Corazón de Tinta (21 page)

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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

BOOK: Corazón de Tinta
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Las criadas limpiaban las últimas migajas de las mesas cuando, de repente, las monedas comenzaron a rodar sobre la madera lustrosa. Las mujeres trastabillaron hacia atrás, dejaron caer los trapos y se apretaron las manos delante de la boca mientras las monedas caían a sus pies, monedas doradas, plateadas, cobrizas, que resonaban en el suelo de piedra y se amontonaban tintineando debajo de los bancos, cada vez en mayor número. Algunas rodaron hasta delante de los escalones. Los hombres de Capricornio se levantaron de un salto, se agacharon hacia los objetos relucientes que chocaban contra sus botas… y retiraron las manos. Ninguno de ellos se atrevió a tocar el dinero embrujado. Pues ¿qué era si no? Oro hecho con papel, tinta de imprenta… y el sonido de una voz humana.

La lluvia de oro cesó en el mismo momento en que Mo cerró el libro. Meggie vio entonces que tanto brillo resplandeciente aparecía mezclado aquí y allá con un poco de arena. Un par de escarabajos de un fulgor azulado se alejaban de allí a toda prisa, y por entre una montaña de monedas diminutas asomó su cabeza un lagarto verde esmeralda, que acechó a su alrededor con ojos fijos. La lengua bailaba delante de su hocico anguloso. Basta le lanzó su cuchillo, intentando quizás ensartar junto con el lagarto el pánico que los había embargado a todos, pero Meggie profirió un grito de aviso y el lagarto se escabulló tan deprisa que la hoja golpeó contra las piedras su afilada nariz. Basta, de un salto, recogió su navaja y apuntó amenazador a la niña.

Capricornio, sin embargo, se levantó de su sillón, el rostro tan inexpresivo como si nada digno de mención hubiera sucedido, y aplaudió altanero con las manos cuajadas de anillos.

—¡No está mal para empezar, Lengua de Brujo! —exclamó—. ¡Fíjate bien, Darius! Esto es oro, y no las baratijas herrumbrosas y deformes que me trajiste con tu lectura. Acabas de oír cómo se hace, y confío en que hayas aprendido algo por si vuelvo a necesitar tus servicios.

Darius no contestó. Miraba con tanta admiración a Mo, que a Meggie no le habría sorprendido verlo arrojarse a los pies de su padre. Cuando se incorporó, se dirigió vacilante hacia Mo.

Los hombres de Capricornio seguían inmóviles con la vista clavada en el oro, como si no supieran qué hacer con él.

—¿Qué hacéis ahí parados mirando embobados como las vacas en el prado? ¡Recogedlo!

—Ha sido maravilloso —le cuchicheó Darius a Mo, mientras los secuaces de Capricornio empezaban de mala gana a llenar de monedas sacos y cajas. Tras las gafas, sus ojos brillaban como los de un niño al que alguien ha hecho un regalo largo tiempo ansiado—. He leído ese libro muchas veces —dijo con voz insegura—, pero nunca lo he visto con tanta claridad como hoy. Y no sólo lo he visto… he olido la sal, y la brea, y ese olor a podrido suspendido sobre la endiablada isla…

—¡La isla del tesoro!
Cielos, casi me lo hago en los pantalones de miedo. —Elinor apareció detrás de Darius y lo empujó bruscamente hacia un lado. Por lo visto, Nariz Chata la había olvidado por el momento—. «Enseguida aparecerá», me decía, «enseguida aparecerá el viejo Silver y nos molerá a palos con su muleta».

Mo se limitó a asentir, pero Meggie vio el alivio reflejado en su rostro.

—Aquí lo tiene —dijo a Darius entregándole el libro—. Confío en no tener que volver a leer una sola línea más. No conviene desafiar mucho a la suerte.

—Pronunciaste su nombre mal todas las veces —le dijo Meggie en susurros.

Su padre le acarició la nariz con ternura.

