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Authors: Albert Boadella

Tags: #Ensayo

Adiós Cataluña (13 page)

BOOK: Adiós Cataluña
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• 11 actos de desagravio, con rosarios, misas y asistencia del obispo;

• 2 cócteles molotov durante el montaje de la obra en Oviedo;

• ametrallamiento de la fachada del teatro en Valencia;

• atentado a la compañía, en grado de tentativa, aflojando las ruedas del vehículo en que viajaban;

• escuchas telefónicas en mi domicilio de Pruit;

• quema de los camiones en Alicante;

• 18 puñaladas al actor Jaume Collell;

• batalla campal en Cáceres entre manifestantes contra la obra y espectadores de esta, provocando varios heridos;

• rescisión de contrato en nueve teatros;

• ataque literario generalizado de la extrema derecha y la progresía, con un total de 246 referencias en artículos y críticas;

• enfrentamiento público entre Manuel Fraga y Felipe González en el debate sobre el Estado de la Nación. El entonces presidente defendió la libertad de expresión, pero mintió diciendo que no le gustaba la obra, cuando nosotros sabíamos que no la había visto.

A pesar de la violencia de los combates y de un adversario tan gigantesco, esta vez salimos victoriosos. Ganamos los procesos, nuestro herido grave se recuperó totalmente y el material devastado fue repuesto con los beneficios de la campaña. Nunca consiguieron eliminar la presencia de la compañía en ninguna de las plazas soliviantadas por el enemigo. El obispo de Burgos declaró que antes que actuar allí pasaríamos sobre su cadáver, y acabamos actuando sin tener que realizar tan macabra acción. Contestamos a los ataques traicioneros de la progresía con sus mismas armas literarias, y cuando no pudo ser en papel impreso, lo hicimos a las cinco de la madrugada por teléfono. Contrariamente a
La Torna
, nuestra milicia respondió con admirable bravura; jamás retrocedieron ni perdieron nunca el sentido del humor, virtud imprescindible para mantener alta la moral en combate.

Nada sabemos de los estragos sufridos por el bando enemigo. Me refiero, naturalmente, a los siniestros psíquicos y morales, porque nuestras armas solo disparan en esa dirección. Desconocemos si la frustración histórica que supuso no poder quemar en la hoguera a unos viles titiriteros fue causa de algún problema cardíaco en el clero beligerante. También ignoramos si en las posteriores muertes naturales de los prelados además de la avanzada edad, tuvo algo que ver la erosión de su sistema nervioso a causa de nuestros jocosos contraataques. Si ello les restó algún año de vida a sus eminencias, no era esa nuestra intención y lo lamentamos de veras, porque es facultad del vencedor ser ampliamente magnánimo con el vencido. En todo caso, la victoria obtenida significó una reparación póstuma hacia tantos miembros del gremio que en tiempos pasados fueron cruelmente perseguidos, encarcelados y enterrados fuera de los cementerios por el mismo ejército que nos persiguió a nosotros. En mis adentros sigo pensando: ¡A tu salud, querido Moliere!

Lo que no sabía entonces es que el enemigo, no pudiendo conseguir que la justicia ordinaria me empapelara, tenía un plan para enviarme directamente ante la justicia divina. Esa confirmación se la debo a Juanma Crespo, ex presidente de Falange Española y militante de Fuerza Nueva.

En un libro de reciente publicación, titulado
Memorias de un ultra
, este ex activista de la ultraderecha narra, con todo lujo de detalles, cómo proyectaron primero poner una bomba en el teatro y luego se decidieron por ametrallar la fachada y quemar los camiones. Pero lo más relevante del asunto es el plan que había elaborado el grupo ultra para asesinarme:

... Alguien tomó la palabra y propuso un golpe más osado, una solución drástica que acabara con
Teledeum
de una vez y para siempre. Simplemente, se trataba de asesinar a Boadella... y sabían cómo. Haciendo alarde de un aplomo increíble, comenzaron a desglosar la información obtenida sobre el controvertido autor catalán. Supimos que Boadella se alojaba en un céntrico hotel de Valencia y que, aunque debido a la cantidad de amenazas recibidas se vio forzado a tomar ciertas precauciones, su carácter independiente se imponía a la prudencia y atentar contra él no suponía un gran problema. Prosiguieron detallando concienzudamente todos los pasos que la posible víctima realizó durante los últimos días y matizaron que aunque cuidaba su seguridad no se extralimitaba en ella. Para ultimar la misión se contaba con los servicios de un pistolero. Finalmente, se comentó que la policía estaba por la labor de hacer desaparecer al joglar y que, como cabeza de turco, detendrían a un antiguo militante de Fuerza Nueva que había elegido el mal camino y estaba causando más de un quebradero de cabeza a las fuerzas de seguridad... Solo faltaba que los presentes dieran el visto bueno a la operación...

Como queda patente, por alguna conjunción astral, no se llevó a término mi ascenso a mártir de la farándula, pero lo más chocante del asunto es que quien se opuso radicalmente al atentado fue un miembro del mismo grupo que clamaba indignado: «¡En esta mesa somos católicos y no buscamos matar a nadie!».

