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Authors: John Burdett

Tags: #Intriga

Bangkok 8 (22 page)

BOOK: Bangkok 8
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—¿Cuánto hace que conoces a tus amigos? —le pregunto a Elijah—. ¿Un par de horas?

Los mira despacio, uno a cada lado.

—No me hace falta conocerlos de más tiempo, son trabajadores leales de mi hermano.

—O carceleros. Los jemeres sólo trabajan para ellos mismos.

—En ese caso, te dejaré marchar para que vuelvas con un par de compañeros tuyos y los detengas, si estás tan seguro de eso.

—No lo entiende. —Mis ojos vuelven al jemer que está devorando las piernas de Jones. Elijah sigue mi mirada con el ceño fruncido—. Todo esto acabará y ellos volverán a la selva de Camboya, mientras que usted tendrá que enfrentarse a los cargos de violación y asesinato, eso si le dejaran con vida.

Los ojos de Elijah se iluminan. Mira al hombre de la Uzi, cuyo aburrimiento puede que esté llegando al límite de lo tolerable.

—Se puede decir que me recogieron —admite Elijah—. Pero sé quiénes son.

Me preocupa de dónde han salido esos dos, espiritualmente hablando. Hay fosas, y fosas debajo de estas fosas, fosas tan profundas que sólo lo innombrable sobrevive en ellas.

—Quizá no. Son fanáticos salidos de la selva que creen que el año cero de la historia es 1978. Lo peor que haya visto en Harlem sería una comedia ligera para ellos. Yo no tengo nada que pueda asustarles. Una prisión tailandesa es un hotel de cinco estrellas comparada con los lugares a los que están acostumbrados.

El hombre de la Uzi bosteza ruidosamente e intercambia una mirada con su compañero, que asiente y saca un cuchillo de una funda que tiene debajo de la camisa.

—Ops —dice Elijah.

—No creo que éste sea el tipo de charla que buscas, Elijah —dice Jones. Se mantiene entera, pero está blanca como el papel—. Son tus chicos y el FBI te extraditará.

—No tienen ni idea de inglés —dice Elijah—. Si hablamos rápido. Pero no puedo convertirlos en enemigos míos. Tengo negocios en esta ciudad. ¿Quizá dejamos que la señorita del FBI se marche y hablamos usted y yo?

—Es una idea mucho mejor.

Jones niega con la cabeza y hace una mueca.

—Odio ser la chica.

—Es una cuestión biológica —le explica Elijah— y no estamos en una situación de igualdad de oportunidades. Será mejor que se largue. No quiero que aparezca la pasma y no creo que pueda controlar a estos tíos, ahora que su amigo me ha contado de qué van. —Los ojos de Elijah han empezado a desviarse de mí a los jemeres y a Jones—. Supongo que no han tenido la precaución de traer armas, ¿verdad?

Jones y yo nos miramos y nos encogemos de hombros. No creo que los jemeres hayan entendido una palabra, ahora que hablamos tan deprisa, pero han visto que Elijah ha cambiado de aliados. Un momento peligroso. Me levanto y me pongo a gritar enfadado. Me abro con rabia la camisa para mostrarle la larga escalera de puntos que tengo en la parte izquierda del tórax, que va desde debajo del brazo hasta el muslo.

—¿Fuisteis vosotros? —chillo—. ¿Fue uno de vosotros? —El hombre del cuchillo se levanta para mirar de cerca mientras Jones se dirige hacia la puerta. El tipo le farfulla algo a su amigo en jemer y los dos se echan a reír. De repente, el hombre del cuchillo me abraza por los hombros.

—No fuimos nosotros —explica—. El que te lo hizo ha tenido que volver a Camboya, apenas podía caminar. —Mira a Jones mientras ésta abre la puerta para marcharse, pero no hace nada para detenerla. Se ha quedado fascinado con mis puntos y los recorre arriba y abajo con un dedo, meneando la cabeza. Ahora lo miro con ojos clarividentes: la napia alargada, las aletas curtidas. Me envenena la herida al tocarla.

