Cincuenta sombras de Grey (38 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras de Grey
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—Hola —dice en voz baja, y su tono me descoloca, porque me lo esperaba furibundo, pero el caso es que suena aliviado.

—Hola —susurro.

—Me tenías preocupado.

—Lo sé. Siento no haberte respondido, pero estoy bien.

Hace una pausa breve.

—¿Lo has pasado bien esta noche? —me pregunta de lo más comedido.

—Sí. Hemos terminado de empaquetar y Kate y yo hemos cenado comida china con José.

Aprieto los ojos con fuerza al mencionar a José. Christian no dice nada.

—¿Qué tal tú? —le pregunto para llenar el repentino silencio abismal y ensordecedor.

No pienso consentir que haga que me sienta culpable por lo de José.

Por fin, suspira.

—He asistido a una cena con fines benéficos. Aburridísima. Me he ido en cuanto he podido.

Lo noto tan triste y resignado que se me encoge el corazón. Lo recuerdo hace algunas noches, sentado al piano de su enorme salón, acompañado por la insoportable melancolía agridulce de la música que tocaba.

—Ojalá estuvieras aquí —susurro, porque de pronto quiero abrazarlo. Consolarlo. Aunque no me deje. Necesito tenerlo cerca.

—¿En serio? —susurra mansamente.

Madre mía. Si no parece él; se me eriza el cuero cabelludo de repentina aprensión.

—Sí —le digo.

Al cabo de una eternidad, suspira.

—¿Nos veremos el domingo?

—Sí, el domingo —susurro, y un escalofrío me recorre el cuerpo entero.

—Buenas noches.

—Buenas noches, señor.

Mi apelativo lo pilla desprevenido, lo sé por su hondo suspiro.

—Buena suerte con la mudanza de mañana, Anastasia.

Su voz es suave, y los dos nos quedamos pegados al teléfono como adolescentes, sin querer colgar.

—Cuelga tú —le susurro.

Por fin, noto que sonríe.

—No, cuelga tú.

Ahora sé que está sonriendo.

—No quiero.

—Yo tampoco.

—¿Estabas enfadado conmigo?

—Sí.

—¿Todavía lo estás?

—No.

—Entonces, ¿no me vas a castigar?

—No. Yo soy de aquí te pillo, aquí te mato.

—Ya lo he notado.

—Ya puede colgar, señorita Steele.

—¿En serio quiere que lo haga, señor?

—Vete a la cama, Anastasia.

—Sí, señor.

Ninguno de los dos cuelga.

—¿Alguna vez crees que serás capaz de hacer lo que te digan?

Parece divertido y exasperado a la vez.

—Puede. Lo sabremos después del domingo.

Y pulso la tecla de colgar.

Elliot admira su obra. Nos ha reconectado la tele al satélite del piso de Pike Place Market. Kate y yo nos tiramos al sofá, riendo como bobas, impresionadas por su habilidad con el taladro eléctrico. La tele de plasma queda rara sobre el fondo de ladrillo visto del almacén reconvertido, pero ya me acostumbraré.

—¿Ves, nena? Fácil.

Le dedica una sonrisa de dientes blanquísimos a Kate y ella casi literalmente se derrite en el sofá.

Les pongo los ojos en blanco a los dos.

—Me encantaría quedarme, nena, pero mi hermana ha vuelto de París y esta noche tengo cena familiar ineludible.

—¿No puedes pasarte luego? —pregunta Kate tímidamente, con una dulzura impropia de ella.

Me levanto y me acerco a la zona de la cocina fingiendo que voy a desempaquetar una de las cajas. Se van a poner pegajosos.

—A ver si me puedo escapar —promete.

—Bajo contigo—dice Kate sonriendo.

—Hasta luego, Ana —se despide Elliot con una amplia sonrisa.

—Adiós, Elliot. Saluda a Christian de mi parte.

—¿Solo saludar? —Arquea las cejas como insinuando algo.

—Sí.

Me guiña el ojo y me pongo colorada mientras él sale del piso con Kate.

Elliot es un encanto, muy distinto de Christian. Es agradable, abierto, cariñoso, muy cariñoso, demasiado cariñoso, con Kate. No se quitan las manos de encima el uno al otro; lo cierto es que llega a resultar violento… y yo me pongo verde de envidia.

Kate vuelve unos veinte minutos después con pizza; nos sentamos, rodeadas de cajas, en nuestro nuevo y diáfano espacio, y nos la comemos directamente de la caja. La verdad es que el padre de Kate se ha portado. El piso no es un palacio, pero sí lo bastante grande: tres dormitorios y un salón inmenso con vistas a Pike Place Market. Son todo suelos de madera maciza y ladrillo rojo, y las superficies de la cocina son de hormigón pulido, muy práctico, muy actual. A las dos nos encanta el hecho de que vamos a estar en pleno centro de la ciudad.

