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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (25 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—Pero no lo sabe. —Ivy trazó otra línea—. Lo único que sabe es que piensas que trafica con azufre y que ordenó matar a su secretaria. Si estuviese preocupado no te habría ofrecido ese trabajo.

—¿Trabajo? —dije dándole la espalda mientras lavaba el pimiento—. Era en los Mares del Sur, para llevar su negocio de azufre, sin duda. Quería quitarme de en medio, eso es todo.

—¡Qué te parece! —dijo mientras le ponía el capuchón a su rotulador dándole golpecitos sobre la mesa. Asustada, me giré de golpe, arrojando gotas de agua por todas partes—. Piensa que eres una amenaza —terminó de decir, secándose con gesto exagerado el agua que accidentalmente le había salpicado.

Le dediqué una sonrisa avergonzada, esperando que no se diese cuenta de que me tenía con los nervios de punta.

—No lo había considerado de esa forma —dije.

Ivy volvió a su mapa, frunciendo el ceño al ver las manchas que el agua había dejado en sus pulcras líneas.

—Dame un poco de tiempo para hacer unas comprobaciones —dijo con tono preocupado—, a ver si podemos hacernos con su historial financiero y con algunos de sus compradores. Podríamos encontrar un rastro de documentos, pero sigo pensando que se trata solo de azufre.

Abrí la puerta de la nevera para buscar el parmesano y la mozzarela. Si Trent no traficaba con biofármacos, yo era una princesa pixie. Oí un repiqueteo cuando Ivy lanzó su rotulador al cubilete junto al monitor. Estaba dándole la espalda y el ruido me sobresaltó.

—Simplemente porque tenga un cajón lleno de discos etiquetados con nombres de enfermedades que antes se trataban con biofármacos no significa que sea el capo de la farmacopea —dijo Ivy—. Quizá son listas de clientes. El hombre es un gran filántropo. Mantiene media docena de hospitales tan solo con sus donaciones.

—Quizá —dije sin mucho convencimiento. Ya conocía las generosas contribuciones de Trent. El otoño pasado se había subastado a sí mismo a favor de la organización Para los Niños de Cincinnati por más dinero del que gano en un año. Personalmente, creía que sus esfuerzos eran de cara a la galería.
Este hombre esconde algo sucio
.

—Además —dijo Ivy reclinándose en la silla y lanzando otro de sus rotuladores al cubilete en una increíble demostración de coordinación mano-ojo—, ¿por qué iba a traficar con biofármacos? Este tío es rico, no necesita más dinero. La gente tiene tres motivaciones principales, Rachel: amor… —Un rotulador rojo acompañó al resto con estrépito—. Venganza. —Otro negro aterrizó junto al anterior—. Y poder. —Acabó lanzando uno verde—. Trent tiene suficiente dinero para comprar las tres cosas.

—Te olvidas de una —dije, preguntándome si debería cerrar el pico—. Familia.

Ivy sacó los rotuladores del cubilete. Se reclinó en la silla haciendo equilibrios sobre dos patas y comenzó a lanzarlos de nuevo.

—¿No entra la familia en lo del amor? —preguntó.

La miré por el rabillo del ojo.
No si están muertos
, pensé acordándome de mi padre.
En ese caso, puede que entre en lo de venganza
.

La cocina se quedó en silencio mientras espolvoreaba una fina capa de parmesano sobre la salsa. Únicamente el ruido seco de los rotuladores de Ivy rompía el silencio. Todos entraban en el cubilete y los esporádicos repiqueteos me estaban atacando los nervios. El ruido cesó y me detuve alarmada. Su cara se ensombreció. No podía ver si sus ojos se volvían negros. Mis latidos se aceleraron y no me atreví a moverme, esperando.

—¿Por qué no me clavas una estaca, Rachel? —dijo con exasperación apartándose el pelo a un lado para mostrarme sus airados ojos marrones—. No voy a saltarte encima. Ya te he dicho que lo del viernes fue un accidente.