—Buen trabajo —dice Elijah, asintiendo sabiamente—. Quizá usted y yo podamos negociar juntos. Usted es un habitante informado de este lugar y quizá sepa cómo puedo librarme de estos estúpidos sin que me persiga el fantasma de Pol Pot.

—Págueles.

—Vaya, ¿por qué no se me habrá ocurrido? ¿Le gustaría llevar la negociación? Estoy harto de hablar por signos.

Les explico que el
farang
negro quiere hacer negocios a solas con la Policía Real tailandesa y que le gustaría agradecerles su ayuda y cooperación. El de la Uzi juega con ella mientras habla de lo peligroso que es llevar un arma de fuego en Krung Thep, lo que requiere una compensación. Quizá lleven fuera de la selva más de lo que creía, su sentido de las facturas detalladas es sorprendentemente avanzado. La cifra final son cuatrocientos dólares, que Elijah paga en billetes de cien. Les observamos marcharse y Elijah dice:

—Salgamos de este museo. ¿Damos un paseo?

Kaoshan está lleno de gente como siempre mientras caminamos uno al lado del otro. Elijah no atrae más de una o dos miradas, a pesar de su corpulencia. Excepto por los ojos, podría ser un obeso norteamericano de mediana edad que está de vacaciones. Sus ojos no dejan de examinarlo todo ni un segundo. Nos paramos en un bar a medio camino y menea la cabeza mientras pido dos cervezas.

—Es una calle curiosa. No había visto una calle como ésta desde los sesenta. En comparación, Harlem es muy tranquilo. ¿Has visto a esos dos camellos? ¿Qué pasaban, marihuana?

—Probablemente.

—Eran polis, ¿verdad?

—¿Cómo lo has sabido?

—Estaban demasiado relajados, demasiado pagados de sí mismos para ser camellos normales. Todos los camellos que han trabajado para mí tenían que ser unos paranoicos controlados o no les utilizaba. Esos tíos tenían protección. ¿Los polis tienen un sistema de redadas y sobornos y revenden la droga?

—Es una industria casera.

Llegan las cervezas y Elijah levanta la suya y bebe de la botella hasta que se la acaba. Eructa y menea la cabeza.

—En mi próxima reencarnación pediré ser un poli tailandés. Colega, debes de tener el mejor curro del mundo.

Pienso en mi pisucho, en la cicatriz larguísima y en la serpiente mordiendo el ojo de Pichai.

—Sí —contesto.

Treinta y tres

—Mi hermano Bill era distinto. Él y yo teníamos el mismo padre, así que no hay una explicación racional a por qué acabamos pareciéndonos como un huevo a una castaña, y no me refiero a que el fuera soldado profesional y que yo me dedicara a la industria farmacéutica. Hablo de personalidad. No quiero hablar mal de mi hermanito muerto, pero tengo que decirte —ya que estamos charlando tan íntimamente, y que me has puesto tan ciego— que Bill no tenía la personalidad más fuerte que puedas encontrarte. Las personalidades fuertes son grandes pecadoras, como yo. Las personalidades débiles cometen pecados pequeños y se hacen sargentos, alcaldes, presidentes. Cuando era un crío de unos quince años, le cogí bajo mi protección e intenté educarlo, íbamos a pasear por la calle como hemos hecho tú y yo esta noche y luego le examinaba. «¿Has visto a esos dos camellos de crack?» Le decía: «¿Has visto el hierro que tenía ese espagueti? ¿Has notado, querido hermano, que los miembros de la banda Boyz Love Money estaban haciendo negocios en la esquina de la 115 con Lexington, que es territorio soberano de la banda Hoover Crips? Esta noche va a haber altercados graves. ¿Y se te ha pasado por la cabeza, míster Universo, que esa zorra negra tan mona que se te ha acercado por fuera de la hamburguesería y ha empezado a contarte tus fantasías hasta que todo el mundo ha visto que tenías una erección era una yonqui que sólo quería tu pasta, y no tu polla?».