¡Gran paradoja! Y más aún cuando el ex jefe de Falange, mientras narra otras acciones, incluye un detalle muy significativo: la orden de ametrallar el teatro y quemar los camiones no venía de Blas Piñar (presidente nacional de Fuerza Nueva), sino de un obispo... ¡Vaya! ¡Vaya! Un escarmiento en efigie.

Si aquello no fue una guerra, que baje del cielo el cardenal Jubany y me lo niegue.

La paz sea con nosotros. Amén.

AMOR VIII

Lo insólito de mi amada es que, reproduciendo su personalidad rasgos de mujer arcaica, está en todo momento exhaustivamente informada sobre la más reciente actualidad política, cultural o científica. Después de un minucioso repaso suyo por libros, periódicos o Internet, puedo salir al ruedo sin temor a pasar por marciano. Su síntesis no es nada fácil: hay que saber extraer la sustancia de cada cosa, detectando los niveles de falsedad, ignorancia y tergiversación de los medios (que son hoy considerables). Mi mujer es una obsesa de la verdad.

Esa pasión suya por la realidad ha constituido el núcleo de su arte, pero no sabría decir si ha sido la pintura la que le ha dotado de una mirada tan certera sobre el entorno, o viceversa. En esos ejercicios reconozco mi inopia personal: hay veces que construyo suposiciones de sofisticada perversidad ajena donde no hay más que torpeza, y otras, caigo en la más crédula candidez ante una tangible picaresca. Si no la tuviera a mi lado, se multiplicarían por diez los avisperos en los que ando metido un día sí y otro también.

Lo cierto es que jamás me lanzo a ninguna operación bélica sin previo informe suyo sobre el terreno que voy a pisar, pues, como ya lo he señalado, mi juicio es excesivamente radical y tiende a situarse en los extremos, buscando la espectacularidad dramática del tema. Contrariamente, Dolors me sitúa en los más contradictorios matices, y en última instancia, siempre en la indulgencia. En términos escénicos, ella sería la antítesis de Lady Macbeth. Que, por cierto, es un curioso y abundante reducto femenino, cuando una mujer experimenta el apocamiento de su macho.

Sigo. Para empezar nuestra jornada le aconsejo a Dolors que, mientras preparamos el desayuno, sintonice siempre la COPE. Federico Jiménez Losantos quita instantáneamente los restos de somnolencia. Nos reímos juntos, pensando en la histeria de nuestros conciudadanos catalanes, los cuales le consideran el peor enemigo de la historia, después de Felipe V y el Generalísimo. Se olvidan con facilidad del recuerdo que le dejó grabado el catalanismo en su mente y en su rodilla. Un atentado del que hace muy poco la televisión pública catalana daba voz a un tipo que con total desvergüenza se despachaba así sobre el tema: «En un momento determinado estas cosas se deben parar [se refería a los no nacionalistas]. Es preciso un cierto nivel de violencia respecto a esa gente, porque, entre otras cosas, solo entienden este lenguaje». Solo le faltó animar al personal para volver a repetirlo.

Pues bien, con verbo inflamado, furibundo y sarcástico a la vez, Losantos ha construido un personaje provocador que contrarresta el derrame laudatorio del Gobierno en la SER. Los periodistas que tienen como única vocación la defensa incondicional del Gobierno resultan bastante más aborrecibles que los fustigadores compulsivos del poder. Ciertamente, Losantos es un excesivo en sus amores y fobias, pero la diferencia con los otros está solo en que unos utilizan el guante blanco, y Losantos, sin guante, reparte los guantazos. Literarios, por supuesto.

Los comentarios radiofónicos nos llevan a los primeros temas de conversación, mientras probamos la mermelada de limón recién hecha el día anterior. ¡Cuántas horas hemos hablado juntos! Nuestros hijos, de críos, nos acusaban de pasarnos el día hablando. Sentían, seguramente, que nuestro amor podía menguar una parte de sus mimos, y, en cierta medida, tenían razón.

Empiezo yo.

—¿Has escuchado? Dicen que en España hay cuarenta y cuatro mil millonarios más.

—¡Fantástico! Es una gran noticia.

Ni un rastro de preocupación en su rostro aparentando recordar las clases desfavorecidas y el Tercer Mundo. Queda claro que, en su opinión, una cosa nada tiene que ver con la otra, y que aumente el número de ricos no es una desgracia para los pobres. Esta falta de imposturas piadosas y el sentido práctico de la vida, a las nueve de la mañana, es reconfortante.

Seguidamente pasamos a comentar la nueva mermelada con la que, gracias a la productiva cosecha de nuestro limonero, se han llenado quince tarros. Son deliciosas. Utilizo el plural porque ha preparado dos versiones. La suya, con poco azúcar, dejándole el sabor ligeramente amargo de la corteza, y la mía, de niño mimado, mezclándole una pizca de mantequilla y huevo, y, naturalmente, más dulce. Su austeridad pirenaica se nota hasta en la mermelada, porque la elaboración le ha significado un trabajo de muchas horas; pero Dolors es incapaz de quedar impasible ante unas frutas que languidecen. Ni las frutas, ni la comida, ni mucho menos el pan. En casa no se tira una miga. De aquí, las suculentas sopas de hierbabuena o tomillo para los días de ayuno por algún empacho.

