Antídoto (34 page)

Read Antídoto Online

Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

BOOK: Antídoto
12.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

Debería ser algo insignificante, pero Ruth tuvo que enfrentarse a Allison todas las mañanas mientras ésta y Cam ayudaban a entregar muestras y datos geográficos de cientos de refugiados. Ruth no podía evitar pensar que Allison y Cam hacían buena pareja, ambos marcados por la guerra, pero aún jóvenes y fuertes, inteligentes y dedicados.

Al final, Ruth fue a hablar primero con Allison tras tomar una decisión.

La encontró justo después de la puesta de sol. Cam y Allison estaban dentro de una gran tienda colocando una docena de bancos, una pizarra y cuatro escritorios para registrar a los refugiados que habían acudido a cambio de una barrita de cereales o una prenda de ropa nueva. Fuera ya había una muchedumbre considerable haciendo cola.

Cam estaba mirando un sujetapapeles junto con un médico del ejército. Ruth los pasó de largo. Se sentía mal por la tensión y la falta de sueño, y Allison sonrió al verla. No era un gesto de maldad, la chica sabía que había ganado, y Ruth pensó que sólo quería parecer simpática. Era posible que hubiera un mínimo ademán de burla o lástima en la forma que trataba a Ruth por ser mayor, demasiado mayor para Cam. —Hola —dijo Allison.

—Mejor salgamos fuera —dijo Ruth abruptamente. Le molestaba que alguien pudiese estar tan alegre, y obtuvo satisfacción en quitarle la sonrisa de la boca a su competidora.

—Mierda —dijo la chica—. Cam ya nos dijo que podía ser un arma...

—No, no es eso. Aún no lo sé —dijo Ruth, meneando la cabeza en señal negativa.

No tenía derecho a culpar a Allison, pero tenía sus sospechas sobre quién había diseñado el fantasma. Reconoció el trabajo. Cada mecánico tiene su propio estilo, igual que los pintores, los escritores y los músicos. El fantasma no era chino, sino americano. La nueva tecnología pertenecía a Gary LaSalle, y Ruth dijo:

—Creo que viene de Leadville. La gente de allí debió de acorralar a nuestros amigos antes de que consiguieran llegar a las sierras y así fue como consiguieron la vacuna, lo que significa que pudieron trabajar en un derivado durante al menos una semana antes de que les cayera la bomba encima.

—Perdona —interrumpió Allison—. ¿Quién tiene la vacuna?

Ruth se dio cuenta de que no se estaba explicando. Cam lo habría entendido, pero Allison no había estado allí.

—Necesito tu ayuda —le dijo.

—Tú mandas —asintió Allison, mirándola fijamente a los ojos. La chica se había dado cuenta al fin del cansancio de Ruth.

—Había dos personas más con nosotros que consiguieron salir de Sacramento —dijo Ruth—, un soldado y otro científico como yo. Ellos tenían la vacuna, pero los cogieron los de Leadville. De eso hace ya dos semanas, y Leadville debió de empezar a hacer pruebas y nuevas versiones basadas en esa tecnología.

Había cuatro cepas diferentes del fantasma. Ruth había conseguido descifrar gran parte del enigma sin conseguir averiguar cuál se suponía que era el objetivo de los nanos. Al mismo tiempo, había identificado, más o menos, cuatro puntos de infección que se habían mezclado como restos del ejército de Leadville, ya disuelto y migrado, lejos de la zona cero. El jefe había estado probando en secreto nuevos modelos del fantasma en su propia gente. Se la habían dado a las unidades del frente para ver qué podía pasar, pero el fantasma no era una vacuna perfecta, aunque les habría resultado más fácil mejorar el burdo y rápido trabajo que había hecho Ruth en Sacramento.

