Cleo se agachó y lo tomó entre las manos, abriéndolo con impaciencia.
—¿Qué pone? —preguntó Lion.
—Esta noche nos invitan a una cena en el castillo del pirata Barba Roja. A las nueve y media. Vendrá una limusina a recogernos a las nueve.
—Perfecto —asintió Lion dejando la bisutería y el teléfono táctil sobre la cama.
—Podríamos llamar a Thelma para que Nick nos acompañara.
—Sí. Preguntaremos en qué habitación se hospedan y les llamaremos.
Cleo dejó la nota sobre la mesa de la entrada y se sentó en la cama al lado de Lion, revisando las pulseras de cuero con abalorios plateados en forma de calaveras y cofres, y los collares con medias lunas huecas por dentro y que tintineaban como si tuvieran algo en su interior. Cogió las dos pulseras de cuero y abrió los adornos en forma de cofre, pues no estaban bien fijados a la correa. Los levantó y encontró que cada uno de los cofres contenía pequeños micros. Cleo sonrió.
—Se las saben todas.
Lion levantó la mirada de la pantalla del HTC y le mostró el teléfono.
—Es un mapa completo de la isla. Los puntos rojos son las cámaras que abarcan todas las zonas. Si le das con el dedo encima de cada uno de los puntos, se abre la grabación a tiempo real y ves todo lo que está pasando: entrada y salida de barcos, movimientos extraños en las islas... Incluso tiene
zoom
. Pero necesitan botones espías para poder grabar mejor las caras de todos los participantes y utilizar el programa de reconocimiento facial.
—Lo que hay en las pulseras de cuero son micros espías —señaló Cleo entregándole las pulseras negras—. Estas las puedes llevar tú, son más de chico —sugirió con una disculpa—. Y lo que hay en los collares de lunas plateadas y piedras rojas deben ser los ojos espía con la cámara integrada —Cleo abrió las lunas huecas y tomó el diminuto objeto entre los dedos—. Aquí están. Madre mía, son diminutas, casi imposibles de detectar.
—Se hacen para eso. Para que no las vean.
Ella entornó los ojos y se enrolló el collar alrededor de la muñeca, como si llevara varias pulseras.
—Esta noche, cuando estemos en la cena... —Lion siguió trasteando el teléfono. En la agenda solo había dos teléfonos de contacto. El de Jimmy, como equipo estación, y el de otro más, como refuerzo—, debemos grabar todo lo que esté a nuestro alcance. El coche estación lo captará todo, recibirá la grabación de los ojos y del audio. No sabemos quién va a ir esta noche a la cena y nos irá bien que tengan a toda la gente controlada.
—De acuerdo.
—El FBI tiene una lista de los nombres de todas las personas que han llegado a la isla entre ayer y antes de ayer. Con los ojos de halcón y el programa de reconocimiento facial, comprobarán sus verdaderas identidades. Y nos avisarán de las anomalías que hallen.
—Bien —asintió con competencia—. Entonces, si no hay nada más, señor, me voy a preparar para la cena.
—No va a ser una cena cualquiera —murmuró repasándola de arriba abajo—. Prepárate para cualquier cosa. Debes llevar el collar de sumisa, y...
—Sí. Lo sé. No pienso salirme del papel. No sufra, señor.
Pero Lion lo hacía.
Sufría porque Cleo estaba completamente expuesta a las miradas de todos; y era un caramelo demasiado apetitoso como para respetarlo.
Castillo de Barbanegra
Las vistas desde la torre del homenaje eran impresionantes; podías ver todo el conglomerado de islas alrededor de Charlotte Amalie, además del pequeño hotel, tres pequeñas piscinas y el restaurante que rodeaba la base del castillo. «Cuánta belleza», era en lo que pensaba Cleo. Miró hacia arriba desde las mesas que habían dispuesto alrededor de las piscinas, cerrando aquella zona de cara a los clientes habituales, como si fuera un coto privado.
Un
speaker
uniformado de pirata, que les había hecho una pequeña ruta por la fortaleza, les explicó que antiguamente el castillo se construyó como un faro para proteger el puerto, y que lo llamaron Skytsborg, y era utilizado, básicamente, como una especie de atalaya que oteaba navieros enemigos.
Edward Teach, el malvado Barbanegra, a partir de 1700 decidió utilizar el Skytsborg para sus propios fines de piratería y, desde entonces, el castillo adoptó su nombre.
Cleo y Lion compartían mesa con Thelma, Louise y Nick pero, además, se les añadió la pareja de rubios nórdicos llenos de
piercings
. Los vikingos Cam y Lex. Vestían de negro, excepto ella, que llevaba tonalidades violetas oscuras.
Nick llevaba una camiseta roja y unos tejanos desgastados azules claros. Y, como accesorio, el collar de perro de Thelma. Louise a su lado, llevaba un liviano vestido negro que seguía su elegante silueta, pero la máscara de cabeza entera que cubría su rostro y su pelo la asexuaban por completo.