El pequeño Billy nunca vio nada en los demás, excepto el efecto que causaba su cuerpo. Iba pulcro y aseado, era un buenazo, algo que siempre es motivo de preocupación. Un soldado nato en tiempos de paz. Un auténtico sargento.

Pongo ios ojos en las diez botellas de Kloster que están alineadas alrededor de la mesa y pido otra. Yo he dejado de beber hace una hora.

—Fue valiente cuando los atacaron.

—¿Se refiere a lo de la embajada de Yemen? Me llamó después, era casi la primera vez que lo hacía en diez años. Estaba temblando y apenas podía hablar. Sinceramente, estaba cagado. Por supuesto que actuó con valentía, pero le dominaba su entrenamiento. ¿Por qué cree que someten a los marines a ese tipo de torturas en los campos de entrenamiento? Precisamente para que reaccionen como robots. Yo estaba orgulloso de él y mi madre también, pero él estaba aterrado. Fue la única vez que le oí hablar de que quería dejarlo pronto. Creo que cambió la medalla por un destino a largo plazo aquí. Ya había echado el ojo a su ciudad mucho antes de que al final le consintieran venir.

—¿Por qué?

—¿Por qué iba a querer alguien que le destinaran aquí? A Billy sólo le interesaba el sexo. Era lo que le iba. No me interprete mal, yo no soy ningún mojigato, pero simplemente no creo que sea correcto que un hombre de mediana edad esté todo el día pensando en el sexo. En Billy era una especie de enfermedad. De algún modo, tenía que ver con que fuera tan limpio y pulcro, tan endiabladamente perfecto. ¿Sabe a qué me refiero? Le dije: «Billy, en este mundo tu prioridad tiene que ser el dinero. Después, plantéate lo que quieras, pero si no controlas la pasta, puedes estar seguro de que ella te controlará a ti». Vio la luz hará unos cinco años, cuando empezó a pensar en la vida que llevaría después de retirarse.

—Con una novia como la que tema, muchos hombres pensarían sólo en el sexo todo el día.

Elijah me mira de soslayo.

—¿Te pone cachondo Fatima?

—¿Así se llama? ¿Fatima?

—Eso dice ella. —Asiente con la cabeza despacio y con cuidado—. Demasiado exótica para mi gusto. A mí me gustan las mujeres más terrenales, alguien con quien beber cerveza y ver la tele, a quien no le importe que me tire un pedo. Me asustó un poco.

—Su hermano debió de hablarle mucho de ella.

Elijah se acaba otra botella.

—No, ni una sola vez. Debía de imaginarse lo que yo pensaba de sus rarezas con esos temas. Así que no tenía ni idea de quién era ni de qué aspecto tenía, ni siquiera de que existiera. Lo único que tenía era un número de móvil que me mandó por correo electrónico. Llamé a ese número desde Nueva York cuando me dijeron que había muerto. Era el móvil de Billy, pero imaginé que alguien lo estaría usando. Contestó ella y me dijo que se reuniría conmigo después de que yo aterrizara. Fue idea suya que fuéramos al boxeo.

—¿No tiene ninguna dirección?

—Ni siquiera un número de teléfono. Intenté volver a llamarla antes de que aparecieran ustedes, pero sale una voz tailandesa diciéndome en inglés que ese número ya no está disponible.

—Primero estaba con ella y al momento siguiente con unos jemeres. ¿Cómo fue eso?

—Ella los llamó cuando me asusté un poco en el boxeo. Sabía que esa amiga suya del FBI no era lo que parecía. Tengo instinto callejero. Tres de ellos llegaron en moto. Ella se marchó con uno y los otros dos se quedaron para cuidar de mí. No son mala gente. Quizá un poco indisciplinados.

—Puedo garantizarle que no tendrá problemas si quiere hablar un poco acerca de los asuntos en que andaba su hermano. Puede que sirva para encontrar a sus asesinos.

