Casa capitular Dune (59 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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Unas manos agitaron sus hombros.
Duncan… no lo hagas.
Cada movimiento era dolor más allá de todo lo que había imaginado que fuera posible. Aquello merecía ser llamado realmente La Agonía.

El hilo ya no estaba tensándose. Estaba encogiéndose sobre sí mismo, comprimiéndose. Se convirtió en algo pequeño, un núcleo de dolor tan exquisito que ninguna otra cosa existía. La sensación de ser se volvió vaga, translúcida… transparente.

—¿Lo ves? —la voz de su guía Mohalata le llegó desde muy lejos.

Veo cosas.

No exactamente verlas. Una distante consciencia de otras existencias. Otros núcleos. Otras Memorias embutidas en las pieles de vidas perdidas. Se extendían detrás de ella en un tren cuya longitud no podía determinar. Una niebla translúcida. Ocasionalmente se rasgaba, y entreveía acontecimientos. No… no acontecimientos en sí. Memorias.

—Compartes el testimonio —dijo su guía—. Ves lo que han hecho tus antepasados. Es algo que supera las peores maldiciones que tú puedas inventar. ¡No busques excusas en las necesidades de los tiempos! Simplemente recuerda: ¡No existen los inocentes!

¡Horrible! ¡Horrible!

No podía aferrar nada de aquello. Todo se volvía reflejos y jirones de niebla. En algún lugar había una gloria que sabía podía alcanzar.

La ausencia de esta Agonía.

Eso era. ¡Qué glorioso debía ser!

¿Dónde está esa gloriosa condición?

Unos labios tocaron su frente, su boca.
¡Duncan!
Se alzó.
Mis manos están libres.
Sus dedos se deslizaron por un muy recordado pelo.
¡Esto es real!

La Agonía recedió. Sólo entonces se dio cuenta de que había pasado por un dolor más terrible de lo que las palabras podían describir. ¿Agonía? Marchitaba la psique y la remodelaba. Una persona entraba, y otra emergía.

¡Duncan!
Abrió los ojos, y allí estaba su rostro, directamente sobre ella.
¿Sigo amándolo? Está aquí. Es un ancla a la que me aferro en los peores momentos. ¿Pero lo amo? ¿Sigo estando equilibrada?

No hubo respuesta.

Odrade habló desde algún lugar fuera de su vista:

—Quitadle estas ropas. Traed toallas. Está empapada. ¡Y traedle ropas adecuadas!

Hubo sonidos de gente apresurándose, luego de nuevo Odrade:

—Murbella, lo hiciste de la forma más dura, y me alegra decirlo.

Había tanta excitación en su voz. ¿Por qué se alegraba?

¿Dónde está el sentido de la responsabilidad? ¿Dónde está el grial que se supone debo sentir en mi cabeza? ¡Respondedme, alguna!

Pero la mujer en los controles de la lanzadera había desaparecido.

Sólo quedo yo. Y recuerdo atrocidades que harían estremecerse a una Honorada Matre.
Entonces entrevió el grial, y no era una cosa sino una pregunta: ¿Cómo conseguir estabilizar aquellos equilibrios?

Capítulo XXXVI

Nuestro dios familiar es esa cosa que llevamos con nosotras generación tras generación: nuestro mensaje a la humanidad si alguna vez llega a madurar. Lo más cercano que tenemos a una diosa familiar es una Reverenda Madre fracasada… Chenoeh aquí en su nicho.

Darwi Odrade

Idaho pensaba ahora en sus habilidades Mentat como en un refugio. Murbella permanecía junto a él en la nave tan frecuentemente como se lo permitían los deberes de los dos… él con el desarrollo de sus armas y ella recuperando las fuerzas mientras se ajustaba a su nuevo status.

No le mintió. No intentó decirle que no notaba ninguna diferencia entre ellos. Pero él notó el alejamiento, como una goma elástica que es tensada hasta sus límites.

—Mis hermanas han sido enseñadas a no divulgar los secretos del corazón. Ese es el peligro que perciben en el amor. Intimidades peligrosas. Las más profundas sensibilidades embotadas. No darle a alguien el palo con el cual pueda golpearte.

Pensó que sus palabras lo tranquilizarían, pero oyó su discusión interior.
¡Libérate! ¡Rompe las ataduras!

Durante aquellos días él la vio a menudo con los dolores de las Otras Memorias. Las palabras escapaban de ella por las noches.

—Dependencias… alma colectiva… intersección de consciencias vivas… Habladoras Pez…

No había sentido ninguna vacilación en compartir algunas de ellas.

—¿La intersección? Cualquiera puede sentir los nexos en las interrupciones naturales de la vida. Muertes, divergencias, pausas incidentales entre acontecimientos importantes, nacimientos…

—¿Los nacimientos una interrupción?

Estaban en su cama, con incluso el crono apagado… pero eso no les ocultaba de los com-ojos, por supuesto. Otras energías alimentaban la curiosidad de la Hermandad.