—¿No tienes calor, Louise? —Cleo quería hacerle saber a Thelma que, en verano, no era aconsejable matar a las personas de asfixia.
Sophiestication se sobresaltó ante la pregunta. Fue un gesto leve y raudo, pero tanto Cleo como Nick se dieron cuenta de ello. La enmascarada negó con la cabeza rápidamente y siguió con la cabeza gacha. Ni siquiera mostraba sus ojos. Eso sí que era sumisión. Entregar su cuerpo y su persona al placer de otro.
Cleo se sintió mal por Louise pero, por otro lado, era su decisión jugar así, de manera que tampoco podía hacerle nada.
Además, ¿qué iba a decir ella? Si también llevaba un collar de perro al cuello, y Lion tiraba de la cadena de vez en cuando solo para enervarla. Eso sí: su collar llevaba un ojo de halcón incrustado en la hebilla y servía para algo más que como objeto de dominación.
—¿Lo habéis oído? —cuchicheó la rubia heavy.
—¿El qué, Cam? —preguntó Thelma.
—Dicen que los Villanos están en la torre del homenaje. Quieren ver de cerca a los participantes y han traído regalitos —sonrió, estirando sus labios morados de modo perverso.
Cleo, Nick y Lion se pusieron alerta.
Lion miró hacia arriba disimuladamente.
—Yo he oído que ellos mismos traen sumisos para que el personal se entretenga con ellos —murmuró Thelma muy interesada.
—Francamente, a mí esta parte del torneo no me interesa —dijo Cam, colocándose los pelos de la cresta en la misma dirección—. Prefiero la acción.
—Y la tendrás —aseguró Lion—. Los organizadores han preparado juegos para los invitados.
Cleo tragó saliva e hizo repiquetear el tacón de su zapato descubierto contra el suelo.
—¿Qué tipo de juegos? —preguntó Cleo con tono gatuno, mirando a su «amo» de reojo.
—Jugaremos a las damas —soltó Lion provocando las risas de la mesa.
Cleo entrecerró los ojos y le miró a través de sus gruesas pestañas.
—Genial, señor. Nos iremos comiendo las fichas los unos a los otros.
Lex se echó a reír y aplaudió a Cleo.
—Si me contestaras a mí así, nena, ahora mismo te pondría sobre mis rodillas y...
—Una palabra más, Lex —Lion le cortó rápidamente, sin rastro de humor—, y tú y yo tendremos un problema.
Lex sonrió y pasó el brazo por encima de Cam.
—No osaría jamás mear en tu territorio.
Cleo intentó no poner los ojos en blanco al escuchar aquel comentario. Ella no estaba en territorio de nadie; estaba ahí porque quería. Y Lion no podría controlarla ni dominarla jamás porque nunca volvería a ser tan tonta como para entregarse a él. Punto y final.
—Bienvenidos a todos a esta noche de piratas y barbudos —anunció Sharon frente a la tarima de la piscina principal. Llevaba un corsé despampanante y una falda corta con volantes. Los tacones eran mucho más altos que los de Cleo—. Hoy tenemos visita —Miró hacia la torre del homenaje—. ¡Nuestros villanos os están vigilando! —exclamó sonriente y saludando a las águilas enmascaradas que se asomaban para ver a sus presas—. ¡Un aplauso para ellos!
Cleo aplaudió sin ganas y tampoco atinó a ver a nadie con claridad, pero estiraba el cuello para que la cámara grabase todo lo que pudiese.
—Bien. Después de la cena, haremos un juego a petición de los Villanos —continuó la Reina de las Arañas—. ¡Un desafío para todas las parejas!
Lion no atendía a las palabras de Sharon. Él tenía la vista azul oscura fija en la torre del homenaje. Tenía a los Villanos a tiro de piedra, pero no podía hacer nada contra ellos sin pruebas fehacientes de que ese grupo de gente elitista traficara con personas.
—¡Mientras tanto, un precioso harén de pura sangres facilitado por los villanos está dispuesto a hacer las delicias de los comensales! O bien. —Levantó el brazo y señaló el escenario iluminado por los focos—. ¡Podemos cenar y disfrutar de los espectáculos que nos ofrecen nuestros Amos del Calabozo con sus deliciosas sumisas!
Alrededor de la piscina, empezaron a desfilar mujeres y hombres vestidos con arneses de poni de cuerpo y cabeza, colas de caballo, con los pechos y los torsos expuestos y las braguitas y slips de cuero negros, caminando a cuatro patas.
Animal play
. Parecían desinhibidos y felices con lo que hacían. Algunos gemían, otros aullaban, meneaban el trasero y movían la cabeza del modo en que relinchaban los caballos de verdad.
—¿Quiénes serán? —preguntó Thelma muy interesada por las identidades de las potrancas.
Al mismo tiempo, los camareros desfilaron acompañados de la música de
Never gonna say I’m sorry
de Ace of Base.
