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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Atrapado en un sueño (39 page)

BOOK: Atrapado en un sueño
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—Es cierto —admitió Per, sintiendo una creciente simpatía hacia ella. Estaba ante una mujer con experiencia y sabiduría vital, pero, por suerte, había algo que lo retenía. Podías adoptar un tono personal, pero no privado, y ahora mismo se aproximaban a lo más privado que él poseía: su amor por Maria.

—No pretendo presionarle —añadió ella con una leve sonrisa—. Solo deseaba comprobar si había un punto de entendimiento entre nosotros que nos permitiera a ambos constatar que la vida no es tan sencilla y simple como en un informe policial. Todos tenemos nuestros infiernos privados. Seguramente haya leído sobre lo que he vivido y yo puedo figurarme cómo es su vida. ¿Merece ella todo ese tormento?

—Sí. Además, la culpa es solo mía.

Malin sonrió con aire ensimismado y sirvió el té.

—Ha venido para hurgar en el pasado y yo hago todo lo posible por intentar no recordarlo. Procede de Gocia y he leído acerca de los asesinatos en Visby. ¿Qué quiere de mí?

Per la contempló un instante y calibró la situación. Malin Karlsson parecía una mujer inteligente y estable psíquicamente. Tenía que reconocer que no era así como se había imaginado a una mujer que había sido drogadicta durante quince años. ¿Cómo pudo torcerse tanto su vida?

—En los bajos fondos corre el rumor de que la persona que agredió mortalmente a un muchacho llamado Linus Johansson es la misma que en el pasado masacró a otro hombre con la hoja de un cortacésped. A usted se la mencionaba en ese expediente, pero fue descartada como sospechosa al encontrarse en proceso de desintoxicación.

—Está perdiendo su tiempo. Ya he contado todo lo que sé —declaró ella reclinándose en su silla y cruzando los brazos sobre el pecho.

El clima de confianza se había roto. Necesitaba repararlo.

—Parece haber conseguido escapar del lodazal de las drogas de un modo fantástico. ¿Cómo fue que cayó? ¿Qué ocurrió? —tanteó Per, desplazando el punto de atención de la cuestión principal, pero sin desviarse del tema. Pese a todo, la conversación se encontraba en el límite de lo que Malin quizá estuviera dispuesta a abordar. Corría el riesgo de que le pidiera que se marchara.

Malin Karlsson cerró los ojos y su rostro adquirió un aire inexpresivo.

—Cursaba derecho en Lund, pero me tomaba los estudios a la ligera. Tengo memoria fotográfica, así que nunca necesitaba esforzarme. Se organizaban fiestas y yo deseaba estar en el centro de los acontecimientos. En aquella época era bastante guapa… La belleza puede ser una maldición. Tienes más probabilidades de que las cosas se te compliquen. De repente me quedé embarazada. Le amaba de verdad, pero él no me quería ni a mí ni a la criatura. Yo tampoco quise dar a luz cuando las cosas se pusieron feas, pero me encontraba ya en avanzado estado de gestación. Conocí a otro hombre que se hizo cargo de mí y de mi hijo y empecé a consolarme con las drogas. No tenía fuerzas para el niño, que me reclamaba día y noche. Sufría cólicos constantemente. Los estudios se me fueron al garete. Y la vida también. Al niño se lo llevaron las autoridades. En ocasiones me lo dejaban, cuando afirmaba encontrarme bien, pero acababa fracasando una y otra vez. Los servicios sociales deberían haber comprendido que para un niño no es bueno ejercer de terapeuta con su madre ni estar todo el tiempo de aquí para allá, arbitrariamente. Nunca tuvo ocasión de establecer un vínculo afectivo con nadie. Ya con cinco años se volvió intratable y fue pasando de un hogar a otro. Era condenadamente intrigante y enfrentaba a los padres de acogida contra los servicios sociales, y a estos a su vez contra mí. Jamás fui capaz de controlarle. Es la pena más grande que tengo.

