Las Coplas por la muerte de su padre
, también citadas como
Coplas a la muerte del maestro don Rodrigo
o, simplemente,
Las coplas de Jorge Manrique
, son una elegía escrita por Jorge Manrique en la muerte de su padre, el Maestre de Santiago don Rodrigo Manrique. Escritas, al menos una parte, con posterioridad al 11 de noviembre de 1476, fecha de la muerte de don Rodrigo Manrique, constituye una de las obras capitales de la literatura española y, sin duda, el mejor poema lírico de la poesía medieval castellana.
Esta obra pertenece al género poético de la elegía funeral medieval o planto y es una reflexión sobre la vida, la fama, la fortuna y la muerte con resignación cristiana. Se inspira en los precedentes clásicos y medievales del género y en el Eclesiastés, pero también contiene alusiones a la entonces historia reciente de Castilla e incluso a sucesos en los que pudo estar presente el propio autor.
Jorge Manrique
Coplas por la muerte de su padre
ePUB v1.0
Joselín.03.04.12
De
Poesía
, edición de Vicente Beltrán, en curso de revisión para la Biblioteca clásica de la Real Academia Española.
Coplas que hizo don Jorge Manrique a la muerte del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique su padre
Recuerde el alma dormida,
abive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuánd presto se va el plazer,
cómo después de acordado
da dolor,
cómo a nuestro parescer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Y pues vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que a de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en el mar
que es el morir:
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí, los ríos caudales,
allí, los otros, medianos,
y más chicos;
allegados, son iguales,
Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficiones,
que traen yervas secretas
sus sabores.
A aquel solo me encomiendo,
a aquel solo invoco yo
de verdad,
que en este mundo biviendo,
el mundo no conosció
su deidad.
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar,
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos cuando bivimos
y allegamos
al tiempo que fenescemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.
Este mundo bueno fue
si bien usáramos de él
como devemos,
porque, segúnd nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos;
y aun aquel hijo de Dios,
para sobirnos al cielo,
descendió
a nascer acá entre nos
y bivir en este suelo
do murió.
Si fuese en nuestro poder
tornar la cara fermosa
corporal
como podemos hazer
el ánima glorïosa
angelical,
¡qué diligencia tan biva
toviéramos toda ora
y tan presta
en componer la cativa,
dexándonos la señora
descompuesta!
Ved de quánd poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdemos:
de ellas deshaze la hedad,
de ellas, casos desastrados
que contecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallescen.
Dezidme: la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerca corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arraval
de senetud.
Pues la sangre de los godos,
el linage y la nobleza
tan crescida,
¡por cuantas vías y modos
se sume su grand alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuánd baxos y abatidos
que los tienen!
otros que, por no tener,
con oficios no devidos
se sostienen.
Los estados y riqueza,
que nos dexan a desora,
¡quién lo duda!
No les pidamos firmeza,
pues que son de una señora
que se muda:
que bienes son de fortuna
que rebuelve con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una
ni ser estable ni queda
en una cosa.
Pero digo que acompañen
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso no nos engañen,
pues se va la vida apriesa
como sueño.
Y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de allá
que por ellos esperamos,
eternales.
Los plazeres y dulcores
de esta vida trabajada
que tenemos
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta,
sin parar;
cuando vemos el engaño
y queremos dar la buelta,
no ay lugar.
Estos reyes poderosos
que vemos por escripturas
ya pasadas,
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así que no ay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y perlados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.
Dexemos a los troyanos,
que sus males no los vimos
ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus vitorias.
No curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
qué fue dello;
vengamos a lo de ayer,
que tan bien es olvidado
como aquéllo.
¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón,
¿qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué fue de tanta invención
como traxieron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras
¿fueron sino devaneos?
¿Qué fueron sino verduras
de las heras?
¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trobar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
y aquellas ropas chapadas
que traýan?
Pues el otro, su heredero,
don Enrique, ¡qué poderes
alcançava!
¡Cuánd blando, cuánd halaguero,
el mundo con sus plazeres
se le dava!
Mas verás cuánd enemigo,
cuánd contrario, cuánd cruel
se le mostró:
aviéndole seído amigo,
¡cuánd poco duró con él
lo que le dio!
Las dádivas desmedidas,
los hedificios reales
llenos de oro,
las baxillas tan febridas,
los enriques y reales
del thesoro,
los jaezes y cavallos
de su gente y atavíos
tan sobrados
¿dónde iremos a buscallos?
¿Qué fueron sino rocíos
de los prados?
Pues su hermano el inocente,
que en su vida subcesor
se llamó,
qué corte tan excelente
tuvo, y cuánto grand señor
que le siguió;
mas como fuese mortal,
metióle la muerte luego
en su fragua.
¡O juizio divinal,
cuando más ardía el fuego,
echaste agua!
Pues aquel grand Condestable,
maestre que conoscimos
tan privado,
no cumple que de él se hable,
sino sólo que lo vimos
degollado;
sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?
¿Fuéronle sino pesares
al dexar?
Pues los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,
que a los grandes y medianos
truxeron tan sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
que tan alto fue subida
y enxalçada
¿qué fue sino claridad,
que estando más encendida
fue amatada?
Tantos duques excelentes,
tantos marqueses y condes
y varones
como vimos tan potentes,
di, muerte, ¿dó los escondes
y traspones?
Y sus muy claras hazañas
que hizieron en las guerras
y en las pazes,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerça las atierras
y deshazes.