Pero ellos, así que le vieron andar sobre el mar, creyendo que era un fantasma, comenzaron a dar gritos, porque todos le veían y estaban espantados
, pero yo nunca me cansaré de repetírtelo, Mario, sentir miedo sin saber de qué es de tontos, pero de tontos de baba, hijo mío, así como suena, y tú, venga, que como cuando de chico te ibas a examinar, que una cosa así, en el estómago, pues ¡hazte cuenta de que ya te has examinado, tonto del higo! Pues no señor, dale, “es el plexo, no puedo…”, que no sé a santo de qué, Luis, conociéndote, lo aprensivo y así, te da explicaciones, que desde que aprendiste lo del plexo, igual que con las estructuras, hijo, ídem de lienzo, que no se te caía de la boca, ¡madre, qué hombre! y todavía, el Moyanito ese, el otro día, que bien que le oí, que me hice la desentendida, tú dirás, que una sensibilidad acosada, o qué sé yo qué historias, que vosotros, en vez de hablar para que os entiendan, parece que hablarais en clave, hijo, como los del contraespionaje, que lo que decía Armando, “no me explico para qué piensan tanto. Piensan como si hubiera algo que arreglar, pero yo no sé de nada que esté estropeado”, natural. Y eso que no te veía por las noches, Mario, que entonces empezaba la función, “¿vienen?”, y, tieso, lo mismo que un palo, a escuchar, sentado en la cama, que yo, en vilo, te lo prometo, “¿quién tiene que venir?”, y tú, “no sé, subían las escaleras”, decías, que yo ni me atrevía a mover un dedo, el corazón paf, paf, paf, te lo juro, “no oigo nada, Mario”, y tú, “ya no, fue antes”, ya ves, que no te lo creerás, pero luego tardaba más de un cuarto de hora en volver a agarrar el sueño, que aquello era el no vivir, una pesadilla. Como cuando salías con la patochada de que tenías miedo de que se te ocurriera suicidarte, habráse visto cosa igual, tener miedo de uno mismo, pues que no se te ocurra, botarate, que en tu mano está, que ya es afinar tener miedo de una ocurrencia. Y luego, que perdías pie, y que sentías vértigos sólo de pensar que estabas sobre una bola suspendida en el infinito, que yo se lo decía a Valen, “qué cosas dice, Valen; está para encerrar”, y, en vista de eso, a tumbarte en la cama, que menuda vida te pegaste a costa de los nervios, hijo, que lo que Antonio decía, a ver, por su gusto, pero él no es más que una pequeña pieza de una gran máquina, se debe al Ministerio, y lo único, permiso por enfermedad, con la mitad del sueldo, lo que nos faltaba, que tampoco te hubiera matado, creo yo, un par de horas en el Instituto a decir lo mismo de siempre. Pues, no señor, no lo resistiría”, “es superior a mis fuerzas”, ¿te parece bonito?, que si a ti te entrechocaban las ideas, hazte cuenta de lo que habré pasado yo con mis jaquecones, algo horrible, cariño, lo mismo que si me machacasen la cabeza con un martillo, pero no, naturalmente, eso no tenía importancia, “con un par de optalidones, mañana como nueva”, que así da gusto. Y no sería porque Luis no te lo advirtiera, “el mejor remedio, un poco de voluntad”, claro que como tú nunca la has tenido, que no has conocido la voluntad ni por el forro, pues eso, a la cama, a descansar de no hacer nada, como yo digo. Y todavía si la cama te hubiera acercado a mí, vaya, pero ni ese consuelo, lo mismo que si te acostases con un carabinero, que eso es lo que peor llevo, fíjate, y no por el hecho en sí, que de sobra sabes que a mí esas porquerías ni frío ni calor, sino por lo que significa, que ya llovía sobre mojado, Mario, que después de lo de Madrid, esto, que no creas que todas lo hubieran aguantado, un desprecio así, que ni a Valen se lo he contado, ya ves tú, del apuro que me da, y Valen para mí, ya lo sabes, como una hermana. Eso sí, por falta de lágrimas no quedaría, que éste es el día que todavía no