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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico

Ámbar y Sangre (6 page)

BOOK: Ámbar y Sangre
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—Entonces, lo que queréis es recuperar su cadáver, ¿verdad, señor? —Krell estaba decepcionado.

-¡Es una diosa, idiota! ¡No puede morir! Por la calavera, ¡acabaría antes mandándoselo a la escoba! Tengo que irme ya...

-Pero ¿por dónde debería empezar a buscar, mi señor? -preguntó Krell, pero no recibió respuesta alguna.

No obstante, Krell ya tenía una idea. Se trataba del monje de Mina, el que había encontrado en la gruta. En un primer momento, Krell había creído que el monje era su amante. Pero ya no estaba tan seguro. De todos modos, parecía que Mina sentía un interés especial por él. Se había escabullido del castillo de Chemosh para reunirse con él en secreto en la gruta. Era poco probable que el monje se hubiera ido a ningún sitio.

Krell se levantó y entonces se dio cuenta de que no era muy buena idea enfrentarse a Mina envuelto en una manta.

—¡Mi señor! -gritó Krell-. ¡Un Acólito de los Huesos! ¿Os acordáis?

Chemosh se acordaba perfectamente. Concedió a Krell los poderes de un Acólito de los Huesos y, aunque no eran tan impresionantes como cuando había sido un Caballero de la Muerte, Krell quedó satisfecho con los resultados.

5

Beleño entró en la gruta, tambaleándose debajo de un montón de leña. La dejó caer en el suelo y después se quedó mirando fijamente a la niña, que yacía inmóvil sobre las piedras frías, mientras Rhys le frotaba las manos heladas para intentar que entrara en calor. Atta entró trotando, olfateó a la pequeña, dejó escapar un gruñido y se retiró a la otra esquina de la cueva.

—Necesitamos yesca para encender el fuego -dijo Rhys—, A lo mejor sirven unas algas. Si pudieras darte prisa...

Mascullando para sí, Beleño llamó a Atta y los dos volvieron a salir. Rhys esperaba que no perdieran el tiempo. Sentía la piel de la niña fría y húmeda, los latidos de su pequeño corazón eran lentos y débiles, y tenía las uñas y los labios azulados.

La habría envuelto en su propia túnica, pero estaba tan mojada como el blusón de algodón que llevaba ella.

Paseó la mirada por la gruta, que había sido un santuario de Zeboim. En el extremo más lejano se alzaba un altar dedicado a la diosa. No le había prestado demasiada atención cuando el minotauro lo había llevado allí. Tenía asuntos mucho más acuciantes de los que preocuparse, como el hecho de estar encadenado a la pared o de que lo amenazaran con despiadadas torturas y la muerte. Pero en ese momento, con la esperanza de encontrar algo que pudiera servirle, se apartó de la pequeña y avanzó hacia el fondo de la cueva para observar el altar desde más cerca.

Estaba toscamente tallado en una sola pieza de granito con vetas negras y rojas.

Alguien había colocado cuidadosamente una caracola sobre el altar, adornado con una pieza de seda desgastada de color verde mar. Después de susurrar para sí una oración de agradecimiento a Majere y otra pidiendo perdón a Zeboim por profanar su altar, Rhys levantó la caracola, cogió la tela y volvió a colocar cuidadosamente la concha.

Rhys quitó a la niña el blusón empapado, la frotó con la tela hasta que estuvo seca y la envolvió en ella. La pequeña asomaba entre los pliegues como si estuviera dentro del capullo de seda con el que habían hilado la ofrenda a la diosa. La niña dejó de tiritar. Un leve color le iluminó las mejillas y se borró el azul de sus labios.

—Gracias, Zeboim —dijo Rhys en voz baja.

-No puedo decirte que de nada-contestó la diosa del mar, de repente-. Por lo menos no te olvides de limpiar la tela y ponerla en su sitio cuando hayas terminado.

Zeboim entró en la gruta muy silenciosamente para lo que era costumbre en ella, envuelta únicamente por una suave brisa que agitaba su túnica de un color verde azulado y ribeteada de espuma a la altura de los pies desnudos. Dedicó una mirada a la niña que estaba en el suelo, sin demasiado interés.

