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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (40 page)

BOOK: Benjamín
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El centro comercial estaba atestado de niños; algunos cargaban juguetes de McDonald’s y otros, globos con formas de animales. Un payaso con maquillaje lo suficientemente tétrico como para hacer llorar a los más pequeños y arrancar una mirada de desconfianza de los mayores, se ofrecía a hacer uno de aquellos animalejos de plástico a cambio de algunas monedas.

Danna se decidió por Wendy’s. Apuró una hamburguesa con la Coca-Cola que pudo rescatar del conglomerado de cubitos de hielo, extrajo su agenda y garabateó formas sin sentido mientras daba cuenta de algunas patatas fritas. Encerró con un círculo el número de teléfono que Clarice le había proporcionado hacía un rato. El bueno de David había demostrado que a la hora de guardar un secreto tenía la boca floja.

Apartó la bandeja y marcó el número de Heaven on Earth, diciéndose que difícilmente podría existir otro centro de belleza con un nombre tan cursi como ése. A unos metros, unos jóvenes que llevaban su bandeja de comida observaban su mesa con avidez, probablemente preguntándose si ella permanecería allí sentada mucho tiempo más.

Seguiré aquí hasta el día del juicio final, gracias.

Respondió a la llamada una muchacha que se identificó como Alice y que le agradeció con tono melodioso y profesional que hubiera llamado a Heaven on Earth. Danna la imaginó con un micrófono adosado al rostro. Reutilizó su alias de Patricia Chalmers y, tras hacer una consulta acerca de los servicios que ofrecía el lugar, debió escuchar un canto gregoriano acerca de cada tipo de masaje, las bondades de cada uno, y lo fabulosa que era una nueva terapia a base de aceites con propiedades espirituales que estaban ofreciendo con carácter promocional.

Danna dijo que quería algo normal, que la aliviara de los dolores causados por permanecer sentada en su oficina todo el día. Alice le dijo que tenía disponible el horario de las tres y media y a Danna le pareció bien. No tenía forma de saber si Sallinger la recibiría, pero podría averiguar algo acerca de dónde demonios se había metido. Su móvil estaba inhabilitado, y en su casa vivía ahora una muchacha que no conocía a ningún Sallinger. Pero no importaba. Si David Sallinger había tenido algo que ver con el mensaje sobre la cama, entonces ella daría con él.

Seguiría su rastro hasta encontrarlo. Por supuesto que sí.

Le dejó la mesa a los jóvenes impacientes y se marchó.

5

A las tres y veinticinco Danna estaba frente a la puerta de Heaven on Earth. A través de sus gafas de sol, vio la fachada de estilo campestre: las paredes blancas tenían un acabado rugoso y las molduras eran de madera. A cada lado del acceso había dos macetas con pinos pequeños.

Al entrar se encontró con un diminuto recibidor con jardineras a los lados y una segunda puerta de cristal, también de dos hojas. Al abrirla, la envolvió el aire refrigerado de un recinto alargado y sobredecorado para su gusto. En la parte trasera, media docena de peluqueras trabajaban en las cabelleras de algunas mujeres. El parloteo metálico de las tijeras, sumado a la grave aspiración de uno o dos secadores y a una música de fondo que pretendía ser tranquilizadora, tornaba la atmósfera ligeramente incómoda. Un zumbido electrónico se dejó de oír cuando Danna apoyó la puerta nuevamente en el marco metálico.

En contraposición, Alice (que efectivamente utilizaba un micrófono de esos que se adosan al rostro) la recibió con una sonrisa blanca y tranquila:
Bienvenida al cielo
.

—Soy Patricia Chalmers —se presentó Danna—. Tengo una cita a las tres y media.

Alice asintió y se volvió hacia un ordenador Mac. Le pidió algunos datos que aseguró que serían confidenciales y Danna se los brindó sin rodeos. Le dio la dirección de Rachel, pues era más sencillo que pensar en una, y se inventó un teléfono similar al suyo que podría repetir si era necesario. Alice se mostró complacida e introdujo los datos en el ordenador mediante un par de dedos poco diestros.

—Ridley estará con usted en un momento —le anunció Alice con su sonrisa de muñeca de cera—. Si es tan amable, señora Chalmers, puede esperarlo en la salita de espera a mi derecha.

Ridley. No Sallinger.

Alice señaló un arco con cortinas rojas. Cuando Danna se disponía a franquearlo, un sonido estruendoso se oyó a su derecha e instintivamente se cubrió el rostro con el antebrazo. Alice también se sobresaltó, pero no parecía aterrada, lo cual hizo que Danna poco a poco retirara el brazo que cubría su rostro. Se sintió desconcertada. Creyó que el estallido había sido causado por el cristal de la puerta al romperse; sin embargo, estaba intacto.

Lo que vio la sorprendió aún más que la imagen mental de la puerta hecha añicos.

