Antídoto (27 page)

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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

BOOK: Antídoto
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Todos los informativos eran militares. Todos parecían estadounidenses, excepto una mujer con cierto deje extranjero. —Cóndor, Cóndor, aquí Búho Blanco número cinco, confirmado un uno-uno-cuatro. Repito, hemos continuado mi uno-uno-cuatro.

—Parece francesa —dijo Ruth.

La mayoría de los mensajes estaban en un código similar, lleno de números y nombres de pájaro. Era tranquilizador oír tanto alboroto, el país seguía en pie incluso en un momento así.

Cam no se fiaba de ellos, Entendió que si Newcombe se había ido, la seguridad de Ruth era responsabilidad suya. Necesitaba entrar en contacto con las fuerzas rebeldes, pero sería muy difícil aceptar el reto y lograr comunicarse con ellos. Lo que era peor, todas las frecuencias que Newcombe había mencionado estaban ocupadas. El instinto de Caín le dictó no decir nada.

Compartieron tres barritas energéticas para desayunar engulleron un puñado de pastillas, cuatro aspirinas y dos antihistamínicos. Las medicinas agravarían los mareos, pero las mordeduras de las hormigas les dolían mucho, y ambos se estaban rascando continuamente.

Al final, Cam consiguió sintonizar un canal sin voces.

—Newcombe —dijo—. ¿Newcombe, estás ahí? —las voces no se dieron cuenta. Le faltaba potencia de transmisión para llegar a Utah o a Idaho, y no parecía que nadie de cerca le escuchará.

Estaban solos.

Avanzaron.

Avanzaron y Cam se aseguró de no apresurar a Ruth. El paso lento con el que caminaban le permitió observar el terreno más detenidamente. Se toparon con un enjambre de termitas y se retiraron enseguida, con tal de no molestar a los bichos. El frente del enjambre se arremolinó en el cielo, pero Cam esperó que el movimiento no fuera lo bastante inusual como para atraer el interés de nadie que observara el valle. Era muy importante que fuera así. No podía ver demasiado a través de los árboles, pero los aviones seguían pasando sobre ellos y el enemigo debía de tener observadores en las cimas. Una vez, un jet pasó lo bastante bajo como para sacudir el bosque. ¿Los habría detectado con infrarrojos?

Cam llevó a su compañera hasta un riachuelo a una hora de allí, y ambos.se metieron en el agua. Llevó la cara al líquido elemento para beber, aunque a Ruth le costó un poco más por solo poder usar un brazo. Se llevó el guante a los labios una y otra vez hasta que Cam recuperó el control de sí mismo y le lleno la cantimplora.

—No bebas demasiado —le dijo—, o te sentará mal. Ruth asintió y se río, y paso a refrescarse la cara y la cabeza. Sonaba como si tosiera, pero se estaba riendo, y Cam quedo paralizado por la impresión.

En cierto sentido, las heridas y el cansancio les hacían actuar como niños. Su visión se estaba haciendo más y más inmediata, limitada al momento. Puede que fuera algo bueno.

Nadie en su sano juicio podría aguantar un dolor sin fin. Era un mecanismo de supervivencia, pero también era peligroso. Cam se forzó a levantarse y a alejarse un poco de ella para encontrar una mejor posición de ventaja.-Espera —Ruth tropezó. —Solo voy a mirar si... —¡Espera!

Dejo que ella lo alcanzara. Encontró un claro entre los árboles desde donde podrían vigilar las montañas tanto del sur como del oeste. Había humo en ambas direcciones que subía desde el bosque.

—Vamos a dormir —le dijo—. ¿vale?

Ruth asintió, pero espero a estar segura de que él se sentaba antes que ella, para luego apoyar su hombro contra el suyo. Era una extraña forma de amor, como de hermanos. No se podían tocar con sus mugrientas armaduras, pero sería diferente si estuvieran a una altura adecuada. Ruth estaba cada vez más segura de sus sentimientos, eran una nueva razón para vivir.

