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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (7 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—Sí. ¿No tienen microondas en siempre jamás?

Ella sacudió la cabeza, columpiando las puntas de sus rubios cabellos.

—No, preparaba la comida de Al con magia de las líneas luminosas. Esto es… antiguo.

Jenks se agitó y casi derramó su café. Sus ojos siguieron la elegancia de Ceri mientras esta se dirigía al frigorífico y sacaba una caja de patatas, para el agrado de Jenks. Ceri apretó los botones meticulosamente, aprisionando su labio inferior entre los dientes. Encontré extraño que aquella mujer tuviese más de mil años y sin embargo creyese que el microondas era algo primitivo.

—¿Siempre jamás? —dijo Keasley suavemente, y mi atención volvió a él.

Sostenía el café ante mí con ambas manos, para calentarme los dedos.

—¿Cómo está?

Se encogió de hombros.

—Lo bastante saludable. Puede que un poco delgada. Ha sido maltratada mentalmente. No puedo decir qué le han hecho ni cómo. Necesita ayuda.

Inspiré profundamente, bajando la mirada hacia mi taza.

—Tengo un gran favor que pedirte.

Keasley se enderezó.

—No —espetó mientras colocaba la bolsa sobre su regazo y comenzaba a meter sus cosas dentro—. No sé quién, o qué, es ella.

—Se la arrebaté al demonio cuyo trabajo te toco coser a ti el pasado otoño —comenté, tocándome el cuello—. Ella era el familiar de eso, digo de él. Pagaré por su alojamiento y manutención.

—No se trata de eso —protestó. Sus cansados ojos marrones parecían preocupados mientras sostenía la bolsa en una mano—. No sé nada acerca de ella, Rachel. No puedo arriesgarme a alojarla. No me pidas que lo haga.

Me incliné ocupando el espacio que había entre nosotros, casi enfadada.

—Ha estado en siempre jamás el último milenio. No creo que quiera matarte —repliqué, y sus cuarteados rasgos mostraron un repentino temor—. Todo lo que necesita —proseguí, sorprendida por haber dado con uno de sus temores—, es un emplazamiento normal donde puede recuperar su personalidad. Y una bruja, un vampiro y un pixie que viven en una iglesia y cazan a los malos no es algo normal.

Jenks nos observaba desde el hombro de Ceri mientras ella contemplaba cómo se calentaban sus patatas fritas. El rostro del pixie estaba serio; podía oír la conversación tan claramente como si estuviera encima de la mesa. Ceri le hizo una pregunta en voz baja, y él se giró para responderle alegremente. Jenks había echado a todos de la cocina excepto a Jih, por lo que reinaba un bendito silencio.

—Por favor, Keasley —susurré.

La etérea voz de Jih se elevó en un canto y el rostro de Ceri se iluminó. Se unió a ella, con la voz tan clara como la del pixie, y logró entonar tres notas antes de echarse a llorar. Me quedé mirando la nube de pixies que entraban en la cocina, casi inundando a Ceri. Desde el salón llegó un iracundo grito de Ivy, quien se quejaba de que los pixies estaban interfiriendo de nuevo la recepción de su estéreo.

Jenks les gritó a sus niños, y todos se fueron volando, salvo Jih. Juntos, consolaron a Ceri; Jih con calma y suavidad, Jenks de una forma algo más torpe. Keasley dejó caer sus brazos, y entonces supe que lo haría.

—De acuerdo —dijo—. Probaré durante unos días pero, si no resulta, se vuelve con vosotros.

—Es justo —contesté, sintiendo como un enorme peso se me iba del pecho. Ceri levantó la mirada, con sus ojos todavía húmedos.

—No me habéis pedido mi opinión.

Mis ojos se abrieron de golpe y se me encendió el rostro. Su oído era tan bueno como el de Ivy.


Mmm
—balbuceé—. Lo siento, Ceri. No es que no quiera que te quedes aquí…

Ella asintió con solemnidad en su rostro, en forma de corazón.