he averiguado por qué llorabas, que me ponías el camisón perdido, hijo, de tenerme que mudar, y dale con tu estribillo, que mejor que te cortaran las piernas y los brazos pero que el trozo que viviera, viviera a gusto, todo menos vivir así, ya ves qué disparate, quién va a vivir a gusto sin brazos y sin piernas, en qué cabeza cabe, que las primeras noches yo pensaba, “¿estará borracho?”, pero qué va, si no probabas una gota. Pero para ti no había ya días buenos, ni malos, que hay que ver la noche que empecé a hacerte cosquillas con el pie, ¿te acuerdas?, una insinuación, a ver, que menudo respingo, hijo de mi alma, y, luego, sin venir a cuento, venga de hipar, como si te mataran, vamos, déjame en paz, que me dejaste fría, que, al fin y al cabo, si yo hacía eso era por tu bien, que lo que es a mí… Y te advierto que se me notaba, ¿eh?, que yo no sé qué tendría esos meses, pero Elíseo San Juan loco, “qué buena estás, qué buena estás, cada día estás más buena”, pero fuera de sí, mucho más que otras veces, que al principio me asustaba, te lo prometo, qué persecución, pero lo que Valen dice, al fin y al cabo, un homenaje, hija. ¿Y lo de la pobre Valen? No me digas, Mario, dos veces plantada con la comida en la mesa, dos veces, Mario, que se dice pronto, que ella había echado el resto, ya sabernos lo que es, y tú que si las náuseas o las historias, que menos mal que con Valen tengo confianza y Vicente es comprensivo, que si no, para matarte, que, a fin de cuentas, ella lo hacía por distraerte, pero eso contigo no reza, “¿para qué? ¿para qué? ¿para qué?”, ¡cuántos paraqués, adoquín!, pues para lo que se hacen esas cosas, pedazo de alcornoque, para matar el tiempo, a ver, para que se pase sin sentirlo, de eso se trata, vamos, creo yo. Te ponías insoportable, Mario, como un niño caprichoso, “otro día igual, no lo resisto; lo mismo que ayer. Dios mío, dame serenidad”, ya ves lo que ibas a pedir a Dios, tonto de capirote, con la falta que nos hacen otras cosas, que tú no estás bien de la cabeza. Los nervios, valiente excusa, los médicos, cuando ya no saben qué inventar enseguida lo achacan a los nervios, porque lo que yo digo, Mario, si no te duele nada ni tienes fiebre, ¿de qué te quejas? Claro que te pones a mirar y la culpa es nuestra y nada más que nuestra por andar todo el día de Dios pendientes de vosotros, que somos unas tontas, porque si tuvierais miedo de que os la pegásemos, a buena hora os ibais a acordar de los nervios. Eso o trabajar, que estas cosas de los nervios, no hay quien me lo saque de la cabeza, es enfermedad de holgazanes, que si tuvierais una oficina o un Banco, donde trabajar ocho horas seguidas como Dios manda, otro gallo nos cantara, en todos los sentidos, fíjate. Es como lo de dormir, botarate, si te pasabas todo el santo día, como quien dice, tirado en la cama. Si trajinaras un poquito, ya verías lo que es bueno, pero no se puede comer sin hacer antes apetito, como diría la pobre mamá. Los hombres me hacéis gracia, Mario, os enfermáis cuando queréis y os sanáis cuando os da la gana, porque no me digas, si al sentir vértigo le das importancia, fíjate dónde tendría que estar yo que no puedo ni subirme a una silla. Pero si en el mismo autobús, date cuenta, ¿qué me vas a decir a mí?, que me gustaría verte en el Tiburón de Paco, Mario, eso, sólo un minuto, ya ves, por puro capricho, para que supieras lo que es vértigo, ¡Santo Dios!, si parece que ni tocas el suelo. En realidad, yo no quería, te lo puedo jurar, no por nada pero la gente es muy mal pensada, y Crescente fisgando todo el tiempo desde el motocarro, pero Paco me abrió la portezuela y yo no tuve valor. Y lo que son las casualidades, a los pocos días la misma operación, un frenazo de película, Mario, “¿vas al centro?”, y