Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos (8 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos
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—Qui-Gon —murmuró Cerasi—. Tengo una idea. ¿Me escuchas?

—¿Tengo otra elección? —respondió Qui-Gon.

Cerasi se acercó y susurró su plan en el oído de Qui-Gon.

—De acuerdo —dijo—, pero después te marcharás. ¿De acuerdo?

Cerasi asintió. Después abrió la puerta con facilidad y desapareció.

Les costó a los guardias un momento darse cuenta de su presencia.

Cerasi corrió hacia ellos con una expresión compungida.

—¡Alto! —le dijeron los guardias.

—¿Qué? —preguntó Cerasi con aire distraído.

Siguió avanzando.

—¡Alto o disparamos! —advirtieron los guardias. Cerasi se paró y juntó sus manos.

—¡Mi padre está ahí! ¡Tengo que verle!

—¿Quién es tu padre?

Cerasi se paró.

—Wehutti, el gran héroe. Tengo que decirle que mi tía Sonie ha muerto. Murió en un ataque con una granada de protones de los Daan. ¡Tenéis que dejarme pasar!

—¿Eres la hija de Wehutti?

—Sí, mira. Tengo una tarjeta de identificación.

Cerasi enseñó a los guardias la tarjeta de identificación Melida.

Uno de los guardias la cogió y la pasó por su lector. Cuando se la devolvió, su tono de voz era mucho más amable.

—No he visto a Wehutti por aquí. Posiblemente esté en las calles. Estamos siendo invadidos, ¿lo sabes?

—¿Crees que no lo sé? —gritó Cerasi—. Los Daan están tomando el Círculo Interior, edificio a edificio. Estarán aquí en un minuto. ¡Necesito a mi padre! Me prometió que estaría aquí si lo necesitaba. ¡Me lo prometió!

La voz de Cerasi temblaba. Con su pequeña figura y su voz fingida parecía más joven de lo que era.

Los guardias intercambiaron una mirada.

—Está bien, pero después te marcharás y buscarás un refugio —dijo uno de ellos.

Cerasi salió corriendo por el pasillo y dobló la esquina. Pasó un minuto, luego otro. Qui-Gon esperó pacientemente. Tenía confianza en Cerasi. Necesitaría tiempo para dar la vuelta y coger a los guardias por el otro lado.

De repente, el sonido de un disparo láser retumbó en el pasillo, en dirección opuesta a donde había desaparecido Cerasi. Los dos guardias se miraron.

—¡Los Daan! —gritó uno de los guardias—. ¡La chica tenía razón! ¡Nos atacan!

Antes de que los guardias se volvieran y pudieran reaccionar, Qui-Gon había salido hacia la puerta con su sable láser en la mano. Obi-Wan corría a su encuentro.

Los guardias dispararon tan pronto como vieron al Jedi, pero ya era demasiado tarde. Obi-Wan y Qui-Gon rechazaban los disparos con sus armas sin perder velocidad en su carrera.

Moviéndose al unísono, saltaron los últimos metros, hasta alcanzar a los guardias. Rechazaron los disparos, hirieron a los soldados en el pecho de una patada y les hicieron caer hacia atrás, despojándoles de sus armas.

—Cúbreme —ordenó secamente Qui-Gon a Obi-Wan.

Mientras comenzaba a romper el candado con su sable láser, los guardias se recuperaron y echaron mano a otras armas que llevaban en su cinturón.

Obi-Wan no les dejó levantarse. Se abalanzó sobre ellos, obligándoles a volverse y a girarse para atacarle. De una patada, hizo que un guardia soltara su arma y después apuntó al otro con su sable láser. El guardia gritó y soltó su arma.

—No os mováis —advirtió Obi-Wan, manteniendo el sable láser sobre sus cabezas.

El candado cedió, y Qui-Gon empujó la puerta. Se paró, conmocionado al ver el estado de Tahl. Su compañera de entrenamiento en el Templo siempre había sido guapa, una mujer alta del planeta Noori, con los ojos dorados y verdes a rayas, y la piel del color de la miel.

