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Authors: Javier Reverte

Corazón de Ulises (56 page)

BOOK: Corazón de Ulises
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«¿Lo ve?», terció Gasparo, «Ahmed es egipcio y reconoce cómo eran antes las cosas y cómo son ahora. Que le explique, que le explique…, ¡y que les den por culo!». Ahmed siguió, mientras jugaba con un rosario de cuentas blancas, moviéndolo con gesto humillado entre los dedos: «Aquí en Alejandría, todo el mundo tenía un sentido de comunidad. En mi casa, cuando era niño, vivían italianos, egipcios, armenios, libaneses y griegos. Los domingos, en el jardín, todos los vecinos bajábamos a comer juntos, cada uno traía su propia comida, y todos los pequeños jugábamos juntos. Eramos como una familia, toda la ciudad era una gran familia. Si abrías las ventanas del patio olía a guisos de todos los países y las mujeres charlaban de ventana a ventana comentando cómo habían preparado sus platos. Ahora todo se ha ido. ¿Ve a ese tipo que hay allí?», y señaló a un hombre que, a medio centenar de metros, se apoyaba en la pared, a la puerta de su comercio. «No sabe ni leer ni escribir. Pero ganó muchos millones con el mercado negro después de Nasser. Cuando habla, no habla él, habla su dinero. Y los que le escuchan, no le escuchan a él, escuchan a su dinero».

Ahmed se retiró poco después y, con andar cansino, se perdió al fondo del callejón. «Es una pena», continuó Gasparo, «todo se ha perdido. De todas formas, yo me quedaré para siempre en Alejandría. Tengo a mis padres enterrados aquí. ¿Le he contado que cuando mi madre murió el cónsul italiano vino al entierro? Era descendiente de un príncipe. Yo estaba muy triste, pero me alegré pensando que mi madre tuvo en su entierro a un príncipe».

Suspiró. «A mí me queda ya poco para ir a reunirme con ella. De todas formas, la muerte no me importa, yo creo en Dios y he sido un hombre bueno. Claro está que con algunos pecadillos. Lo que más me han gustado han sido las mujeres. Todavía, cuando veo una hermosa mujer, mi corazón se alegra y me siento más joven. Pero he perdido mucha fuerza amorosa… ¡Ah!, cuando el amor se va, cuando ya ellas no te miran, eso es lo peor. Te acuerdas entonces de todas las ocasiones perdidas, aquella que dejaste escapar por timidez, el beso que te pedían con la mirada y no te atreviste a dar, la otra que dejaste marchar por irte con los amigos al café, la que no te pareció hermosa el primer día… La memoria me las trae a todas, una por una. Los hombres no estamos bien fabricados: cuando somos jóvenes, hacemos el tonto y las dejamos escapar, y cuando ya sabemos, somos viejos y ellas no vienen a nosotros».

Mi amigo barbero me abrazó en la despedida. «Si vuelve, me gustaría que me hablase algún día en español, aunque le comprenda mal: su idioma tiene un sonido muy bonito».

Me asomé luego a L'Élite, a tomar un último té de hierbabuena con madame Christine y su hija en el puente de mando de su barco fantasma. «Me encontrará aquí, si es que vuelve alguna vez y si es que vivo», dijo la vieja dama. Yo le señalé que su local siempre me había parecido un buque. «Sí, ya me lo han comentado», añadió sonriente; «pero aquí el capitán es una mujer. Nuestra ciudad es femenina y L'Élite es femenino, como su dueña, por más que la tripulación y la mayor parte del pasaje sean hombres. Es la ciudad de Cleopatra, no lo olvide; y también de Justine». Volvió la cabeza y señaló con el dedo hacia un pequeño busto de mármol que, a su espalda, coronaba una estantería: «Y es la ciudad de nuestra Hypatia, la más sabia mujer del mundo antiguo. ¿Conoce su historia?». Asentí. «Las mujeres libres de Alejandría no la hemos olvidado. Es nuestra heroína».

Dejé un caballeroso beso en el dorso de la mano de madame Christine, cuyos ojos azules brillaron alegres por encima de su sonrisa. «Ya sabe dónde está su casa, amigo español», se despidió.

Después caminé hacia el mar, bajo la brisa dulce de la noche, cruzando barrios de casas desportilladas y fachadas desconchadas, sintiendo que la ciudad podría en cualquier momento desvanecerse en el polvo.