—Estaba esperando que dijera eso. De hecho, no tengo ningún problema porque yo no estoy implicado, sea lo que sea lo que su señorita Pantalones Ajustados haya insinuado. Últimamente trabajo en un ambiente cerrado herméticamente. No me arriesgo a que nadie lo contamine, ni siquiera los familiares más directos. Y sin duda no me arriesgo a hacer negocios con un novato, que es lo que era Bill. Sólo le di algunos consejos, eso es todo, y esperaba que le evitaran meterse en líos. Parece que no los siguió, ¿verdad?

—¿Qué tipo de consejos?

Elijah no está tan borracho como afirma. Su enorme cuerpo ha absorbido ya doce botellas de cerveza, pero sigue tan alerta como al principio.

—Bueno, está muerto, ¿no? Supongo que ahora nada puede hacerle daño. Tenía la idea de que podía importar me— tanfetaminas a Estados Unidos sin correr ningún riesgo. ¿Cómo es esa palabreja que usáis aquí?

—Yaa baa.

—Eso. Bonito nombre, quizá deberíamos copiároslo. Tenía un montón de planos detallados de cómo introducir el
yaa baa,
por Hong Kong y Shanghai, incluso por Toquio. Era un hombre de detalles. Creía que tenía una perspicacia especial debido a su trabajo en embajadas y a sus conocimientos sobre la inmunidad diplomática. Hablaba con el entusiasmo del aficionado. Estaba emocionadísimo porque aquí tenía algunos contactos, gente que podía traerle cantidades ilimitadas a precios de ganga. Se lo expliqué, le dije: «Billy, da igual que no trafiques con heroína, estás en el Triángulo Dorado, con más agentes del FBI, de la CIA y del Departamento Antidroga por centímetro cuadrado que en cualquier otro lugar del mundo. No es una buena idea, Billy. Olvídalo». Cuando vi que no iba a dejar el tema, investigué un poco. Le llamé para darle los nombres y direcciones de gente de aquí con experiencia en el tema. Le expliqué cómo funcionaba el negocio. Le dije: «Mira, confórmate con el cinco por ciento que se le da al traficante aquí en Bangkok, no te metas en el transporte de la droga a Estados Unidos, sólo mueve la mercancía de la dirección A de Bangkok a la dirección B de Bangkok. No te harás rico de la noche a la mañana, pero tendrás unos buenos ingresos, dadas las cantidades de las que me hablas, y dormirás mejor por la noche. Quizá cuando lleves unos años en el negocio, quizá entonces puedas pensar en algo un poco más ambicioso». Creía que lo había entendido, pero es obvio que me equivocaba.

—¿Por qué lo dice?

—Sonchai, amigo, la jodio, ¿verdad? Mi hermano pequeño hizo lo que hace cualquier estúpido desesperado de mediana edad que no quiere pasar por otro curso de formación. Se metió en el nido de las serpientes pensando que iba a solucionar su problema económico de un solo golpe. Lo he visto tantas veces que me aburre. Este tema sólo funciona cuando hay una estructura, cuando el negocio lleva asentado un número de años, quizá décadas. Yo lo sé, fui discípulo de los profesores negros de la universidad de la cárcel. Pero no puedes hacérselo entender a un tipo que secretamente se cree Superman, que se pasa la vida mirándose al espejo. Y para que podamos seguir siendo amigos, tú y yo, voy a adelantarme a tu siguiente pregunta. No, no voy a decirte con quién le dije que se pusiera en contacto aquí.

—No iba a preguntártelo —digo, dolido.

Vacía otra botella en su boca, derramando sólo un poco de cerveza por las comisuras.

—No, ahora que lo pienso, no creo que fueras a hacerlo. Acepta mis disculpas por haber ofendido tu orgullo profesional. ¿Dónde me recomendarías que comiera por aquí? Que no sea un sitio de comida picante, soy de Nueva York.

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