El espectáculo había comenzado.
Cleo, Nick y Lion apretaron los dientes y se esforzaron por mantener el control. Si los facilitaban los villanos y era un regalo para los comensales, probablemente, muchos de esos sumisos, sino todos, no estaban ahí por propio gusto. Aunque tampoco podían demostrar nada en aquel momento.
Cleo se obligó a mirar a todos y cada uno de los caballos que paseaban por la piscina y caminaban alrededor de las mesas. El ojo de halcón tenía que grabarlos; pero dudaba que, con aquellos malditos arneses que les cubrían la cara, el programa de identificación facial pudiera averiguar quiénes eran.
Estaba desesperada, buscando los rasgos de Leslie entre ellos. ¿Estaría allí? ¡Por Dios! Tenía ganas de levantarse de la mesa e ir, sumiso por sumiso, para encontrar a su hermana mayor.
Lion puso una mano caliente y calmante sobre la de ella. Se la tomó y la besó en el interior de la palma.
—Tranquila —susurró de un modo que solo ella pudiera oírla—. Tranquila, leona. Está bien...
Cleo encontró en los rasgados y enormes ojos de Lion un sosiego para su ansiedad. Sí. Necesitaba calmarse y mantener la serenidad. El primer paso ya estaba dado.
Estaban en el torneo. Los Villanos también habían llegado a la isla. Habían traído a sus propios sumisos; y ahora los ofrecían como carnaza.
Mientras intentaban cenar, los tres agentes infiltrados observaron los ejercicios de dominación que ejercían los cuatro Amos del Calabozo con sus sumisas.
Cleo estaba a caballo entre la angustia y la fascinación.
En otro tiempo, habría pensado que todos aquellos métodos de castigo sexuales se practicaban para torturar; que el fin era el maltrato. Pinzas para pezones, pinzas clitorianas, espuelas puntiagudas que se pasaban arriba y abajo por la vagina, electricidad... Dios, eran tantas cosas las que estaba viendo que no podía asimilarlo todo. Días atrás habría girado la cabeza y, seguramente, hubiera buscado un teléfono para hacer una denuncia y llamar a la policía.
Ahora solo tenía que ver la humedad entre las piernas de las mujeres y las erecciones de los hombres para darse cuenta de que disfrutaban con lo que les hacían.
Aun así, siempre creyó que la gente del BDSM estaba mal de la cabeza.
Pero allí había gente muy cuerda y competente; con gustos sexuales excéntricos y dominantes, sí. Pero no había psicopatías de ningún tipo, no había demencias.
Les gustaba dominar y someterse.
Punto y final.
Del mismo modo que a otras personas les gustaba hacerse tatuajes o
piercings
;y a otros les encantaba practicar deportes de riesgo o, incluso, a muchos otros, que preferían tener sexo en grupo a hacerlo solo con una pareja... A esas personas del BDSM, dominantes y sumisos, les gustaba aquello.
Y Cleo estaba descubriendo que no le desagradaba. Lo que odiaba y lo que le repugnaba era el móvil que otras personas, como esas que estaban en la torre del homenaje, utilizaban para someter.
¿Querían probar solo el efecto de la droga afrodisíaca? ¿Querían venderlos como esclavos sexuales? ¿Qué mierda hacían con ellos?
Se hacía todas esas preguntas; mientras, Lion no le soltaba la mano en ningún momento y la acariciaba hipnóticamente con el pulgar sobre su dorso. Arriba y abajo, en círculos... De vez en cuando, la miraba de reojo y le sonreía. Y a Cleo, estúpidamente, se le caía el mundo a los pies; porque estaba decidida a pensar que Lion era un puto egoísta que solo pensaba en él y que ya había decidido hacía mucho tiempo, que ella era una incompetente. Pero si intentaba calmarla y darle apoyo moral como hacía en ese momento, ella perdía las fuerzas para seguir odiándolo. Porque era mujer. Mujer y enamorada.
—¿Necesitas algo, Lady Nala? —preguntó Lion acercándola demasiado a su cuerpo.
Ella negó con la cabeza.
—No has comido mucho. —Observó con ojos brillantes tomando el tenedor y cogiendo un trozo de carne de langosta—. Abre la boca.
—Me he comido la ensalada de cangrejo, señor —repuso ella. —Abre la boca —repitió achicando los ojos.
Cleo obedeció y él la alimentó delante de todos, mientras se miraban de un modo casi sucio. Ella ya sabía comer sola, pero a Lion le gustaba interpretar ese papel.
El agente fijó la mirada en la comisura de su labio.
—¿Qué? —preguntó ella.
Lion la tomó de la nuca y, acercándola a él, le pasó la lengua por aquella zona de sus labios que había estado observando. Y, después, presionó sus labios ahí, como si la estuviera besando.
Cleo se quedó inmóvil y sumisa. Sumisa nunca mejor dicho. Lion iba a montar su numerito y ella debía mantener el tipo.