Relajando la tensión acumulada en los hombros revolví ruidosamente en el cajón buscando un abrelatas para los champiñones.

—Un accidente bastante acojonante —musité para mí mientras vaciaba el líquido de la lata.

—Lo he oído. —Vaciló un momento. Otro rotulador aterrizó en el cubilete con un repiqueteo—. Tú… ¿te has leído el libro? —preguntó.

—Casi todo —admití para luego estremecerme—, ¿por qué? ¿Estoy haciendo algo mal?

—Me estás irritando, eso es lo que estás haciendo mal —dijo elevando la voz—. Deja de vigilarme. No soy un animal. Puede que sea vampiresa, pero sigo teniendo alma.

Me mordí la lengua para evitar siquiera articular una respuesta. Sonó un fuerte repiqueteo cuando Ivy soltó todos los rotuladores en el cubilete. El silencio se podía cortar cuando se acercó de nuevo sus mapas. Le di la espalda para demostrarle que confiaba en ella, aunque no era verdad. Puse el pimiento en la tabla de cortar y abrí de golpe un cajón rebuscando ruidosamente hasta que encontré un cuchillo enorme. Era demasiado grande para cortar pimientos, pero me sentía vulnerable y ese era el cuchillo que me apetecía usar.

—Eh —Ivy titubeó—, no pensarás ponerle pimientos a eso, ¿verdad?

Suspiré y dejé el cuchillo a un lado. Probablemente no podría ponerle nada a la pizza más que queso. En silencio volví a guardar el pimiento en la nevera.

—¿Qué es una pizza sin pimientos? —murmuré bajito.

—Comestible —fue su rápida respuesta, e hice una mueca. Se suponía que no debía haber oído eso. Recorrí la encimera con los ojos repasando los sabrosos ingredientes que había reunido allí.

—¿Y los champiñones?

—No se puede comer una pizza sin ellos.

Coloqué las finas láminas de la seta marrón sobre el parmesano. Los dedos de Ivy tamborilearon sobre el mapa y no pude evitar echarle una mirada furtiva.

—No me has contado qué hiciste con Francis —dijo.

—Lo dejé con el maletero abierto. Alguien lo rociará con agua salada. Creo que le he roto el coche. Ya no acelera en ninguna marcha o por mucho que le pise.

Ivy soltó una carcajada y se me erizó la piel. Como retándome a objetar, se levantó y se apoyó contra la encimera. La tensión volvió a apoderarse de mí y se duplicó cuando Ivy se acercó para sentarse con una controlada lentitud en la encimera junto a mí.

—Entonces —dijo abriendo un paquete de
pepperoni
y metiéndose una rodaja provocativamente en la boca—, ¿qué crees que es?

Estaba comiendo. Estupendo.

—¿Francis? —pregunté sorprendida de que me lo preguntase—. Es un idiota.

—No, Trent.

Extendí la mano para que me pasase el
pepperoni
y ella me dejó el paquete en la palma.

—No lo sé, pero no es un vampiro. Se pensó que mi perfume era para disimular mi olor a bruja, no, eh, para ocultar el tuyo. —Me sentí incómoda teniéndola tan cerca. Coloqué el
pepperoni
como si fuesen cartas alrededor de la pizza—. Y sus dientes no son afilados.

Terminé y dejé el paquete en la nevera, fuera del alcance de Ivy.

—Puede habérselos limado. —Ivy se quedó mirando la nevera y el desaparecido
pepperoni
—. Le resultaría más difícil ser un vampiro practicante pero se puede hacer.

Mi mente rememoró la tabla 6.1 con sus dos explicativos diagramas y me estremecí. Para disimular me acerqué a coger el tomate. Ivy asentía mientras yo movía la mano dubitativa.

—No —dije convencida—, carece de esa falta de comprensión del espacio personal que todos los vampiros vivos que he conocido, aparte de ti, parecen tener.