en la misma parada del autobús, lo que son las cosas, que luego cuando le confesé que no sabía conducir, que no teníamos coche, no te puedes imaginar qué coscorrones, pero fuerte, ¿eh?, “¡no, no, no!”, de no creérselo, ya ves tú, que él se pensaba que era guasa, y yo ni sabía qué cara poner, Mario, más achicada que otro poco. Con el talento de Paco, no te hubiera asustado la rutina, Mario, ya te lo digo desde aquí, que si desayunar, trabajar, comer, amar, dormir, todos los días lo mismo, “como mulas uncidas a una noria”, a ver qué te crees, qué otra cosa vas a hacer, zoquete, lo único en sitios diferentes, mira Paco, pero, por lo demás, animales de costumbres somos, valiente novedad, ¿es que también puede dar miedo el hacer todos los días lo mismo? No te enfades, Mario, pero para mí lo que a ti te asustaba era trabajar, porque no me vengas ahora con que escribir es trabajar, menudo momio, que tú con tal de justificarte eres capaz de negar la luz del día, que escribir y tocar el violón es todo uno. Y, sobre todo, si tanto miedo te daba, no haberlo hecho, que por mi gusto, ya lo sabes, cualquier cosa mejor, unas representaciones, o un negocio, o la construcción, ya ves ahora con eso del Polo, inclusive, cualquier cosa, que tú mismo dices que sentías náuseas de leer el periódico, y quién no, si en “El Correo” ese de mis pecados no contáis más que lástimas, hay que ver, y dale con que si la frivolidad y la violencia, cobardica, que eres un cobardica, y que si los hombres no se entienden, y a ti ¿qué?, aviados estaríamos si cada vez que riñen los chinos o los negros fuésemos a perder el apetito. ¡Que cada cual se las componga como pueda, cariño! Al fin y al cabo nadie tiene la culpa de que tengan la cabeza cuadrada. Pero de eso a escribir en el plan que escribías, media un abismo, que asco me daba a mí también “El Correo” y no creo que ande mal de los nervios por eso, cabeza dura, que muchísimas veces pienso que tú estabas bien cuando estabas mal, y mal cuando estabas bien, aunque parezca un despropósito. Los nervios, los nervios… los nervios salen a relucir cuando se está demasiado bien, eso, cuando uno tiene todo resuelto y vive tranquilamente y sin preocupaciones. Entonces salen los nervios y todo lo que tiene que salir, que no sé a santo de qué esa perra, “¿vienen?”, que me metías el corazón en un puño, hijo, y a despertarme, sin la menor consideración, que a saber a quién esperabas, que no había manera de sacártelo ni con sacacorchos, y no es que yo apruebe el trasnochar por sistema, entiéndeme, ni muchísimo menos, pero cada vecino es muy dueño de acostarse a la hora que le venga en gana. Es como lo de llorar, las primeras veces me desgarrabas el corazón, ¿eh? ¡Dios mío, qué hipo! Y “¿por qué lloras, querido?”, y tú, “ni lo sé, por todo y por nada”, ¿tú crees que ésas son formas? Y todavía Luis dándote por el gusto, que no es más que un Don Concedo, “emotividad incontrolada. Depresión”, que lo primero, vaya, lo admito, pero lo que yo le dije, y no me arrepiento, Mario, que me tuvo que oír, “deprimido no te lo consiento”, tú dirás si tenías motivos, mira que eres, la comida a su hora, las camisas siempre a punto, una mujer pendiente de ti, ¿qué más puede pedirse? Ahora, que me diga que te estaba saliendo todo lo que no salió a su tiempo, ése es otro cantar, pero que hable claro, sin tanto rodeo, al pan, pan y al vino, vino, que los médicos hablan como escriben, no me digas, que sólo les entienden los farmacéuticos, y para eso, algunos, que no son más que ganas de darse importancia. Porque, lo que yo digo, quien más quien menos, todo el mundo tiene un montón de lágrimas por derramar en la vida, es como una fábrica, lógico, y si no las echas a tiempo, las echas a destiempo, la cosa no tiene