—¡Vaya, de modo que te has dado cuenta! —musitó—. Sí, pensé que quizá sirviera de ayuda. A lo mejor ese pirata viejo y cruel no se sentía aludido de ese modo y se quedaba en el lugar al que pertenece. ¿Por qué me miras así?

—Bueno, ¿y qué te figuras? —inquirió Elinor—. ¿Que por qué mira a su padre con tanta admiración? Porque nadie ha leído nunca así, aunque no hubiera sucedido lo de las monedas. Lo he visto todo ante mis ojos: el mar, la isla, todo, como si pudiera tocarlo, y a tu hija le habrá sucedido lo mismo.

Mo no pudo evitar una sonrisa. Apartó con el pie unas monedas que yacían en el suelo. Uno de los hombres de Capricornio las recogió y se las guardó furtivamente en el bolsillo. Al mismo tiempo dirigió a Mo una mirada de inquietud como si temiera que chasqueando la lengua lo transformase en una rana o en uno de los escarabajos que se arrastraban por entre las monedas.

—¡Te temen, Mo! —musitó Meggie.

El miedo se percibía incluso en la faz de Basta, aunque se esforzaba con todas sus fuerzas por ocultarlo, fingiendo cara de aburrimiento.

Capricornio era el único que aparentaba completa indiferencia por lo que acababa de suceder. Observaba a sus hombres con los brazos cruzados mientras recogían las últimas monedas.

—¿Cuánto tiempo durará esto todavía? —gritó al fin—. Dejad la calderilla y sentaos. Y tú, Lengua de Brujo, coge el libro siguiente.

—¿El siguiente? —a Elinor casi se le quebró la voz por la furia—, ¿Qué significa esto? El oro que sus hombres recogen a paletadas bastaría al menos para dos vidas. ¡Ahora nos vamos a casa!

Quiso dar media vuelta, pero Nariz Chata se acordó de ella y la agarró por el brazo con brusquedad.

Mo levantó la vista hacia Capricornio.

Basta, con una sonrisa maligna, puso la mano en el hombro de Meggie.

—¡Empieza de una vez, Lengua de Brujo! —le ordenó—. Ya lo has oído. Ahí hay un montón de libros.

Mo miró largamente a su hija antes de agacharse para coger el libro que ya había tenido antes entre las manos:
Las mil y una noches.

—El libro interminable —murmuró mientras lo abría—. Meggie, ¿sabías que los árabes dicen que nadie es capaz de leerlo hasta el final?

Meggie negó con la cabeza mientras volvía a sentarse a su lado sobre las frías baldosas. Basta lo consintió, pero se sentó muy cerca, a sus espaldas. Meggie no sabía demasiado de
Las mil y una noches.
Tan sólo que el libro se componía en realidad de muchos volúmenes. El ejemplar que Darius había entregado a Mo sólo podía ser un pequeño compendio. ¿Incluiría los cuentos de los cuarenta ladrones y de Aladino y su lámpara? ¿Qué leería su padre?

En esta ocasión, Meggie creyó vislumbrar en los rostros de los hombres de Capricornio dos sentimientos encontrados: miedo a lo que Mo fuera a despertar a la vida, y al mismo tiempo el deseo casi devorador de que su voz volviera a transportarlos muy lejos de allí, a un lugar en el que pudieran olvidarse de todo, incluso de la propia existencia.

Cuando Mo comenzó a leer ya no olía a sal y a ron. La iglesia de Capricornio se tornó más cálida. A Meggie comenzaron a escocerle los ojos y cuando se los frotó se le adhirió arena a los nudillos. Los hombres de Capricornio escucharon nuevamente la voz de Mo, que los mantenía en vilo como si los hubiera transformado en estatuas de piedra. Y de nuevo fue Capricornio el único que pareció no percibir el embrujo. Sus ojos, sin embargo, demostraban que también él se sentía fascinado. Inmóviles como los ojos de una serpiente, estaban pendientes de la cara de Mo. El traje rojo hacía parecer aún más incoloras sus pupilas. Su cuerpo denotaba tensión, igual que el de un perro que ventea su presa.