Los equipos de Leadville nunca habrían dejado la vacuna tal como estaba en aquel momento, sin preocuparse por mejorarla. Ruth lo sabía, existía una vacuna mejor. El equipo y las herramientas de Leadville eran mucho mejores que todo lo que Grand Lake había conseguido comprar o robar. Leadville contaba también con la experiencia de cincuenta de los mejores expertos en nanotecnología. Una vacuna que ofreciera total inmunidad contra la plaga habría sido su primera prioridad, pero tal y como se temía, habían debido de quedársela para ellos mismos. Entonces, empezaron a experimentar con otro nano.

¿Qué podía hacer el fantasma? ¿Podría ella recuperar de algún sitio la vacuna mejorada? Ruth nunca sería capaz de igualar su trabajo ni de emularlo en el suyo aunque pasaran años o décadas, pero debía de haber supervivientes de aquel círculo interno o restos moleculares dispersados por la explosión y absorbidos por los refugiados más cercanos. Estaba segura de que podría encontrar otros restos de su manufactura si buscaba bien.

—Mejor salgamos de aquí —dijo Ruth—. Necesito que me ayudes a convencer a Shaug para que me deje marcharme. Necesito escolta, coches y mi equipo.

—No será fácil, pero puedo hablar con los demás alcaldes.

—Gracias.

Ruth necesitaba seguir el rastro confuso e invisible hacia el sur para ver si podía recuperar el mejor trabajo de LaSalle antes de que se perdiera para siempre. No había nadie más que pudiera apreciar e identificar los nanos.

—¿Crees que Cam... vendrá? —Ruth apartó la mirada de la de Allison y habló hacia el suelo—. Por fin está seguro, y ahora os tiene a ti y a sus amigos.

Allison esperó hasta que Ruth volvió a mirar hacia arriba, y entonces meneó la cabeza y sonrió una vez más. Pero ahora, la sonrisa era triste, y Ruth comprendió que ella también cargaba con su propio rencor. De hecho, Allison se hubiera alegrado de verla marchar.

—Intenta detenerlo —le contestó Allison.

21

—Apártate del jeep —dijo Cam apuntando con su carabina al hombre quemado. Detrás de él, la cabo Foshtomi apuntaba con su metralleta hacia los hijos del hombre. Estaban en medio de una pequeña muchedumbre. Cam y Foshtomi estaban de espaldas contra el jeep, con el sargento Wesner situado sobre ellos. Pero Cam echó una ojeada rápida y vio que Wesner se había girado para cubrir el otro lado.

En la colina había al menos setenta refugiados. Muchos de ellos se habían reunido en un grupo alrededor del primero de los tres vehículos, donde Ruth, Deborah y el capitán Park estaban sacando muestras de sangre. Algunos ya se habían alejado con una lata de comida o un suéter limpio como recompensa por cooperar. Pero había otros que se habían negado a prestar su ayuda. El hombre quemado y sus hijos habían alcanzado la parte trasera del segundo jeep para coger todo lo que no se hubiera guardado, hasta que Wesner les dio un par de gritos.

—Lo necesitamos más que vosotros —dijo el hombre.

—Apartaos —Cam quitó el seguro de su M4, que hizo un sonido metálico, pero el asaltante se quedó mirando fijamente las cajas de suministros, como convenciéndose de su valía—. ¡Fuera! —gritó Cam.

—¡Vamos, largo! —vociferó la cabo para ayudarle.

En el frente de la columna, seis soldados escucharon las voces y empezaron a dispersar a la multitud.

El ruido de los refugiados era menor, a pesar de que los soldados estaban en inferioridad numérica. Cam vio a Deborah coger a una mujer hambrienta para sentarla en su asiento de lona, pero la escuálida mujer la apartó, gritando. Al mismo tiempo, Ruth se alejó del gentío y sacó la pistola.

«Buena chica», pensó Cam. Pero el dividir la atención casi lo mata. El hombre de antes había avanzado con un cuchillo, y Foshtomi sacó su arma.

—¡No! —dijo Cam, agarrando el brazo de Foshtomi. La cabo era delgada y de baja estatura. Apenas pesaría unos cincuenta kilos, pero era rápida como un rayo. Apartó a Cam y volvió a levantar el arma, golpeando las costillas de su compañero con su nariz respingona.