—¿De dónde has sacado a esa niña medio ahogada?

—La encontré en la orilla durante la tormenta, el agua la había arrastrado hasta allí —contestó Rhys, observando a la diosa con detenimiento.

—¿Quién es? —preguntó Zeboim, aunque no parecía importarle demasiado.

-No tengo la menor idea -respondió el monje. Se quedó callado un momento, y después añadió en voz baja—: ¿La conocéis, majestad?

—¿Yo? No, ¿por qué iba a conocerla?

—Por nada, majestad -dijo Rhys, con un suspiro de alivio. Beleño debía de estar equivocado.

Zeboim dio una zancada por encima de la niña y se arrodilló delante de Rhys. Alargó la mano y le acarició la mejilla.

—¡Mi querido monje! -dijo con voz dulce-, ¡Me alegra tanto ver que estás sano y salvo! La preocupación me consumía por dentro.

-Os agradezco que os preocupéis por mí, majestad -repuso Rhys débilmente-. ¿En qué puedo serviros?

-¿Servirme? —Zeboim estaba consternada-. No, no. Sólo vine para interesarme por tu salud. Dónde está tu amigo, ese... hm... ese pequeño kender encantador. Y el chucho. Perro. El perro, quería decir. Ese perro precioso. Mi querido monje, estás tan mojado y con tanto frío. Deja que te caliente.

Zeboim fue de un lado a otro alrededor de Rhys. Después de secar la túnica con un simple toque de su mano, la diosa prendió el montón de leña

con un chasquido de dedos. Mientras tanto, Rhys la observaba en silencio, sin dejarse engañar por sus lisonjas. La última vez que había visto a la diosa del mar, ésta le había asegurado que estaría encantada de presenciar cómo moría a manos de Mina.

-Así. Mucho mejor, ¿verdad? -preguntó Zeboim, solícita.

-Gracias, majestad -contestó Rhys.

-Si hay cualquier otra cosa que pueda hacer por ti...

—Quizá decirme por qué habéis venido —sugirió Rhys.

Zeboim pareció molestarse.

—Está bien —dijo con voz cortante—. Ya que quieres saberlo, estoy buscando a Mina. Se me ocurrió que podía haber acudido a ti, ya que parecía encontrarte interesante. No soy capaz de explicármelo. Yo te encuentro tan anodino como el agua de fregar los platos. Pero Mina no dejaba de hablar de ti y pensé que podría estar aquí.

Recorrió la gruta con la mirada y se encogió de hombros.

—Por lo visto, estaba equivocada. Si la ves, tienes que decírmelo. Por todos esos grandes momentos que compartimos...

Cuando ya se iba, sus ojos volvieron a posarse en la niña envuelta en la tela del altar. Zeboim se detuvo, sin dejar de mirarla.

La pequeña estaba tumbada sobre un costado, acurrucada hecha un ovillo. El rostro se ocultaba debajo de la seda, pero las trenzas pelirrojas y despeinadas podían verse perfectamente, iluminadas por las llamas. La diosa miró a la niña y luego a Rhys.

Zeboim ahogó un grito. Se agachó rápidamente sobre la niña. La diosa del mar cogió la tela del altar y la retiró bruscamente del rostro de la pequeña. Después cogió a la niña por la barbilla y le giró la cabeza hacia la luz de la hoguera. La niña se despertó con un grito.

-¡Parad! -exclamó Rhys ásperamente, interponiéndose entre ellas-. ¡Estáis haciéndole daño!

Zeboim se echó a reír descontroladamente.

—¿Haciéndole daño? ¡No le haría daño ni aunque le clavara una daga en el corazón! ¿Esto lo ha hecho Majere? ¿Acaso cree que puede ocultármela con este disfraz tan tonto... ?

-Majestad... -empezó a decir Rhys.

-¡Ay! -exclamó Zeboim, retirando la mano. Bajó la vista hacia la niña, perpleja—. ¡Me ha mordido!

