Read Bajo la hiedra Online

Authors: Elspeth Cooper

Tags: #Ciencia ficción, fantástico

Bajo la hiedra (53 page)

BOOK: Bajo la hiedra
5.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Aspiró aire con fuerza y lo soltó lentamente. Al menos ese pasillo estaba vacío. Todo dentro de su cabeza era frágil, vívido como una contusión reciente y, si cabe, aún más sensible. En la planta baja, donde los corredores estaban más concurridos, incluso volverse para responder a un saludo lo había sumido en recuerdos rotos. Sólo la diosa sabía qué sucedería cuando se viese con Alderan al otro lado de esa puerta artesonada de roble. Pero tenía que hacerlo. Tenía que averiguar la verdad de una vez por todas.

Después de llamar Gair, alguien respondió desde el interior. La puerta siguió cerrada, asió el tirador y entró, preparado para que los recuerdos le lloviesen encima. Sólo que no fue eso lo que sucedió. Su primer encuentro con Alderan debía de remontarse tanto en el pasado que trascendía el alcance del escudo de Tanith. Cerró la puerta aliviado.

Detrás de una muralla de libros, Alderan se hallaba sentado a una mesa cuyas patas tenían forma de garras de león. Con los dedos de la mano izquierda señalaba pasajes de un libro, mientras con la derecha recorría el texto de otro volumen abierto ante él. Tenía un lápiz entre los dientes.

—Déjalo ahí mismo —dijo, señalando con el lápiz una mesa lateral que también estaba llena a rebosar de libros.

—¿Que deje el qué? —preguntó Gair.

Alderan levantó por fin la vista y pestañeó sorprendido.

—Creía que me traían el almuerzo, pero tú eres igual de bienvenido, o más, si cabe. —Se levantó después de introducir otros libros en las páginas para no perder después el hilo de la lectura—. Tendría que haberme acercado a la enfermería y ahorrarte el viaje. ¿Te apetece un poco de té?

—No, gracias.

Del interior de una alacena situada sobre el hogar sacó dos tazas distintas y una tetera con flores pintadas que había conocido tiempos mejores. El hervidor de agua ya estaba puesto al fuego.

—Te veo mucho mejor —dijo, sirviendo cucharadas de té de un frasco de madera—. ¿Seguro que no te apetece un poco?

—Lo que quiero son respuestas —respondió Gair—. Quiero saber por qué razón Savin intentó asesinarme, y esta vez quiero que me cuentes la verdad.

El anciano arrugó el entrecejo.

—Siempre te he dicho la verdad.

—Pero no toda. Cada vez que te pregunto algo, me cuentas lo necesario para salir del paso y evitar el meollo del asunto. Ahora quiero que me cuentes toda la verdad, hasta el último detalle.

Alderan dejó la cuchara de madera en el contenedor y devolvió a la alacena el recipiente de té. Después de cerrar la puerta, inclinó la cabeza en dirección a los sillones orejeros que había a ambos lados del fuego.

—Siéntate, muchacho.

—Prefiero quedarme de pie. Alderan, tú y yo tenemos que hablar.

—Y hablaremos, pero, por favor, siéntate. Estás ahí de pie, amenazando.

—¿Cómo?

—Amenazando. ¿Por qué los leahnos tenéis que ser tan condenadamente altos? Ya tengo las articulaciones bastante doloridas para, además, verme obligado a forzar el cuello.

Gair apretó los dientes para contener el aluvión de preguntas que surgía de su interior. Tomó asiento. Alderan llenó de agua la tetera, y después regresó al escritorio para escribir apresuradamente unas palabras en un pedazo de papel metido en uno de los volúmenes. Era asombroso que el anciano pudiera concentrarse con tanto desorden. Los estantes alineados en las paredes estaban atestados de cajas y libros, y objetos muy peculiares de diversas facturas. Los pergaminos se amontonaban en el alféizar como virutas de leña, y un archipiélago de papel salpicaba la alfombra que el sol había gastado. Los pocos lugares que no estaban devorados por el desorden, estaban cubiertos por una capa de polvo tan densa que podía escribirse en ella con el dedo.