—¿Nunca pensaste en el nacimiento como en una interrupción? Una Reverenda Madre lo encuentra divertido.

¡Divertido! Alejándose… alejándose…

Las Habladoras Pez, ésa era la revelación que la Bene Gesserit absorbió con fascinación. Tenían sus sospechas, pero Murbella proporcionó la confirmación. La democracia de las Habladoras Pez se convirtió en la autocracia de las Honoradas Matres. Ya no había dudas.

—La tiranía de la minoría envuelta en la máscara de la mayoría —lo llamaba Odrade, con voz exultante—. La caída de la democracia. O bien derribada por sus propios excesos o devorada por la burocracia.

Idaho podía escuchar al Tirano en ese juicio. Si la historia poseía algún esquema repetitivo, ahí había uno. Un tamborileo repetitivo. Primero, una ley de Servicio Civil enmascarada en la mentira de que era la única forma de corregir los excesos demagógicos y los excesos expoliadores. Luego la acumulación del poder en lugares que los votantes no podían tocar. Y finalmente, la aristocracia.

—Las Bene Gesserit puede que sean las únicas en crear el jurado todopoderoso —dijo Murbella—. Los jurados no son populares entre los legalistas. Los jurados se oponen a la ley. Pueden ignorar a los jueces.

Se rió en la oscuridad.

—¡Evidencia! ¿Qué es la evidencia excepto esas cosas que se te permite percibir? Eso es lo que la Ley intenta controlar: la realidad cuidadosamente manejada.

Palabras para desviarle, palabras para demostrarle sus nuevos poderes Bene Gesserit. Sus palabras de amor eran llanas.

Las pronuncia maquinalmente.

Vio que esto preocupaba a Odrade casi tanto como lo desanimaba a él. Murbella parecía no darse cuenta de ninguna de las dos reacciones.

Odrade había intentado tranquilizarle.

—Cada nueva Reverenda Madre pasa por un período de ajuste. A veces se muestra maníaca. Piensa en el nuevo suelo que tiene bajo sus pies, Duncan.

¿Cómo no puedo pensar en ello?

—La primera ley de la burocracia —dijo Murbella en la oscuridad.

No me desvíes, amor.

—¡Crece hasta los límites de la energía disponible! —Su voz sonaba realmente maníaca—. Usa la mentira de que los impuestos resuelven todos los problemas. —Se volvió hacia él en la cama, pero no en busca de amor—. ¡Las Honoradas Matres interpretaron toda la rutina! Incluso un sistema social de seguridad para apaciguar a las masas, pero todo fue a partir a su propio banco de energía.

—¡Murbella!

—¿Qué? —Sorprendida ante la sequedad de su tono.
¿Acaso no sabe que le está hablando a una Reverenda Madre?

—Sé todo esto, Murbella. Cualquier Mentat lo sabe.

—¿Estás intentando hacerme callar? —Furiosa.

—Nuestro trabajo es pensar como nuestro enemigo —dijo él—. ¿Tenemos un enemigo común?

—Te estás burlando de mí, Duncan.

—¿Son tus ojos naranja?

—La melange no permite esto, y tú sabes… Oh.

—La Bene Gesserit necesita tu conocimiento, ¡pero tú debes
cultivarlo
! —Encendió un globo y la descubrió mirándole intensamente. Ni inesperado, ni realmente Bene Gesserit.

Híbrido.

La palabra saltó a su mente. ¿Era un vigor híbrido? ¿Esperaba esto de Murbella la Hermandad? A veces te sorprendían. Las encontrabas mirándote en extraños corredores, los ojos sin parpadear, los rostros con esa máscara suya y, tras la máscara, las habituales preguntas fermentando. Ahí era donde Teg había aprendido a hacer lo inesperado. ¿Pero esto? Idaho pensó que podía llegar a desagradarle aquella nueva Murbella.

Ella vio aquello en él, por supuesto. El permanecía abierto ante ella como ninguna otra persona.

—No me odies, Duncan. —No suplicando, sino con algo profundamente herido detrás de las palabras.

—Nunca te odiaré. —Pero apagó la luz.

Ella se acurrucó contra él casi de la misma forma en que lo hacía antes de la Agonía.
Casi.
La diferencia retorció sus entrañas.

—Me han estado hablando del terrorismo de las Honoradas Matres durante todo el día —dijo ella.

Él había visto ya la mayor parte de aquella grabación, con la esperanza de hallar un indicio para nuevas armas. El terror era una mercancía demasiado inestable. Tenias que seguir levantando estacas.
¿Qué es lo que desean las masas, Reina Araña? Desean salir de tu prisión.

—¡Entonces haz los barrotes más dolorosos!

Ya lo hicisteis la última vez.

—¡Y lo haremos de nuevo!

¿Para siempre?

—¡Tanto tiempo como sea necesario!

Ese es otro eufemismo para el infinito.