-¡Y si vuelves a acercarte, te muerdo otra vez! -gritó la niña-. ¡No me gustas! ¡Vete!

Se ajustó bien la tela alrededor del cuerpo, se hizo un ovillo y cerró los ojos.

Zeboim se chupó la sangre que le manaba de la mano y miró a la niña fijamente.

—¿No me conoces, pequeña? —preguntó—. Soy Zeboim. Tú y yo somos amigas.

—Nunca antes te había visto —repuso la niña.

—Majestad —dijo Rhys, nervioso-, ¿quién es esta niña? Parece que la conocéis.

—No juegues conmigo, monje —contestó Zeboim.

—No estoy jugando con nadie, majestad —respondió Rhys con total sinceridad.

Zeboim desvió los ojos hacia él.

—Estás diciendo la verdad. Realmente no lo sabes. —Hizo un gesto hacia la niña dormida-. Es Mina. O más bien debería decir que era Mina. No tengo la menor idea de quién cree que es ahora.

—No lo entiendo, majestad.

—No eres el único —repuso la diosa con tono grave—. ¿Dónde la encontraste?

—Estaba en el mar durante la tormenta. Estuvo a punto de ahogarse...

—¿En el mar? —repitió Zeboim. Después, añadió en un murmullo—: ¡Claro! Saltó al mar desde la muralla. Y vino a ti, el monje que la conocía...

—Majestad —dijo Rhys—, necesito que me digáis qué está pasando.

Zeboim lo miró.

-Mi querido monje. Sería tan divertido marcharme y dejarte dando vueltas en la más absoluta ignorancia, pero ni siquiera yo soy tan cruel. No tengo tiempo para los detalles, pero te contaré esto. Esta niña, esta pequeña, esta Mina es una diosa. Es una diosa que no sabe que lo es, una diosa a la que Takhisis engañó para que creyera que era una humana. Lo que es más, es una diosa de la luz a la que han burlado para que sirva a la oscuridad. ¿Por ahora me sigues?

Rhys la miraba fijamente, estupefacto.

—Ya veo que no. —Zeboim se encogió de hombros—. Bueno, tampoco importa demasiado. Estás unido a ella. Como iba diciendo, la pobre Mina tuvo la desgracia de enamorarse de Chemosh y, como hacen todos los hombres, él le rompió el corazón. Mina intentó recuperarlo entregándole un regalo. Arrancó la Torre de la Alta Hechicería de las profundidades de mi mar y la puso en esa isla que está ahí. Todos nos quedamos asombrados. Para la mayoría de nosotros, aquél era el primer indicio de que era un dios. Majere ya lo sabía, por supuesto.

—No me lo creo... No puedo creérmelo... —Rhys se interrumpió, al recordar el nombre del lugar al que se había referido como su hogar—, Si lo que decís es cierto, majestad, ¿cómo ha podido llegar a convertirse en esto? ¿Una niña?

—Sólo los dioses lo saben -contestó Zeboim—. No, espera. Lo retiro. Nosotros los dioses no tenemos la menor idea. Crees que estoy mintiendo, ¿no es así?

Rhys se sentía avergonzado.

-Majestad...

Zeboim lo agarró por el brazo y clavó las uñas a través de la tela de la túnica, hasta hundirse en la carne. Le miró fijamente a los ojos, más allá de los ojos, a la mismísima alma.

—Puedes creerme o no, tú eliges —le dijo entre dientes—. Como ya he dicho, eso no importa demasiado. Mina acudió a ti. Lo que quiero saber es... ¿por qué? ¿La envió a ti Majere? Todos nosotros prestamos juramento. Se supone que no vamos a interferir. ¿Majere ha roto el juramento?

En ese momento, Rhys comprendió que Zeboim decía la verdad y le recorrió un escalofrío. Apartó la mirada de la diosa y la dirigió al pequeño bulto de la niña acurrucada, envuelta en una tela desgastada, dormida sobre el suelo frío y húmedo de una cueva; y la recordó luchando contra las olas de la tormenta provocada por los dioses. No entendía cómo funcionaban las cosas en el cielo, pero sí que sabía un par de cosas sobre el sufrimiento de los mortales.