A las ocho suena el interfono. Kate da un bote y a mí se me sube el corazón a la boca.

—Un paquete, señorita Steele, señorita Kavanagh.

La decepción corre de forma libre e inesperada por mis venas. No es Christian.

—Segundo piso, apartamento dos.

Kate abre al mensajero. El chaval se queda boquiabierto al ver a Kate, con sus vaqueros ajustados, su camiseta y el pelo recogido en un moño con algunos mechones sueltos. Tiene ese efecto en los hombres. El chico sostiene una botella de champán con un globo en forma de helicóptero atado a ella. Kate lo despide con una sonrisa deslumbrante y me lee la tarjeta.

Señoritas:

Buena suerte en su nuevo hogar.

Christian Grey.

Kate mueve la cabeza en señal de desaprobación.

—¿Es que no puede poner solo «de Christian»? ¿Y qué es este globo tan raro en forma de helicóptero?

—Charlie Tango.

—¿Qué?

—Christian me llevó a Seattle en su helicóptero.

Me encojo de hombros.

Kate me mira boquiabierta. Debo decir que me encantan estas ocasiones, porque son pocas: Katherine Kavanagh, muda y pasmada. Me doy el gustazo de disfrutar del instante.

—Pues sí, tiene helicóptero y lo pilota él —digo orgullosa.

—Cómo no… Ese capullo indecentemente rico tiene helicóptero. ¿Por qué no me lo habías contado?

Kate me mira acusadora, pero sonríe, cabeceando con incredulidad.

—He tenido demasiadas cosas en la cabeza últimamente.

Frunce el ceño.

—¿Te las apañarás sola mientras estoy fuera?

—Claro —respondo tranquilizadora.

Ciudad nueva, en paro… un novio de lo más rarito.

—¿Le has dado nuestra dirección?

—No, pero el acoso es una de sus especialidades —barrunto sin darle importancia.

Kate frunce aún más el ceño.

—Por qué será que no me sorprende. Me inquieta, Ana. Por lo menos el champán es bueno, y está frío.

Por supuesto, solo Christian enviaría champán frío, o le pediría a su secretaria que lo hiciera… o igual a Taylor. Lo abrimos allí mismo y localizamos nuestras tazas; son lo último que hemos empaquetado.

—Bollinger Grande Année Rosé 1999, una añada excelente.

Sonrío a Kate y brindamos.

Me despierto temprano en la mañana de un domingo gris después de una noche de sueño asombrosamente reparador, y me quedo tumbada mirando fijamente mis cajas. Deberías ir desempaquetando tus cosas, me regaña mi subconsciente, juntando y frunciendo sus labios de arpía. No, hoy es el día. La diosa que llevo dentro está fuera de sí, dando saltitos primero con un pie y luego con el otro. La expectación, pesada y portentosa, se cierne sobre mi cabeza como una oscura nube de tormenta tropical. Siento las mariposas en el estómago, además del dolor más oscuro, carnal y cautivador que me produce el tratar de imaginar qué me hará. Luego, claro, tengo que firmar ese condenado contrato… ¿o no? Oigo el sonido de correo entrante en el cacharro infernal, que está en el suelo junto a la cama.

De:
Christian Grey.

Fecha:
29 de mayo de 2011 08:04.

Para:
Anastasia Steele.

Asunto:
Mi vida en cifras.

Si vienes en coche, vas a necesitar este código de acceso para el garaje subterráneo del Escala: 146963.

Aparca en la plaza 5: es una de las mías.

El código del ascensor: 1880.

Christian Grey.

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De:
Anastasia Steele.

Fecha:
29 de mayo de 2011 08:08.

Para:
Christian Grey.

Asunto:
Una añada excelente.

Sí, señor. Entendido.

Gracias por el champán y el globo de Charlie Tango, que tengo atado a mi cama.

Ana.

De:
Christian Grey.

Fecha:
29 de mayo de 2011 08:11.

Para:
Anastasia Steele.

Asunto:
Envidia.

De nada.

No llegues tarde.

Afortunado Charlie Tango.

Christian Grey.

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Pongo los ojos en blanco ante lo dominante que es, pero la última línea me hace sonreír. Me dirijo al baño, preguntándome si Elliot volvería anoche y esforzándome por controlar los nervios.