—Soy una molesta piedra en una fortaleza de soldados —me interrumpió—. Me sentiré muy honrada de permanecer junto al guerrero retirado y de aliviar sus heridas.

¿«
Guerrero retirado
»?, pensé, preguntándome qué veía en Keasley que yo no viera. Desde la esquina llegó una discusión en falsete entre Jenks y su hija mayor. La joven pixie retorcía el borde de su vestido verde claro, mostrando sus pies diminutos mientras le suplicaba.

—No, espera un momento —dijo Keasley, doblando hacia abajo la abertura de su bolsa de papel—. Puedo cuidarme solo. No necesito a nadie que «alivie mis heridas».

Ceri sonrió. Mis zapatillas, que ella llevaba en sus pies, resonaron de forma apagada sobre el linóleo cuando se arrodilló ante él.

—Ceri —protesté a la vez que Keasley, pero la joven nos apartó las manos, con un repentino matiz de agudeza en sus verdes ojos que no toleraba interferencia alguna.

—Levántate —le dijo Keasley bruscamente al sentarse a su lado—. Sé que eras el familiar de un demonio, y puede que fuera así como te ordenase actuar, pero…

—Esté tranquilo, Keasley —atajó Ceri; un suave brillo rojo de siempre jamás cubría sus pálidas manos—. Quiero ir con usted, pero solo si me permite corresponder a su amabilidad. —Le sonrió, con sus grandes ojos verdes desenfocados—. Eso me proporcionará un sentimiento de autoestima que realmente necesito.

Contuve la respiración al sentir como activaba la línea luminosa de nuevo.

—¿Keasley? —dije elevando la voz.

Sus ojos marrones se abrieron de golpe y se quedó inmóvil en su asiento cuando Ceri se estiró y colocó sus manos sobre el ajado mono de trabajo, a la altura de las rodillas. Observé como su rostro se relajaba y las arrugas se le acentuaban, haciéndole parecer más viejo. Tomó una gran bocanada de aire y se enderezó.

Ceri temblaba, de rodillas ante él. Sus manos se separaron finalmente de su cuerpo.

—Ceri —pronunció Keasley, con su áspera voz quebrada. Se tocó las rodillas—. Se ha ido —susurró, con lágrimas en sus cansados ojos—. Oh, querida niña —continuó, poniéndose en pie para ayudar a Ceri a levantarse—. Llevaba tanto tiempo sin saber lo que es no sentir dolor… Gracias.

Ceri sonrió; las lágrimas brotaban de ella mientras asentía.

—También yo. Esto ayuda.

Aparté la mirada con un nudo en la garganta.

—Tengo unas cuantas camisetas que puedes usar hasta que vayamos de Compras —le dije—. Puedes quedarte con mis zapatillas. Al menos te ayudarán a cruzar la calle.

Keasley la tomó del brazo con una mano, y cogió la bolsa marrón con la otra.

—La llevaré de compras mañana —anunció mientras se dirigía hacia el pasillo—. Hacía tres años que no me sentía lo bastante bien para ir al centro comercial. Me sentará bien salir por ahí. —Se volvió hacia mí con su viejo y arrugado rostro transformado—. Aunque te enviaré la factura. Puedo decirles a todos que es la sobrina de mi hermana. La que vive en Suecia.

Me reí, advirtiendo que era una risa muy próxima al llanto. Aquello estaba saliendo mejor de lo que había esperado y no podía dejar de sonreír.

Jenks emitió un sonido agudo y su hija descendió lentamente hasta aterrizar sobre el microondas.

—¡Vale, se lo pediré! —exclamó él, y ella se elevó tres centímetros con el rostro esperanzado y palmeó sus manos—. Si le parece bien a tu madre y le parece bien a Keasley, entonces me parece bien a mí —aseguró Jenks, con un apagado brillo azul en sus alas.

Jih se elevó en un estado de evidente nerviosismo mientras Jenks flotaba ante Keasley.

