Bailén (14 page)

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Authors: Benito Pérez Galdós

Tags: #Clásico, #Histórico

BOOK: Bailén
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—Puntualmente —contestó mi amo—. Y Vd., ¿por qué no ha venido antes?

—¡Qué demonio! —exclamó Santorcaz—. Con estas cosas ni tenemos posta, ni quien lleve una carta. Sin embargo, yo recibí las que esperaba, y aquí estoy al fin, deseando, como los demás, que tropecemos con los franceses.

Desde entonces fue Santorcaz el principal personaje de la cuadrilla después del amo, lugar que supo conquistarse con su desenvoltura y la amenidad subyugadora de su conversación. Él ponía todo su esmero en agradar a D. Diego, cosa fácil de conseguir; y siempre fijo al lado de este, cautivó prontamente el ánimo del buen chico, ya contándole hazañas y extraordinarios hechos, ya sugiriéndole con su fértil imaginación ideas y conceptos propios para enloquecer a un joven de chispa, pero muy atrasado en su desarrollo intelectual.

Y a todas estas, señores míos, ni una palabra os he dicho de aquel ejército, ni de su extraña composición; pero atended ahora, que lejos de ser tarde, es esta la ocasión propicia de hacerlo, según el refrán que dice: cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento.

La base del ejército de Andalucía estaba en las tropas del campo de San Roque mandadas por Castaños, y en las que después trajo D. Teodoro Reding de Granada. Componíase de lo más selecto de nuestra infantería de línea, con algunos caballos y muy buena artillería, no excediendo su número de trece a catorce mil hombres. Agregáronse a aquellas fuerzas algunos regimientos provinciales y los paisanos que espontáneamente o por disposición de las Juntas, se engancharon en las principales ciudades de Andalucía. Difícil es conocer la cifra exacta a que se elevaron las fuerzas de paisanos armados; pero seguramente eran muchos, porque la convocatoria había llamado a todos los mozos de diez y seis a cuarenta y cinco años, solteros, casados y viudos sin hijos, de cinco pies menos una pulgada, medidos descalzos. Además de los notoriamente inútiles, como cojos, mancos, ciegos, etc., se exceptuaba a los que tenían su mujer embarazada o ejercían cargos públicos, así como a los ordenados de Epístola; pero no había excepción por razón de cosecha o labores del campo. Los únicos rechazados de las filas, sin tener aquellos reparos, eran los
negros, mulatos, carniceros, verdugos
y
pregoneros
. Con paisanos, pues, creó Sevilla cinco batallones y dos regimientos de caballería; Cádiz mandó el batallón de tiradores que llevaba su nombre, y las ciudades y villas de Utrera, Jerez, Osuna, Carmona, Jaén, Montoro y Cabra, enviaron cuerpos de infantería y caballería de número irregular.

Esto aumentó el ejército; pero aún debía crecer un poco más aquel que empezó enano y debía ser gigante terrible, si no por su tamaño, por su fuerza. Los militares españoles que el Gobierno de Madrid incorporaba a las divisiones de Moncey, de Vedel o de Lefebvre iban huyendo de sus traidoras filas en cuanto se les presentaba ocasión para ello, de tal modo que al verificar sus marchas aquellos ejércitos por parajes montuosos y accidentados, veían que los españoles se les escapaban por entre los dedos, como suele decirse. Los desertores acudían a engrosar las tropas del ejército de Blake, del de Cuesta o del de Castaños; y a Carmona y a Córdoba llegaron muchos, escapados de las filas de Moncey, así como casi todos los que hacían la campaña de Portugal con Junot. Aquellos oficiales y soldados al romper la disciplina literal que los sujetaba a la Francia invasora para acudir al llamamiento de la disciplina moral de su patria oprimida, hacían el viaje disfrazados, traspasaban a pie las altas montañas y los ardientes llanos, hasta encontrar un núcleo de fuerza española. Daba lástima verles llegar rotos, descalzos y hambrientos, aunque su gozo por hallarse al fin en tierra no invadida les hacía olvidar todas las penas. Con estos desertores, entre quienes había guardias de corps, walones, ingenieros, y artilleros, aumentó un poco nuestro ejército.