Y había otra forma de negar el Infinito, o de no admitir que había otros límites además de los tuyos propios. Para siempre no sólo era mucho más tiempo de lo que los humanos se preocupaban en imaginar, era más tiempo de lo que la mayoría
podían
imaginar. Contenía una libertad que cegaba y ensordecía la consciencia. Demagogos y líderes religiosos contaban con ello.

Los ciegos y los sordos son conducidos más fácilmente.

—Las Honoradas Matres ven a las Bene Gesserit como competidoras en el poder —dijo Murbella—. No es exactamente que los hombres que siguen a mis anteriores hermanas sean fanáticos, sino que se sienten incapacitados de autodeterminación a causa de su adicción.

—¿Es así como
somos
?

—Vamos, Duncan.

—¿Quieres decir que yo puedo conseguir este mismo artículo en otra tienda?

Ella prefirió suponer que él estaba hablando de los temores de una Honorada Matre.

—Muchos abandonarían si pudieran. —Volviéndose fieramente hacia él, le exigió una respuesta sexual. Su abandono impresionó a Duncan. Como si aquella pudiera ser la última vez que ella pudiera experimentar un tal éxtasis.

Después, permanecieron tendidos, exhaustos.

—Espero estar embarazada de nuevo —susurró ella—. Seguimos necesitando a nuestros bebés.

Necesitamos. La Bene Gesserit necesita. Ya no «ellas necesitan».

Se durmió para soñar que estaba en la armería de la nave. Era un sueño impregnado de realidades. La nave seguía siendo una fábrica de armas, tal como se había convertido realmente. Odrade estaba hablando con él en la armería del sueño.

—Tomo decisiones de la necesidad, Duncan. Hay pocas posibilidades de que tú estalles y te vuelvas loco furioso.

—¡Soy demasiado Mentat para eso! —¡Qué vanidosa aquella voz del sueño!
Estoy soñando y sé que sueño. ¿Por qué estoy en la armería con Odrade?

Una lista de armas se desplegó ante sus ojos.

Atómicas. (Vio grandes quemadores y polvos mortíferos).

Pistolas láser. (No contó los varios modelos).

Bacteriológicas. —El despliegue fue interrumpido por la voz de Odrade.

—Podemos suponer que los contrabandistas se concentran como es habitual en pequeñas cosas que tienen un precio grande.

—Soopiedras por supuesto. —Aún vanidoso.
¡Yo no soy así!

—Armas asesinas —dijo ella—. Planos y especificaciones para nuevos dispositivos.

—El robo de secretos comerciales es un buen asunto con los contrabandistas. —
¡Soy intolerable!

—Siempre hay medicinas, y las enfermedades que las requieren —dijo ella.

¿Dónde está? Puedo oírla pero no puedo verla.

—¿Saben las Honoradas Matres que nuestro universo alberga tunantes cuya especialidad es sembrar problemas antes de proporcionar la solución? —
¿Tunantes? Nunca utilizo esa palabra.

—Todas las cosas son relativas, Duncan. Quemaron Lampadas y masacraron a cuatro millones de nuestros mejores elementos.

Se despertó y se sentó en la cama.
¡Especificaciones para nuevos dispositivos!
Allí estaba, en sus más delicados detalles, una forma de miniaturizar los generadores Holzmann. Dos centímetros, no más. ¡Y mucho más baratos!
¿Cómo llego eso contrabandeado hasta mi mente?

Se deslizó fuera de la cama, sin despertar a Murbella, y se vistió a tientas. La oyó roncar suavemente mientras salía en silencio con dirección a su cuarto de trabajo. Sentándose ante su consola, copió el diseño de su mente y lo estudió. ¡Perfecto! Lo transmitió a Archivos con una nota de que fuera comunicado a Odrade y Bellonda.

Con un suspiro, se reclinó en su asiento y examinó su diseño una vez más. Se desvaneció con el regreso de su sueño.
¿Todavía estoy soñando? ¡No!
Podía sentir la silla, tocar la consola, oír el zumbido del campo.
Los sueños hacen eso.

El sueño produjo armas cortantes y punzantes, incluidas algunas diseñadas para introducir venenos o bacterias en la carne enemiga.

Proyectiles.

Se preguntó cómo detener aquel despliegue y estudiar los detalles.

—¡Todo está en tu cabeza!

Humanos y otros animales desarrollados para el ataque se desplegaron ante sus ojos, ocultando la consola y sus proyecciones.
¿Futars? ¿Cómo encajan aquí los Futars? ¿Qué es lo que sé acerca de los Futars?

Los disruptores reemplazaron a los animales. Armas para enturbiar la actividad mental o interferir con la propia vida.
¿Disruptores? ¿Nunca he oído antes ese nombre?

Los disruptores fueron reemplazados por «buscadores» nul-G, diseñados para perseguir blancos específicos.
Esos los conozco.

A continuación explosivos, incluidos algunos para diseminar venenos y sustancias bacteriológicas.

Camuflajes, para proyectar falsos blancos. Teg los había utilizado.

Los energizadores aparecieron a continuación. Poseía un arsenal privado de esos: formas de incrementar las capacidades de tus tropas.

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