Read Carta sobre la tolerancia y otros escritos Online
Authors: John Locke
Tags: #Tolerancia, #Liberalismo, #Empirismo, #Epistemología
Por último, no han de ser tolerados de ningún modo quienes niegan la divinidad, pues para el ateo los juramentos, pactos y promesas, que son lazos de la sociedad humana, no pueden ser algo estable y santo. Al apartar a Dios, aunque sólo sea en pensamiento, se disuelven todas las cosas. Y quien por su ateísmo destruye de raíz toda religión no puede pedir para sí privilegios de tolerancia en nombre de otra religión. En lo que atañe a otras opiniones prácticas, aunque no estén totalmente libres de error, con tal que no busquen dominar sobre las demás, no hay razones por las cuales no deben ser toleradas.
Falta decir algo sobre las asociaciones que habiendo sido llamadas por el vulgo, y siéndolo a veces, semilleros de sedición y conventículos de facciones, se piensa que ofrecen la mayor objeción contra la tolerancia, mas esto ha ocurrido gracias a la desdicha de una libertad mal asentada, una libertad oprimida. Al punto cesarían estas acusaciones si la tolerancia, establecida en favor de quienes es debido, fuese de tal índole que toda iglesia se obligara a enseñarla y a ponerla como piedra angular de su propia libertad. O sea, que quienes son disidentes en materias sacras han de ser tolerados y nadie debe ser obligado en materia de religión por la ley o la fuerza. Al establecer estos principios se quitaría pretexto para agravios y tumultos nacidos por cuestiones de conciencia. Una vez removidas estas causas de rebelión, nada quedaría en estas asociaciones religiosas que pudiera dar pie a perturbaciones políticas. Recorramos hasta el fin los puntos de esta acusación.
Objetarás que las asambleas o reuniones son peligrosas a la república y amenazan contra la paz; respondo que si es así, ¿por qué hay tanta reunión en la plaza pública, tanta asamblea en la justicia? ¿Por qué asambleas en los gremios, conjuntos en las ciudades? Me dirás que éstas son reuniones civiles, mas las reuniones de que hablas son religiosas. Como si las reuniones religiosas, tan apartadas de los asuntos civiles, hubieran de embrollarlos. Dirás que las reuniones civiles están formadas por hombres que difieren entre sí en cuestiones religiosas, en tanto que las juntas eclesiásticas las forman personas de una sola opinión y te respondo que hablas como si estar de acuerdo en cosas de religión y de la salud del alma significara conspirar contra la república, o como si los hombres no fuesen tanto o más fervorosamente unánimes cuando no están unidos en un templo. Dirás que en las asambleas civiles cualquiera es libre de entrar, mientras que en algunas iglesias el culto es más privado y da lugar a maquinaciones clandestinas. Te pregunto: ¿quiénes deben ser censurados por ello: los que desean o los que prohiben que el culto sea público? Argumentarás que la comunión religiosa une a los hombres entre sí y por ello es de temer mayormente y te digo que si esto es así, ¿por qué no teme el gobernante o prohibe las asambleas de su propia iglesia como algo peligroso para el gobierno? Dirás que porque él es parte o cabeza de esas asambleas, mas yo te digo que él es también parte y cabeza del mismo Estado. Dicho esto, pongamos la realidad de frente: el gobernante teme a otras iglesias, no a la suya, pues es bondadoso con una y severo con las demás: aquélla se encuentra en condiciones de hijo mimado a quien se le toleran incluso desenfrenos, las otras se hallan en condiciones de esclavos para quienes las recompensas de una vida sin culpa son la confiscación, la prisión, la negación de ciudadanía; a una religión se le ampara, a las demás se les flagela. Voltéense los papeles o que todos gocen de igual derecho religioso y pronto pensarás que no hay que temer mayormente las reuniones religiosas, pues si los hombres piensan con ánimo turbio, no es la religión quien los induce a ello, sino el sufrimiento con sus represiones. Los gobiernos justos y moderados tienen tranquilidad por doquier seguridad completa, mas los oprimidos siempre resistirán contra los gobiernos tiránicos. Sé que con frecuencia se promueven revueltas bajo el nombre de la religión, mas es verdad que por el mismo motivo los hombres son castigados y viven las injusticias. Debes creer que tales casos no son peculiares a determinadas sectas a quienes puedas inculpar, sino naturaleza misma del hombre, que, dondequiera que se halle bajo una carga injusta, procura sacudir el yugo que optime su cuello. Si se dejara a un lado la religión y se hicieran otras diferencias entre los hombres, según su físico, por ejemplo, agrupando a quienes tienen cabello negro u ojos azules, ¿qué piensas si unos estuvieran en condiciones desfavorables respecto a los demás y no se les permitiera comprar o vender libremente, ejercer su profesión, educar a sus hijos y se les sometiese a fueros injustos? ¿No crees acaso que estas personas que se encuentran reunidas a causa del color de su cabello temerían al gobernante tanto como los asociados por motivo de religión? Algunos forman una sociedad para el comercio, otros para la