—¿Y su padre?

—A pesar de todo, me quedaba un poco de dignidad. Nos las arreglábamos sin su ayuda, sin que nos pasara pensión aumentaría. No quería tener nada que ver con ese cabrón. —El gesto de Malin se transformó. Sus ojos se volvieron duros, enderezó el cuerpo en la silla y se inclinó hacia delante—. ¡Cuánto le he odiado…!

—¿No preguntaba el niño nunca por su padre? Al llegar a la adolescencia uno suele mostrar interés por sus orígenes. ¿Nunca exigió saber quién era? —indagó Per, bebiendo luego un trago de su té amargo, que se había enfriado.

—Con trece años, amenazando a mi madre, logró averiguarlo por su cuenta. Buscó información sobre él en internet e investigó todo lo investigable. Consultó artículos de periódico, confeccionó un libro de recortes y me sometió a un interrogatorio. Quería saberlo todo. Parecía interesarle especialmente el hecho de que Anders, su padre, fuera sonámbulo. Justo al cumplir los catorce, Roy fue en su busca. Resultó que tenía una hermana pequeña de medio año. Anders había conocido al amor de su vida, Isabell, e iba a casarse. Creo que Roy se sintió más que nada como un estorbo. No tardó en regresar a casa y no quiso volver a ver nunca más a su padre.

¡Roy! ¡Anders Ahlström e Isabell! Per Arvidsson hizo lo posible por ocultar el estremecimiento que le produjo esa información. ¿Había matado Roy con la hoja de un cortacésped al hombre que forzó a su madre? Probablemente ella callara para proteger a su hijo.

—¿Cuándo se decidió por comenzar una nueva vida ajena a las drogas?

—Hace once años. Volví a casa después de pasar por un centro de desintoxicación. De repente, tenía una alternativa —dijo Malin, levantándose y empezando a remover tazas y platos. Era evidente que el giro que había tomado la conversación la violentaba.

—¿Justo después del asesinato?

—Sí —contestó con el rostro vuelto hacia otro lado.

—Fue Roy quien lo hizo, ¿verdad? Se vengó por lo que le hicieron a usted y ese acontecimiento traumático le llevó a dejar las drogas —lanzó Per a la espera de una respuesta, pero ella permaneció callada, con un gesto impenetrable—. Cuando se enteró de lo asesinatos en Visby comprendió seguramente que podría ser él. Que la ira que llevaba por dentro nunca se agotaría. ¿Le tiene miedo, Malin?

La mujer asintió con la cabeza y sus ojos se tornaron grandes y brillantes.

—Lo mejor que puede hacer por Roy es ayudarme a dar con él antes de que acabe con la vida de más inocentes. Necesita ayuda profesional. ¿Sabe dónde se encuentra?

Malin se derrumbó en la silla. Su rostro apenas un momento antes tan bronceado adquirió un tono grisáceo. Tragó saliva varias veces, pero tampoco logró responder. Per supuso que dentro de ella se libraba una batalla al querer hablar y no desear hacerlo al mismo tiempo. ¿O es que acaso no se atrevía a denunciar a su propio hijo?

—¿Tiene alguna fotografía suya?

Malin no hizo amago alguno de levantarse para buscar lo que le pedía. Todo su cuerpo desprendía un alto grado de desesperación. A Per le partía el alma ser testigo de ello, pero tenía que dar con Roy.

—¿Le importa si echo una ojeada?

Malin siguió sin inmutarse.

El agente encontró lo que buscaba en la sala de estar. Una fotografía del muchacho apenas adolescente sujetando sobre el pecho un balón de fútbol.

—¿Fue Roy quien mató a ese hombre con la hoja del cortacésped? —preguntó colocando la fotografía ante los ojos de Malin—. No le está traicionando. Le ayudará respondiendo a esa pregunta. ¿Fue él?

