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Authors: Paul Watzlawick

Cambio. (13 page)

BOOK: Cambio.
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Una de las fuentes es Wittgenstein, cuya obra hemos mencionado ya en repetidas ocasiones. En sus Investigaciones filosóficas adopta una actitud muy firme frente a las explicaciones y sus límites.
«Las explicaciones llegan en alguna parte a un límite. Mas ¿cuál es el sentido de la palabra "cinco"? El sentido no interviene aquí en absoluto, sino tan sólo el modo como se utiliza la palabra "cinco"»
(106), afirma inicial mente y más adelante, en la misma obra, vuelve a insistir sobre este tema dentro de una formulación que va más allá de las abstracciones de la filosofía del lenguaje y se adentra en un terreno que se nos aparece como muy familiar:

«Sucede con frecuencia que tan sólo advertimos los hechos importantes cuando suprimimos la pregunta "¿por qué?" y luego, en el curso de nuestras investigaciones, dichos hechos nos conducen a una respuesta» (109). Para Wittgenstein, lo discutible es la pregunta misma; un pensamiento que posee gran afinidad con nuestras investigaciones sobre el cambio y que ya abordó en la obra más importante de su primera época: el Tractatus Logico-Phiiosophicus: «Nosotros sentimos que incluso si ¿odas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, los problemas de nuestra vida no se habrán rozado en absoluto. Desde luego no queda entonces ninguna cuestión pendiente y es esto precisamente la respuesta. La solución del problema de la vida está en la desaparición de este problema» [6.52 y 6.521] (103).

Mencionaremos brevemente las matemáticas. Aquí tampoco se pregunta por qué?, y sin embargo constituyen el camino real hacia penetrantes análisis y soluciones imaginativas. Las afirmaciones matemáticas se comprenden mejor como elementos interrelacionados dentro de un sistema. No se requiere una comprensión de su origen o de sus causas para captar su significación, e incluso tal comprensión podría inducir a errores.

Otra área en la que las explicaciones causales o las cuestiones acerca del sentido desempeñan un papel muy secundario es la cibernética. Citaremos nuevamente a Ashby sobre el tema del cambio en general y el concepto de transformación en particular:

Observamos que la transformación es definida, no por referencia a lo que «realmente» es, ni mediante referencia a ninguna causa física del cambio, sino indicando una serie de operandos y exponiendo cómo ha cambiado cada uno. La transformación concierne a lo que sucede y no a por qué sucede (12).

Y finalmente, avanzando desde lo más abstracto a lo más concreto, encontramos un apoyo para la observación fundamental en el ¿qué? en lugar de en el ¿por qué? en el llamado principio de investigación de la «caja negra», tal como se usa en electrónica. El término tiene su origen en la segunda guerra mundial y fue aplicado al procedimiento a seguir cuando se capturaba el equipo electrónico enemigo que no podía ser desmontado debido a la posibilidad de que contuviese cargas destructivas. En estos casos, los investigadores aplicaban sencillamente diversas formas de input a la «caja» y medían su salida o output. Así lograban averiguar qué es lo que realizaba esta pieza de equipo, sin forzosamente averiguar también por qué lo hacía. Hoy día, este concepto es aplicado de un modo más general al estudio de circuitos electrónicos cuya estructura es tan compleja (si bien lo es mucho menos que la del cerebro), que resulta más práctico estudiar meramente sus relaciones input-output que la estructura real del aparato.

