Assassin's Creed. La Hermandad (14 page)

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Authors: Anton Gill

Tags: #Histórico, Aventuras

BOOK: Assassin's Creed. La Hermandad
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A La Volpe se le avinagró la expresión.

—Ya sabes que era embajador de la Corte Papal y viajó como invitado personal del mismo Cesare.

—Hizo todo aquello por nosotros.

—¿Ah, sí? Da la casualidad de que también sé que te abandonó justo antes del ataque a Monteriggioni.

Ezio hizo un gesto de indignación.

—Pura coincidencia. Mira, Gilberto, Maquiavelo puede que no sea del gusto de todos, pero es un Asesino, no un traidor.

La Volpe le miró con la cara seria.

—No me convence.

A aquellas alturas de la conversación, un ladrón que Ezio reconoció como el hombre que había intentado robarle su dinero se acercó corriendo y susurró algo al oído de La Volpe. La Volpe se levantó cuando el ladrón se escabulló. Ezio, al percibir que había problemas, también se puso de pie.

—Pido disculpas por el comportamiento que Benito tuvo ayer —dijo La Volpe—. No sabía quién eras y te había visto cabalgar con Maquiavelo.

—Me importa una mierda Benito. ¿Qué pasa?

—Ah, Benito me ha traído noticias. Maquiavelo se va a reunir con alguien en Trastevere muy pronto. Voy a ver qué sucede. ¿Te importa acompañarme?

—Adelante.

—Usaremos una de las antiguas rutas, los tejados. Aquí es un poco más duro de lo que era en Florencia. ¿Crees que podrás hacerlo?

—Tú guíame.

Fue muy duro. Los tejados de Roma estaban más separados que en Florencia y muchos se estaban desmoronando, lo que hacía más difícil mantener el equilibrio. Más de una vez, Ezio envió una teja suelta al suelo. Pero no había apenas gente en las calles y se movían tan rápido que para cuando cualquier guardia de Borgia reaccionaba, ya estaban fuera de su vista. Por fin llegaron a la plaza del mercado, que tenía todos los puestos cerrados salvo una o dos casetas de vino iluminadas, donde un buen número de personas se hallaban reunidas. Ezio y La Volpe se detuvieron en un tejado para contemplar la escena, escondidos tras unos cañones de chimenea.

Poco después, Maquiavelo llegó a la plaza y miró a su alrededor con atención. Ezio observó minuciosamente mientras otro hombre, que llevaba el emblema Borgia en su capa, se acercaba a Maquiavelo, y le entregó con discreción lo que parecía una nota, antes de seguir avanzando, sin apenas interrumpir su paso. Maquiavelo también siguió caminando y salió de la plaza.

—¿Qué me dices de eso? —le preguntó La Volpe a Ezio.

—Seguiré a Maquiavelo. Tú sigue al otro tipo —soltó Ezio con sequedad.

En aquel momento se desató una pelea en una de las casetas de vino. Oyeron unos gritos de enfado y vieron los fogonazos de unas armas.

—¡Oh,
merda
! Esos son algunos de mis hombres. Se han enzarzado en una pelea con los guardias de los Borgia —gritó La Volpe.

Ezio alcanzó a ver que Maquiavelo se retiraba, huía por una calle que llevaba al Tíber y luego desaparecía. Era demasiado tarde para seguirle, así que se centró en la pelea. El guardia Borgia estaba postrado en el suelo. La mayoría de los ladrones se habían dispersado, habían subido por las paredes hasta los tejados en busca de seguridad, pero uno de ellos, un joven, prácticamente un niño, gemía con los pies en el suelo y un brazo sacando sangre a chorros por una herida recién hecha.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Mi hijo está herido! —dijo una voz angustiada.

—Reconozco esa voz —dijo La Volpe con una mueca—. Es Trimalchio. —Miró al ladrón herido—, ¡Y ése es Claudio, su hijo pequeño!

