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Authors: Fredric Brown

Amo del espacio

BOOK: Amo del espacio
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Es innegable que el hombre que busca a una mujer verde, el detective que, en lugar de entregar los maleantes a la policía, los convierte en personas decentes, el último hombre sobre la Tierra que oye llamar a su puerta, la rata que habla con acento alemán, etc., tienen todos un parecido: lo insólito.

Estos relatos de Fredric Brown son todos ellos dignos de figurar en una antología de cuentos de Anticipación. Después de haber leído, por ejemplo,
Pi en el cielo
—este rasgo de humorismo futurista que nos recuerda a Wodehouse— o
Llamada
—este feliz hallazgo de describir todo el patetismo y la intriga de una situación en sólo dos líneas— o
Ratón estelar
—en que lo fantástico se mezcla con lo cómico y lo sentimental en una armonía de una delicadeza exquisita— o
Ven y enloquece
—donde se impresiona profundamente al lector con una obsesionante historia de gran fondo filosófico que nos recuerda a Edgar Poe—, el lector de
Amo del espacio
estará de acuerdo en que en muchas novelas de dimensiones corrientes, el autor no ha dado tanto de sí como en estos relatos.

Fredric Brown

Amo del espacio

ePUB v1.0

chungalitos
09.10.11

Título original:
Space on my Hands

Traducción: Félix Monteagudo

© 1953 by Fredric Brown

© 1956 E.D.H.A.S.A

Av. Infanta Carlota 129 - Barcelona

Edición digital:
Sadrac

Prólogo

por Miguel Masriera

COLECCIÓN NEBULAE presentó ya a Frederic Brotan a los lectores de habla castellana con la novela «Universo de locos» (Nº 18), que ha tenido el éxito que merecía, dejando al público con ganas de saborear más obras de este autor. Para satisfacerlas nos ha parecido oportuno publicar esta otra novela, o colección de novelas
Amo del espacio
(en inglés
Space on my hands
).

Como verá el lector las historietas que componen esta novela están completamente desligadas entre sí en el argumento, de manera que pueden leerse independientemente sin que al parecer tengan otro nexo común que el haber sido escritas por el mismo autor. Digo al parecer porque creo que, reflexionando bien, puede encontrársele una semejanza a todas ellas y es el que en todas se muestra algo tan fuera de lo corriente, tan paradójico, aunque en realidad se justifique, que el lector no puede dejar de reconocer, como rasgo común, una imaginación prodigiosa, una originalidad indiscutible y un estilo tan directo, vivo y ágil que hacen que la lectura sea siempre amena e interesante.

Quizá por esto el autor antepone a la colección una lista de los protagonistas de cada historia, aunque sean personajes que en el libro no se relacionen nunca, pero no me negarán ustedes que el hombre que busca una mujer verde, el detective que, en lugar de entregar los maleantes a la policía, los convierte en personas decentes, el último hombre sobre la Tierra que oye llamar a su puerta, el asesinado de cinco maneras diferentes, la rata que habla con acento alemán, etc., tienen todos un parecido: lo insólito.

Según mi humilde criterio estas novelitas son, casi todas, dignas de figurar en una antología de novelas cortas de este género, porque son lo que debe ser la novela corta o sea, no un capítulo de una novela larga, sino una novela concentrada. Cualquiera de las que forma esta colección podría evidentemente haberse ampliado a las dimensiones de una novela corriente; hay en ellas suficiente originalidad y argumento para ello, es más: hubiera sido muy fácil hacerlo y si Brown no lo ha hecho es sin duda para, en un alarde de su poderosa inventiva, dar al público, en una novela, material suficiente para haber escrito nueve.

Después de haber leído, por ejemplo, «Pi en el cielo» —este rasgo de humorismo futurista que nos recuerda a Woodhouse— o «Llamada» —este feliz hallazgo de describir todo el patetismo; la intriga de una situación en tan sólo dos lineas— o «Ratón estelar» —en que lo fantástico se mezcla con lo cómico y lo sentimental en una armonía de una delicadeza exquisita— o «Ven y enloquecen —donde, por rutas completamente distintas, se impresiona profundamente al lector con una obsesionante historia de gran fondo filosófico que nos recuerda a Edgar Poe—, el lector espero que estará de acuerdo conmigo en que en muchas —en la mayoría, por desgracia— de novelas de dimensiones corrientes, el autor no ha puesto tanto de sí como en estas historietas, alcaloide de buena novela.

Querría, para terminar, que el lector me permitiese darle un consejo y es el de no dejarse influir por el Prefacio del autor. En él, éste, con el desenfado y la soltura que le son habituales quiere alardear de despreocupado e incluso parece asomar una punta de cinismo en su confesión de que ha escrito estas novelas tan sólo para ganar dinero. Francamente, después de leerlas, no puedo creerle. Desde luego, no tengo el gusto de conocer personalmente a Frederic Brown, pero no me lo imagino con la desfachatez y la despreocupación de que alardea. No; apostaría mucho a que Frederic Brown quiere darnos esta impresión de sí mismo por coquetería o incluso (si se quiere, por aquello de que se presume siempre de lo que a uno le falta), por timidez. Estoy seguro de que estas novelas no están escritas a vuela pluma, sino poniendo en ellas, con esmero y cariño, lo mejor de la extraordinaria fantasía, de la gran sensibilidad literaria y de los enormes recursos de este gran novelista que es Frederic Brown.

Presentamos a:

McGarry, el hombre que perdió treinta años de vida, y se daría por satisfecho si a cambio encontrara una mujer, aunque ésta fuese de color verde.

Bela Joad, quien supo cómo dominar el detector de mentiras, de una vez para siempre.

Roger Flutter, en la época que descubrió la primera estrella de la serie que fueron robadas.