¿Y Justine, dónde estaba la sombra de la evanescente mujer que, en las páginas de Durrell, parece una visión y no una hembra real? ¿Igual que Alejandría, desvanecida en el polvo? «Ella pasa bajo mi ventana», dice el escritor en el
Cuarteto
, «sonriendo a alguna satisfacción íntima, apantallándose suavemente las mejillas con el pequeño abanico de caña. Una sonrisa que probablemente no volveré a ver, pues cuando está en compañía se limita a reír, mostrando sus magníficos dientes blancos. Pero esa sonrisa triste y furtiva tiene una calidad que no se hubiese sospechado en ella, cierta capacidad de travesura. Hubiera podido pensarse que era trágica por naturaleza y que le faltaba el sentido corriente del humor. Pero el recuerdo obstinado de esa sonrisa me hace dudar ahora». ¿Pensaba Durrell en Afrodita mientras describía la sonrisa de Justine?

Si dijera que nunca he estado en Alejandría, tal vez no mentiría al hacerlo. Creo que sería capaz de sentir lo mismo que Foster: «Por un instante, pienso que podría multiplicar por cuatro la altura del fuerte Qaytbey y distinguir el Faro que se alzó en el mismo lugar. Cruzando las dos calles principales, podría erigir la tumba de Alejandro Magno. Y seguiría a Alejandro con mi imaginación hasta Siwa…».

Capital de la memoria, ciudad que es más alma que carne, pasión literaria en sus cafés y en sus callejuelas, una urbe flotando en el vacío del tiempo, decidida a trepar hacia los cielos desde los hombros del mar. «En esencia», escribe Durrell, «¿qué es esa ciudad, la nuestra? ¿Qué resume la palabra Alejandría? Evoco enseguida innumerables calles donde se arremolina el polvo». Ciudad irreal, una vez más y para siempre.

Le dije adiós al último rincón de la Grecia eterna, como hiciera Antonio: «Adiós a la Alejandría que se aleja, a la Alejandría que pierdes».

Epílogo
Un griego nunca es viejo

Y ahora, lejos ya el viaje y cerrando este libro, vuelvo un instante el pensamiento hacia atrás y cierro los ojos. Los rostros de mármol se hacen vivos, los templos desgastados abren otra vez sus puertas, huele a la carne de las reses sacrificadas para contener la ira de los dioses y sonríe pícara Afrodita, envuelta en un sensual perfume de algas y sargazos. El ciego Homero pinta hombres que hablan por sí mismos, corre junto a los muros de Troya la cólera de Aquiles y Ulises llora su patria en la ignota isla de Calipso. Restalla el rayo de Zeus, brama la furia del bruto Hércules, cantan las aguas escuchando a Safo y Cervantes vence en Lepanto mientras Byron agoniza en Missolonghi. Las duras montañas de Creta esculpen los versos exactos de Kazantzakis mientras Miller se baña en un océano de luz. Heráclito moja nuestras almas en los ríos y Aristóteles nos invita a apropiarnos de la belleza. Resuena el bronce en el campo de Maratón y en el mar de Salamina, arden los templos de Atenas por el fuego de Jerjes, Alejandro vence en Gránico y cabalga luego más y más lejos, en su neurótica obsesión por verlo todo y olvidar su origen. Alejandría se mece en brazos del aire, arrullada por los versos de un melancólico Cavafis. El Mediterráneo tiene el color del vino y la alborada es rosa a las espaldas de Ítaca. La sangre de Grecia rezuma en mis arterias mientras escribo aquí, en España.

Fue aquélla una edad en que el hombre pareció atrapar el sentido de la vida, hacer suya la propia existencia, en comunión con la Naturaleza y con el Tiempo, y en paz con los dioses hasta donde ello era posible. Fue un momento fugaz en la historia humana y tal vez irrepetible. Y ese instante luminoso se produjo merced a una civilización que jamás, salvo en los días de Alejandro, se constituyó como un único Estado, pero que alentó su conciencia de nación en su espíritu de unidad cultural. El milagro griego se produjo porque aquellos hombres nunca se sintieron hermanados por los lazos de la sangre, sino por la religión, los juegos deportivos, la poesía, el arte y el pensamiento. Vinculados por el corazón y la razón, su verdadera patria no fue otra que el alma y la razón. Y nos dejaron huérfanos al irse. Para ellos, en los momentos más elevados de su civilización, ser y parecer fueron la misma cosa.

Eran valientes al enfrentarse, venciendo el miedo, a un universo pavoroso, donde los dioses gobernaron con crueldad y bajo la norma caprichosa de sus pasiones desatadas. Y esos valientes alzaron desde la nada un nuevo mundo sujeto a la moral, a la estética, a la libertad y a la ley. Mejor lo expresa Balthazar, el álter ego del griego Cavafis, en la novela de Lawrence Durrell: «Todos buscamos motivos racionales para creer en el absurdo».

El hombre griego intentó integrar los saberes, llegar a ser un hombre total, organizar el caos fragmentado bajo la unidad de la luz del pensamiento. Bautizó a las estrellas y a las constelaciones con los mismos nombres con que ahora las conocemos, y a los sentimientos, a las pasiones y a la mayoría de las ramas del saber humano. Inventó también la literatura y la reflexión sobre el ser. Y se preguntó, antes que nadie, qué es lo que somos. Lo gracioso es que no lo sabemos muy bien todavía tantos siglos después.