Una muchacha de aspecto desaliñado oprimía su rostro contra el cristal. Tenía sus brazos extendidos y las manos abiertas. La palidez de su rostro, en contraposición con su cabello anaranjado, era de por sí llamativa. Respiraba aceleradamente al tiempo que un círculo blanco palpitante se dibujaba sobre el cristal. Alice, ya despojada de su sonrisa de invitación al paraíso, le lanzó una mirada fulminante, pero la muchacha no pareció intimidada. Al observarla con un poco más de detenimiento, Danna reparó en una serie de aros que bordeaban su nariz asemejando un gusano que trepaba por su rostro.

—No la conozco —dijo Alice, como si tuviera obligación de hacerlo—. Es la segunda vez que la veo por aquí. Gracias a Dios que contamos con apertura interior.

Danna no se sintió deseosa de participar de aquella conversación. Dejó atrás a la inusitada visita y a una Alice que procuraba sin demasiado éxito mantener la calma. Atravesó el arco apartando las cortinas hacia los lados y se olvidó del asunto. Tenía sus propios problemas como para ocuparse de los del prójimo.

Se encontró en un salón cuadrado, decorado con imágenes en blanco y negro enmarcadas en sobrios bastidores de color rojo. La música surgía suave por altavoces en las cuatro esquinas junto a las rejillas de aire acondicionado. El ruido del salón principal era atenuado por las cortinas.

Permaneció en el recinto unos cinco minutos. Sola. Sus ojos recorrieron las imágenes enmarcadas y luego las paredes. Había desviado su atención hacia un corredor angosto situado a su derecha, cuando una figura surgió a través de él. Danna aún llevaba puestas sus gafas de sol y, aunque la iluminación no era precisamente buena, fue suficiente para descubrir a David Sallinger a su lado. Llevaba una bata corta de color blanco, que no lograba disimular su musculatura, y el cabello corto y peinado hacia atrás. Le dirigió una amplia sonrisa.

—Buenos días, señora Chalmers.

Danna advirtió que su tono de voz era ligeramente más chillón que de costumbre. Evidentemente no la había reconocido.
David
avanzó dos pasos y ella se puso en pie. Al hacerlo advirtió una incipiente barba en el mentón. Su sonrisa no era tan amplia como la recordaba.

—¿Se encuentra bien, señora Chalmers?

Danna se quitó las gafas con un movimiento rápido. Allí estaba Sallinger, sólo que sus ojos ya no eran color avellana, sino grises, y una barba poco crecida ensombrecía la barbilla. Un letrero en su bata, por otro lado, indicaba el nombre del recién llegado:
Ridley
.

Danna respondió que sí, que se encontraba perfectamente bien. Ridley era corpulento, pero allí terminaban los puntos en común con David Sallinger. Lo siguió y se internaron en un corredor en cuyo extremo los esperaba un espejo de gran tamaño. Se vieron crecer hasta alcanzarlo.

—Es la segunda puerta a la derecha —anunció Ridley.

La habitación a la que accedieron era ciertamente acogedora. La decoración en las paredes era delicada; molduras rosadas las biselaban y una serie de lámparas suavizaba las sombras. Había estantes con recipientes de cosméticos y un aroma a arándano flotaba en el ambiente. Una música tranquilizadora emergía desde alguna parte.

Ridley le preguntó si aquélla era su primera visita y Danna respondió que sí. Se dijo que debía iniciar una conversación rápidamente si pretendía obtener alguna información acerca de Sallinger. Ridley se acercó y cogió su bolso.

—Lo colocaré allí —dijo señalando un perchero junto a la puerta. Luego agregó—: En el vestidor encontrará una bata para ponerse. —Señaló la única puerta de la habitación además de la que habían utilizado para entrar.

Danna se encaminó hacia allí, pero se detuvo antes de cruzar el umbral. Echó un vistazo a Ridley por encima del hombro y advirtió que el joven la observaba con las manos en el regazo y balanceando su cuerpo imperceptiblemente. Si bien su aspecto en general era tranquilo, algo en su mirada la inquietó. No supo qué era, pero por un momento se le ocurrió la descabellada idea de que aquel hombre la conocía.

Se introdujo en el vestidor y se quitó la ropa mecánicamente. Dobló las prendas y las colocó en uno de los estantes vacíos. Se puso la bata y evaluó su aspecto en el espejo ovalado de un pequeño lavabo. Mientras abrochaba uno a uno los botones del frente de la bata, estudió su rostro. Por primera vez se dijo que lo que estaba haciendo carecía de sentido, que podía recibir información acerca de Sallinger sin necesidad de pasar por todo aquello. Simplemente era cuestión de preguntar por él; y si esto ponía a Sallinger sobre aviso, lo mismo daba. Tendría que enfrentarse a él tarde o temprano.

Claro que sorprender a David Sallinger y ver su rostro cuando le preguntara acerca del mensaje en su cama tenía su encanto. No podía negarlo.

Salió del vestidor dispuesta a no demorar el interrogatorio que tenía previsto. Encontró a Ridley en la misma posición. Para Danna fue una bendición recostarse en la camilla boca abajo y fijar la vista en el suelo alfombrado. Ridley desató una serie de lacitos y dejó su espalda al descubierto. Las manos de él presionaron con suavidad la parte baja de su espalda y luego treparon por la columna valiéndose de dos pulgares firmes.