Como hemos mencionado, la resistencia a una devaluación del por qué en favor del qué parece ser mayor en el estudio del comportamiento humano. ¿Qué hacer, se argumenta habitualmente, con el hecho innegable de que el comportamiento actual de una persona es el resultado de su experiencia en el pasado? ¿Cómo puede una intervención, que no se ocupa en absoluto de causas en el pasado, ejercer efectos persistentes en el presente? Pero son estas afirmaciones, precisamente, las que quedan más claramente refutadas por el estudio de los cambios actuales, sobre todo de los espontáneos. La experiencia cotidiana, y no tan sólo la clínica, muestra que puede existir un cambio sin insight y que muy pocos cambios de comportamiento individual o social van acompañados, y no digamos precedidos, de una percepción de las vicisitudes de su génesis. Puede ocurrir, por ejemplo, que el insomnio que padece un sujeto tenga su raíz en el pasado: su madre fatigada y nerviosa le chillaba para que se fuese a dormir y la dejase en paz. Pero mientras que este tipo de descubrimiento proporciona una explicación plausible y en ocasiones incluso muy sofisticada de un problema, por lo general no contribuye en nada a su solución
[4]
.

Llegamos a la conclusión de que, en lo que respecta a una intervención deliberada en los problemas interhumanos, el modo más pragmático de abordarla no estriba en la pregunta ¿por qué?, sino en la de ¿qué?, es decir: ¿qué es lo que aquí y ahora sirve para perpetuar el problema y qué se puede hacer aquí y ahora para efectuar un cambio? Desde este punto de vista, la diferencia más importante entre funcionamiento adecuado y disfunción es el grado en el que un sistema (un individuo, una familia, una sociedad, etc.) es capaz de generar cambio por sí mismo o bien ha quedado captado dentro de un juego sin fin. Ya hemos visto que en este último caso la solución intentada constituye el problema. También podemos darnos ahora cuenta de que la búsqueda de las causas en el pasado es precisamente una de estas «soluciones» que implican autoderrota. En psicoterapia, el mito de descubrir este por qué como condición previa para el cambio es aquello que derrota su propio propósito. La búsqueda de causas —por el psicoterapeuta, por el paciente o bien por ambos— tan sólo puede conducir a más búsqueda, si el insight obtenido no es aún lo bastante profundo para dar lugar a un cambio a través del insight. Pero ni la niña pequeña, ni sus padres obtuvieron ni siquiera precisaron comprensión alguna del problema que les preocupó durante cierto tiempo. De modo similar, la remisión espontánea del agorafóbico tuvo lugar sin insight de su origen y de la significación del síntoma ni antes, ni durante, ni después del cambio, ni al parecer llegó dicho sujeto a una comprensión más profunda de las bases teóricas de la ayuda que fue luego capaz de extender a sus compañeros de sufrimiento.

Podemos formular ahora algunos ejemplos prácticos de cambio 2. Volvamos de nuevo al caso del sujeto con insomnio. Ya hemos mencionado cómo se convirtió en paciente a través de un enfoque erróneo de una dificultad corriente, y cómo dicho enfoque erróneo le situó en una paradoja autoimpuesta del tipo «¡sé espontáneo! ». Muchos de estos pacientes pueden ser ayudados bastante rápidamente mediante alguna recomendación aparentemente absurda, paradójica, tal como la de acostarse, pero sin cerrar los ojos, hasta quedar profundamente dormidos. Está claro que una intervención de este tipo no afecta al origen del insomnio, pero efectúa un cambio en el metanivel, en el cual el paciente, con sus contraproducentes tentativas para resolver el problema, ha dado lugar a la paradoja del «¡sé espontáneo!» (que es perpetuada adicionalmente por la medicación y por toda clase de medidas de
«sentido común»
). A no ser que el sujeto insomne domine la autohipnosis (en cuyo caso no sería probablemente un insomne), o puede no querer quedarse dormido, al igual que resulta imposible no pensar deliberadamente en algo, y esta actividad mental impide paradójicamente el sueño. La finalidad de la intervención representada por el cambio 2 es por tanto la siguiente: ¿cómo puede impedírsele querer dormirse? y no la que sugeriría el sentido común: ¿cómo se le puede hacer dormir?

