Read Antártida: Estación Polar Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (41 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
7.78Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Adónde? —preguntó Renshaw.

—Vamos a ver —dijo Schofield—. ¿Ve ese iceberg de ahí?

Señaló a un enorme iceberg que parecía un piano ladeado, a unos ciento ochenta metros de los acantilados.

—Lo veo.

—Ahí nos dirigiremos —dijo Schofield.

—De acuerdo.

—De acuerdo, entonces. A la de tres. Una. Dos. Tres.

Los dos respiraron profundamente y se sumergieron en el agua. Se alejaron del acantilado y nadaron a braza por las transparentes aguas del Antártico. Mientras avanzaban bajo el agua, numerosos estallidos de espuma blanca se extendían sobre sus cabezas.

Diez metros. Veinte.

Renshaw se quedó sin aire, salió a la superficie, respiró profundamente y volvió a sumergirse. Schofield hizo lo mismo, mientras le rechinaban los dientes, cuando se sumergió de nuevo en el agua. La costilla rota le dolía horrores.

Cincuenta metros y los dos hombres volvieron a salir a la superficie. Estaban lejos de las olas rompientes, por lo que ya pudieron nadar a estilo libre, elevándose sobre las crestas de las olas de doce metros.

Finalmente llegaron a la base del iceberg. Este se alzaba imponente sobre ellos. Una pared blanca, vertical en algunos puntos, bellamente curvada y hendida en otros. Túneles magníficos y abovedados desaparecían en aquel hielo virgen.

El enorme iceberg se nivelaba en un punto y descendía hasta el océano, donde formaba una especie de saliente. Schofield y Renshaw se dirigieron hasta allí.

Cuando llegaron, vieron que el saliente se elevaba casi un metro por encima del agua.

—Súbase a mis hombros —dijo Schofield.

Renshaw obedeció, apoyó el pie izquierdo sobre el hombro de Schofield y tomó impulso.

El hombre bajito alargó las manos y agarró el saliente. Trepó con dificultades hasta que consiguió subir. A continuación se tumbó boca abajo sobre el borde del saliente y alargó los brazos para coger a Schofield.

Schofield elevó las manos y Renshaw comenzó a tirar de él. Schofield ya estaba casi en el saliente cuando, de repente, a Renshaw (que tenía las manos mojadas) se le escurrieron las muñecas de Schofield y este cayó torpemente al agua.

Schofield se hundió en el agua.

Silencio. Silencio total. Sepulcral.

El estallido de las olas al golpear contra los acantilados ya no inundaba sus oídos.

El enorme vientre blanco del iceberg llenaba su campo de visión. Se extendía de manera interminable hasta desaparecer en las turbias profundidades del océano.

Y, de repente, Schofield escuchó un sonido y se volvió en el agua. El sonido se transmite bien en el agua y lo escuchó con claridad.

Vmmmmmm.

Era una especie de zumbido bajo.

Vmmmmmm.

Schofield frunció el ceño. Era como… mecánico. Como si una puerta motorizada se estuviera abriendo. Cerca.

Cerca… tras él.

Schofield se volvió inmediatamente.

Y entonces lo vio.

Era tan grande, tan monstruosamente grande, que con solo verlo, el corazón de Schofield comenzó a latir a mil por hora.

Permanecía inmóvil en el agua.

Silencioso. Enorme.

Se alzaba imponente sobre Schofield mientras este permanecía quedo en las aguas cercanas al iceberg.

Debía de medir al menos cien metros de largo y el casco era negro y redondo. Schofield vio dos aletas estabilizadoras horizontales a ambos lados de la falsa torre; vio el morro cilíndrico y achatado de proa y, de repente, los latidos de su corazón comenzaron a retumbar con fuerza en su cabeza.

Schofield no podía creer lo que estaban viendo sus ojos.

Estaba contemplando un submarino.

Schofield salió a la superficie.

—¿Está bien? —preguntó Renshaw desde el saliente.

—Ya no —dijo Schofield antes de tomar aire y volver a sumergirse de nuevo.

El silencio volvió a su alrededor.

Schofield nadó a más profundidad y contempló intimidado el inmenso submarino. Estaba a unos treinta metros de él, pero podía verlo con claridad. El enorme submarino estaba allí, completamente sumergido, inmóvil en aquel silencio como un gigante paciente.

Schofield lo inspeccionó en busca de algo que lo identificara.

Vio la estrecha falsa torre; vio los cuatro tubos lanzatorpedos en la proa. Vio que uno de los tubos estaba en proceso de abrirse.
Vmmmmmm
.

Y entonces Schofield advirtió los colores pintados en la parte delantera izquierda de la proa; vio las tres bandas verticales de colores: azul-blanca-roja.

Estaba contemplando la bandera francesa.

Renshaw observó cómo Schofield volvía a salir del agua.

—¿Qué está haciendo ahí abajo? —preguntó.

Schofield lo ignoró. Sacó el brazo izquierdo del agua y miró su reloj.

El cronómetro.

2:57:59.