Cam sintonizó de nuevo los canales que le había dicho Newcombe. Ruth se durmió. Una nube de moscas les encontró y zumbaron cerca de ellos, pero no la despertaron. Tampoco lo hizo el murmullo de la radio. El sol se quedó parado al mediodía durante lo que pareció una eternidad, y Cam la abrazó en silencio.

Se despertó al escuchar la voz de Newcombe.

—David Seis, soy George. ¿Me recibes? David Seis.

La transición del sueño a la consciencia duró demasiado. Cam se encasquetó los auriculares en la capucha y subió el volumen. Pulsó el botón de envío.

—Aquí Cam, ¿me recibes? Soy Cam.

«David Seis» era como llamaban en clave a los rebeldes, pero Newcombe ya no contestaba. La luz había cambiado, el sol ya estaba cerca de la línea de las montañas en el oeste. El ocaso se extendía por las laderas y se sumergía en los valles, revelando el lejano brillo de unos incendios.

Cam se quedó mirando la radio. ¿Debería intentar cambiar de canal?

—¡Newcombe! —dijo en el seis, luego cambió al ocho—. Newcombe, soy Cam.

Ruth le dijo:

—¿Estás seguro de que era él?

Había un hombre recitando coordenadas en el canal ocho, pero otra voz se superpuso a la suya.

—Cam —dijo la radio—. Te oigo, tío. ¿Estáis bien?

—Gracias a Dios... —Ruth estrujó el brazo de Cam en celebración.

Pero él se quedó helado. La hizo callar, volviendo la mirada al bosque con cierto pánico. «Tío». Newcombe no le había llamado nunca así. Cam cambió de canal con miedo e inquietud, ¿y si lo habían capturado?

—Diría que he seguido bien vuestro rastro —dijo la radio—. Parad un poco, enseguida os alcanzo.

Los dos habían pateado cada pina, piedra y rama entre la carretera y donde se hallaban. Maldita sea, y encima se había dormido. Se sentó y había dormido durante horas.

—Cam, ¿me oyes? —dijo la radio.

—Deberías contestarle —Ruth estaba quieta y tensa. Ella también se había girado a observar las sombras que tenían tras ellos, y Cam asintió con cierta duda.

Le habló al micrófono de los cascos.

—¿Recuerdas el nombre del hombre que nos sacó de la calle en Sacramento?

—Olsen —contestó la radio. Uno de los compañeros de escuadrón de Newcombe había dado su vida para retrasar a los paracaidistas que les habían acorralado en la ciudad, y Cam no pensaba que Newcombe fuera a olvidar el valor de su amigo. Al menos, no tan pronto. Era la mejor prueba que consiguió pensar, dándole a Newcombe la oportunidad de fallar si el enemigo le estaba poniendo un cuchillo en la garganta.

—Muy bien —dijo Cam—, esperaremos.

Intentaron preparar una emboscada, modificando el rastro que habían dejado. Esperaron tras un montículo de tierra con las armas a punto, pero sólo un hombre salió de la oscuridad nocturna.

—Newcombe —dijo Cam con suavidad. El soldado corrió hacia ellos y cogió la mano de Cam, deseoso de contacto. Con Ruth fue más cauteloso, tocando el guante de su mano buena.

Estaba diferente, más abierto. Cam pensó que Newcombe habría estado más asustado de lo que jamás admitiría. Él pareció notar también el cambio en ellos. Mientras comía lo que les quedaba de comida empaquetada, Newcombe levantaba la vista de su cena para mirar a Cam o a Ruth en la oscuridad, sobre todo a ésta última. Cam sonrió débilmente, estaba contento de tener algo por lo que sonreír. Vio una mueca de cansancio en la boca de Ruth, mientras compartían dos latas de pollo guisado de las provisiones de Newcombe.