Ahora estaba delgada y parecía débil. Su bonita piel estaba afeada por una cicatriz que iba desde un ojo hasta debajo de la barbilla. El otro ojo estaba cubierto por un parche.

—Tahl —dijo intentando mantener el tono de voz firme—. Soy Qui-Gon.

—Ah, el rescate, por fin —dijo en el mismo tono amable e irónico de siempre, el que le hacía sonreír—. ¿Tan mal aspecto tengo, viejo amigo?

Entonces se dio cuenta de que no podía verle.

—Estás tan adorable como siempre —dijo Qui-Gon—, pero ¿podemos dejar los cumplidos para luego? Tengo cosas más urgentes que hacer.

—Lo siento, me temo que estoy un poco débil —confesó Tahl.

—Yo te llevaré —Qui-Gon cogió a Tahl en brazos.

Pesaba tan poco como un niño pequeño.

—¿Puedes agarrarte a mi cuello? —preguntó. Sintió cómo asentía cuando sus brazos le agarraron.

—Sácame de aquí —dijo—. Me han dado muy mala comida en la cantina hutt.

Justo en ese momento, Qui-Gon escuchó un sonido que no hubiese querido oír: disparos láser. Habían llegado los refuerzos. Obi-Wan estaría metido en un lío. Se le había acabado el tiempo.

Se acercó con cuidado a la puerta y se asomó.

Seis soldados habían abandonado sus barracones y disparaban a Obi-Wan desde el final del pasillo. Obi-Wan había abierto una puerta y la estaba usando como escudo. Los soldados habían rearmado a los dos que estaban en el suelo y ahora eran ocho para luchar.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Tahl.

—De momento, ocho soldados —dijo Qui-Gon—. Y quizá vengan más ahora.

—Eso es pan comido para ti —dijo ella débilmente.

—Exactamente eso mismo iba a decir yo ahora.

Los disparos láser rebotaban en la puerta que Obi-Wan estaba utilizando como escudo. Su aprendiz se había dado cuenta de que las puertas eran blindadas, y eso podía ser una ventaja para ellos.

Qui-Gon abrió la puerta y se resguardó detrás de ella a la vez que pensaba. Obi-Wan había mantenido a los soldados a una distancia prudencial, rechazando los disparos láser con su sable, pero pronto se darían cuenta de que no tenían rifles láser.

Y entonces vendrían a por ellos.

Qui-Gon miró a Obi-Wan. Era el momento de volver a la ofensiva, pero no podía dejar a Tahl, estaba muy débil para caminar. Estaban atrapados. No dejaría sola a Tahl. Ni siquiera quería soltarla de sus brazos. Si se separaba de ella, era posible que no volviera a encontrarla.

—Déjame, Qui-Gon —le murmuró Tahl—. No sirvo de mucho. No dejes que te capturen a ti también.

—Ten un poco de fe, ¿quieres? —le dijo amablemente Qui-Gon.

De repente, empezó a surgir fuego láser del otro lado del pasillo. ¡Ahora estaban rodeados!

Pero, tras un momento, Qui-Gon se dio cuenta de que los disparos iban dirigidos directamente a los soldados.

De repente, también se dio cuenta de que los disparos al menos sonaban como láser. Cerasi no se había ido después de haberlos despistado, como había prometido.

Los soldados doblaron la esquina para protegerse. Qui-Gon se volvió y vio a Cerasi, que lanzaba otra bola láser desde el extremo opuesto del pasillo. El disparo rebotó en la pared y resonó en toda la sala.

Los guardias disparaban a ciegas, no se atrevían a enfrentarse al peligro que salía de detrás de la esquina. Obi-Wan se adelantó. Ahora le resultaba fácil rechazar los disparos con su sable láser. Qui-Gon protegía a Tahl contra su pecho, sujetándola con un brazo a la vez que rechazaba los disparos que se le escapaban a Obi-Wan. Así, se movían a la vez hacia atrás por el pasillo, en dirección al almacén.