—Ni se te ocurra moverte —le dijo.

Cam cubrió a los dos chicos con su carabina. Había más gritos al frente de la fila, pero mantuvo la mirada fija en sus caras. Las quemaduras eran por la radiación. Habían estado— tan cerca de la explosión que se les estaba cayendo la piel. ¿Dónde estaba la madre de los chicos? ¿Muerta? ¿Escondida? Aquella familia había visto dos veces el fin del mundo, pero mantenía la determinación de luchar para avanzar hacia el norte, y Cam no quería herirlos. Ya había experimentado antes la sensación de estar mirándose en un espejo. Sólo una cadena de suerte y circunstancias varias le había puesto al otro lado del cristal: bien alimentado, de uniforme y armado.

—Por favor, marchaos —Cam estaba a punto de llegar al jeep para cogerles algunas latas de comida, pero Foshtomi añadió:

—Tenéis suerte de que no os saquemos las tripas a tiros.

La cabo continuó mirándoles incluso después de que se alejaran. Estaba temblando, y Cam sonrió para sus adentros. De todos los hombres y mujeres que se habían ofrecido voluntarios para abandonar Grand Lake, aquella atrevida y pequeña soldado era su favorita. Como muchos de los mejores supervivientes, Foshtomi poseía ciertas características. Aunque era la única mujer del escuadrón, podía resultar algo cruda, a veces, incluso cruel, como para compensar su pequeño tamaño. Pero Foshtomi también era muy inteligente, activa y fuerte. De hecho, a veces recordaba a Cam o a Ruth, de la misma forma que lo hacía Allison, excepto que la única historia que compartía con Sarah Foshtomi era simple y nueva.

Estar con Allison lo había cambiado. La imagen que tenía de sí mismo seguía siendo de inseguridad, pero estaba volviendo a recuperar la confianza. Ya no estaba resentido ni asustado, aunque quizá debiera estarlo. No había dado unos primeros pasos dudosos para llevar una vida normal en Grand Lake, sólo para terminar abandonándola. Allison se había quedado, y no podía culparla por ello. Tenía otras responsabilidades, se dio cuenta de que su lugar estaba allí.

Aquella tarde fue a buscar a Ruth al campamento. Ella levantó la vista de sus planos y Cam miró a izquierda y derecha, sintiendo como si estuviera en un escenario donde todos le miraban. Los tres jeeps estaban aparcados formando un triángulo abierto con aberturas para defensa en cada esquina y en medio de una zona amplia e inclinada llena de piedras y hierba. El espacio interior no tenía más de diez metros hasta el punto más ancho. Doce personas eran muchas, aunque la mayoría estaban haciendo guardia o dentro de sus sacos de dormir. Cam vio al capitán Park y a otro hombre mirándole.

Los soldados eran muy curiosos. Habían apostado sus vidas por Ruth y no estaban muy seguros de la relación que tenía Cam con ella. Pero era evidente que estaban juntos, por mucho que él hubiera hecho juramento y llevara su uniforme. Cam era soldado sólo de nombre, todavía estaba aprendiendo a desmontar y limpiar su arma, una carabina M4 de calibre 5,56mm. Ya estaba un poco más familiarizado con su antigua MI6, que llevaban las tropas de Leadville, como Newcombe. Pero aunque ambos modelos eran similares, Cam nunca había entrenado con ninguna de las dos. La diferencia era sorprendente. Sabía que el Año de la Plaga había forzado al ejército a hacer uso de antiguas reservas de armas y equipo, pero le sorprendió descubrir que los soldados rebeldes estaban mejor armados incluso que las tropas de la capital, al menos en aquel momento.

Muchos de los soldados eran muy cordiales, como Foshtomi. Todos deseaban enseñarle, pero también querían saber dónde encajaría mejor en el puzzle, igual que él.