Cuando Alderan estuvo satisfecho con el té, sirvió dos tazas en las que vertió a continuación generosas dosis de miel. Ofreció una de ellas a Gair, pues por lo visto había olvidado que el joven había rechazado su ofrecimiento. Gair dejó la taza en las baldosas del hogar, a sus pies.

—Tienes mucho mejor aspecto que la última vez que te vi —dijo el anciano cuando se sentó en el otro sillón—. Los sanadores han hecho un buen trabajo.

—Tanith dice que aún no ha acabado, pero parece convencida de que me recuperaré.

—Has tenido suerte de que ella esté aquí. Saaron es buen sanador, uno de los mejores, pero comparado con ella no es más que un matasanos. Aun entre los suyos es asombrosa la precisión que tiene Tanith al tocar la mente. Contigo se ha ganado la capa de maestra dos veces. —Alderan sopló la superficie de la taza de té para enfriarlo—. Sí, unas pocas horas más y se habría marchado.

—¿Marchado? ¿Adónde?

—De vuelta con los suyos. ¿No te lo ha contado?

—No me dijo nada.

—El barco elfo, el
Estrella matutina
. K’shaa tenía que partir al día siguiente con Tanith a bordo, pero ella lo convenció para que la esperase.

—Creía que no concluiría su formación hasta este verano, como el resto.

—No. A ella le dimos la capa el año pasado, pero nos propuso quedarse otros doce meses para ayudar a Saaron, antes de que sus obligaciones para con la corte blanca requiriesen de su presencia. Fue una elección muy afortunada, al menos en lo que a ti concierne. Sin Tanith aquí para curarte, dudo mucho que hubiésemos logrado recuperarte de una pieza. —El anciano tomó un sorbo de la ardiente infusión—. Durante un tiempo pensamos que no saldrías de ésta.

—¿Tan mal estuve?

Alderan asintió.

—No te engañes, Gair, estabas moribundo —respondió—. Lo que Savin le hizo a tu mente… En fin, lo llamamos exploración por algo. Es un acto violento, invasivo, que tiene como único propósito obtener algo que el explorador no tiene derecho a tomar, y que puede dejarte de por vida tan indefenso como un bebé.

Cuando Tanith le habló de la exploración, había obviado lo peor. Alderan fue más directo. El anciano no apartaba la vista de él a través del vapor que se alzaba de la taza.

—Tómate el té, muchacho, antes de que se enfríe.

Gair rodeó la taza con ambas manos.

—No entiendo qué quiere de mí, Alderan. Yo no le he hecho nada. ¿A qué viene ese empeño en matarme?

—Sólo te mataría si te interpusieras en su camino y no le sirvieras de nada. ¿Qué recuerdas de él?

—Vino a la fonda de Mesarilda, luego me acuerdo de la tormenta que sufrimos a bordo de la
Kittiwake
. Respecto a lo que pasó más allá de Cinco Hermanas… —Gair se encogió de hombros—. Prácticamente nada, al menos de momento. El escudo de Tanith parece cumplir con su cometido.

—Mencionaste a Saaron que creías que Savin iba a venir a este lugar en busca de algo que no llegó a encontrar en tu mente. Ahora dices que no recuerdas nada de lo sucedido. —La mirada de Alderan era cortante como el cristal.

—No recuerdo nada concreto. Se trata más bien de impresiones, de una sensación de apremio. Recuerdo experimentar una necesidad, un hambre. La sensación de que hay algo que ansía obtener más que cualquier otra cosa en el mundo y que prácticamente lo tiene al alcance de los dedos.

—¿Fue eso lo que te hizo pensar que vendría a este lugar? Tiene que haberse tratado de una impresión fuerte.

—Ocurre que él ha estado dentro de mi cabeza, Alderan. No creo que haya muchas cosas que sean más fuertes que eso.

Una sonrisa lobuna dividió la barba del anciano.

