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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (45 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—¿Me dejas enseñarte? —susurró la visión de Ivy y cerré los ojos—. Solo un bocadito… Sé que puedo hacerte cambiar de opinión.

Me rogaba, con la voz repleta de deseos vulnerables. Era todo lo que Ivy no había dicho, todo lo que jamás diría. Abrí los ojos cuando mi marca cobró vida con un destello.
Dios, no
. El fuego me invadió la ingle. Me fallaban las piernas e intenté apartarlo de un empujón. Unos ojos de color rojo demoníaco se convirtieron en un marrón líquido y me sujetó con más fuerza, atrayéndome hacia él hasta que su aliento empezó a ir y venir por mi cuello.

—Dulce, Rachel —susurró la voz de Ivy—. Podría ser tan dulce. Podría ser todo lo que un hombre no puede ser. Todo lo que deseas. Solo una palabra, Rachel. ¿Me dirás que sí?

No podía… No podía enfrentarme a eso en ese momento.

—¿No tenías algo que querías que hiciera? —dije—. El sol no tardará en salir y tengo que irme a la cama.

—Poco a poco —canturreó, el aliento de Ivy olía a naranjas—. Solo hay una primera vez.

—Suéltame —dije con voz tensa—. No eres Ivy y no me interesa.

Los ojos negros y llenos de pasión de Ivy se entrecerraron pero la atención de Al se había clavado en algo que estaba detrás de mí y no me pareció que fuera por nada que yo hubiera dicho. Me soltó y tropecé antes de recuperar el equilibrio. Un brillo trémulo de siempre jamás cayó como una cascada sobre él y fundió sus rasgos, que recuperaron su aspecto habitual de un joven
lord
británico del siglo
XVIII
. Volvía a llevar unas gafas que ocultaban sus ojos y se las ajustó sobre el puente delgado de la nariz.

—Qué maravilla —dijo, su acento también había cambiado—. Ceri.

Se oyó el estrépito distante de la puerta principal al abrirse de repente.

—Rachel —dijo su voz, aguda y asustada—. ¡Está a este lado de las líneas!

Giré en redondo, con el corazón desbocado. Cogí aire para advertirle, pero ya era demasiado tarde. Dejé caer la mano estirada cuando Ceri se precipitó en la habitación; su sencillo vestido blanco se arremolinó alrededor de sus pies descalzos al cruzar corriendo el umbral. Con los ojos verdes muy abiertos y llenos de dolor, se llevó una mano al pecho, sobre el crucifijo de Ivy.

—Rachel… —dijo sin aliento, la consternación le hundía los hombros.

Al dio un paso y ella giró dibujando el círculo propio de una bailarina, con los dedos de los pies estirados y el cabello suelto enrollándose. Recitó un poema que nadie oyó salpicado de oscuridad y una oleada de energía de línea cayó como una cascada entre nosotros. Muy pálida y cruzada de brazos, Ceri se quedó mirando a Al, temblando dentro de su pequeño círculo.

El imponente demonio esbozó una sonrisa radiante y se colocó el encaje del cuello.

—Ceri. Me alegro tanto de verte, es estupendo. Te echo de menos, amor —dijo casi con un ronroneo.

La barbilla de la joven estaba temblando.

—Destiérralo, Rachel. —Era obvio que estaba muerta de miedo. Intenté tragar saliva, pero sin mucho éxito.

—Invoqué una línea. Encontró precedentes. Tiene una tarea para mí.

Los ojos de Ceri se abrieron todavía más.

—No…

Al frunció el ceño.

—Hace mil años que no voy a la biblioteca. Estaban susurrando a mis espaldas, Ceri. Tuve que renovar la tarjeta. Fue de lo más embarazoso. Todo el mundo sabe que te has ido. Me hace el té Zoé. El té más horrible que he probado jamás, no puede sujetar la cuchara del azúcar solo con dos dedos. Tienes que volver. —Su agradable rostro se arrugó con una sonrisa—. Haré que te merezca la pena, incluso el alma.