diversión; a unos los junta la misma ciudad, la proximidad para las fiestas comunes y a otros la religión para el culto divino. Pero sólo hay algo que une a la gente bajo la bandera de la rebelión, y esta cosa es la opresión. Dirás: ¿Pretendes que la gente se reúna para un servicio religioso contra la voluntad del gobernante? Mas a mi vez pregunto: ¿Por qué contra su voluntad? ¿Acaso no es permitido y necesario que existan estas reuniones? Y, ¿contra su voluntad? He aquí el motivo de mi queja, la fuente del mal, la desgracia de nuestro país: ¿Por qué ha de disgustar más la reunión de hombres en un templo que en un teatro? Los que se reúnen en este último no son menos viciosos ni menos turbulentos y para verlos con claridad es necesario dar vuelta al problema: corno son tratados ofensivamente, se convierten en menos tolerables. Suprime cualquier discriminación injusta, suprime la pena de suplicio y todo se volverá seguro: los que son ajenos a la religión del gobernante se considerarán tanto más ligados al mantenimiento de la paz en cuanto hallan que su condición es mejor que en otros lugares, y todas las iglesias que difieren entre sí vigilarán mutuamente su conducta a manera de guardianes de la paz a fin de que no se tramen nuevas acciones y que no cambie la forma de gobierno, pues ellas no pueden esperar nada mejor de lo que poseen: una condición equitativa y un gobierno justo y moderado. Y si la iglesia que concuerda con el príncipe es considerada el soporte fundamental del gobierno civil y se le favorece con leyes, ¿cómo se podría comparar este estado con otro en que los buenos ciudadanos, de cualquier iglesia que sean, gocen del mismo favor del mandatario y el mismo trato de la ley y donde a la ley sólo la temerían los, delincuentes y disolutos?
En fin, para llegar a una conclusión, pedimos que los mismos - derechos sean gozados por los ciudadanos. ¿Es que no está permitido adorar a Dios en la forma romana? Que se permita hacerlo en la forma ginebrina. ¿Acaso no está permitido hablar latín en el mercado? Pues que se permita hacerlo en el templo. ¿Está permitido en la casa particular arrodillarse, estar de pie, mantenerse en tal o cual postura y vestirse de tal o cual manera? Pues que sea licito comer pan y tomar vino o purificarse con agua en la iglesia. Y todo lo que por ley es licito en las ocasiones comunes de la vida, que continúe lícito en el culto divino. Que ninguna vida sea perjudicada por motivos disidentes, que ninguna morada sea asaltada ni patrimonio alguno destruido. Si está permitida la forma de disciplina presbiteriana, ¿por qué no lo ha de estar la episcopal? La potestad eclesiástica, sea administrada por una o más personas, es la misma dondequiera y no tiene jurisdicción en cosas civiles. Está comprobado por la experiencia que los sermones son legítimos y si son permitidos a una secta, ¿por qué no ha de serlo a todas? Si sucediera algo contrario a la paz pública en una iglesia ha de ser reprimida del mismo modo y no de otro, que si sucediera en un mercado. Si algo sedicioso se dijera en un sermón, ha de ser castigado como cualquier delito en la plaza pública, pues estas reuniones no deben ser asilo para hombres facciosos o malvados, como tampoco se puede acusar de esto, a quienes se encuentran en un templo más que a quienes se encuentran en una feria: cada uno ha de estar sujeto a la sospecha por su falta, y no por el delito de los demás. Los sediciosos, homicidas, ladrones, salteadores, adúlteros, calumniadores, etc., de cualquier iglesia deben ser castigados y suprimidos, mas quien tuviere una doctrina pacífica y una vida recta, debe gozar de los mismos derechos que otros ciudadanos. Y si a otros son permitidas las reuniones y asambleas, la observancia de días festivos, los sermones, todas estas cosas deben estar permitidas al arminiano, antiarminiano, luterano, anabaptista y sociniano con igual derecho. Y si está permitido decir la verdad, como corresponde al buen entendimiento de los hombres, ni el pagano ni el mahometano, ni el judío deberían ser excluidos del Estado por motivo de religión, pues nada parecido ordenan los evangelios, no anhela tal cosa la iglesia, la cual "no juzga a los que están fuera" (1 Corintios, V, 12-13), ni desea tal actitud el Estado, que recibe y abraza a los hombres con tal que sean industriosos, pacíficos, honestos. ¿Comerciarás con un pagano a la vez que le prohibes que adore a su Dios? Si se permite a los judíos el tener casas privadas, ¿Por qué no dejarlos reunirse en sinagogas? ¿Acaso su doctrina es más falsa o la paz más amenazada con sus reuniones en asambleas religiosas que con reuniones en sus casas? Y si hay que conceder tal a los paganos, ¿ha de concederse menos a los cristianos diversos? Dirás que sí porque se encuentran más inclinados a formar facción, tumultos y revueltas. Si esto es como lo dices, la religión cristiana es la peor de todas y no es digna de que la profeses ni de que se la tolere en absoluto. Si el carácter de la religión cristiana fuera turbulento, enemigo de la paz pública, aun la iglesia que tiene el favor del gobernante no sería completamente