vuelta de hoja. Y no sería porque no te lo advirtiera, cariño, acuérdate cuando lo de tu madre, detrás de ti, a todas partes, “llora, Mario, llora; luego eso sale y es peor”, como una sombra, y tú, de repente, “¿por la costumbre?”, que me dejaste helada, la verdad, que no son modales me parece a mí, que si yo te lo aconsejaba era por tu bien, con la mejor intención del mundo, te lo juro. Y con lo de Elviro y José María, ídem de lienzo, la cara de palo y ya está, de llorar ni pum, que yo no sé si todo esto no te habrá creado un complejo, lo más seguro, pero tú, punto en boca y a callar, que bien cerquita me tenías para desahogarte, y otra cosa no, pero a comprensiva nadie me gana, y lo que debiste hacer es hablarme de ellos, que yo a Elviro, y no es de ahora, le estimaba, ya lo sabes, y José María, ideas aparte, me caía bien simpático, palabra, me imponía, fíjate, y desde que me preguntó si era yo la chica que te gustaba, le huía, ya ves, me escondía en los portales, que Transi, “¿estás tonta? ¿Es que crees que te va a comer?”, pero yo no sé, no lo podía remediar, era como si me adivinara lo que pensaba, me ponía toda colorada, cosas de chicas, pero no acertaba ni a rechistar. Pensándolo bien, eso tuyo fue un complejo, nada de nervios, seguro, un complejo como una casa, todo por no desahogarte a tiempo, que a mí me hablas de tus hermanos y, figúrate, encantada, qué más quisiera, lo que no podía admitir, compréndelo, eso es ridículo, es que me salieras con el cuento de que tus hermanos pensaban lo mismo y que si José María, aquí, se pasaba, Elviro, allí, no llegaba, ya ves tú qué ocurrencia, que Elviro era una bellísima persona, y José María, lo mires por donde lo mires, un tipo de cuidado. Es como lo de que dijo, cuando le iban a fusilar, figúrate, que no era la primera vez que un justo moría por los demás, historias, muerto de miedo es lo que estaría y rezando el Señormíojesucristo, natural, que no es que se lo censure, entiéndeme, que me parece lógico, pero vosotros, con tal de hacer una frase, sois capaces de poner en evidencia hasta a los muertos.
Yo te fortaleceré y vendré en tu ayuda
, sí, contigo, una ayuda, yo misma lo comprendo, pero si a la niña no la da por ahí, por mi parte no pienso reprochárselo, que hay que respetar la personalidad, Mario, y cada uno es cada uno, y te pones a ver y hoy la reválida de cuarto es más que el bachiller de antiguamente, que todo va a la par, y ya ves el dinero, una peseta de aquellos entonces, como ciento de ahora, y puede que me quede corta, que parece que no pero la vida está veinte veces. Hoy se exige mucho, Mario, desengáñate, y únicamente los superdotados, ahí tienes a los García Casero, cerdos, y como ellos, casi toda la gente bien, granjas y representaciones, a ver, de mejor tono, no me digas, si hasta las mismas chicas, ya oyes a la pandilla de Menchu, “chicos con carrera, ni hablar; son unos rollos”, y no les falta razón, cariño, porque dime tú a ver qué universitario hace hoy las delicias de un guateque; ninguno, es que no falla, si, por no saber, no saben ni sostener una copa en la mano, lógico, o una cosa o la otra, déjate de preocupaciones nobles, testarudo, que eres muy testarudo, que la niña, lo que tiene que hacer, que a Dios gracias no la ha de faltar dónde elegir, es echarse un novio como Dios manda, que para privaciones bastantes ha pasado ya su madre. Mira Julia, con su noble preocupación por la música el pelo que ha echado, ahí la tienes, una casa de huéspedes, a ver, tú me dirás, todo lo norteamericanos que quieras, estudiantes y eso, sí, de acuerdo, de mejor pelaje, puede, pero hasta cierto punto, mira lo del negro, que no sé por qué regla de tres te pusiste así con papá, no hay derecho, Mario, que en la encuesta de la Tele ya