Los guardias de Borgia, armados con pistolas, habían aparecido en los parapetos de dos tejados a cada lado de la pared al otro extremo del mercado y estaban apuntando.

—Van a dispararle —dijo Ezio con urgencia.

—Pues démonos prisa, yo me encargo del grupo de la izquierda y tú del de la derecha.

Había tres guardias a cada lado. Ezio y La Volpe se movieron de forma tan discreta como las sombras, pero con tanta rapidez como panteras, barriendo las zonas colindantes de la plaza. Ezio vio que los tres pistoleros levantaban sus armas y apuntaban al chico que había caído. Salió a toda velocidad por el alero del tejado, con los pies apenas tocando las tejas, y con un enorme salto fue a parar donde los tres pistoleros. Aquel salto le dio la suficiente fuerza para derribar al de en medio al conectar el talón de su bota con la nuca del hombre. En un solo movimiento, Ezio cayó sobre sus pies, agachado para contener el impacto, y luego enderezó las rodillas, con los brazos estirados a cada lado. Los dos pistoleros que quedaban cayeron al instante. El puñal se clavó en el ojo derecho de uno de los hombres, la hoja se hundió en su cráneo, mientras que el otro fue derribado por la punta, afilada como una aguja, de la hoja oculta de Ezio, que le pinchó la oreja e hizo que un oscuro líquido viscoso bajara por su cuello. Ezio alzó la vista para ver que La Volpe había derribado a sus oponentes con una eficiencia similar. Tras un minuto de matanza silenciosa, todos los guardias con armas de fuego estaban muertos. Pero había un nuevo peligro, puesto que una sección de alabarderos cargaba hacia la plaza, con las armas bajadas y corriendo hacia el desgraciado Claudio. Las personas que estaban en las casetas de vino retrocedieron.

—¡Claudio! ¡Sal de ahí! —gritó La Volpe.

—¡No puedo! Me duele... demasiado...

—Aguanta. —Ezio, que estaba un poco más cerca de donde se encontraba el chico, gritó—: ¡Ya voy!

Saltó de los tejados, amortiguó su caída sobre la lona de uno de los tenderetes del mercado y enseguida estuvo junto al chico. Rápidamente le miró la herida, que no era tan seria como parecía.

—Levántate —ordenó.

—No puedo. —Claudio sin duda era presa del pánico—. Van a matarme.

—Mira. Puedes caminar, ¿no?

El chico asintió.

—Entonces también puedes correr. Presta atención y sígueme. Haz exactamente lo que yo hago. Tenemos que escondernos de los guardias.

Ezio puso al chico en pie y se dirigió a la caseta de vino más próxima. Una vez allí, se mezcló con la multitud de bebedores nerviosos, y se sorprendió al ver la facilidad con la que Claudio hacía lo mismo. Pasaron por la caseta hasta la pared de la plaza, mientras algunos alabarderos empezaban a abrirse camino. Justo a tiempo, llegaron a un callejón por el que se alejaron de la plaza hacia un lugar seguro. La Volpe y Trimalchio les esperaban.

—Supusimos que vendríais por aquí—dijo La Volpe mientras el padre abrazaba a su hijo—. Marchaos —les dijo—. No tenemos tiempo que perder. Volved deprisa al cuartel general y que Teresina vende esa herida. ¡Vamos! —Dirigiéndose a Claudio, añadió—: Y tú, mantente fuera de su vista un tiempo, intesi?


Molte grazie, messere
—dijo Trimalchio, que se fue rodeando con un brazo a su hijo para guiarle mientras le amonestaba—.
Corri!

—Ahora tienes problemas —dijo La Volpe cuando llegaron a la seguridad de una plaza en calma—. Sobre todo después de esto. Ya he visto carteles que anuncian tu búsqueda después del incidente de los establos.

—¿No hay ninguno de Maquiavelo?

La Volpe negó con la cabeza.

—No. Pero es bastante probable que no le hayan visto bien. No hay mucha gente que sepa lo habilidoso que es con la espada.