Pero aún creció algo más. La Junta de Sevilla había indultado el 15 de Mayo a todos los contrabandistas y a los penados que no lo fueran por los delitos de homicidio, alevosía o lesa majestad divina o humana, y esto trajo una legión, que si no era la mejor gente del mundo por sus costumbres, en cambio no temía combatir, y fuertemente disciplinada, dio al ejército excelentes soldados. Ibros, lugar célebre en los fastos del contrabando; Jandulilla, Campillo de Arenas, y otras localidades, entregadas más tarde al sable de la guardia civil y de los carabineros, enviaron respetables escuadrones, con la particularidad de que por venir armados hasta los dientes, y ser todos unos caballeros de muy buen temple, que sabían dónde echaban la boca del trabuco, se les reputó como auxiliares muy eficaces del ejército. Cuerpos reglamentados españoles, con algunos suizos y walones; regimientos de línea que eran la flor de la tropa española; regimientos provinciales que ignoraban la guerra, pero que se disponían a aprenderla; honrados paisanos que en su mayor parte eran muy duchos en el arte de la caza, y por lo general tiraban admirablemente; y por último, contrabandistas, granujas, vagabundos de la sierra, chulillos de Córdoba, holgazanes convertidos en guerreros al calor de aquel fuego patriótico que inflamaba el país; perdidos y merodeadores, que ponían al servicio de la causa nacional sus malas artes; lo bueno y lo malo, lo noble y lo innoble que el país tenía, desde su general más hábil hasta el último pelaire del Potro de Córdoba, paisano y colega de los que mantearon a Sancho, tales eran los elementos del ejército andaluz.

Se formó de lo que existía; entraron a componer aquel gran amasijo la flor y la escoria de la Nación; nada quedó escondido, porque aquella fermentación lo sacó todo a la superficie, y el cráter de nuestra venganza esputaba lo mismo el puro fuego, que las pestilentes lavas. Removido el seno de la patria, echó fuera cuanto habían engendrado en él los gloriosos y los degenerados siglos; y no alcanzando a defenderse con un solo brazo, trabajó con el derecho y el izquierdo, blandiendo con aquel la espada histórica y con este la navaja.

En cuanto a uniformes y trajes, los había de todas las formas conocidas. Es prodigioso cómo se equipó aquel ejército de paisanos en diez y seis días. La administración actual, con todos sus recursos, es un sastre de portal comparada con aquel confeccionador que puso en movimiento millones de agujas en dos semanas. En cierto estado que la historia no ha creído digno de sus páginas, pero que existe aún, aunque en el olvido, se consigna el número de piezas de vestuario que hicieron gratuitamente las monjas y señoras de Sevilla. Dice así: «Por las comunidades y señoras de distinción se han hecho 3.335 camisas, 1.768 pantalones y 167 casacas de soldado: 1.001 camisas, 312 pantalones y 700 chalecos de sargento: 374 botines de paño, 149 sacos de caballería, 16 mochilas y 1.684 escarapelas». Las señoras de Alcolea, las de Carmona, Lora del Río y otros pueblos figuran en la cuenta con cifras parecidas.

Esta diversidad de manos en la hechura del vestuario indica que la voz uniforme, en lo tocante a voluntarios, era una palabra. Al lado de las casacas blancas con solapa negra, carmesí o azul que vestían la mayor parte de los regimientos de línea; al lado de las levitas azules con bandolera que vestían los walones y los suizos, veíamos los chaquetones de paño pardo con que se cubría la gente colecticia. Entre los altos morriones de la artillería y las gorras de los granaderos, llamaban la atención nuestros blancos sombreros portugueses y las gorras de cuartel y los tocados de innumerables clases con que cubrían sus chollas los tiradores y voluntarios de los pueblos. Como antes he dicho, aquel ejército hacía reír.

¿Y el dinero para la guerra? Causa risa ver cómo se da hoy de calabazadas un ministro de Hacienda para
arbitrar
con destino a otra guerra unos cuantos millones que nadie quiere darle si no hipoteca hasta el último pingajo de la Nación. Aprended, generaciones egoístas. Leed las listas de donativos hechos por los gremios, por los comerciantes, por los nobles y hasta por los mendigos. ¡Aquel sí era llover de dinero, y reunirlo a montones, sin que ni un realito de vellón se escapase por entre los agujeros del cesto administrativo! En la lista de donaciones hay una partida conmovedora que dice así: «La señora condesa viuda de Montelirios ha entregado su
toaleta
de plata, manifestando el sentimiento de que sus medios no alcancen tanto como su voluntad».