lo oíste, bien claro lo dijo, y bien bien que estuvo, fíjate, que hasta le felicitó el Vicepresidente de Comercio, “todos somos hijos de Dios; el problema racial es un problema de almas y no de cuerpos”, date cuenta, no creo que se pueda decir más en menos palabras, que Valen estaba entusiasmada, y yo, lógico, pero de eso a meterlo en casa… Y no hay motivo para ponerte en ese plan, Mario, ninguno, ya ves, que aparte la repugnancia natural, hay que ver el quehacer que debe de dar un negro, imagina, sólo en lavado de ropa, que yo, francamente, le comprendo a papá, “un suplemento de treinta dólares o no me hago cargo”, como todo hijo de vecino, natural, pero eso no cambia los sentimientos de papá, Mario, que bien claro lo dijo en la Tele, “todos somos hijos de Dios”, más claro, agua, hijo mío, que en la calle, todo el mundo que qué estupendo, a ver, y que si los extranjerotes esos pensaran en cristiano, como papá, en el mundo no habría problemas raciales o eso. Yo estoy con papá, Mario, completamente de acuerdo, todos iguales, para Dios no hay diferencias, negros y blancos por un mismo rasero, ahora bien, los negros con los negros y los blancos con los blancos, cada uno en su casita y todos contentos, y si la Universidad esa, como se llame, que nunca acabaré de aprenderlo, me quiere colocar un negro, que pague doble, a ver, que también los perros son criaturas de Dios y al demonio se le ocurre meterlos en casa. Hay que ser razonables, querido, y mirar las cosas con una poquita de objetividad, que papá bien claro lo dijo, “todos somos hijos de Dios”, pero eso es en cuanto a las almas, en orden a la salvación eterna, ¿comprendes?, pero no hay ley divina que te obligue a aceptar un huésped de otro color, pues sólo faltaría. Y déjate de puntaditas y de que si del dicho al hecho va un trecho, enredador, que siempre disfrutaste buscando las vueltas al prójimo, porque lo que yo digo, si en Madrid no hay negros, que no venga, que te pones a ver y nadie le ha llamado, que estudie en su pueblo, no me vayas a decir ahora que en América no hay Universidades, que ya le oyes a Vicente, que bien buenas que son. No te sulfures, Mario, pero para mí que a don Nicolás le mandan cocos los negros o algo; si no, no me lo explico, hay que ver cómo les defiende, yo no sé si tendría un abuelo o así, pero diga lo que diga, los negros, no hay más que fijarse un poco, están hechos de otro barro, para otra clase de oficios, la caña de azúcar y así, que lo más, boxeadores, cualquier cosa, el caso es a lo bruto, no digas que no, todos. Por eso me indignaste, Mario, para qué te lo voy a ocultar, cuando le escribiste aquella carta a papá, que una cosa es predicar y otra dar trigo, y que del dicho al hecho va un trecho, que él no se merecía esto, que eres un desagradecido, que ya sé que son veinticuatro años, pero si no es por el pobre papá, que menuda Memoria te hizo, de qué sacas tú las oposiciones, claro que eso para ti no tiene importancia, gajes, en cambio que suba la pensión a un negro, ya ves, qué significarán treinta dólares para esa gente, un sacrilegio, que a saber quién te dio a ti vela para ese entierro, que lo que tú no le perdonas a papá es que no le gustasen tus libros, que fuese sincero, que hay que ver lo mal que te sentó que te dijera que lo social o eso es el recurso de los que no saben escribir, que, además, dejémonos de rodeos, es una verdad como un templo. Sólo te he visto igual cuando Recondo te puso Cruzada en vez de guerra civil, que qué lo mismo dará, como digo yo, o cuando lo del guardia, o cuando lo de la casa, que a saber qué te pensabas, que eres más infeliz que un cubo, y todavía dale con que si los pisos eran para funcionarios, preferibles casados y preferibles familias numerosas, legalmente no