A medida que se desplazaban, Obi-Wan iba abriendo las puertas que encontraba en su camino para que funcionaran como escudos ante los disparos de sus atacantes. Los soldados seguían disparando a buen ritmo, pero Cerasi cargaba y disparaba bolas láser tan rápido que sus enemigos creían que estaban siendo atacados de verdad.

Qui-Gon y Obi-Wan llegaron al almacén. Cerasi venía corriendo hacia ellos.

—Daos prisa —gritó Cerasi—. Ya estoy ahí.

Cerasi continuó disparando mientras Obi-Wan abría la compuerta de la cueva y Qui-Gon descendía por ella con Tahl agarrada a su cuello.

—¡Ahora! —gritó Obi-Wan.

Cerasi descendió veloz tras Qui-Gon. Obi-Wan la siguió y volvió a colocar en su sitio la tapa de la entrada a la cueva.

—Gracias, Cerasi —dijo Qui-Gon tranquilamente—. No hubiésemos rescatado a Tahl sin tu valiente ayuda.

—Obi-Wan nos ayudó esta mañana —replicó Cerasi sin darle mayor importancia, como si haber arriesgado su vida no supusiese nada—. Sólo estaba devolviendo el favor.

—¿Cómo se te ocurrió decir que eras la hija de Wehutti? —preguntó Obi-Wan cuando iniciaban el camino de vuelta.

—Porque lo soy —contestó Cerasi.

—Pero tú me habías dicho que tu padre estaba muerto —señaló Obi-Wan.

—Está muerto para mí —contestó Cerasi, encogiéndose de hombros—, pero a veces viene bien utilizarle. Como pasa con la mayoría de los mayores.

Miró por encima de su hombro y sonrió a Obi-Wan. Los ojos de Obi-Wan brillaron.

Qui-Gon se dio cuenta de que algo profundo había nacido entre ellos. Se habían hecho amigos verdaderos y se comunicaban sin utilizar palabras. La aventura que habían vivido esta mañana les había unido.

Qui-Gon notó de nuevo crecer la rabia. Sabía que Obi-Wan a veces se sentía solo, viajando de un lado a otro con alguien que era mucho mayor que él. Por fuerza, tenía que echar de menos la compañía de chicos y chicas de su edad. Le parecía bien que hubiese conectado tan fácilmente con ellos.

Entonces, ¿por qué se sentía tan mal?

Capítulo 12

Qui-Gon colocó a Tahl en un nido hecho con edredones y mantas, los mejores que los Jóvenes pudieron ofrecerles. Se quedó un momento de pie, a su lado. Tahl se había cansado con la pequeña batalla y se había quedado dormida inmediatamente. Podía sentir un destello de su Fuerza, pero sólo un pequeño destello. Tahl había olvidado cómo había sido herida. Recordaba haber sido capturada en medio de una batalla, pero no haber sido herida ni cegada.

Qui-Gon se sentó contra la pared para pensar. Su misión había terminado. Sólo tenían que esperar a que acabasen los combates. Cerasi le había asegurado que podría sacar a los Jedi fuera de la ciudad sin poner en peligro a Tahl. La llevaría de vuelta a Coruscant, donde confiaba en que los conocimientos de los médicos de allí le hicieran recuperar esa energía vibrante que él recordaba tan bien.

Qui-Gon sabía que dejaría a sus espaldas un mundo sumido en el caos, con niños luchando para salvarlo y con los mayores atrapados en el conflicto, dispuestos a sacrificar toda la población por su causa.

Sin embargo, debía partir. Su principal deber era llevar de vuelta a Tahl. Después podía pedir permiso a Yoda para volver. Lo más probable es que el Maestro Jedi no accediera. Los Jedi no van a los mundos a interceder a menos que sean requeridos para ello. Sólo podían intervenir en circunstancias extraordinarias, o si un mundo amenazaba la paz y seguridad de otro. Los habitantes de Melida/Daan estaban sumidos en su propio conflicto, pero no hacían daño a otro mundo que no fuese el suyo.

Obi-Wan había pedido permiso para ir a las calles con Cerasi, y Qui-Gon se lo había dado. Sabía que cuando dijese a su padawan que tenían que irse, no iba a querer. Sin embargo, le obedecería. Era su primer deber como padawan, y Obi-Wan era un Jedi hasta la médula.