Ceri dio una sacudida.

—Me llamo Ceridwen Merriam Dulcíate —dijo con tono arrogante y la barbilla alta.

A Al se le escapó un sonido áspero, como una carcajada. Se quitó las gafas y apoyó un codo en la encimera.

—Ceri, sé un cielo y haznos un poco de té, ¿quieres? —murmuró con la mirada burlona clavada en la mía.

Me desesperé al ver a Ceri bajar la cabeza y dar un paso. Al lanzó una risita cuando la joven lanzó un grito de asco y se detuvo al borde del círculo. Se puso furiosa y apretó los puños diminutos.

—No es tan fácil cambiar de costumbres —se burló el demonio.

Me empezó a invadir la bilis. A pesar de todo, Ceri seguía siendo suya.

—Déjala en paz —gruñí.

Una mano blanca enguantada salió de la nada y me golpeó. Giré contra la encimera con la mandíbula ardiéndome. Ahogué un grito y me encorvé con el pelo cayéndome por la cara. Empezaba a cansarme de aquello.

—¡No le pegues! —dijo Ceri, con voz aguda y virulenta.

—¿Es que te molesta? —dijo el demonio con tono ligero—. El dolor la conmueve más que el miedo. Pero mejor, el dolor te mantiene vivo más tiempo que el miedo.

Mi dolor se convirtió en rabia. Con las cejas alzadas, Al me desafió a protestar cuando pude respirar otra vez. Sus ojos de cabra se deslizaron hacia la tina que se había traído, grande como una cabeza.

—Vamos a empezar, ¿te parece?

Miré la olla y reconocí el brebaje por el olor. Era el que se utilizaba para convertir a una persona en familiar. El miedo me provocó escalofríos y me rodeé con los brazos.

—Ya estoy cubierta con tu aura —dije—. Obligarme a tomar más no va a cambiar las cosas.

—No te he pedido tu opinión.

Lo vi moverse y di un salto hacia atrás. Esbozó una gran sonrisa y me tendió la cesta que había aparecido en su mano. Olía a cera.

—Coloca las velas —me ordenó. Disfrutaba con mis rápidas reacciones.

—Rachel… —susurró Ceri, pero no podía mirarla. Había prometido ser el familiar de Al y lo iba a ser a partir de aquella noche. Destrozada, mis pensamientos volaron hacia Ivy mientras ponía las velas de color verde lechoso en los puntos marcados por el esmalte negro de uñas. ¿Por qué nunca podía elegir bien?

Me tembló la mano con la última vela. Tenía agujeros en la cera, como si algo hubiera intentado romper el círculo atravesándola. Algo con unas garras grandes y feas.

—¡Rachel! —ladró Al y yo me sobresalté—. No las has colocado diciendo los nombres de los sitios.

Sin dejar de sujetar la vela, me lo quedé mirando sin saber qué decir. Tras él, Ceri se lamía los labios con gesto nervioso.

—No te sabes los nombres de los sitios —añadió Al y yo negué con la cabeza, no quería que me pegara otra vez pero Al se limitó a suspirar—. Ya lo haré yo cuando las encienda —gruñó, su cara pálida adoptó un matiz rubicundo—. Esperaba más de ti. Al parecer te has pasado la mayor parte del tiempo con la magia terrenal y has descuidado el arte de las líneas luminosas.

—Soy una bruja terrenal —le contesté—. ¿Para qué me iba a molestar?

Ceri se estremeció cuando Al amenazó con golpearme de nuevo, su cabello casi traslúcido giraba en el aire.

—Suéltala, Algaliarept. No quieres que sea tu familiar.

—¿Te estás ofreciendo a ocupar su lugar? —se burló y yo tomé una bocanada de aire, temerosa de que Ceri dijera que sí.

—¡No! —grité y Al se echó a reír.