tenían salida, me río yo, que vosotros sólo acatáis las leyes cuando os conviene, y, a fin de cuentas, si Canido no tiene hijos, ya ves tú qué hijos va a tener un viudo de sesenta y no sé cuantos años, o Agustín Vega, está soltero, y todos así, por lo menos son gente adicta, no lo discutas, que lo que no se puede, zascandil, métetelo en la cabeza, por muy funcionario y muy familia numerosa que seas, es exigir las cosas por las bravas, por aquello del aquí estoy yo, que para eso existe un Consejo, o como se llame, y éste sí, éste no, selecciona, por sus antecedentes sobre todo, a ver, que eso aunque no lo diga la ley, es de cajón, se sobreentiende, que toda esa historia de recurrir son tonterías, tú dirás, meterte en pleitos con las autoridades, te quedas sin piso y, si me apuras un poco, tienes que vender hasta la alcoba. Tontunas, Mario, que eres muy ingenuo, que hablas por hablar, “es de justicia; llegaré hasta donde haga falta”, que te temo, fíjate, te temo más que a un nublado, a voces, “es de justicia”, por todas partes, y menos mal que Luisito Bolado te disuadió, que después de lo del guardia, en cuanto le vi, me dije, “le manda a paseo, bueno es Mario”, palabra, que todavía no sé cómo tuvo valor, que yo estaba aterrada, y lo que él dijo, al fin y al cabo, te han asignado un ático con tres habitaciones, no han infringido la ley, eres tú el que renuncias, que, a ver, eso sí, dónde íbamos con tres habitaciones, de acuerdo, pero antes de reunirse el Consejo, cuando cubrieron aguas, yo pude hacer algo, Mario, y tú te plantaste, la cabezonada, ya ves Josechu, sus padres visita de los míos de toda la vida, que yo me las hubiera agenciado para quitar hierro a todo aquel asunto del acta, y con Oyarzun y Solórzano, equilicual, recomendaciones no habían de faltarnos, que no sé a qué viene esa testarudez tuya “si das un paso, retiro la solicitud”, que te hubiera matado, un mes llorando, que se me retiraron mis cosas y todo, te lo juro, porque el Delegado dio la cara y a poco que Josechu, Oyarzun, Solórzano o el propio Filgueira le hubiesen apoyado, el piso era nuestro, tenlo por seguro, imagínate, seis habitaciones, calefacción y agua caliente central, de cambiarme la vida. Pero te estuvo bien empleado, Mario, al fin y al cabo recogiste lo que sembraste, ni más ni menos, que si tú no te pones tan pesado con que si a contar, ni le llevas la contraria a Solórzano, que, en definitiva, te dio lo mismo, y si no te pones como te pusiste contra el guardia y, en lugar de eso, como suele decirse, te llegas donde Filgueira y le dices, “tiene usted razón, Filgueira, me he obcecado”, no hubiera habido fuerza en el mundo capaz de quitarnos el piso, ya te lo digo desde aquí. Y aun con eso y con todo, Mario, para qué nos vamos a engañar, si tú me dejas las manos libres, ¡de qué!; una mujer dispone de muchos recursos, hijo, sin necesidad de rebajarse, para mover a compasión, que por probar nada se pierde, que yo no sé qué os creéis vosotros con un título universitario, ya ves tú, un universitario que se os llena la boca, y, en resumidas cuentas, un universitario ¿qué?, un muerto de hambre, eso, mira Paco, no ha necesitado títulos para ser una personalidad, que os creéis que con los libros se va a alguna parte y los libros para lo único que sirven es para poneros la cabeza como un bombo, que yo no sé la cantidad de gente de ésa que ha renegado de Dios, tú, sin ir más lejos, ya ves, que fue una pena que la Revolución Francesa no la apoyase la Iglesia, una blasfemia así, que cuando al día siguiente te vi acercarte a comulgar, me quedé de nieve, te lo prometo, que la misma Bene, para que lo sepas, “se habrá confesado, ¿no?”, que yo, “mujer, imagino”, a ver qué la iba a contestar, que me pones en cada compromiso como