¡Puedo conducir el Audi con tacones! Justo a las 12.55 h entro en el garaje del Escala y aparco en la plaza 5. ¿Cuántas plazas tiene? El Audi SUV está ahí, el R8 y dos Audi SUV más pequeños. Compruebo cómo llevo el rímel, que rara vez uso, en el espejito iluminado de la visera de mi asiento. En el Escarabajo no tenía.

¡Ánimo! La diosa que llevo dentro agita los pompones; la tengo en modo animadora. En el reflejo infinito de espejos del ascensor me miro el vestido color ciruela… bueno, el vestido color ciruela de Kate. La última vez que me lo puse Christian quiso quitármelo enseguida. Me excito al recordarlo. Qué sensación tan deliciosa… y luego recupero el aliento. Llevo la ropa interior que Taylor me compró. Me sonrojo al imaginar a ese hombre de pelo rapado recorrer los pasillos de Agent Provocateur o dondequiera que lo comprara. Se abren las puertas y me encuentro en el vestíbulo del apartamento número uno.

Cuando salgo del ascensor, veo a Taylor delante de la puerta de doble hoja.

—Buenas tardes, señorita Steele —dice.

—Llámame Ana, por favor.

—Ana.

Sonríe.

—El señor Grey la espera.

Apuesto a que sí.

Christian está sentado en el sofá del salón, leyendo la prensa del domingo. Alza la vista cuando Taylor me hace pasar. La estancia es exactamente como la recordaba; aunque solo hace una semana que estuve aquí, me parece que haga mucho más. Christian parece tranquilo y sereno; de hecho, está divino. Viste vaqueros y una camisa suelta de lino blanco; no lleva zapatos ni calcetines. Tiene el pelo revuelto y despeinado, y en sus ojos hay un brillo malicioso. Se levanta y se acerca despacio a mí, con una sonrisa satisfecha en esos labios tan bien esculpidos.

Yo sigo inmóvil a la puerta del salón, paralizada por su belleza y la dulce expectación ante lo que se avecina. La corriente que hay entre nosotros está ahí, encendiéndose lentamente en mi vientre, atrayéndome hacia él.

—Mmm… ese vestido —murmura complacido mientras me examina de arriba abajo—. Bienvenida de nuevo, señorita Steele —susurra y, cogiéndome de la barbilla, se inclina y me deposita un beso suave en la boca.

El contacto de sus labios y los míos resuena por todo mi cuerpo. Se me entrecorta la respiración.

—Hola —respondo ruborizándome.

—Llegas puntual. Me gusta la puntualidad. Ven. —Me coge de la mano y me lleva al sofá—. Quiero enseñarte algo —dice mientras nos sentamos.

Me pasa el
Seattle Times
. En la página ocho, hay una fotografía de los dos en la ceremonia de graduación. Madre mía. Salgo en el periódico. Leo el pie de foto.

Christian Grey y su amiga en la ceremonia de graduación de la Universidad Estatal de Washington, en Vancouver.

Me echo a reír.

—Así que ahora soy tu «amiga».

—Eso parece. Y sale en el periódico, así que será cierto.

Sonríe satisfecho.

Está sentado a mi lado, completamente vuelto hacia mí, con una pierna metida debajo de la otra. Alarga la mano y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja con el índice. Mi cuerpo revive con sus caricias, ansioso y expectante.

—Entonces, Anastasia, ahora tienes mucho más claro cuál es mi rollo que la otra vez que estuviste aquí.

—Sí.

¿Adónde pretende llegar?

—Y aun así has vuelto.

Asiento tímidamente con la cabeza y sus ojos se encienden. Mueve la cabeza, como si le costara digerir la idea.

—¿Has comido? —me pregunta de repente.

Mierda.

—No.

—¿Tienes hambre?

Se está esforzando por no parecer enfadado.

—De comida, no —susurro, y se le inflan las aletas de la nariz.

Se inclina hacia delante y me susurra al oído.

—Tan impaciente como siempre, señorita Steele. ¿Te cuento un secreto? Yo también. Pero la doctora Greene no tardará en llegar. —Se incorpora—. Deberías comer algo —me reprende moderadamente.

Se me enfría la sangre hasta ahora encendida. Madre mía, la visita médica. Lo había olvidado.

—Háblame de la doctora Greene —digo para distraernos a los dos.

—Es la mejor especialista en ginecología y obstetricia de Seattle. ¿Qué más puedo decir?

Se encoge de hombros.

—Pensaba que me iba a atender «tu» doctora. Y no me digas que en realidad eres una mujer, porque no te creo.

Me lanza una mirada de no digas chorradas.

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