inocente. Mas lejos estoy de afirmar de una religión tan opuesta a la avaricia, la ambición, la disputa, la discordia y a desenfrenados deseos mundanos, sino por el contrario, concede que es la más pacífica de cuantas religiones hubo. Por esto es que debemos buscar otra causa para los males que se imputan a la religión y esta causa se encuentra en lo que tratamos ahora: no es la diversidad de opiniones, que no puede ser negada, sino la tolerancia nula a quienes difieren la que ha producido disputas y guerras que han surgido en el mundo cristiano por motivo de religión. Las cabezas de la iglesia, movidas por avaricia y ansia de dominio, empleando la ambición de los gobernantes y la superstición obcecada de la multitud, han excitado contra los heterodoxos y han predicado contra las leyes del Evangelio y los preceptos de caridad que los cismáticos deben ser desposeídos de sus bienes. Así mezclaron dos cosas diferentes: la iglesia y el Estado. Como suele ocurrir, los hombres no llegan a soportar con paciencia el despojo de los bienes que han obtenido con su honesto trabajo, ni el ser entregados a la rapiña humana, menos cuando son irreprochables y el motivo por el cual son vejados no concierne al poder civil, sino a su conciencia, de la cual sólo se debe dar razón a Dios. Y, así, ¿qué puede esperarse sino que estos hombres, cansados de soportar estos males, piensen que es legítimo defenderse con fuerza de la fuerza y que apelen a las armas para defender los derechos que Dios y la naturaleza les han concedido? El que las cosas han sido así hasta el presente lo atestigua suficientemente la historia y mientras el gobernante no acabe con las persecuciones por causas religiosas, así continuará sucediendo en lo futuro. Que los gobernantes toleren a incendiarios y perturbadores de la paz pública sería de asombrar si no fuera evidente que ellos también son invitados al despojo, pues con frecuencia se han servido de la codicia ajena para aumentar su poder. ¿Quién no ve que han sido más ministros del gobierno que del Evangelio quienes han halagado la ambición de los príncipes y el deseo de dominio de los poderosos para promover la tiranía del Estado a que en vano aspiran en la iglesia? Tal ha sido de ordinario el acuerdo entre iglesia y Estado, en tanto que si se hubieran mantenido dentro de sus propios límites, atendiendo la salvación de las almas y el bienestar mundano, respectivamente, no existirían discordias entre ellos. "Vergüenza que se nos echa en cara y no podemos negar..."
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Quiera Dios todopoderoso que el Evangelio de paz pueda algún día ser predicado y que los gobernantes, ya diligentes para acomodar su conciencia a los preceptos divinos y no a esclavizar conciencias, tarea ajena a la ley humana, como padres de la patria, realicen el bienestar de todos los súbditos que no sean indecentes, ofensivos o malvados. Y todos los hombres de iglesia que se consideren sucesores de los apóstoles, caminando por los pasos de éstos y dejando a un lado los asuntos políticos puedan dedicarse con paz y con modestia a trabajar por la salvación de las almas. Vale.
Tal vez no esté fuera de sitio el agregar aquí algo sobre la herejía y el cisma. Para un cristiano, un mahometano no es ni puede ser un herético o cismático y si alguien pasara de la fe cristiana al islamismo, no se convierte en herético o cismático, sino en apóstata o infiel. No es de dudar esto y por ello es claro que hombres de una religión diferente no pueden ser heréticos o cismáticos para otros hombres.
Así, hay que inquirir sobre qué hombres son de una misma religión. Respecto a este punto, es manifiesto que quienes tienen una misma regla de fe y de culto pertenecen a la misma religión y quienes difieren en alguno de estos dos puntos, no lo son, pues todas las cosas que contiene la regla pertenecen a la religión y quienes concuerdan con la regla concuerdan con la religión. De esto se sigue que sean de diferente religión mahometanos y cristianos, porque éstos reconocen la Sagrada Escritura como regla de su religión y aquéllos el Corán. Por la misma deducción, pueden existir diferentes religiones entre los cristianos. Aunque papistas y luteranos se confiesan cristianos, no son de una misma religión puesto que los últimos sólo reconocen a la Sagrada Escritura como regla de su religión, religión, en tanto que los primeros agregan la tradición y las decisiones papales, de lo cual hacen regla de religión. Los cristianos de San Juan, como son llamados, y los cristianos de Ginebra son de diferente religión, aunque ambos sean cristianos, porque estos últimos tienen solamente a la Sagrada Escritura como regla de su religión, y aquéllos no sé qué tradiciones.
Sentada esta aclaración, acordaremos que la herejía es una separación que se realiza en la comunidad eclesiástica entre hombres de la misma religión a causa de opiniones no contenidas en la regla. Además, aquellos que sólo reconocen a la Biblia como regla de su fe y se separan de su religión, lo hacen dentro del mismo cristianismo y por motivo de opinión sobre cosas no expresas de ambos testamentos.