Pero esa vez, Mo le decepcionó. Las palabras no liberaron los cofres del tesoro, ni las perlas y los sables cuajados de piedras preciosas que su voz hacía fulgurar y relampaguear, hasta el punto de que los hombres de Capricornio creían poder atraparlos en el vacío. Algo diferente salió de las páginas, algo que respiraba, de carne y hueso.

Un chico apareció de repente entre los bidones todavía humeantes en los que Capricornio había mandado quemar los libros. Meggie fue la única que lo vio. Todos los demás estaban demasiado enfrascados en el relato. Ni siquiera Mo lo vio, tan lejos estaba, en algún lugar entre la arena y el viento, mientras sus ojos recorrían a tientas el bosque de letras.

El chico debía de tener tres o cuatro años más que Meggie. El turbante que rodeaba su cabeza estaba sucio, en su tez morena el miedo ensombrecía sus ojos. Se pasó la mano por ellos como si quisiera borrar esa imagen falsa, ese lugar falso. Escudriñó a su alrededor la iglesia vacía. Daba la impresión de que nunca había visto un edificio igual. Y además ¿cómo? En su historia seguro que no había iglesias de torres afiladas, ni colinas verdes como las que lo esperaban fuera. Vestía ropas hasta los pies que despedían un brillo azulado como si fueran un pedazo de cielo dentro de la iglesia en penumbra.

«¿Qué pasará si lo ven? —pensó Meggie—. Seguro que no es lo que Capricornio espera.»

Pero en ese momento también lo descubrió él.

—¡Alto! —gritó con tal dureza, que Mo se interrumpió en plena frase y levantó la cabeza.

Los hombres de Capricornio retornaron a la realidad abruptamente y a disgusto. Cockerell fue el primero en reaccionar.

—Eh, ¿de dónde ha salido éste? —gruñó.

El chico se encogió, miró a su alrededor con la cara petrificada de miedo y echó a correr, haciendo quiebros como un conejo. Pero no llegó lejos. Tres hombres salieron en el acto tras él y lo cogieron a los pies de la estatua de Capricornio.

Mo dejó el libro a su lado sobre las losas y enterró la cara entre las manos.

—¡Eh, Fulvio ha desaparecido! —gritó uno de los secuaces de Capricornio—. Se ha desvanecido en el aire.

Todos clavaron la mirada en Mo. El miedo se reflejó de nuevo en sus caras, pero esta vez no se mezclaba con admiración, sino con rabia.

—¡Haz que se largue el chico, Lengua de Brujo! —ordenó irritado Capricornio—. Me sobra gente como él. Y devuélveme a Fulvio.

Mo apartó las manos de su rostro y se irguió.

—Te lo he dicho una y mil veces: ¡no puedo traer a nadie de vuelta! —exclamó—. Y esto no se convierte en una mentira por el mero hecho de que tú no lo creas. No puedo hacerlo. No está en mi mano decidir quién o qué viene o se va.

Meggie se cogió de su mano. Unos cuantos hombres de Capricornio se aproximaron, dos de ellos agarraban al chico estirando sus brazos como si quisieran partirlo en dos. Con los ojos dilatados por el pánico, él clavaba la mirada en aquellos desconocidos.

—¡Volved a vuestros puestos! —gritó Capricornio a sus enfurecidos secuaces: unos cuantos ya se habían acercado a Mo con gesto amenazador—. ¿A qué viene tanta agitación? ¿Habéis olvidado acaso las tonterías de Fulvio durante la última misión? La policía estuvo a punto de echarnos el guante. Así que le ha tocado justo al indicado. Y ¿quién sabe? A lo mejor ese chico lleva dentro un incendiario de talento. A pesar de todo ahora me gustaría ver perlas, oro, joyas. Al fin y al cabo esta historia no trata de otra cosa, de manera que ¡manos a la obra!