Malin negó con la cabeza.

—Voy a hablarle de las personas que han perdido la vida en Visby y quiero que me escuche atentamente. Los tres eran pacientes de Anders Ahlström. ¿No le parece una extraña coincidencia? El primero de ellos un jovencito de trece años, Linus, al que mataron a patadas. Le partieron el cráneo, aunque consiguió llegar con vida al hospital… En esa misma ocasión le clavaron a una mujer policía una jeringa con sangre en el muslo y la persona que lo hizo le dio la bienvenida al infierno. Luego tenemos otros dos asesinatos sin resolver de los que él puede ser el autor. A la mujer la vistieron de novia y le cortaron la cabeza. El ramo de novia era de lirios de los valles, igual que el de Isabell. Más tarde, a un hombre mayor y enfermo lo exhibieron en casa de un policía tras golpearlo hasta dejarlo inconsciente. Ese señor visitaba a Anders a diario. Sospecho que Roy haya podido hacerlo.

—¡Pare ya! No deseo oír más… Quiero que lo detengan. Lo siento, lo siento tantísimo… Sí, fue él quien asesinó a ese hombre. Guardé silencio porque pensé que podríamos salir adelante aun sabiendo lo que había ocurrido. Pero cuando regresó de su viaje a Gocia y leí en los periódicos sobre la mujer que había desaparecido la noche de bodas, comprendiendo que se trataba de Isabell, la esposa de Anders, pensé que había sido él quien la había matado para defender a su familia, lo que creía que Anders y yo hubiéramos podido ser para él. Si es que tenía alguna idea de lo que significaba el concepto de familia. Aquello que había fantaseado en su álbum de recortes.

—¿Sabe dónde se encuentra ahora?

—No, pero él sí sabe dónde está usted. Es un genio de la informática. No hay información alguna que no pueda rastrear y localizar. Roy tiene un talento extraordinario. Desconozco si se trata de un recurso o de una desventaja. Solo acudía esporádicamente al colegio. Sus compañeros le tenían miedo. Y los profesores también. Sacó la nota máxima en la prueba de acceso a la universidad con solo diecisiete años. Luego ha sido completamente autodidacta. No sé de dónde ha sacado el dinero, pero creo que vive del póquer en internet.

—Piénselo bien. ¿Hay algún lugar en Gocia donde pudiera ocultarse? ¿Algo que le haya dicho sobre el entorno donde vive…?

—Vive encima de un taller, de una firma que arregla camiones. A diez minutos a pie de una tienda de comestibles. No tengo su dirección pero sí su número de teléfono móvil.

—Una última pregunta: ¿existe el riesgo de que sea portador de alguna infección sanguínea?

Capítulo 45

Erika Lund desconocía por completo el resultado del viaje a Märsta de Per Arvidsson cuando fue a recoger a Anders Ahlström bien entrada la noche del viernes. Este se encontraba bastante maltrecho tras la agresión y probablemente no hubiera sobrevivido de no encontrarse una patrulla de policía en las inmediaciones. Erika trató de convencerle de que fueran en ambulancia a urgencias para practicarle una radiografía, pero él se negó. Como un animal herido, se había agazapado en un rincón y solo deseaba estar a salvo de las preguntas de los periodistas y de la curiosidad de la opinión pública. La policía había registrado su denuncia y le pidió que permaneciera localizable a través de su móvil. Se habían llevado al padre de Linus y a los miembros más activos de la guardia ciudadana para interrogarlos. Anders solo deseaba huir a un lugar lejano y tranquilo donde pudiera estar en paz y pensar. Erika había llamado a la pensión de Fridhem para reservar la casita llamada Sjöstugan en exclusiva con el fin de que ningún otro huésped pudiera importunarlos. Durante los días que había estado de permiso había reflexionado bastante. Para realmente tener posibilidades de vivir juntos, Anders debía hablarle de Isabell y dejar luego atrás su pasado. En su desesperación, Erika pensó que a Anders le ayudaría el hecho de rememorar y contarle en el mismo lugar donde desapareció Isabell.