Su misión estaba a punto de terminar con éxito. Sin embargo, un presagio que le pesaba como una losa se alojaba en su pecho. Su instinto le advertía, pero no podía concretar de qué le advertía o cómo le iba a afectar esa advertencia.

Oyó pasos que se acercaban corriendo. Nield irrumpió en la habitación acompañado de Obi-Wan y Cerasi. Qui-Gon estaba asombrado por cómo se coordinaban. Sus movimientos encajaban perfectamente, pese a que Obi-Wan tenía las piernas más largas y Cerasi era más delgada.

—¡Reunión para todos! —gritó Nield—. ¡Tenemos noticias!

Nield se subió en la tumba más grande. Los chicos y las chicas se reunieron en torno a él, procedentes de las estaciones estratégicas situadas alrededor de la habitación y de los túneles adyacentes. Volvieron sus caras expectantes hacia él.

—Nuestra batalla ha terminado —dijo Nield—. ¡Hemos conseguido una victoria total!

Los Jóvenes gritaron de alegría. Nield levantó una mano.

—Nuestra incursión en el almacén de armas Daan fue un éxito. Hemos robado las armas de los Daan para que no las malgasten atacando a los Melida o a adversarios imaginarios. Las hemos puesto en el Túnel Norte. Los Melida —Nield hizo una pausa, sonriente— ¡volaron sus propios arsenales para que no cayeran en manos de los Daan!

Los Jóvenes rompieron a reír con grandes carcajadas. Gritaban de alegría.

—Hemos mandado mensajes a ambos bandos, haciéndoles saber que los Jóvenes estábamos detrás de todas las batallas, y que les hemos ganado y robado sus armas. Sin las armas, los Mayores no pueden luchar entre ellos. ¡Hoy se ha dado un paso de gigante hacia la paz!

La emoción se podía palpar en la habitación. Qui-Gon vio cómo se agachaba Nield para coger la mano de Cerasi. La subió y la colocó a su lado. Después alcanzó a Obi-Wan. Sonriendo, Obi-Wan saltó para subirse a la tumba y situarse entre los dos líderes.

Los Jóvenes se acercaban para tocar su túnica. Obi-Wan se agachó para tocar sus cabezas y aceptar las felicitaciones. Levantó los brazos junto a Nield y Cerasi. Ni siquiera miró una sola vez a Qui-Gon. Era como si el Maestro Jedi no estuviese en la habitación. Era como si Obi-Wan no fuera un Jedi.

Qui-Gon pensó que su padawan realmente formaba parte de ellos. Como si se hubiese convertido en uno de los Jóvenes.

Capítulo 13

Qui-Gon salió de la habitación principal y buscó un lugar tranquilo en un túnel adyacente para contactar con Yoda. El Maestro Jedi apareció en la forma de un holograma en miniatura. Rápidamente, Qui-Gon le informó de la situación y del rescate de Tahl.

Yoda se pasó una mano por la frente, haciendo un gesto de alivio.

—Esas noticias aliviado estoy de oír —dijo—. Que Tahl está grave preocupado estoy de oír. Cuidados necesita.

—Marcharemos tan pronto como ella se encuentre con fuerzas y no haya peligro —prometió Qui-Gon—, pero dejo Melida/Daan en un momento crítico.

Yoda asintió varias veces.

—Ya te he escuchado, Qui-Gon. Pero recordarte debo que ni los Melida ni los Daan tu ayuda han pedido. Un Jedi casi sacrifiqué. Dispuesto a sacrificar otros dos no estoy.

—Podríamos llevar a Tahl y luego volver —sugirió Qui-Gon.

Yoda hizo una pausa.

—Al Consejo Jedi tú antes deberías ir —dijo finalmente—. Yo solo tomar esta decisión no puedo. El cuidado de Tahl la obligación debe ser. Y luego decidir si ayuda podemos darle. Hasta entonces tomar partido los Jedi no deberían. Poner en peligro la paz podríamos. Evitar interferir en un bando o en otro debemos.

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