Entre los hombres se elevó un murmullo de inquietud. A pesar de todo, la mayoría regresaron a la escalera y se sentaron de nuevo en los desgastados peldaños. Sólo tres seguían plantados delante de Mo, mirándolo con hostilidad. Uno de ellos era Basta.

—¡Bien, de acuerdo, Fulvio sobra! —gritó sin quitar la vista de encima a Mo—. Pero ¿quién será el próximo al que el maldito brujo hará desvanecerse en el aire? ¡No quiero terminar en una historia del desierto tres veces maldita, correteando de un lado a otro con un turbante!

Los hombres que estaban con él asintieron dándole la razón y dirigían a Mo una mirada tan sombría que a Meggie le cortó la respiración.

—Basta, no lo repetiré dos veces —la voz de Capricornio sonaba tranquila, pero amenazadora—. ¡Dejad que prosiga con la lectura! Y si a alguno de vosotros le castañetean los dientes de miedo, será mejor que se largue fuera y ayude a las mujeres a lavar la ropa.

Algunos de los hombres miraron con nostalgia el pórtico de la iglesia, pero ninguno se atrevió a marcharse. Al final incluso los dos que habían apoyado a Basta se dieron la vuelta sin decir palabra y se sentaron junto a los demás.

—¡Por Fulvio que me las pagarás! —le susurró Basta a Mo antes de situarse nuevamente detrás de Meggie.

¿Por qué no había desaparecido él?

El chico seguía sin pronunciar palabra.

—Encerradlo, ya veremos luego si puede sernos útil —ordenó Capricornio.

El chico no se resistió ni siquiera cuando Nariz Chata lo arrastró consigo. Lo siguió dando trompicones como si estuviese anestesiado e intentase recobrar la lucidez. ¿Cuándo comprendería que ese sueño no tendría fin?

Cuando se cerró la puerta tras los dos, Capricornio regresó a su butaca.

—Continúa leyendo, Lengua de Brujo —ordenó—. El día es muy largo.

Mo echó una ojeada a los libros que tenía a sus pies y negó con la cabeza.

—¡No! —replicó—. Ha vuelto a suceder, tú lo has visto. Estoy cansado. Date por satisfecho con lo que te he traído de la isla del tesoro. Esas monedas valen una fortuna. Quiero irme a casa y no volver jamás a ver tu rostro —su voz sonó más ronca de lo habitual, como si hubiera leído demasiado.

Capricornio le dirigió una fugaz mirada de desdén. Después examinó los sacos y cajas que sus hombres habían llenado de monedas, como si calculase mentalmente durante cuánto tiempo le endulzarían la vida.

—Tienes razón —dijo al fin—. Continuaremos mañana. Si no, es posible que el próximo en aparecer sea un camello maloliente u otro chico medio muerto de hambre.

—¿Mañana? —Mo dio un paso hacia él—. ¿Qué significa eso? ¡Date por satisfecho! ¡Ya ha desaparecido uno de tus hombres! ¿Quieres ser tú el siguiente?

—Asumiré ese riesgo —repuso Capricornio sin inmutarse.

Cuando se levantó de su asiento y bajó despacio los peldaños del altar, sus hombres se irguieron de un salto. Allí estaban como escolares, a pesar de que algunos eran más altos que Capricornio, con las manos cruzadas a la espalda, temerosos de que a su jefe le diese por inspeccionar la limpieza de sus uñas. Meggie no pudo evitar recordar lo que había contado Basta: lo joven que era cuando se unió a Capricornio. Y se preguntó si aquellos hombres agachaban la cabeza por miedo o por admiración.

Capricornio se había detenido delante de unos sacos llenos hasta los topes.

—Créeme, aún albergo muchos proyectos para ti, Lengua de Brujo —le comunicó mientras metía la mano en el saco y deslizaba las monedas entre sus dedos—. Lo de hoy sólo ha sido el principio. Al fin y al cabo tenía que convencerme primero con mis propios ojos y oídos de tu don, ¿no es cierto? La verdad es que todo este oro me vendrá al pelo, pero mañana me conseguirás algo distinto con tu lectura.

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