¿Habrá hoy quien dé su
toaleta
?…

- XV -

Nuestra marcha por Cañete de las Torres en dirección al río Salado era un verdadero paseo triunfal, mejor dicho, casi no parecía que marchábamos, porque la gente de los pueblos, incluso mujeres, ancianos y chicos, nos seguían a un lado y otro del camino, improvisando fiestas y bailes en todas las paradas. Cuando el ejército se detenía, se eclipsaban en apariencia todos los males de la patria, porque la tropa, recobrando el buen humor, convertía el campamento en una especie de feria. Yo no sé de dónde salían tantas guitarras; no pude comprender de qué estaban hechos aquellos cuerpos tan incansables en el baile como en el ejercicio, ni de qué metal durísimo eran las gargantas, para ser tan constantes en el gritar y cantar.

Durante la primera semana del mes de Julio no nos faltaron víveres abundantes, así es que lo pasábamos perfectamente; y como tampoco tropezamos con los franceses, que estaban establecidos, aunque muy inquietos, al otro lado del río, a todos, especialmente a los inexpertos, nos parecía la guerra una ocupación dulcísima. Sobre todo el condesito de Rumblar no cabía en su pellejo de puro alborozado; y como con el roce de tanta y tan diversa gente se iba despabilando por extremo, llegó a adquirir con la nueva vida un desembarazo, un dominio de su propia persona que antes no tenía. Santorcaz, como dije, había logrado en poco tiempo gran ascendiente sobre D. Diego, de tal modo que cuanto nuestro mozalbete ponía por obra, lo consultaba con aquel. Marijuán en cambio hacía buenas migas con un servidor de Vds., y siempre juntos en las marchas y en los descansos, nos contábamos nuestras cosas, compadeciéndonos y consolándonos mutuamente. Nosotros dos solos y sin dar parte a nadie nos comimos el divino chocolate y los bollos de la madre Transverberación.

Todo el ejército tenía gran impaciencia por venir a las manos con la
canalla
. Como existen en todo campamento, además del supremo consejo que se celebra en la tienda del general, tantos consejillos como grupos de soldados se escalonan aquí y allí en la cantina o en el campo raso, para echar una caña o tirar un par de cartas, nosotros estábamos dilucidando siempre en pequeños cónclaves la eterna cuestión de nuestro encuentro con los franceses. ¡Cuántas veces reunidos junto a un tambor donde había un jarro de vino, dispusimos el paso del río, el ataque del enemigo en su posición de Andújar, u otra hazaña de la misma harina! Un día hallándonos en Porcuna, y después que se nos unió el ejército de Reding, resolvimos, después de ardiente discusión, que nuestros generales estaban atolondrados, y sin saber qué plan adoptarían. El conde de Rumblar dijo que iba a escribir a su maestro D. Paco, para que le dijera lo que más convenía hacer; pero como todos se rieron de esta ocurrencia, nuestro generalito se amoscó y fue a que le consolara con sus adulaciones interminables el lugarteniente Santorcaz.

Por último, tras largo consejo celebrado por los generales, se dijo que iban a ser distribuidas las divisiones para tomar la ofensiva inmediatamente. Aquel día, que fue si no recuerdo mal el 12 o el 13 de Julio, vi por primera vez al general Castaños, cuando nos pasó revista. Parecía tener cincuenta años, y por cierto que me causó sorpresa su rostro, pues yo me lo figuraba con semblante fiero y ceñudo, según a mi entender debía tenerlo todo general en jefe puesto al frente de tan valientes tropas. Muy al contrario, la cara del general Castaños no causaba espanto a nadie, aunque sí respeto, pues los chascarrillos y las ingeniosas ocurrencias que le eran propias las guardaba para las intimidades de su tienda. Montaba airosamente a caballo, y en sus modales y apostura había aquella gracia cortés y urbana, que tan común ha sido en nuestros Césares y Pompeyos. Es preciso confesar que a caballo y en las paradas hemos tenido grandes figuras. Esto no es decir que Castaños fuera simplemente un general de parada, pues en 1808, y antes de inmortalizar su nombre tenía muy buenos antecedentes militares, aunque había hecho su carrera con rapidez grande, si no desusada en aquellos tiempos. A los doce años de edad obtuvo el mando de una compañía; a los veintiocho le hicieron teniente coronel y a los treinta y tres coronel. Si en su juventud no asistió a ninguna campaña, en 1794, y cuando tenía treinta y ocho años y la faja de mariscal de campo, estuvo en la del Rosellón a las órdenes del general Caro, y allí le hirieron gravemente en el lado izquierdo del cuello. Cuentan que la ligera inclinación de su cabeza hacia aquel lado provenía de la tal herida.

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