—¿Cuántas personas trabajan aquí? —Para Danna fue más sencillo hablar sin mirarlo.

Ridley se tomó un par de segundos para responder, evidentemente sorprendido por el inicio peculiar de aquella conversación.

—¿Se refiere a la totalidad del complejo?

—No. Sólo en lo que usted hace.

—Somos tres —dijo Ridley—. ¿Por qué lo pregunta?

—Es que un amigo trabajaba aquí hace un tiempo —dijo Danna—. Mientras venía, me preguntaba si aún seguiría haciéndolo.

—¿Cuál es el nombre de su amigo?

—David Sallinger.

Las manos de Ridley se detuvieron.

—¿Lo conoce? —preguntó Danna.

—Sí. Hemos trabajado aquí juntos —dijo Ridley. Sus dedos recobraron poco a poco la movilidad, pero no se desplazaban con la misma presteza que antes.

Un silencio pesado se interpuso entre ellos, pero esta vez fue Ridley quien lo rompió.

—¿De dónde conocía a David?

¿Conocía?

—De la escuela… Por sus comentarios debo suponer que él ya no trabaja aquí.

—Señora Chalmers…

—Sí.

—Lamento ser yo quien se lo diga, pero David Sallinger ha muerto hace poco más de un año.

Un escalofrío recorrió a Danna. Las manos de Ridley se tornaron de hielo. No tuvo reacción alguna durante casi un minuto. Su cabeza se transformó en un pequeño huracán de ideas que se arremolinaban y se mezclaban confusamente. ¿David Sallinger muerto? ¿Cómo era posible que no lo supiera? Se preguntó si existiría la posibilidad de que Ridley estuviera equivocado, aunque sabía que no.

—¿Muerto?

—Sí. Lo lamento.

Si David Sallinger estaba muerto, ¿quién era el responsable del mensaje que había aparecido sobre su cama? Danna se sentía sumamente confundida. Ridley acababa de decir que Sallinger llevaba un año muerto, lo que significaba que el autor del mensaje debía de haber tomado contacto con él poco tiempo después de que Danna dejó de verlo. Ridley debía de estar equivocado. Sus pensamientos corrían cada vez más deprisa. La muerte de Sallinger, lejos de dar respuestas, originaba más preguntas. ¿Quién esperaría un año para atormentarla con un romance con alguien que estaba muerto?

—Es probable que lo recuerde —dijo Ridley.

—¿A qué se refiere?

—El episodio salió en los periódicos. David fue asesinado en Nueva York. —Otra vez los dedos de Ridley se desplazaban con la misma presteza que al principio.

—¿Asesinado?

—Sí. Un hecho sumamente confuso.

¿Quién querría asesinar a Sallinger?

Danna se sintió atormentada. No había pasado mucho tiempo entre el fin de su relación y el asesinato de Sallinger.

—Estoy sumamente sorprendida —dijo Danna sin faltar a la verdad.

—Todos nos quedamos extrañados. Lamentablemente, no fue mucho lo que pudimos saber, más allá de lo que apareció en los periódicos.

—¿Qué se supo exactamente?

—Un hombre lo atacó en un callejón. Algunos testigos los vieron discutir, y luego el sujeto extrajo un arma y le disparó. La policía llegó al lugar de inmediato, pero David estaba muerto. Nunca se supo nada más.

—Dios mío… —Danna se preguntó cómo era posible que ella no se hubiera enterado del asunto—. ¿Recuerda exactamente cuándo ocurrió?

—Lo recuerdo bien. Mi hijo cumplía años y me encontraba eligiendo un regalo para él cuando me dieron la noticia. Fue el 20 de junio.

Danna repasó rápidamente el año anterior y recordó que a mediados de junio había viajado unos días a Boston con Rachel.

—¿Nunca se supo quién fue el atacante, o si hubo algún motivo?

—No. Siempre creímos que se trató de un robo.

Danna meditó unos segundos acerca de lo que Ridley acababa de decir. La posición horizontal y, ciertamente, los masajes que Ridley le proporcionaba hicieron que se relajara y pudiera pensar con más claridad. La noticia de la muerte de Sallinger no era algo simple de digerir.

—¿Qué haría David en un sitio así a altas horas de la noche? —preguntó Danna en voz alta, pero se trataba de una pregunta retórica. No esperaba una respuesta, y no la obtuvo.

El resto de la sesión de masaje transcurrió en silencio. Danna se permitió disfrutarlo sin pensar demasiado en el episodio en torno a la muerte de Sallinger, convenciéndose de que ya habría tiempo para eso. Podría revisar los periódicos de aquella fecha, por ejemplo. Sería un buen comienzo para comprender lo que había sucedido. Se marchó de Heaven on Earth consultando su reloj. Recorrió la distancia hasta el coche con presteza, comprendiendo que llevaba un retraso considerable. Ese día tendría lugar la presentación formal del chico Gerritsen y, lejos de sentirse emocionada al respecto, sabía que sería conveniente no llegar tarde.

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