—A lo mejor vino porque estaba sola y asustada —dijo Rhys— y necesitaba un amigo.

Zeboim despedazó a Rhys con la mirada, examinó cada trozo y después lo lanzó lejos de ella. El monje se apoyó tambaleante sobre la pared de piedra.

-Pues buena suerte con tu nueva amiguita, monje.

La diosa del mar desapareció en una ráfaga de viento y lluvia.

Aturdido, Rhys bajó los ojos hacia la niña.

-Majere -rogó, atribulado-, ¿es vuestra voluntad que yo deba encargarme de este cometido?

-¡Rhys! -aulló una voz. Rhys se sobresaltó un momento, hasta que se dio cuenta de que era la voz de Beleño.

-¡Rhys! ¿Es seguro entrar a la cueva? -el kender gritaba desde fuera de la gruta-. ¿Zeboim se ha ido?

-Ya se ha ido. -«Por el momento», añadió Rhys mentalmente, pues estaba seguro de que aquéllas no serían las últimas noticias que tendrían de la diosa.

Beleño entró con precaución, escudriñando las sombras, como si estuviera seguro de que la diosa podía abalanzarse sobre él en cualquier momento. Entonces vio el fuego y chasqueó los dedos.

-Vaya, sabía que se me olvidaba algo. Se suponía que tenía que ir a buscar yesca...

—Ya no hace falta —contestó Rhys, con una sonrisa.

—Sí, eso ya lo veo. Me imagino que me olvidé de la yesca de lo nervioso que me puse cuando encontré otra cosa. No quería meterla en la cueva mientras estuviera ya sabes tú quién. Pero como se ha ido, voy a buscarla.

Salió corriendo de la gruta y volvió con una rama larga y delgada que el mar había arrastrado. La sostuvo en alto, orgulloso.

-La encontré tirada en la orilla. ¿No te recuerda a tu antiguo bastón? El emético o como se llame. Bueno, Atta y yo pensamos que podías utilizarlo.

—El emmide —le corrigió Rhys en voz baja.

Cogió el viejo bastón y cerró los dedos alrededor de la madera. Sintió que una calidez agradable le subía por el brazo y se extendía por todo su cuerpo. Y envuelto en esa calidez, oyó la voz del dios y supo la respuesta de Majere.

Rhys apoyó el cayado en la pared y extendió la camisola mojada de la niña cerca del fuego, para que se secara. La pequeña dormía profundamente, con la respiración pausada y regular. Rhys se dejó resbalar hasta el suelo y se recostó en la pared. Estaba agotado, tanto física como mentalmente. No se acordaba siquiera de la última vez que había dormido.

-Oí a Zeboim gritándote. ¿Qué quería? -preguntó Beleño.

—Atta y tú teníais razón. Esta niña es Mina —dijo Rhys. Cerró los ojos.

—¡Vaya! -exclamó Beleño, casi sin aliento.

Se desprendió de todas sus bolsas, después se quitó las botas, vació el agua que llevaban dentro y las acercó a las llamas, para que se secaran.

—Mis botas siguen oliendo a cerdo salado -dijo el kender—. Lo que me recuerda que la cena ya ha quedado muy lejos. Me pregunto si habrá sobrado algo de cerdo.

Se acercó a la bolsa de cerdo salado que les había dejado el minotauro por todo alimento y miró dentro. Atta lo observaba esperanzada. El kender sacudió la cabeza y la perra agachó las orejas.

-Vaya, bueno. Supongo que podemos esperar hasta la hora de comer, ¿verdad, chica? —dijo Beleño, dándole una palmadita—. Oye, Rhys, ¿Zeboim te dijo cómo se había convertido Mina en una niña pequeña? Había oído historias de gente que envejece diez años en una sola noche, pero nunca al revés. ¿La diosa tuvo algo que ver en eso? ¿Ella hizo algo? ¿Rhys?

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