Walter Phelan, quien halló con sorpresa que no era tan terrible ser el último varón sobre la Tierra, cuando llaman a la puerta.

Elmo Scott, un escritor que lleva monstruos en la cabeza.

Teniente Rod Caquer, que se encuentra con que un simple caso de asesinato, no es siempre un caso simple de...

Capitán Wherry, que podía reírse de una cucaracha que habla.

Mitkey, el ratón con acento alemán.

George Vine; ¿quién está loco, él o... usted?

Prefacio del autor

Sentado frente a la máquina de escribir, y ya dispuesto a empezar el prefacio a esta colección de historias, lo primero que se me ocurre es una pregunta: —¿Qué falta hace un prefacio?— Ninguna de estas novelas cortas es bastante seria para sentirse molesta si alguien las lee sin haber sido debidamente presentada.

Sentiré haber fracasado en el propósito que me guiaba al escribir este libro, si una de ellas resulta ser lo bastante envarada para querer saber su nombre y poder contestar que se siente dichosa de haberle conocido, antes de querer que la lea.

¿Por qué, entonces, estoy escribiendo esto?

¿Y por qué lo hace cualquier escritor —a menos que tenga un mensaje definido que teme que pase desapercibido y desee destacarlo al lector— al escribir el prefacio a un libro?

Yo voy a contar la verdad; ello se debe a que el editor del libro, ávido de unas cuantas páginas más gratis, lo ha acorralado diciéndole que el prefacio es necesario. De manera que el escritor pierde una tarde que podría mejor usar, de una de las muchas maneras en que una tarde puede pasarse agradablemente, tal como ¿pero, qué voy a contarles? Yo podría estar disfrutando de una de esas tardes en este momento.

De modo que ya ven, como me han obligado a que escriba un prefacio, voy a ser honesto y admitir que yo odio al escribir: prefacios, historias, novelas, cartas o tarjetas postales. Ninguna de estas novelas fue escrita porque yo disfrutara al escribirla, aunque me haya sentido muy satisfecho después de haberlas escrito, una vez terminadas y entregadas a la editorial.

También debo confesar lo siguiente: Las novelas de fantasía científica son las que menos me duelen escribir, y cuando he puesto Fin en la última página de una, siento mayor satisfacción que con cualquier otra clase de historias. Posiblemente ello es debido a que he escrito pocas novelas de fantasía científica en comparación a las que he publicado de misterio y policíacas, pero no creo que ello sea un factor muy importante. La razón principal es que la fantasía científica, dando mayores límites a la imaginación e imponiendo menos reglas y restricciones, se acerca más que ninguna otra clase de novela a poder expresar el verdadero arte del escritor.

El escritor de fantasía científica tiene el privilegio, que se niega a los escritores de cualquier otro tema, excepto los de pura fantasía, de adaptar el ambiente y el universo a la historia que quiere escribir y por lo tanto, puede alcanzar una unidad e integración en su obra, vedada al escritor que solamente tiene un universo en el que plantear sus argumentos y que debe retorcer y recortar los productos de su imaginación para que se adapten al molde inflexible de los hechos. Una palabra horrible hechos, cuando ésta nos impide llegar al futuro y a las estrellas.

Grandes palabras para tan pequeñas historias. Pero estoy satisfecho de haberlas escrito, porque hasta que no lo hice, no he comprendido cuan verdaderas son.

Por lo tanto, y arrepentido, escribiré mi prefacio por fin:

Lector, te presento mis historias; el pequeño ratón que no llegó a alcanzar la luna; los Monstruos que llegaron para alegrar la reunión; el hombre que se enamoró de la proyección telepática de una cucaracha; el detective que llevaba un traje rojo para pasar inadvertido; el avestruz con la corbata de pajarita y la nave espacial dentro de un bocadillo y la gallina que no podía hablar.

¡Y ojalá que disfrutes tanto leyéndolas, como yo he disfrutado al cobrar los cheques que me han pagado por ellas!

F
REDRIC
B
ROWN

VERDE TIERRA

(Something Green)

El enorme sol carmesí brillaba en el cielo violeta. En el limite de la planicie marrón, salpicada de arbustos marrones, se extendía la selva roja.

McGarry avanzó hacia ella dando zancadas. Explorar esas selvas rojas constituía una tarea ardua y peligrosa, pero era preciso hacerla. Había explorado un millar de selvas; ésta era, simplemente, una más.

Dijo:

—En marcha, Dorothy. ¿Todo listo?

La pequeña criatura de cinco patas que descansaba sobre su hombro no respondió, en realidad nunca lo hacía. No sabía hablar, pero era algo con lo cual hablar. Era una compañía. Por su tamaño y su peso, se parecía asombrosamente a una mano que reposara sobre su hombro.

Tenía a Dorothy hacía... ¿cuánto tiempo? Cuatro años, suponía. Estaba aquí hacía aproximadamente cinco, según calculaba, y la había encontrado alrededor de un año después. De cualquier manera, daba por sentado que Dorothy pertenecía al bello sexo, por la sencilla razón de que reposaba sobre su hombro como lo haría la mano de una mujer.

—Dorothy —anunció—, creo que debemos preparamos para enfrentar problemas. Allí debe haber leones o tigres.

Deshebilló la funda de su pistola solar y apoyó la mano en la culata del arma, listo para sacarla rápidamente. Era por lo menos la milésima vez que agradecía a su buena estrella que el arma que había logrado rescatar de los restos de su nave espacial fuera una pistola solar, la única arma que funcionaba prácticamente siempre, sin recarga ni munición. Una pistola solar absorbía energía y, al apretar el gatillo, la descargaba. Con ningún arma, salvo con una pistola solar, hubiese subsistido siquiera un año en Kruger III.

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