—No te apures, Rachel, amor —canturreó y yo me encogí cuando me recorrió con un dedo enguantado la mandíbula y me trazó el camino por el brazo hasta la mano para quitarme la última vela—. Conservo a mis familiares hasta que aparece algo mejor, y a pesar de que eres tan ignorante como una rana, eres capaz de contener casi el doble de energía de línea que ella. —Sonrió con lascivia—. Qué suerte tienes.

Dio una sola palmada con las manos enguantadas y giró para que los faldones de la levita se recogieran a su alrededor.

—Muy bien. Observa con atención, Rachel. Mañana serás tú la que enciendas las velas. Estas son palabras que mueven por igual a dioses y mortales, que los igualan a todos y los hacen capaces de conservar el círculo entero incluso contra Newt.

Pues qué bien
.


Salax
—dijo al encender la primera vela con la astilla roja gruesa como un lápiz que había aparecido en su mano enguantada—.
Aemulatio
—dijo al encender la segunda—.
Adfictatio, cupidusy
mi favorita,
inscitia
—dijo al encender la última. Sin dejar de sonreír hizo desaparecer la astilla todavía encendida. Sentí que invocaba una línea y con un torbellino traslúcido de rojo y negro, su círculo se alzó para arquearse sobre nuestras cabezas. Me hormigueó la piel con la fuerza que contenía y me rodeé con los brazos todavía más.

«
Cosas tan bellas me gustan a mí
», oí tamborilear por mi mente y tuve que ahogar una risita histérica. Iba a ser el familiar de un demonio. No había forma de escapar.

La cabeza de Al se alzó con una sacudida al oír aquel desagradable sonido de asfixia, el rostro de Ceri se quedó inexpresivo.

—Algaliarept —le rogó—. La estás presionando demasiado. Su voluntad es demasiado fuerte para plegarse con facilidad.

—Pienso dominar a mis familiares como crea conveniente —dijo con calma el demonio—. Unas cuantas clases y será como la lluvia en el desierto. —Con una mano en la cadera y la otra cogiéndose la barbilla, me miró con expresión especulativa—. Hora de bañarse, amor.

Algaliarept chasqueó los dedos con el garbo de un artista. Abrió la mano y colgando de ella apareció un cubo hecho de tablillas de cedro. Me quedé con los ojos como platos cuando me tiró el contenido encima.

El agua fría me empapó entera. Se me escapó el aliento con un gañido ofendido. Era agua salada, que hizo que me escociesen los ojos y se me metió por la boca. Me invadió la realidad y me despejó la cabeza. Estaba asegurándose de que no tuviera ninguna poción encima que pudiera contaminar el inminente hechizo.

—¡Yo no utilizo pociones, pedazo de mierda verde! —grité mientras sacudía los brazos dentro de las mangas empapadas.

—¿Lo ves? —Era obvio que Al estaba encantado—. Mucho mejor.

Empezaron a dolerme un poco las costillas cuando dejó de funcionar el amuleto para el dolor. La mayor parte del agua me estaba empapando la biblioteca de libros de hechizos. Si sobrevivía a aquello, tendría que airearlos todos. Pero qué gilipollas.

—Ohhh, esos ojos no están nada mal —dijo y estiró el brazo para tocarme—. Así que nos estamos colocando con el azufre de tu compañera de piso, ¿eh? Espera a probar el azufre de verdad. Te vas a quedar de piedra.

Me eché hacia atrás con una sacudida cuando me rozó la piel con la mano enguantada que olía a lavanda, pero la mano de Al bajó un poco más para cogerme del pelo. Chillé y levanté el pie de repente. Al lo cogió, se movía tan rápido que yo era incapaz seguirlo. Ceri observó con pena mi lucha inútil. Mientras me sujetaba el pie en el aire me obligó a apoyarme en la encimera. Se le habían movido las gafas y me sonrió con el placer de la dominación.

—Así que por las malas —susurró—. Maravilloso.

—¡No! —exclamé cuando destellaron de repente en su mano un par de tijeras de podar.