Imaginativos, soñadores, audaces, curiosos y llenos de coraje, los griegos se enfrentaban a la vida con esperanza y vigor. Sabiéndose mortales, sin creer en una vida más allá de la vida, con el horizonte del no-ser delante de sus pies allí en las honduras del Hades, supieron también ser alegres. Por eso, mientras otros pueblos han conquistado grandes territorios del mundo a lo largo de la Historia, ellos conquistaron algo mejor: nuestras mentes y nuestros corazones. Nos enseñaron a reír, a reflexionar y a llorar.

La gran hazaña de los griegos fue cincelar el alma del hombre libre, por eso todos somos griegos. Y su principal tarea fue exigirse y exigirnos que todo se lograse en el curso de la vida: el amor, la dignidad, el honor, el saber, la alegría y la cordura. Así, también nos enseñaron a vivir la vida. Nada menos… «¡Déjame recordar el silencio de tus profundidades!», pedía el poeta Hölderlin, añorante de la Grecia eterna.

Fue aquí, en el Mediterráneo, en el mar de la pasión, donde sucedió el gran milagro. Y tal vez la razón última por la que aquellos hechos extraordinarios acontecieron la explica Platón, en su diálogo
Timeo
, en boca de un sacerdote egipcio: «Vosotros los griegos», dice dirigiéndose al legislador Solón, «siempre sois niños. ¡Un griego nunca es viejo!».

Ítaca-Madrid, 1998-1999

Nota bibliográfica

Es tan abrumadora la cantidad de estudios sobre la civilización griega que resulta fatigosa la tarea de anotar en este libro una bibliografía y, por lo mismo, renuncio a hacerlo. Además, no soy un especialista en la cultura griega, sino tan sólo un novelista y escritor viajero enamorado de ella, que ha leído cuanto ha caído en sus manos sobre el estudio de aquellos días luminosos. Mi libro, pues, no pretende otra cosa que expresar ese amor y dar las razones de ese amor; y por ello es un libro subjetivo que no quiere competir, en modo alguno, con los que saben más que yo. El legado de la Grecia antigua, antes que una parcela de la Historia humana, es casi «la médula de la Historia», al menos de la Historia occidental. Y por eso, tal vez, son muchos los que han hecho de Grecia «su causa», dedicándole años de estudio apasionado, la vida entera en frecuentes ocasiones. Admiro profundamente esa entrega de tantos a una de las más «grandes causas» de investigación de todos los tiempos.

Citaré, no obstante, algunas de mis fuentes, la mayoría de ellas señaladas a lo largo del libro y otras no citadas: los monumentales trabajos de intención global de Ernest Curtius y Werner Jaeger, los primeros; y luego, en aspectos parciales de la cultura griega, tanto en literatura, como en filosofía, política o historia, los estudios de ilustres especialistas como Albin Lesky, Wilhelm Capelle, Robin Laner Fox, Olof Gigon, W. G. Forrest, Rodolfo Mondolfo, Walter F. Orto, Fernand Braudel, M. I. Finley, W. K. C. Gurthie, Nicholas Cage, Karl Kérenyi, entre otros.

En todo momento he procurado, además, hacer referencia a los grandes especialistas españoles en la materia, que son numerosos, especialmente Manuel Fernández Galiano, Carlos García Gual, Luis Gil, José S. Lasso de la Vega, Francisco R. Adrados, F. J. Gómez Espelosín y el Grupo Tempe. Seguro que olvido a muchos más, pero no he tenido tiempo para ir más lejos. España —lo digo con orgullo— está en el pelotón de cabeza de los países que estudian el universo griego.

Los libros viajeros y apasionados de Henry Miller y Lawrence Durrell están presentes, en todo momento, en mi libro, como el lector habrá visto. Así como los versos de Cavafis.

Pero creo que, para quien quiera comprender en toda su hondura la luminosa civilización griega, lo oportuno es que lea a sus autores, aquellos grandes poetas, dramaturgos, historiadores y filósofos que abrieron la puerta a la cultura europea, escribiendo en ese idioma, el griego, que como dice, en su
Historia de la lengua griega
Francisco R. Adrados, «no sólo sigue vivo, hoy, en Grecia, sino que tiene una segunda vida: su alfabeto, su léxico, sus géneros literarios están presentes en todas las lenguas».

Cronología

Antes de Cristo

3000

Comienza la civilización cretense.

2000

Los pueblos griegos ocupan Grecia.

1700-1000

Los aqueos, en Grecia, y los jonios, en Asia Menor.

