundo nunca sabrá hasta qué punto eres paranoico.

—Espero que no, porque entonces podría pillarme desprevenido. ¿A qué huele?

Leif arrugó la nariz, asqueado.

—A perrito caliente con chile y mostaza y a cerveza
light
barata. Por sus venas corre grasa y alcohol.

Guau. No sabía que tuviera tan buen olfato
, comentó
Oberón
.

—Tanto olfatear sangre me ha recordado que esta noche todavía no he bebido —continuó Leif—. Así que, ahora que ya he cumplido con mi deber, me parece que te dejaré aquí recuperándote y con tu caza de brujas personal. Pero, antes de irme, dime que al menos considerarás la propuesta de unirte a mí y a otros en una alianza contra Thor. Tómate tu tiempo para reflexionar sobre los beneficios y no lo descartes enseguida. Te lo pido como un favor personal.

—De acuerdo, como un favor personal —repuse—. Lo pensaré. Pero, para serte sincero, Leif, no quiero darte falsas esperanzas. Matar a Thor es un honor con el que no sueño.

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