En cuanto lo dije, desee poder retirarlo. Ivy se irguió y me pregunté si la antinatural distancia que establecía entre ella y todos los demás tenía algo que ver con hecho de no ser un vampiro practicante. Debía de ser frustrante cuestionarse cada movimiento, preguntándose si estaba motivado por su mente o por su hambre. No era de extrañar que Ivy tendiese a montar en cólera. Estaba luchando contra un instinto con miles de años de antigüedad sin que nadie la ayudase a encontrar el camino. Titubeé y luego le pregunté:

—¿Hay alguna forma de saber si Trent es el delfín humano de un vampiro?

—¿Un delfín humano? —repitió sorprendida—. Esa es otra idea.

Corté el tomate con el cuchillo y lo piqué en daditos pequeños.

—Encaja en cierto modo. Tiene la fuerza interior, la elegancia y el poder personal de un vampiro pero sin la cercanía física. Y apuesto mi vida a que no es ni un brujo ni un hechicero. No es solo porque no tenga ni rastro de olor a secuoya; es por la forma de moverse, por la luz en el fondo de sus ojos… —Me quedé en silencio al rememorar el ilegible verde de sus ojos.

Ivy se bajó de la encimera, robando una rodaja de
pepperoni
de la pizza. La puse al otro lado del fregadero, alejándola de ella, pero la siguió y cogió otra. Oímos un suave zumbido cuando Jenks entró volando por la ventana. Tenía un champiñón en los brazos casi tan grande como él, e introdujo un olor a tierra en la cocina. Miré a Ivy y ella se encogió de hombros.

—Hola, Jenks —dijo dirigiéndose de nuevo hacia su silla en el rincón de la cocina. Aparentemente habíamos superado la prueba de «puedo estar junto a ti sin morderte»—. ¿Y tú qué piensas? ¿Es Trent un hombre lobo?

Jenks dejó caer su champiñón mientras levantaba su carita llena de rabia. Sus alas se convirtieron en un remolino.

—¿Cómo voy a saber si Trent es un lobo o no? —saltó—. No pude acercarme lo suficiente, me pillaron, ¿vale? A Jenks lo han pillado, ¿estás contenta ahora? —Voló hasta la ventana, colocandose junto al
señor Pez
. Con las manos en las caderas, se quedó mirando la oscuridad.

Ivy sacudió la cabeza con aire indignado.

—Así que te pillaron. Menuda sorpresa. Sabían quién era Rachel y no veo que esté quejándose por eso.

En realidad ya me había desahogado con una rabieta de camino a casa, lo que podría explicar el extraño ruido que hacía el coche de Francis cuando lo dejé en el aparcamiento del centro comercial a la sombra de un árbol.

Jenks salió disparado para quedarse suspendido a cinco centímetros de la nariz de Ivy. Sus alas estaban rojas de ira.

—Si un jardinero te encerrase en una bola de cristal ya veríamos si eso no te daba una nueva perspectiva de la vida, señorita Siempre Feliz y Contenta.

Mi mal genio se evaporó al ver al pixie de diez centímetros enfrentarse a una vampiresa.

—Déjalo ya, Jenks —dije suavemente—. No creo que fuese un jardinero de verdad.

—¿Ah, sí? —dijo sarcásticamente volando hacia mí—, ¿tú crees?

Detrás de él, Ivy fingía estrujar a Jenks entre su índice y el pulgar. Levantó los ojos al cielo y volvió a sus mapas. Se hizo un silencio incómodo, pero no llegaba a resultar embarazoso. Jenks revoloteó hasta el champiñón y me lo trajo con toda su tierra. Llevaba puesto un atuendo muy informal y holgado de seda del color del musgo húmedo, y por la forma parecía un jeque del desierto. Llevaba el pelo rubio peinado hacia atrás y me pareció que olía a jabón. Nunca había visto a un pixie relajado con su ropa de andar por casa. Era agradable.