—No te muevas. —Me soltó el pie y me sujetó contra la encimera.

Me removí y le escupí pero me tenía contra la encimera y no podía hacer nada. Me entró el pánico cuando oí el ruido metálico de los cortes. Se convirtió en bruma, me soltó y caí al suelo.

Me levanté como pude sujetándome el pelo.

—¡Para! ¡Que pares! —grité, me debatía entre la alegría del demonio y el mechón que me había cortado. Maldita fuera, eran por lo menos diez centímetros—. ¿Sabes cuánto tiempo me lleva dejarme crecer el pelo?

Al le lanzó a Ceri una mirada de soslayo, las tijeras habían desaparecido y había dejado caer mi pelo en la poción.

—¿Lo que le preocupa es el pelo?

Mi mirada salió disparada hacia los cabellos rojos que flotaban sobre el brebaje de Al y allí plantada, con el jersey empapado, me quedé helada. Al no estaba preparando aquella poción para darme más de su aura. Era para que yo le diera la mía.

—¡Oh, mierda, no! —exclamé dando un paso atrás—. ¡No pienso darte mi aura!

Al cogió una cuchara de cerámica de la rejilla que colgaba sobre la encimera de la isleta central y hundió los mechones de pelo. Tenía una elegancia refinada con su terciopelo y su encaje, cada centímetro de su persona tan pulcro y gallardo como no era humanamente posible.

—¿Es eso una negativa, Rachel? —murmuró—. Por favor, dime que lo era.

No había nada que yo pudiera hacer. Nada.

Sonrió todavía más.

—Y ahora tu sangre para avivarla, amor.

Con el pulso acelerado, miré la aguja que tenía entre el índice y el pulgar y después la tinaja. Si echaba a correr, era suya. Si hacía lo que me pedía, podría utilizarme a través de las líneas. Mierda, mierda y más mierda todavía.

Dejé de pensar y cogí la aguja de plata deslustrada. Se me secó la boca al sentir su peso sólido en la mano. Era tan larga como la palma de mi mano y estaba muy labrada. La punta era de cobre para que la plata no interfiriera con el hechizo. La miré más de cerca y sentí que me daba vueltas el estómago. Había un cuerpo desnudo y retorcido alrededor del ojo de la aguja.

—Que Dios me ayude —susurré.

—No te escucha. Está muy ocupado.

Me puse rígida. Al se había acercado a mí por detrás y me susurraba al oído.

—Termina la poción, Rachel. —Su aliento me quemaba la mejilla, me tiró del pelo pero no me pude mover. Me invadió un escalofrío cuando ladeó la cabeza y se inclinó hacia mí—. Termínala… —dijo sin aliento, me rozaba la piel con los labios. Olí el almidón y la lavanda.

Con los dientes apretados, cogí la aguja con fuerza y me la clavé. Exhalé el aliento que había estado conteniendo y cogí otra bocanada. Creí oír a Ceri llorando.

—Tres gotas —susurró Al acariciándome el cuello con la nariz.

Me dolía la cabeza. Con la sangre desbocada sostuve el dedo sobre la tinaja y vertí tres gotas. Se alzó el aroma a secuoya, que por un momento anuló el hedor empalagoso del ámbar quemado.


Mmm
, qué sustancioso. —Me envolvió la mano con la suya y recuperó la aguja. Se desvaneció en un borrón de siempre jamás antes de que sus manos me sujetaran mi dedo ensangrentado—. ¿Me dejas probar un poquito?

Me alejé todo lo que pude de él, con el brazo estirado entre los dos.

—No.

—¡Déjala en paz! —rogó Ceri.

Poco a poco Al me fue soltando. Me observó y una nueva tensión se alzó en él.

Liberé la mano de un tirón y puse más distancia entre los dos. Me rodeé con los brazos, con todas mis fuerzas, muerta de frío a pesar del calor que me calentaba los pies descalzos.

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