1556

Los jonios llegan al Ática y fundan Atenas.

1400

Los aqueos destruyen Cnosos.

1200

Primeras invasiones dorias.

1183

Caída de Troya.

1100

Los dorios ocupan Micenas: fin de los aqueos.

1000

Los griegos empiezan a colonizar Asia Menor, huyendo de los dorios. Llegan a Grecia los alfabetos fenicios.

950

Primeros alfabetos griegos.

850 (aprox.)

Poemas de Homero.

800

Colonias griegas en Sicilia.

776

Primera Olimpiada.

753

Fundación de Roma.

659

Fundación de Bizancio.

624-621

Dracón redacta leyes en Atenas. Poemas de Safo. Tales de Mileto da origen a la filosofía.

594

Solón, arconte de Atenas.

561

Pisístrato, tirano de Atenas.

550

Se funda Ampurias, primera colonia griega en España.

546

Conquistas en Asia Menor de Ciro, rey de Persia.

527

Hiparco e Hipias, tiranos de Atenas.

525

Nace Esquilo.

510

Hipias es expulsado de Atenas.

507

Clístenes crea la democracia en Atenas.

500 (aprox.)

Filosofía sobre el ser: Heráclito y Parménides. Nacimiento de Fidias.

499

Los griegos se rebelan en Asia Menor contra los persas. Darío I de Persia inicia sus conquistas.

495

Nace Sófocles.

494

Darío, rey persa, somete el Asia Menor e incendia Mileto.

491

Darío exige la sumisión de Grecia. Esparta y Atenas se oponen.

490

Atenas derrota a Darío en Maratón. Nace Pericles.

485

Muere Darío; le sucede Jerjes.

483

Nacen Herodoto y Eurípides.

480

El ejército de Jerjes cruza el Peloponeso. Batalla de las Termópilas. Incendio de Atenas. Derrota de Jerjes en Salamina. Los griegos recuperan el control de los Dardanelos y el Egeo.

479

Pausanias vence a los persas en Platea.

478

Fundación de la Confederación de Delos, que domina Atenas. Imperio de Atenas en el mar.

474

Odas olímpicas de Píndaro.

471

Temístocles, enviado al ostracismo. Nace Tucídides.

464

Muerte de Jerjes.

460

Pericles, en el poder de Atenas.

450

Años de apogeo de la tragedia.

437

Inauguración del Partenón, cuyas obras dirige Fidias.

434

Nace Jenofonte.

431

Comienza la guerra del Peloponeso.

429

Peste en Atenas, muere Pericles.

427

Nace Platón.

416

Alcibíades, en el poder de Atenas.

413

El ejército griego es derrotado en Siracusa (Sicilia).

405

Derrota ateniense en Egospótamos.

404

Termina la guerra del Peloponeso. El espartano Lisandro conquista Atenas. Régimen de los Treinta Tiranos.

403

Restaurada la democracia ateniense.

401

Retirada de los Diez mil de Asia.

399

Sócrates, ejecutado.

387

Platón funda la Academia.

384

Nace Aristóteles.

382

Nace Filipo de Macedonia.

371

El tebano Epaminondas derrota a Esparta en Leuctra.

362

Muerte de Epaminondas en Mantinea.

359

Filipo, en el trono de Macedonia.

356

Nace Alejandro Magno.

355

Muere Jenofonte.

347

Muere Platón.

342

Aristóteles, tutor de Alejandro.

338

Batalla de Queronea. Filipo domina Grecia.

336

Asesinato de Filipo. Alejandro, en el trono.

335

Alejandro destruye Tebas. Aristóteles funda el Liceo.

334

Alejandro invade Persia. Victoria de Gránico.

333

Derrotas persas en Isos y Tiro.

332

Alejandro conquista Egipto.

331

Fundación de Alejandría. Alejandro marcha a Asia y vence en Gaugamela.

330

Incendio de Persépolis. Darío III, asesinado.

326

Alejandro vence en India.

323

Muerte de Alejandro. Comienza la dinastía de los Ptolomeos en Alejandría.

322

Muere Aristóteles, desterrado de Atenas.

284

Fundación de la Biblioteca de Alejandría.

280

Se termina la obra del Coloso de Rodas.

279

Construcción del Faro de Alejandría.

224

Un terremoto destruye el Coloso de Rodas.

168

Roma derrota a Macedonia y concede libertad a las ciudades griegas.

148

Macedonia, provincia romana.

146

Los romanos se apoderan de Grecia y la incorporan a su imperio.

69

Nace Cleopatra.

48

Julio César, amante de Cleopatra.

44

Asesinato de César.

41

Marco Antonio, amante de Cleopatra.

31

Octavio derrota a Marco Antonio en Actio.

30

Muerte de Marco Antonio y Cleopatra. Egipto, provincia romana.

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