—Toma —dijo tímidamente haciendo rodar el champiñón hasta donde yo estaba—. Lo he encontrado en el jardín y pensé que quizá lo quisieses para tu pizza de esta noche.

—Gracias, Jenks —dije, sacudiéndole la tierra.

—Oye —dijo dando tres pasos atrás. Sus alas oscilaban entre la inmovilidad y el movimiento frenético—. Lo siento, Rachel. Se supone que debía apoyarte, no dejarme cazar.

Qué embarazoso resultaba que alguien del tamaño de una libélula se disculpase por no protegerme, pensé.

—Sí, bueno, los dos metimos la pata —dije, con tono agrio deseando que Ivy no estuviese mirando. Ignoré el bufido de Ivy, enjuagué el champiñón y lo corté. Jenks parecía satisfecho y se dedicó a hacer molestos círculos alrededor de la cabeza de Ivy hasta que ella lo espantó de allí a manotazos.

Entonces la abandonó para volver junto a mí.

—Voy a averiguar a qué huele Kalamack aunque me maten —dijo Jenks mientras yo colocaba su contribución sobre la pizza—. Ahora es una cuestión personal.

Bueno
, pensé, ¿
por qué no
? Respiré hondo y le dije:

—Voy a volver mañana por la noche —dije, pensando en mi amenaza de muerte. En algún momento cometería un error y al contrario que Ivy, yo no podría volver de entre los muertos—. ¿Quieres venir conmigo, Jenks? No como apoyo, sino como compañero.

Jenks se elevó con las alas tornándose moradas.

—Puedes apostarte los pantis de tu madre a que sí.

—Rachel —exclamó Ivy—, ¿qué crees que estás haciendo?

Abrí la bolsa de
mozzarela
y la eché sobre la pizza.

—Estoy haciendo a Jenks socio de pleno derecho. ¿Algún problema? Ha estado trabajando muchas horas extra por nada.

—No —dijo clavando su mirada en mí desde el otro lado de la cocina—, ¡me refiero a lo de volver a casa de Kalamack!

Jenks revoloteó junto a mí para hacer frente común.

—Cierra la boca, Tamwood. Necesita un disco para probar que Kalamack es un traficante de biofármacos.

—No tengo elección —dije sacudiendo la bolsa de queso tan fuerte que lo repartí por la encimera.

Ivy se inclinó hacia delante con exagerada lentitud.

—Ya sé que quieres cazarlo, pero piénsalo bien, Rachel. Trent podría acusarte de allanamiento y de hacerte pasar por un agente de la SI, o incluso de mirar mal a sus caballos. Si te pillan estás acabada.

—Si acuso a Trent sin pruebas sólidas se librará de los tribunales con tecnicismos. —No podía mirarla—. Tiene que ser rápido y a prueba de idiotas. Algo a lo que los medios de comunicación puedan hincarle el diente y tirar del hilo. —Mis movimientos eran temblórosos al intentar recoger el queso que había tirado fuera y ponerlo en la pizza—. Tengo que hacerme con uno de esos discos y pienso hacerlo mañana.

Ivy emitió un ruidito de incredulidad.

—No me puedo creer que vuelvas enseguida, sin plan, sin preparación. Nada. Ya has intentado acercarte sin haberlo pensado antes y te pillaron.

Mi cara se puso roja de rabia.

—Solo porque no planifique mis viajes al cuarto de baño no significa que no sea una buena cazarrecompensas —repliqué, molesta.

Ivy apretó la mandíbula.

—Yo nunca he dicho que fueses una mala cazarrecompensas. Únicamente digo que un poco de planificación te evitaría algunos errores embarazosos como el de hoy.

—¡Errores! —exclamé—. Mira, Ivy, soy muy buena en mi trabajo.

Arqueó sus finas cejas.

—No has hecho una captura en condiciones en los últimos seis meses.

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