—Oye, ¿tienes plantas en tu casa que Jih pudiera cuidar? —preguntó con aspecto de estar terriblemente avergonzado. Esbozó un gesto de disgusto al apartarse el pelo rubio de los ojos. Ella quiere ir con Ceri, pero no voy a dejar que se marche a no ser que pueda resultar de utilidad.

Mis labios se separaron. Dirigí los ojos hacia Ceri, advirtiendo por su respiración contenida que deseaba esa compañía claramente.

—Tengo una maceta con albahaca —contestó Keasley, reacio—. Si quiere quedarse, cuando el tiempo mejore puede ocuparse del jardín, o lo que sea.

Jih chilló, dejando caer polvo pixie de un brillo dorado que se tornaba blanco.

—¡Pregúntaselo a tu madre! —dijo Jenks, con aspecto enfadado mientras la emocionada chica pixie se escabullía. Jenks se posó sobre mi hombro, inclinando sus alas. Creí oler a otoño. Antes de que pudiera preguntarle a Jenks, una estridente marea de rosas y verdes entró volando en la cocina. Sorprendida, me pregunté si quedaría algún pixie en la iglesia que no se encontrase en aquel círculo de metro y medio alrededor de Ceri.

El arrugado rostro de Keasley mostraba una estoica resignación mientras desenrollaba la abertura de su bolsa de material y Jih se introducía en ella para protegerse del frío durante el viaje. Todos los pixies se asomaron por el agujero de la bolsa para decirle adiós y agitar sus manos.

Keasley alzó la vista y le entregó la bolsa a Ceri.

—Pixies —le oí murmurar. Tomando a Ceri por el codo, inclinó la cabeza hacia mí y se dirigió al pasillo, con un ritmo más rápido y el cuerpo más derecho de lo que jamás lo había visto—. Tengo un segundo dormitorio —explicó—. ¿Sueles dormir por la noche o durante el día?

—Ambas cosas —respondió con suavidad—. ¿Le parece bien?

El sonrió, enseñando sus dientes manchados de café.

—Una dormilona, ¿eh? Bien, así no me sentiré tan viejo cuando me amodorre.

Me sentía feliz al verlos encaminarse hacia el santuario. Aquello era bueno en muchos sentidos.

—¿Qué te ocurre Jenks? —inquirí mientras él permanecía sobre mi hombro, al tiempo que su familia acompañaba a Ceri y a Keasley hasta la entrada de la iglesia.

—Creía que Jax sería el primero en marcharse para empezar su propio jardín —sollozó.

Contuve la respiración al comprenderlo.

—Lo siento, Jenks. Ella estará bien.

—Lo sé, lo sé. —Sus alas se pusieron en movimiento, cubriéndome con el aroma a hojas caídas—. Una pixie menos en la iglesia —comentó en voz baja—. Es algo bueno. Pero nadie me dijo que fuera a ser doloroso.

4.

Escudriñando tras mis gafas de sol, me incliné sobre mi coche y examiné el aparcamiento. Mi descapotable color rojo cereza parecía fuera de lugar entre los dispersos monovolúmenes y los modelos más recientes oxidados y descoloridos por la sal. En la parte de atrás, alejado de posibles choques y arañazos, había un coche deportivo gris de baja altura. Probablemente perteneciese al relaciones públicas del zoo, ya que todos los demás eran o bien trabajadores a tiempo parcial, o concienzudos biólogos a quienes no les importaba el vehículo que conducían.

A esa hora tan temprana hacía frío a pesar del sol, y mi aliento salía en forma de vapor. Intenté relajarme, pero podía sentir una presión en el estómago a medida que crecía mi inquietud. Se suponía que Nick iba a encontrarse conmigo aquí, esta mañana, para una sesión rápida en el zoo. Parecía que iba a darme plantón. Otra vez.