Seguimos charlando. Ahora repasamos la información sobre la manifestación de ayer, donde los actores de cine y teatro figuraban a la cabeza. Yo me despacho con mi propio gremio.

—Pura patología exhibicionista... Son todos antiyanquis y después copian las ceremonias de los Oscar y se desviven por ser contratados en Hollywood.

¡Pataplás! ¡Plas! Con el matamoscas que tiene siempre a mano, acaba de eliminar dos ejemplares molestos, en una nueva demostración de pericia, esta vez, con taza de café en la mano. Su habilidad en la caza del bicho invasor es prodigiosa: los liquida en los lugares más peliagudos sin causar estragos colaterales. Puede realizarlo sobre la pantalla de una lámpara, en el borde de un jarrón, en la cabeza de una estatuilla o en mi propio brazo. Lo que asombra de su gesto es su precisión, sin apenas precipitación, y empleando nada más que el esfuerzo exacto para poner fuera de combate al insecto, pero sin desperdiciar ningún sobrante de energía, cosa que, además, podría afectar a la integridad del objeto.

Su gesto es para mí muy revelador. No hay gestos intrascendentes, cualquier impulso del cuerpo dispara un sinfín de indicadores, y lo hace de forma mucho más perceptible que algo tan autocontrolado como la palabra. El conocimiento de Dolors me lleva a vislumbrar, en la simple acción de finiquitar moscas, diversos rasgos de su personalidad, como, por ejemplo, su eficaz sentido del tiempo y la armonía que es capaz de adjudicar al más intrascendente acto de su vida. En este aspecto he tenido que controlar ante ella mi ritmo ansioso y agitado, si no quería alterar su natural serenidad. Al principio, me costaba mucho adaptar mi
allegro con fuocco
a su
moderato con tenerezza
, mas, con los años, he conseguido acoplarme lentamente a una cadencia apacible, en la que los acontecimientos toman una dimensión de mayor sensatez y la salud sufre bastante menos. Si viviera mi madre, no reconocería aquel saco de nervios que era su hijo.

—No hay nada que decir sobre la gente que expresa libremente sus ideas; a ti lo que te molesta de tus colegas es que siempre se manifiestan por el mismo bando.

—Será legítima su actitud, pero los conozco y sé que a la mínima ocasión exhiben el complejo de superioridad moral de la izquierda. Esta idea tan asumida de que tienen la exclusiva de todos los valores humanísticos es exasperante. Ellos ostentan el monopolio de la cultura, y la que no proviene de su lado es pura comercialidad reaccionaria. Me cabrea este sectarismo.

Al expresar la última frase parece que he arrugado la frente y las cejas, en una típica expresión mía de malas pulgas. Ella me pasa suavemente la mano por la cara para que no ponga esas máscaras escénicas al empezar la jornada; lo hace con tal delicadeza que al instante recupero mi cara de Boadella pacífico.

—Tampoco la derecha en España ha sido especialmente sensible en estas cuestiones. Reconocerás su inclinación natural por la caspa. Entre el esnobismo y la cutrez...

Ciertamente, tenía razón. Se podría añadir: Entre los cuadrúpedos de la derecha y los impostores de la izquierda... ¡estamos rodeados!

—¿Te pongo café?

Se hallaba atenta a mi taza vacía. Yo jamás he reparado en si le faltaba café o leche, y, en cambio, le lleno siempre la copa de vino como un solícito
maitre
. ¿Por qué? ¡Automatismos de especie!

—Los artistas de la derecha no salen nunca a la calle, porque serían minoría. De hecho, en el mundo cultural conservador cada uno tira por su lado, y se da la paradoja de que, ante la posibilidad de que les llamen reaccionarios, promocionan cualquier delirante insensatez.

—Pero quizá son menos dogmáticos...

No tenemos nunca prisa para finalizar las conversaciones durante el desayuno. Intentamos recuperar ocho horas de cama sin hablarnos. Cuando se levanta para recoger la mesa, yo acudo diligente en su ayuda. Intento borrar rápidamente las huellas de mi chapucería, que consisten en profusión de migas por todas partes, alguna gota de mermelada en el mantel, e, invariablemente, la servilleta en el suelo.

—Déjalo, déjalo —me dice siempre ella, porque mis ayudas se sitúan más en el terreno de la teoría solidaria que en el de la eficacia.

No sería la primera vez que, después de buscar afanosamente la azucarera por todas partes, aparece en la nevera o el lavaplatos. Hago propósitos constantes para sorprenderla con exquisita sensibilidad hacia estos menesteres, pero o la genética pesa mucho, o mi voluntad no está a la altura de la enorme dificultad. En mi descarga debo aclarar que tampoco me tengo por más inútil que otros hermanos de especie; lo que ocurre es que Dolors pone un listón casi imposible de superar en esas tareas.

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