Fuera de Visby, la vida de repente parecía adoptar un ritmo distinto, mucho más cadencioso. Pasaron lentamente con el coche junto a la cafetería de Fridhem y acometieron la cuesta. Luego bordearon una antigua caballeriza con una cruz celta y dejaron tras de sí una acacia en flor con una madreselva, también florecida, encaramada al tronco. Al otro lado del camino de grava había un cenador tan entremezclado con las ramas que resultaba imposible discernir dónde empezaba y terminaba, y pegado a él un árbol caído que seguía vivo pese a estar medio enterrado. Erika absorbió todo aquello imbuida de una melancólica sensación de desperdiciar la vida. Deseaba parar el tiempo y experimentarlo todo. Estacionaron junto al enorme edificio principal de color amarillo de la casa de huéspedes y escucharon el canto de un mirlo imitando el teléfono de la recepción, acompañado por dos palomas torcaces. Les llegó el aroma procedente de la tahona. En largas cuerdas detrás del lavadero se mecían blancas sábanas a merced de la brisa vespertina. La amable señora de la recepción les entregó las llaves. También les mostró el comedor y las estancias comunes, donde el mobiliario aún rezumaba los aires de la época de Óscar II, a principios del siglo XX.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Erika a Anders cogiéndole de la mano al salir a la terraza del piso superior.

—¿Por qué hemos venido hasta aquí? —contestó mirándola con aire de resignación.

—Creo que sabes el motivo.

En silencio contemplaron el parque y el mar a lo lejos. Les llegaba el olor a jazmín. Los cerezos ya mostraban frutas verdes y en aproximadamente un mes las rosas habrían florecido de forma exuberante. Anders la tomó de la mano y le pidió que se diera la vuelta. Tras ellos, un inmenso ventanal con multitud de cristalitos. La habitación permanecía oculta por una fina cortina de color blanco.

—Querías saber la verdad y te la voy a ofrecer. Únicamente espero que sepas lo que me estás pidiendo —dijo Anders volviéndose hacia el inmueble principal y señalándole el ventanal—. Esa es la suite nupcial. La fiesta había terminado e Isabell se despojó de su vestido de novia. Realizamos un torpe intento de hacer el amor. Después, súbitamente, a Isabell le dieron ganas de ir a bañarse, pero yo estaba cansado. En el sofá del vestíbulo quedaban todavía dos amigos tomándose la última y me uní a ellos. Cuando desperté a las cinco de la mañana, Isabell aún no había aparecido. Bajé las escaleras, igual que estamos haciendo ahora, y me encaminé a toda prisa hacia la playa.

Atravesaron la puerta que daba al parque mientras Anders continuaba con su relato. Los dolorosos recuerdos hicieron que sus ojos se llenaran de lágrimas. Trató de llamar a la policía, pero tenía mala cobertura. Junto al asta de la bandera, o a la orilla del mar, resultaba más fácil comunicarse.

—Cuando vi su cuerpo sin vida sobre la playa intenté llamar de nuevo a la policía, pero el mar andaba agitado y apenas podía oírse nada.

Erika no le interrumpió. Maria le había comentado que la policía había recibido dos llamadas esa noche, la segunda veinticinco minutos después de la primera. Anders había declarado a la policía que Isabell había desaparecido y que probablemente se había ahogado. También dijo que solo había encontrado un montoncito con su ropa. Ahora pensaba relatarle la verdad: la había visto muerta en la mañana posterior a la boda.

Bajaron la escalera de madera que conducía a la playa. El sol comenzaba a hundirse en el mar y la silueta de las islas de Karl se iba oscureciendo al tiempo que las aguas se teñían de rojo y amarillo.

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