—Las trampas de bichos han funcionado —dijo éste—. Funcionaron a la perfección. Las hormigas salían del suelo desde un kilómetro de distancia. Tuve que dar la vuelta por el norte, por eso he tardado tanto en alcanzaros.

—¿Viste quién venía de la montaña?

—No, pero en la radio dicen que son los rusos.

—¡Los rusos! —dijo Ruth.

—Sí —Newcombe había dejado encendida su radio, que graznaba a sus espaldas. Cam pensó que seguramente se habría pasado todo el tiempo haciendo llamadas aferrándose a la ilusión de hablar con otra presencia humana.

La mala suerte hizo que no pudieran comunicarse. Newcombe dijo:

—Parece que nos metieron en algún lío territorial y tiraron la bomba en Leadville con sus políticos y sus hijos aún dentro. Sus propios hijos. Yo...

El difuso murmullo de las voces quedó apagado por una locutora nueva y más clara, hablaba bajo y deprisa.

—George, aquí Gavilán. George, responde. Aquí Gavilán. Newcombe dejó caer el guiso y cogió sus auriculares, hablando antes incluso de ponerse el micrófono delante.

—George, George, George. Aquí George, George, George.

Los tres estaban tan atentos a la radio que al principio Cam no se dio cuenta de que había otro sonido que procedía del bosque. Era un rugido lejano y familiar. Miró hacia arriba a través de los árboles negros.

—Necesito confirmación. Gavilán —dijo Newcombe, antes de girarse y musitar—: Son los nuestros. Tienen que ser ellos. El mundo explotó a su alrededor. Un jet les pasó por encima, arrastrando un ruido infernal tras de sí. La ráfaga de aire chocó contra las montañas y resonó por toda la zona. Cam quedó cubierto por una ducha de hojas y ramas de pino. —Hotel Bravo, Bravo Noviembre —dijo la mujer—. Hotel Bravo, Bravo Noviembre.

—Hay corredores en la tercera y la primera base —dijo Newcombe con urgencia—. El bateador es Najarro, el pitcher es de los Yankees. La bola va hacia la tercera base.

El avión parecía de color rojo fuego en la noche, y se giró de pronto hacia arriba para realizar una complicada vuelta, ¿iba a volver a donde estaban ellos? La señal de Newcombe no alcanzaría más que unos pocos kilómetros, pero si giraba, delataría, su posición. Estaba realizando maniobras evasivas, habla más luces en el cielo. Un pico más al sur se iluminó con unas luces amarillas, y los motores del jet se incendiaron a la vea que el piloto salía disparado.

—Misiles-dijo Cam, porque Newcombe mantenía la cabeza gacha concentrado en su mensaje.

—La bola va a la tercera —repitió el soldado.

Silencio. El sonido de los motores resonó por la periferia y luego desapareció tras una colina. Una explosión surgió de repente allí mismo. Cam y Ruth se miraron el uno al otro.

—¡No! —dijo la doctora, pero el jet volvió a dejarse ver, girando levemente hacia el este. Era un misil que había impactado contra el suelo.

Cam estaba seguro de que aquél no podía haber sido el primer vuelo de reconocimiento que las Fuerzas Armadas enviaban para atacar California, con todas estas cámaras en acción como ametralladoras.

—Béisbol... —le dijo a Newcombe—. Crees que los rusos están escuchando.

—Puede que no sea así.

—Has usado mi nombre —Cam nunca había usado la radio ni había formado parte de un manifiesto antes de la expedición en Sacramento—. El pitcher es un Yankee. Nueva York.

—Quieres volver al norte —dijo Ruth—, donde se halla la tercera base.

—Al nordeste, más bien. Hay un aeródromo comarcal cerca de Doyle, no muy lejos de la frontera entre California y Nevada. Está justo en la línea de la rejilla que os enseñé.

—¿Y si la piloto no lo recuerda? —dijo Cam—. ¿O qué pasa si no te ha oído?