cuando la conferencia, tú me dirás qué tienen de malo los festivales benéficos, que bien de dinero se recauda y para fines bien buenos que son. Es que me hacéis gracia, Mario, bueno, gracia, ya me entiendes, que hay veces que una ríe por no llorar, que no sabéis más que poner pegas y luego, acuérdate de lo del cordero de Hernando de Miguel, ni tú mismo sabes si has obrado bien o mal, y te entra el escrúpulo, natural, que si no puedes mover un dedo sin ofender, monsergas, mírate en mi espejo, ¿ofendo yo?, dime la verdad, ¿ofendo yo?, no, ¿verdad?, pues claro que no y, mira, bien de ello que hablo, que no paro, tú me dirás, una tarabilla, que muchas veces, si no tengo con quién, pues yo sola, fíjate qué risa, cualquiera que me viese, pero me importa un pito, que a mí las habladurías, teniendo la conciencia tranquila, me tienen sin cuidado. Complejos, eso es lo que tenéis vosotros, que estáis llenos de complejos, Mario, es como lo de los servilleteros, ya que tenemos poco que hacer, otras cosas deberías enseñarles a los niños, que a Dios gracias ninguno tenemos una enfermedad contagiosa. Pues, no señor, cada niño su servilletero, siempre ha de ser lo que tú digas, una manía, porque todavía en casa que éramos cuatro gatos, y con un servicio como Dios manda, pase, pero lo que es aquí, ¿me quieres decir lo que adelantamos con eso? Sembrar la desconfianza, ni más ni menos, que a la misma Doro, y ya ves que es ciega por ti, había que oiría, “a ver qué se cree nuestro señor; todavía si alguno estuviese del pecho, que es lo que yo digo, si, a Dios gracias, todos estamos sanos, ¿para qué tanta etiqueta? No te haces cargo, que es lo que más rabia me da, que luego, un buen día, el capricho, “hay que arrimar el hombro”, pues ponte en la realidad desde un principio, alcornoque, y si no se puede, no se puede, que son muchos hijos y muchas teclas, que una casa no marcha sola, y si a mí me vieses cruzada de brazos, todavía, pero tú dirás, si no paro ni de día ni de noche, que no tengo un minuto ni para respirar, que hay que darse a razones, Mario, y, por no tener, ni sitio donde guardar la ropa, que tú mismo lo puedes ver, cómo andamos, mira ayer, ni rebullirnos, y tú, encima, “si das un paso retiro la solicitud”, ya ves qué bonito, que en nuestra mano lo tuvimos, y con un piso de ésos me hubiese cambiado la vida, así como suena, menuda, y después de todo, nada iba a pasar por recordarle a Josechu que sus padres eran visita de casa, cualquier cosa antes que confiarte en que eres funcionario y familia numerosa, que eso de los requisitos, ya se sabe, Mario, que no es de hoy, que los requisitos se saltan a la torera cuando conviene, yo recuerdo la pobre mamá que en paz descanse, “el que no llora, no mama”, date cuenta, pero me da rabia contigo, Mario, la verdad, que parece como que se fueran a hundir las esferas por pedir una recomendación, cuando en la vida todo son recomendaciones, unos por otros, de siempre, para eso estamos, que estoy harta de oírla a mamá, “el que tiene padrinos se bautiza”, pero contigo no hay normas, ya se sabe, los requisitos, “soy funcionario y familia numerosa; no tienen salida”, como para fiarse de ti, hijo, que vosotros os agarráis a la ley cuando os conviene, que no queréis daros cuenta de que la ley la aplican unos hombres y no es la ley, que ni siente ni padece, sino a esos hombres a los que hay que cultivar y bailarles un poquito el agua, que eso no deshonra a nadie, adoquín, que te pasas la vida tirando puyas y, luego, porque la ley lo dice ya te piensas que todos de rodillas, y si te niegan el piso, un pleito, recurrir, ya ves qué bonito, contra las autoridades, lo que nos faltaba, que yo no sé en qué mundo vives, hijo de mi alma, que parece como que hubieras caído de la luna.