—Pero tú no crees eso, ¿verdad?

La Volpe negó con la cabeza.

—¿Qué vamos a hacer con los carteles de «Se busca»?

—No te preocupes. Mi gente ya los está arrancando.

—Me alegro de que algunos sean más disciplinados y no se dediquen a buscar pelea por cualquier motivo con los guardias de los Borgia.

—Oye, Ezio, en esta ciudad hay una tensión que no has vivido.

—¿En serio?

Ezio aún no le había contado a su amigo el episodio con los hombres lobo.

—En cuanto a los heraldos, bastarán unos cuantos ducados para cerrarles el pico —continuó La Volpe.

—O... podría eliminar a los testigos.

—No hace falta llegar a eso —dijo La Volpe bajando la voz—. Sabes cómo «desaparecer». Pero ten cuidado, Ezio. Los Borgia tienen muchos otros enemigos aparte de ti, pero ninguno les resulta tan irritante. No descansarán hasta que te hayan colgado de ganchos en el Castel Sant'Angelo.

—Primero tendrán que atraparme.

—Mantén la guardia.

Regresaron por una ruta tortuosa al Gremio de Ladrones, donde Claudio y su padre ya estaban a salvo. Teresina estaba vendando la herida del chico y, en cuanto contuvo la hemorragia, resultó no ser más que un corte profundo en el músculo del brazo. Dolía muchísimo pero no era nada serio y el mismo Claudio estaba mucho más alegre.

— ¡Menuda noche! —exclamó La Volpe, cansado, cuando se sentaron con un vaso de Trebbiano y un plato de grueso salami.

—¡Y que lo digas! Habría tenido bastante con unos cuantos menos.

—Mientras la lucha continúe no será ése el caso.

—Escucha, Gilberto —dijo Ezio—, sé lo que vimos, pero estoy seguro de que no tienes nada que temer con Maquiavelo. Ya conoces sus métodos.

La Volpe le miró sin alterarse.

—Sí, es muy taimado. —Hizo una pausa—. Pero tengo que darte las gracias por haber salvado la vida de Claudio. Si crees que Maquiavelo sigue siendo fiel a la Hermandad, entonces me siento inclinado a confiar en tu juicio.

—Entonces, ¿puedo contar con tus ladrones? ¿Me ayudaréis?

—Te dije que tenía planes de hacer algo con este lugar —dijo La Volpe, pensativo—. Ahora que parece que tú y yo volvemos a trabajar juntos, me gustaría saber también tu opinión.

—¿Estamos trabajando juntos?

La Volpe sonrió.

—Es lo que parece. Pero no le quito el ojo de encima a tu amigo vestido de negro.

—Bueno, no pasa nada. Pero no te sulfures.

La Volpe le ignoró.

—Bueno, dime, ¿qué crees que deberíamos hacer con este lugar?

Ezio se quedó pensando.

—Tenemos que asegurarnos a toda costa de que los Borgia se mantienen alejados. A lo mejor podríamos convertirlo en una taberna que funcionara de verdad.

—Me gusta la idea.

—Hará falta mucho trabajo. Darle una mano de pintura, restaurar el tejado, un nuevo cartel...

—Tengo muchos hombres. Bajo tu supervisión...

—Entonces será posible.

Ezio tuvo un mes de descanso, o de semidescanso, mientras se ocupaba de renovar la sede del Gremio de Ladrones, con la ayuda de muchas manos bien dispuestas. Entre varias cosas, los ladrones presentaban distintas habilidades, puesto que a muchos les habían echado de su trabajo cuando se habían negado a doblegarse ante los Borgia. Al final transformaron aquel lugar. La pintura había quedado estupenda, las ventanas estaban limpias y tenían nuevas persianas. El tejado ya no estaba desvencijado y el cartel mostraba un zorro joven, que aún dormía pero que sin duda no estaba muerto. Parecía capaz de asaltar cincuenta gallineros de un golpe en cuanto despertase. Las puertas dobles relucían con las nuevas bisagras y permanecían abiertas para revelar un patio inmaculado.