—Bien dicho, pero creo que te equivocas —añadió—. Savin no puede venir, y con tu permiso te contaré una historia más bien larga y enrevesada para que sepas el motivo. ¿Más té?

Gair negó con la cabeza.

—Voy a permitir que me cuentes esa historia, siempre y cuando sea completa. Esta vez no te dejes nada.

—Si utilizas otra vez ese tono conmigo, muchacho, no te diré una sola palabra.

—¡Fantástico! ¡Tú no me cuentes nada, que así la próxima vez me matará! —Gair se levantó y echó a andar por la habitación—. Desde el principio tan sólo me has contado lo que has querido acerca de Savin. Me aseguraste más de una vez que no era peligroso, que sentía curiosidad por mí pero que no quería hacerme ningún daño. Luego nos envió una tormenta que a punto estuvo de hundir a la
Kittiwake
con ambos a bordo, por no mencionar a Dail y la tripulación. Y ahora esto. Aparece salido de la nada e intenta volverme el cerebro del revés y sacármelo por las orejas.

—No tenemos la certeza de que fuese él el responsable de esa tormenta.

—¿Quién más pudo ser, Alderan? Posee una fuerza increíble.

—Veo que no voy a convencerte de nada. —Se sirvió de la manga de la túnica para coger el asa de la tetera y menear el té—. Sí, creo que fue Savin quien nos envió esa tormenta. Con ella inundó la mitad de Syfria meridional. Todo porque no le importa lo más mínimo lo que pueda suceder, siempre y cuando se salga con la suya.

—Qué individuo más agradable. —Gair dejó de andar y se apoyó en el alféizar. El arranque de energía lo había debilitado y temblaba como una hoja. Por los santos, cómo le dolía la cabeza.

—Sí, bueno, y eso que tú acabas de conocerlo.

—Dime qué quiere de mí, Alderan, para que pueda mantenerme apartado de su camino. No quiero pasar el resto de mi vida volviendo la vista atrás por temor a tenerlo a la espalda.

En el fuego, el hervidor emitió un crujido metálico al enfriarse. La porcelana tintineó, una cuchara campaneó en una taza. Gair cerró los ojos, deseando superar el dolor de cabeza.

—Savin es hijo de dos gaeden que nacieron aquí, en las islas —empezó a explicar Alderan—. Su madre era muy joven y tuvo un embarazo difícil. Savin nació prematuramente, pero parecía gozar de buena salud y poseía un talento prodigioso. Eso lo supimos desde el principio. Al cabo de un día de nacer llamaba mentalmente a su madre cuando tenía hambre. Pensamos que cuando creciera se convertiría en el gaeden más poderoso que hubiésemos conocido. Y no nos equivocamos.

Se recostó en el sillón y tomó otro sorbo de té. Gair no apartó la mirada de él desde la ventana.

—¿Y qué salió mal?

—A medida que fue creciendo, comprendimos que, además de ser muy poderoso, iba a ser cruel. Mataba moscas desde la cuna. Les prendía fuego, las incineraba en pleno vuelo. Al crecer manipulaba al aya a su antojo: ella le daba dulces y juguetes, y hasta efectuaba trucos de magia que únicamente tenían por objeto entretenerlo. Cuando lo descubrió su madre, Aileann, intentó castigarlo, así que también la quemó viva.

Una intensa sensación de terror se instaló en el estómago de Gair.

—No tardó en morir de resultas de las quemaduras. Le habría hecho un favor si la hubiese matado al instante. —El anciano se quedó mirando el fondo de la taza. Parecía estar muy lejos, el tono de su voz carecía de matices—. El padre de Savin intentó matarlo. No estamos muy seguros de lo que sucedió, pero de pronto volvió la punta del cuchillo hacia sí mismo. Encontramos al pobre Teosen en el suelo, en el lado opuesto de la estancia, frente a su hijo. En ese momento el muchacho contaba con seis años de edad.

Gair no sabía si pronunciar una maldición o rezar una plegaria. De todos modos no habría hallado las palabras necesarias para una u otra cosa.