O consideremos el caso del fóbico que no puede entrar en unos grandes almacenes ampliamente iluminados y repletos de gente, por miedo a desmayarse o ahogarse. En un principio es posible que no haya experimentado más que una momentánea indisposición, una eventual hipoglucemia o un vértigo al entrar en un almacén. Pero cuando unos días después quiere volver a entrar en el mismo, recuerda el anterior incidente y probablemente se pone entonces en guardia, tenso, contra una posible repetición del pánico original, con lo que el pánico vuelve a surgir rápidamente. Se comprende que dicha persona se sienta entregada a fuerzas internas tan irresistibles que vea su única defensa en evitar por completo la situación, actitud apoyada probablemente por la toma regular de tranquilizantes. Pero el hecho de evitar la situación no solamente no soluciona nada, no sólo perpetúa aquellos estados contra los cuales se utiliza, sino que es en sí el problema, y así el sujeto queda encerrado en una paradoja. Se le puede ayudar imponiéndole una contra-paradoja, así por ejemplo diciéndole que entre en el almacén y que se desmaye a propósito, sin tener en cuenta si en dicho momento es o no preso de ansiedad. Mas ya que tendría que ser una especie de yogi para obrar de este modo, se le puede aconsejar en seguida que camine por el interior del almacén hasta el punto que quiera, pero que se detenga, sin más, un metro antes de aquel punto en que crea que su ansiedad va a dominarle de un modo incoercible
[5]
. En cualquier caso, la intervención se dirige contra la solución intentada y puede tener entonces lugar un cambio
[6]
. De modo similar y aun cuando nadie hasta ahora haya podido aportar una demostración de ello, se puede sospechar, con muchos visos de probabilidad, que la legalización del consumo de marihuana (cuyos efectos nocivos no son seguros, pero que probablemente no son peores que los de otras drogas ampliamente usadas), no sólo puede disminuir su consumo, sino que eliminaría rápidamente las complejas y contraproducentes consecuencias de su supresión legal, que muchos expertos consideran como un remedio peor que la propia enfermedad.

El falaz fenómeno interpersonal de la confianza nos proporciona otro ejemplo de la técnica mediante la cual se puede aplicar el cambio 2. Así por ejemplo, la relación ideal entre un sujeto en libertad vigilada y el funcionario que se encarga de él ha de ser de confianza completa, ya que, también de un modo ideal, dicho funcionario se supone que está destinado a ayudar al individuo en libertad vigilada y para cumplir bien sus funciones ha de conocer exactamente la clase de vida que lleva su pupilo. Pero ambos saben muy bien que el funcionario representa al mismo tiempo a la autoridad del Estado y que por tanto no puede hacer sino comunicar inmediatamente cualquier violación por parte del pupilo de las condiciones de su libertad vigilada. Siendo así, lograría poco crédito por parte de su pupilo si le dijese
«Tiene que confiar en mí»
. Es evidente que la confianza es algo espontáneo que no se puede obtener, ni producir, a voluntad y de un modo deliberado. Al entrenar a funcionarios encargados de libertades vigiladas en el uso de técnicas paradójicas para la resolución de problemas, hemos hallado muy útil que dichos funcionarios advirtiesen a sus pupilos lo siguiente:
«No debería fiarse completamente de mí, ni contarme todo lo que haga.»
El lector se dará rápidamente cuenta de la similaridad entre esta advertencia y la afirmación de Epiménides o la del sofista que entró en el reino para ser ahorcado, con excepción de que, en este caso, el resultado no es un regreso infinito de afirmación y negación, sino la solución pragmática de un estado de cosas que de otro modo sería desesperadamente paradójico. La afirmación del funcionario se convierte en fiable en la medida en que se declara a sí mismo como no fiable, estableciéndose así la base para una relación pragmáticamente útil. Otra variación del tema de la confianza y del problema causado por el mal enfoque de una dificultad nos lo muestran las Memorias de Khrushchev (que quizás sean apócrifas), cuando éste describe la defección de la hija de Stalin. Tras criticar el hecho de que ella haya huido al Occidente, subraya otro aspecto del asunto:

Svetlanka hizo algo estúpido, pero también fue tratada estúpidamente, demasiado estúpida y rudamente. Al parecer, tras los funerales de su esposo se dirigió a nuestra embajada en Nueva Delhi. Nuestro embajador era Benediktov. Yo le conozco. Es una persona muy rígida. Svetlanka le dijo que deseaba permanecer en la India durante unos pocos meses, pero Benediktov la advirtió que tenía que retornar inmediatamente a la Unión Soviética. Esto fue una estupidez por su parte. Cuando un embajador soviético recomienda a un ciudadano de la Unión Soviética que vuelva inmediatamente a casa, hace que dicha persona sospeche algo. Svetlanka estaba particularmente familiarizada con nuestros hábitos al respecto. Sabía que ello significaba que no se fiaban de ella.

Y Khrushchev muestra a continuación que sabe muy bien cómo tratar tales problemas de confianza, de un modo paradójico:

¿Qué pienso yo que se debería haber hecho? Estoy convencido de que si hubiese sido tratada de un modo diferente, jamás habría tenido lugar tan lamentable episodio. Cuando Svetlanka llegó a la embajada y dijo que quería permanecer en la India durante dos o tres meses, le deberían haber dicho:
«Svetlanka Iosifovna ¿por qué tan sólo tres meses? Saque un visado para uno o dos años o incluso para tres años. Puede obtener el visado y vivir aquí. Luego, cuando quiera, puede volver a la Unión Soviética.»
Si se le hubiese proporcionado libertad de elección, su moral se habría elevado. Le deberían haber demostrado que se fiaban de ella. (...) ¿Y si hubiésemos actuado de este modo que yo pienso y Svetlanka no hubiese regresado de la India? Pues bien, creo que ello habría sido muy malo, pero no peor de lo que sucedió (56).

Todos estos ejemplos poseen una estructura idéntica: va a tener lugar un acontecimiento a, pero a es indeseable. El sentido común sugiere que sea prevenido o evitado mediante lo recíproco o lo opuesto, es decir: no a (de acuerdo con la propiedad de grupo d), pero ello tan sólo daría lugar a una solución del tipo de un cambio 1. En tanto que la solución se busque dentro de esta dicotomía de a y de no a, aquel que busca la solución es víctima de una ilusión de alternativas (99), y ya elija una u otra alternativa, queda atrapado. Es precisamente esta ilusión, que no se pone en tela de juicio, de que se debe elegir entre a y no a, de que no hay otra vía de salida del dilema, lo que lo perpetúa e impide ver la solución, la cual se puede conseguir en todo momento, pero que contradice el sentido común. La fórmula del cambio 2, por otra parte, es no a, pero también no no-a. Se trata de un principio muy antiguo, que fue demostrado, por ejemplo, por el maestro de zen Tai-Hui, cuando mostró a sus monjes un bastón y les dijo:
«Si llamáis a esto un bastón, afirmáis; si no le llamáis un bastón, negáis. Más allá de la afirmación y de la negación, ¿cómo lo llamaríais?»
: un típico koan Zen, destinado a forzar a la mente fuera de la trampa de la aserción y la negación, y a producir aquel salto cuántico al nivel lógico inmediatamente superior, llamado sátori. Esto es también, probablemente, lo que quería decir San Lucas cuando escribió:
«Pues aquel que quiera salvar su vida, la perderá, y aquel que la pierda, la salvará.»
Desde el punto de vista filosófico, el mismo principio está en la base de la dialéctica hegeliana, con su insistencia sobre el proceso que se mueve desde la oscilación entre tesis y antítesis, a la síntesis que transciende esta dicotomía. El camino de salida del atrapamoscas, para volver al aforismo de Wittgenstein (108), pasa por la apertura menos obvia.

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