Ezio, que había tenido que ir a una misión a Siena durante la última semana de trabajo, al regresar se alegró mucho de ver el producto final. Cuando él llegó, ya estaba en marcha.

—He mantenido el nombre —dijo La Volpe—. Me gusta.
La Volpe Addormentata
. No sé por qué.

—Esperemos que engatuse tanto al enemigo como para que se duerma.

Ezio sonrió con socarronería.

—Al menos toda esta actividad ha hecho que no atraigamos demasiado la atención. Y la llevamos como si fuera una taberna normal. Hasta tenemos un casino. Fue idea mía. Ha resultado ser una estupenda fuente de ingresos, ¡puesto que nos aseguramos de que los guardias de los Borgia que nos frecuentan pierdan siempre!

—¿Y dónde...? —preguntó Ezio en voz baja.

—Ah. Por aquí.

La Volpe le llevó al ala oeste de la taberna y atravesaron una puerta donde se leía
Uffizi-Privato
, donde dos ladrones montaban guardia sin que fuera demasiado obvio.

Pasaron por un pasillo que llevaba a unas habitaciones detrás de unas pesadas puertas. Las paredes tenían colgados mapas de Roma, los escritorios y las mesas estaban cubiertos de papeles bien apilados en los que ya había hombres y mujeres trabajando, a pesar de que acababa de amanecer.

—Aquí es donde hacemos nuestros auténticos negocios —dijo La Volpe.

—Parecen muy eficientes.

—Un punto a favor de los ladrones. Al menos somos buenos en esto —dijo La Volpe—. Son pensadores independientes y les gusta un poco de competencia, aunque sea entre ellos mismos.

—Lo recuerdo.

—Seguramente podrías enseñarles un par de cosas, si también participases.

—Ah, sí, lo haré.

—Pero no sería muy seguro que te quedases aquí —continuó La Volpe—. Ni para ti ni para nosotros. Visítame cuando quieras y que sea a menudo.

—Sí. —Ezio pensó en su alojamiento aislado, pero cómodo y muy discreto. No habría sido feliz en ninguna otra parte. Volvió a centrarse en el asunto que tenía entre manos—. Ahora que estamos organizados, lo más importante es localizar la Manzana. Tenemos que recuperarla.


Va bene
.

—Sabemos que la tienen los Borgia, pero a pesar de todos nuestros esfuerzos, aún no hemos podido saber dónde se encuentra exactamente. De momento, al menos, parece que no la han utilizado. Tan sólo se me ocurre que todavía estén estudiándola y se encuentren atascados.

—¿Han... consultado a un experto?

—Oh, estoy seguro de que sí, pero puede que esté fingiendo ser menos inteligente de lo que es. Esperemos que ése sea el caso. Y esperemos también que los Borgia no pierdan la paciencia con él.

La Volpe sonrió.

—No te haré preguntas al respecto. Pero mientras tanto, ten por seguro que ya tenemos gente recorriendo Roma para buscarla.

—Deben de haberla escondido bien. Muy bien. Quizás incluso entre ellos. El joven Cesare cada vez está más rebelde y a su padre no le gusta nada.

—¿Para qué están los ladrones si no es para olfatear dónde se encuentran los objetos de valor bien escondidos?


Molto bene
. Y ahora debemos marcharnos.

—¿Un último trago antes?

—No. Tengo mucho por hacer. Pero nos volveremos a ver pronto.

—¿Y dónde tengo que enviar mis informes?

Ezio se quedó pensando y contestó:

—Al lugar señalado por la Hermandad de los Asesinos en la isla Tiberina.

Capítulo 17

Ezio decidió que ya era hora de ir a buscar a su viejo amigo Bartolomeo d'Alviano, el primo de Fabio Orsini. Había luchado hombro con hombro con los Orsini contra las fuerzas papales en 1496 y había vuelto hacía poco del servicio mercenario en España.

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