—Lo ha grabado en una cinta. Ya se darán cuenta.

—Eso si no estaba demasiado lejos para recibirte.

Newcombe se encogió de hombros despreocupado.

—Ahora ya no importa —le dijo—, volverán.

18

Seis días más tarde, se encontraban a tres kilómetros del aeródromo. Ruth se separó de Cam mientras éste se agazapaba tras unas rocas del desierto. Ninguno de ellos hablaba, sólo actuaban. Cam siguió por el pequeño laberinto de piedras, y Ruth se agachó a unos pocos metros de distancia, vigilando sus espaldas, a la vez que Newcombe aseguraba el paso y se desplazaba al otro lado de su compañero.

El triángulo era su posición por defecto y también su fuerza. Era lo más próximo a un círculo que los tres podían formar, y volvían la mirada en todas las direcciones.

Tras ellos, el camino era brumoso, difícil de ver por el polvo que arrastraba el fuerte viento, un poco más calmado por la mañana. Podían pasar horas hasta que la fina y seca arena volviera a bajar, pero no podían permitirse esperar a que el tiempo cambiara. En su lugar, avanzaban buscando senderos por el polvoriento terreno.

«Nadie», pensó Ruth. «Puede que ya no vuelva a haber nadie en este lugar».

A] oeste, las sierras formaban un muro escalonado de sombras azules y bosques sombríos. Los colores se volvían más brillantes u oscuros según se acercaban al pie de las colinas. Supusieron que la mayoría de los supervivientes habría ido hacia el norte o hacia el sur siguiendo el borde de aquella línea irregular, y si las tropas rusas los estaban persiguiendo, seguirían el mismo patrón de avance.

Ruth, Cam y Newcombe estaban a varios kilómetros del rastro de hierba más próximo. La plaga había resultado devastadora en aquel lugar, incluso las malas hierbas estaban muertas. Lo único que quedaba eran unas pocas raíces secas azotadas por el viento. Habían visto muchos restos disecados de hierba y flores silvestres, eran manchas negras y marchitas en el suelo. El calor había erradicado a los insectos, lo que propicio la muerte de los reptiles y la vegetación. Con la ausencia de un equilibro ecológico, la biosfera había quedado destruida. La tierra se caldeó y calentó aún más el aire cercano. La humedad se concentró en cada recodo de sus trajes. Ruth se quedó en camiseta y ropa interior para poder aguantar dentro de la mugrienta armadura, v aun así se estaba asando.

Beber agua se había convertido en una cuestión de \ida o muerte. Cada día necesitaban más de la que podían llevar con ellos. Por suerte, habían vuelto a la civilización pasando por las afueras de unos pueblos llamados Chikoot y Hallelujah Juncdon. La autopista 395 les condujo hacia el norte, y estaba plagada de coches parados y camiones del ejército. Consiguieron ropa y botas nuevas, y también encontraron varias botellas y latas, aunque muchas se habían podrido por la acción del Sol.

La autopista no ofrecía ninguna protección contra el polvo. La suciedad y la arena poblaban el asfalto. Se apilaban sobre los coches y los guarda raíles, formando dunas y montículos. Las alcantarillas se habían convertido en fosos, y también había otros peligros como vallas y alambradas caídas. Ruth se hizo un corte en el tobillo con una boca de incendios oculta bajo la arena, así que desde entonces viajaron campo a través.

Aún se vieron con otra tormenta de arena. Muchos días habían sido ventosos, cosa que agradecían porque así se borraba su rastro, pero que también los confundía porque borraba el de cualquier otro. Estaban constantemente preocupados por la vigilancia de aviones y satélites. ¿Se verían desde arriba las nubes de polvo que hacían al correr? Siempre había movimiento alrededor de ellos. Enormes torbellinos paseaban y desaparecían por el desierto para luego volver a emerger, sobre todo hacia el este. Su única esperanza era que desde arriba parecieran otro remolino de polvo.

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