La mirada de los ojos de Ruth era de cautela, aunque intentaba esconderla con una sonrisa.

—Hola —le dijo.

—¿Cómo estás? —Cam se detuvo delante de sus apuntes. Entonces se agachó en el lado más alejado de la montaña de papeles.

Ruth empezó a ordenarlo todo 8 pareció aliviada de encontrar una excusa para evitar su mirada. Señaló un punto en el mapa.

—Aún no hemos encontrado nada nuevo —dijo.

Aquello no respondía a lo que había preguntado él, pero asintió de todas formas.

Ruth movió la cabeza en un afán de negación.

—Tampoco esperaba descubrir nada. Aún no hemos cubierto suficiente terreno.

—Tiempo al tiempo —dijo Cam.

La puesta de sol tenía esa cualidad de duración que sólo se puede ver en las zonas altas. El pelo de Ruth brillaba en el crepúsculo, y cuando miró hacia arriba, sus ojos marrones eran oscuros y hermosos, además de muy serios.

Ella merecía algo mejor. Podría haberse quedado en Grand Lake, y Cam se preguntó a qué venía aquella insistencia afirmando que nadie más podía analizar las muestras de sangre en busca de nanos. Ruth seguía castigándose, pero ¿por qué?

El viaje había sido duro. Podían bajar de la barrera, pero querían encontrar gente, y la vacuna aún tenía que esparcirse al sur de Grand Lake, excepto en las zonas donde ellos mismos la habían distribuido. No había refugiados en zonas por debajo de los tres mil metros. Aun así, las carreteras estaban repletas de vehículos parados. Estaban cruzando todo el país. En tres días sólo habían avanzado cuarenta kilómetros, muchos de los cuales fueron serpenteando por el camino. Hubo una vez donde tuvieron que remolcar los jeeps por un camino cortado de montaña. En muchas ocasiones tuvieron que dar marcha atrás y encontrar otra vía. No tenían a suficiente gente para enviar a nadie a explorar, e incluso los mejores mapas ya no eran fiables con los barrizales y los campamentos de refugiados que bloqueaban el camino.

Evitaron los grupos numerosos. En un par de ocasiones, tuvieron que bajar de la barrera tras ser sorprendidos por chabolistas. Ruth quería tantas muestras de sangre como fuera posible, pero tenían miedo de que los atacaran. El escuadrón llevaba cuatro metralletas M60 además de las carabinas, y dos Mac-10 a las que Foshtomi llamaba «trituradoras de carne». Pero doce personas nunca serían rivales para un millar. Los suministros que llevaban los convertían en objetivos. Por suerte, consiguieron evitar el boca a boca. Sus vehículos eran una gran ventaja, y casi todas las personas a las que encontraron era la primera vez que sabían de ellos.

Su grupo era reducido por varios motivos. Necesitaban llevar suficiente comida y combustible para poder seguir avanzando y también era importante no llamar la atención de los aviones y satélites de Rusia y China. Una caravana grande hubiera sido más visible, y el cielo era una amenaza más grande que cualquiera de los hambrientos supervivientes.

Como en la expedición de Sacramento, su escuadrón lo formaban sólo oficiales y suboficiales, ningún soldado raso. Foshtomi y Ballard eran los únicos cabos. Los demás eran sargentos de varios rangos, y John Park y Deborah eran capitanes, aunque estaba claro que Park era quien estaba al mando.

Deborah era una forastera como Ruth y Cam. Nunca se alejó de su amiga. La esbelta rubia había estado tomando sus propias notas, pero entonces se levantó, caminó unos pocos pasos y se sentó de nuevo, junto a Ruth.

Other books

Cipher by Robert Stohn
Why Kings Confess by C. S. Harris
The Mane Attraction by Shelly Laurenston
Mountain Girl River Girl by Ye Ting-Xing
Picture Perfect by Remiel, Deena
WarlordUnarmed by Cynthia Sax
Lush by Beth Yarnall
The Pastor's Wife by Reshonda Tate Billingsley