2:58:00.

2:58:01.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Schofield—. ¡Oh, Dios mío!

Con la persecución de los aerodeslizadores, se había olvidado por completo del buque insignia francés que esperaba en la costa antártica para disparar sus misiles a la estación polar Wilkes. Recordó que su nombre en clave era
Requin
, «tiburón».

Pero hasta ese momento, sin embargo, Schofield no fue consciente de que había cometido un error. Había llegado a la conclusión equivocada.
Requin
no era un buque insignia.

Era un submarino.

Era ese submarino.

—Rápido —dijo Schofield a Renshaw—. Sáqueme del agua.

Renshaw estiró la mano y Schofield la agarró con firmeza. Renshaw tiró de Schofield todo lo rápido que pudo. Cuando estaba lo suficientemente arriba, este se agarró al saliente y trepó.

Renshaw se había figurado que Schofield se tiraría sobre la superficie del iceberg y trataría de recobrar la respiración, tal como él había hecho, pero Schofield se puso en pie inmediatamente.

Es más, tan pronto subió al saliente echó a correr por la extensión llana del iceberg.

Renshaw echó a correr tras él. Vio a Schofield saltar un montículo de hielo mientras corría dando saltos en dirección al borde del iceberg, a unos treinta metros de distancia. Había una ligera pendiente, que Schofield subió, para llegar al otro extremo. Al otro lado de la pendiente, Renshaw vio que había una caída vertical de diez metros al agua.

Mientras corría, Schofield echó un vistazo a su cronómetro. Los segundos continuaban avanzando hacia el tiempo límite de tres horas que Schofield había marcado.

El lanzamiento de los misiles.

2:58:31.

2:58:32.

2:58:33.

Distintos pensamientos se agolpaban en su cabeza mientras corría hasta el otro lado del iceberg.

Va a destrozar la estación. Destrozar la estación.

Va a matar a mis marines. Va a matar a la niña…

Tengo que detenerlo.

¿Pero cómo? ¿Cómo acaba un hombre con un submarino?

Y entonces recordó algo.

Cogió el Maghook mientras corría. A continuación pulsó el botón con la «M», vio la luz roja encenderse y la cabeza magnética del Maghook cobró vida.

Después sacó un bote plateado del bolsillo de la pernera de su pantalón. Era el bote de treinta centímetros con la banda verde pintada alrededor que había encontrado en el interior del aerodeslizador británico.

La carga explosiva de tritonal 80/20.

Schofield miró el bote verde y plateado mientras corría. Tenía una tapa neumática de acero inoxidable. Tiró de ella y escuchó un leve silbido. La tapa se abrió y vio un temporizador junto a un interruptor con las palabras «Activar-Desactivar». Puesto que se trataba de un dispositivo de demolición, este podía desactivarse en cualquier momento.

Veinte segundos,
pensó
. El tiempo justo para acercarse.

Puso el temporizador de la carga de tritonal en veinte segundos y a continuación sostuvo el bote plateado por encima de la cabeza bulbosa magnética del Maghook. El cilindro de acero se pegó inmediatamente al poderoso imán, preso de su agarre magnético.

Schofield siguió corriendo a toda velocidad por el terreno escarpado del iceberg.

Llegó al borde de la mole helada y, sin pensárselo dos veces, cogió velocidad y saltó al agua.

Schofield voló por los aires formando un amplio arco. Permaneció tres segundos en el aire antes de que sus pies golpearan con violencia las gélidas aguas del océano Antártico una vez más.

Montones de burbujas surgieron a su alrededor y, durante un instante, Schofield fue incapaz de ver nada. De repente las burbujas desaparecieron y comprobó que se hallaba flotando en el agua justo delante del descomunal morro de acero del submarino francés.

Schofield miró su cronómetro.

2:58:59.

2:59:00.

2:59:01.

Un minuto.

Las puertas exteriores del tubo lanzatorpedos estaban ya completamente abiertas. Schofield nadó hacia ellas. El tubo lanzatorpedos se hallaba ante sus ojos, a menos de diez metros de distancia.

Será mejor que funcione
, pensó Schofield mientras lo apuntaba con el Maghook (y la carga de tritonal pegada a su imán). Schofield le dio al interruptor de «Activar-Desactivar» de la carga de tritonal.

Veinte segundos.

Schofield disparó el Maghook.

El Maghook salió disparado de su lanzador, dejando un rastro de burbujas blancas tras de sí. Se abrió paso por entre las aguas hacia el tubo lanzatorpedos…

… E impactó con un sonoro ruido metálico en el casco de acero del submarino, justo por debajo del tubo lanzatorpedos. El Maghook, con la carga de tritonal activada que llevaba en la cabeza magnética, rebotó contra el casco de grueso acero del submarino y comenzó a hundirse, inerte, en el agua.

Schofield no podía creerlo.

¡Había fallado!

Mierda
, le gritó su cerebro. Y de repente otro pensamiento le cruzó por la cabeza.

La gente que se encontraba en el interior del submarino lo habría oído. Tenían que haberlo oído.