Descrucé los brazos delante de mí y agité las manos para desentumecerlas, antes de doblar la cintura y colocar las palmas sobre el frío aparcamiento, cubierto de nieve. Exhalé hasta el fondo de mis pulmones y sentí la tensión en mis músculos. A mi alrededor se oían los suaves y familiares sonidos del zoo preparándose para abrir, mezclado con el aroma a estiércol exótico. Si Nick no aparecía en los próximos cinco minutos, no habría bastante tiempo para una sesión decente.

Yo había comprado pases de corredor para ambos hacía meses, de forma que podíamos correr a cualquier hora desde medianoche hasta el mediodía cuando el parque estaba cerrado. Me había despertado dos horas antes de lo normal para ello. Estaba intentando hacer que esto funcionase; trataba de encontrar una forma de encajar mi horario de bruja, del mediodía hasta el amanecer, con el horario humano de Nick, desde el amanecer hasta la medianoche. Nunca antes había sido un problema, Nick solía esforzarse. Últimamente, sin embargo, todo el peso había recaído sobre mí.

Un potente chirrido me hizo enderezarme. Estaban recogiendo los cubos de la basura, y mi enfado aumentaba. ¿Dónde estaba? No podía haberlo olvidado. Nick jamás olvidaba nada.

—A no ser que quiera olvidarlo —susurré. Alejando esos pensamientos, balanceé mi pierna derecha para colocar mi ligera zapatilla deportiva sobre el capó—. Ufff —resoplé, cuando mis músculos protestaron, pero me incliné sobre el vehículo. Últimamente había estado descuidando mi entrenamiento, ya que Ivy yo ya no entrenábamos juntas desde que había logrado superar su ansia de sangre. Empezó a temblarme un ojo, y cerré los dos mientras intensificaba el estiramiento, agarrándome el tobillo y tirando de él.

Nick no lo había olvidado, era demasiado listo para eso, sino que me estaba evitando. Yo sabía por qué, pero aun así era deprimente. Habían pasado tres meses y todavía se mostraba distante e indeciso. Lo peor era que no creía que fuera su manera de romper conmigo. El hombre invocaba demonios en su armario de la ropa blanca, y tenía miedo de tocarme.

El pasado otoño, yo había estado tratando de vincular a un pez conmigo para cumplir con una estúpida tarea para mi clase de líneas luminosas y, en cambio, convertí a Nick en mi familiar. Estúpida, estúpida, estúpida.

Yo era una bruja terrenal; mi magia provenía de las cosas que crecen y era estimulada por el calor y por mi sangre. No sabía mucho acerca de la magia de las líneas luminosas, excepto que no me gustaba. Por lo general, tan solo la usaba para trazar círculos protectores cuando preparaba algún hechizo particularmente delicado. Y para hacer que los Howlers me pagaran lo que me debían. Y, de vez en cuando, para protegerme de mi compañera cuando perdía el control de su ansia de sangre. Además, la había utilizado para derribar a Piscary en su celda, de forma que pude obligarle a someterse con la pata de una silla. Había sido esta última vez la que había hecho que Nick pasara de ser el novio apasionado y definitivo a simples conversaciones telefónicas y besos en la mejilla. Retiré la pierna derecha del capó y levanté la izquierda; empezaba a sentir lástima de mí misma.

La magia de las líneas luminosas suponía una potente descarga de fuerza y podía volver loca a una bruja, y por ello no era extraño que hubiese más brujas negras de líneas luminosas que brujas negras terrenales. Usar un familiar lo hacía más seguro, debido a que la energía de una línea luminosa era filtrada a través de las mentes más simples de animales, en lugar de a través de plantas como en la magia terrenal. Por razones obvias, solo se usaban animales como familiares, al menos a este lado de las líneas luminosas y, en verdad, no existían hechizos de brujería para vincular a un humano como familiar. Pero al ser tanto plenamente ignorante acerca de la magia de las líneas luminosas como impaciente, había usado el primer hechizo que encontré para vincular a un familiar.

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