—No tenía ni idea. Eso es… no hay palabras para describirlo.

—Jamás has presenciado un acto realmente maligno, ¿verdad? Una maldad que nace en el tuétano, negra, alumbrada en el vientre del mal, la clase de maldad que únicamente existe en los salmos y los libros de historia. —Alderan compuso una sonrisa triste al tiempo que se llevaba la taza de té a los labios—. Tampoco nosotros lo habíamos visto. No teníamos ni idea de cómo reaccionar. Al volver la vista atrás, uno piensa que probablemente tendría que haberlo resuelto de forma distinta, pero no teníamos ninguna experiencia en ese terreno.

—Tendríais que haberlo ahorcado por asesino.

—Tal vez. Pero el caso es que ya se habían producido bastantes asesinatos. No estábamos de humor para lamentar otro más. Le habíamos impartido clases casi desde que nació, pero tras la muerte de sus padres dimos un paso más allá, con la esperanza de canalizar sus extraordinarias habilidades en otras direcciones. Le enseñamos todo lo que sabíamos. Visto en retrospectiva, cometimos un error. Se limitó a absorberlo todo, igual que una miga de pan absorbe la salsa.

—Y luego utilizó esas lecciones en vuestra contra.

—Exactamente. Cuando cumplió los quince años ya no podíamos enseñarle nada más, pero él seguía hambriento de conocimento. Fue entonces cuando encontró un nuevo maestro, alguien sobre quien nosotros no ejercíamos ningún control. —Alderan se llenó de nuevo la taza, echándole una generosa cucharada de miel—. Hay libros en la biblioteca que tratan con detalle de poderes que tuvieron los gaeden del pasado, pero que aquí nosotros no hemos tenido ocasión de presenciar. Savin devoró esos libros y buscó descifrar para sí otros talentos perdidos. Cuando descubrimos lo que había logrado y lo que se había traído del Reino Oculto, no tuvimos más remedio que actuar. Reunimos a todos los maestros, a todos los adeptos, a todos los aprendices, por poco que fuera su talento, y, todos unidos, fuimos capaces de contrarrestar su poder el tiempo suficiente para expulsarlo de las islas. Pensamos que sin los talismanes que había estado empleando aquí podríamos aislarlo de su demonio. Ése fue nuestro segundo error. Él ya sabía demasiado. Agotó el talento de casi toda una generación de jóvenes gaeden en el transcurso del tiempo que pasó tejiendo y, que nosotros sepamos, se ha pasado estos años registrando el mundo en busca de otro talismán como el que perdió. Hemos oído hablar de la desaparición de algunos gaeden con quienes se cruzó. Quemados, muertos, empujados a la locura… No lo sabemos con certeza, pero no hemos vuelto a saber de ellos.

—¿Crees que fue eso lo que quiso hacerme? —preguntó Gair—. ¿Que me utilizó para dar con ese talismán?

—Es posible. —Alderan lo miró con curiosidad—. Te he estado hablando acerca de demonios y tú ni siquiera has enarcado una ceja. ¿Acaso no aprendiste nada el tiempo que pasaste con la orden?

—Para creer en la diosa, tienes que creer en el Innombrable.

—Has estado hablando de filosofía con el maestro Jehann. Te juro que ese hombre sería capaz de dar vueltas y más vueltas a las cosas sin llegar a nada.

—De hecho fue el capellán Danilar. Uno de los mejores predicadores —dijo Gair. Tomó la taza de té. Estaba prácticamente frío, pero estaba sediento.

BOOK: Bajo la hiedra
5.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Oyster Catcher by Thomas, Jo
Painkiller by N.J. Fountain
The Available Wife by Pennington, Carla
The Sting of the Scorpion by Franklin W. Dixon
The Warrior's Touch by Michelle Willingham
Dress Like a Man by Antonio Centeno, Geoffrey Cubbage, Anthony Tan, Ted Slampyak
M. Donice Byrd - The Warner Saga by No Unspoken Promises