Schofield pulsó rápidamente el botón negro de la empuñadura, el botón que enrollaba el cable del Maghook, rogando por que volviera a él antes de que transcurrieran los veinte segundos.

Tengo que hacer otro disparo.

Tengo que volver a disparar.

El Maghook comenzó a enrollarse.

Y, de repente, Schofield escuchó otro ruido.

Vmmmmmm.

A la izquierda de Schofield, al otro lado de la proa, una de las puertas de otro tubo lanzatorpedos se estaba abriendo.

Esa puerta era más pequeña que la otra a la que Schofield había intentado disparar.

Torpedos más pequeños,
pensó Schofield
. Torpedos pensados para destruir otros submarinos, no estaciones polares.

Y, de repente, un torpedo blanco salió de la recién abierta puerta del tubo y giró por el agua en dirección a Schofield.

Schofield no podía creerlo.

¡Le habían lanzado un torpedo!

El Maghook regresó a su lanzador y Schofield le dio rápidamente al interruptor de «Activar-Desactivar» de la carga de tritonal (con solo cuatro segundos restantes para la detonación), justo cuando el torpedo le pasó por la cintura y su estela lo golpeó bajo el agua.

Schofield suspiró aliviado. Estaba demasiado cerca. El torpedo no había dispuesto de tiempo suficiente para fijar el blanco.

Fue entonces cuando el torpedo impactó en el iceberg situado tras Schofield y explotó con intensidad.

Renshaw se encontraba en el borde del iceberg, mirando a las aguas, cuando el torpedo explosionó a veinte metros de distancia.

En un instante, toda una sección del iceberg estalló en una nube blanca y cayó al océano como un desprendimiento de tierra, un corte limpio, del resto del iceberg.

—Joder —dijo sobrecogido Renshaw.

Y, de repente, vio a Schofield salir a la superficie a unos veinte metros de él, vio cómo tomaba aire. A continuación, el teniente volvió a sumergirse.

Con el sonido de la explosión del torpedo todavía retumbando a través del agua y una sección del iceberg sumergida a sus espaldas, Schofield apuntó con el Maghook al tubo lanzatorpedos por segunda vez.

2:59:37.

2:59:38.

2:59:39.

De nuevo, Schofield le dio el interruptor para activar la carga de tritonal (veinte segundos) y disparó.

El Maghook salió disparado por entre las aguas…

… Avanzó a gran velocidad…

… Y a continuación desapareció en el interior del tubo lanzatorpedos.

¡Sí!

Schofield apretó rápidamente el botón con la «M» situado en la empuñadura y, en el interior del tubo lanzatorpedos, la cabeza magnética respondió al instante soltando la carga verde y plateada de tritonal.

A continuación, Schofield enrolló el Maghook, dejando la carga de tritonal en el interior del tubo lanzatorpedos.

Y Schofield nadó.

Nadó con todas sus fuerzas.

En el interior de la sala de torpedos del submarino francés reinaba el silencio. Un joven alférez comenzó la cuenta atrás.

—Vingt secondes avant le premier lancement
—dijo. Veinte segundos para el primer lanzamiento. Veinte segundos para el lanzamiento del dispositivo de borrado, un torpedo con cabeza nuclear.


Dix-neuf… dix-huit… dix-sept

Desde el iceberg, Renshaw vio cómo Schofield salía a la superficie y comenzaba a nadar a toda velocidad con el Maghook en la mano.

La cuenta atrás del alférez francés prosiguió:


Dix… neuf… huit… sept

Schofield nadó con todas sus fuerzas, intentando alejarse lo más posible del submarino porque, si estaba demasiado cerca cuando la carga de tritonal estallara, la implosión lo succionaría. Se encontraba a diez metros de distancia cuando había disparado la carga tritonal. Ahora estaba a veinte metros. Supuso que a veinticinco metros estaría a salvo.

Renshaw le estaba gritando.

—¿Qué demonios ha ocurrido?

—¡Aléjese del borde! —le gritó Schofield mientras nadaba—. ¡Muévase!


Cinq… quatre… trois

La cuenta atrás del alférez francés no fue más allá del tres.

Porque, en ese momento, en ese terrible momento, la carga de tritonal que se hallaba en el interior del tubo lanzatorpedos explotó.

Desde donde Renshaw se encontraba, la explosión submarina fue absolutamente espectacular, sobre todo por lo inesperado.

Fue instantáneo. La sombra oscura del submarino francés bajo la superficie del agua se convirtió espontáneamente en una enorme nube blanca. El agua comenzó a manar a chorros, alcanzando una altura de quince metros y una longitud de más de sesenta metros hasta volver a caer lentamente al océano.

BOOK: Antártida: Estación Polar
7.78Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Island of the Swans by Ciji Ware
My Wish for You by Destiny Webb
The Lucky Stone by Lucille Clifton
No One But You by Hart, Jillian
Chasing Darkness by Robert Crais
Tumbleweed Letters by Vonnie Davis
Final Sins by Michael Prescott