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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

Crimen En Directo

BOOK: Crimen En Directo
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Patrik y Erica siguen disfrutando de su idilio en el pueblo de Fjällbacka, ahora acompañados por su bebé, la pequeña Maja, que ya tiene ocho meses. Mientras la joven pareja está plenamente volcada en los preparativos de su próxima boda, los asuntos en la comisaría, donde Patrik trabaja, siguen su curso rutinario. Pero el alcalde reúne al pleno del Ayuntamiento para anunciar la llegada a Tanum de un equipo de televisión para filmar un reality-show bastante escandaloso llamado «Fucking Tanum» que, supuestamente, debería reportar unos jugosos beneficios a la población y que va a suponer en realidad una auténtica pesadilla. Poco después, Patrik debe investigar la muerte de una mujer, víctima de un accidente de tráfico. Aparentemente la mujer bebió más de la cuenta, pero a Patrik le llaman la atención unas extrañas marcas en el cuello de la víctima y descubre muy pronto que existe una misteriosa relación entre ese crimen y otros asesinatos que tuvieron lugar en el pasado en distintos lugares de Suecia. Al lado de todos los cuerpos había una página del cuento infantil Hansel y Gretel. Mientras tanto, el productor del programa, consciente de que a mayor escándalo, mayor índice de audiencia, alimenta los conflictos entre el grupo de participantes.

Cämilla Lackberg

Crimen en directo

ePUB v1.3

Conde1988
 
12.06.11

Para Wille y Meja

Capítulo 1

Lo que mejor recordaba era su perfume. El que guardaba en el baño. El frasco lila brillante de aroma dulce e intenso. De mayor fue un día a buscarlo a una perfumería, hasta que dio con él. Le entró la risa de ver el nombre: Poison.

Ella solía ponerse un poco en las muñecas, que luego se frotaba en el cuello y, si llevaba falda, también en los talones.

A él le parecía tan hermoso. Sus muñecas delgadas, delicadas, frotándose con gracia la una contra la otra. El aroma se difundía por la habitación alrededor de su persona y siempre añoraba el instante en que la tenía cerca, muy cerca, el momento en que ella se inclinaba para besarlo. Siempre en la boca. Siempre de forma tan leve que a veces se preguntaba si el beso habría sido real o si sólo era un sueño.

«Cuida de tu hermana», le decía ella siempre antes de salir por la puerta como si, más que caminar, volara.

Después, nunca recordaba si le había contestado en voz alta o si, simplemente, había asentido con la cabeza.

El sol primaveral entraba a raudales por las ventanas de la comisaría de policía de Tanumshede, revelando, implacable, la suciedad de las ventanas. La humedad del invierno aparecía adherida a los cristales como una membrana y Patrik se sentía como si a él le ocurriese otro tanto. Había sido un invierno muy duro. Cuando se tenían hijos, la vida era infinitamente más divertida, pero también infinitamente más trabajosa de lo que nunca imaginó. Y aunque las cosas funcionaban mucho mejor que al principio con Maja, Erica seguía insatisfecha con su vida de ama de casa. Aquella certeza atormentaba a Patrik cada segundo y cada minuto que pasaba en el trabajo. Por si fuera poco, todo lo sucedido con Anna les había supuesto una carga más que soportar.

Unos golpecitos en el marco de la puerta vinieron a interrumpir su lúgubre reflexión.

—¿Patrik? Acaba de llegar una emergencia, un accidente de tráfico. Un solo vehículo, en la carretera hacia Sannäs.

—Vale —dijo Patrik al tiempo que se levantaba—. Oye, ¿no era hoy cuando empezaba la sustituta de Ernst?

—Sí —respondió Annika—. Pero es que aún no son las ocho en punto.

—Bueno, en ese caso, le pediré a Martin que me acompañe. Había pensado llevarla conmigo un tiempo, hasta que adquiriera algo de rodaje.

—Ya, pues que sepas que la pobre me da lástima —respondió Annika.

—¿Por salir de servicio conmigo? —preguntó Patrik, dedicándole en broma una mirada llena de indignación.

—Por supuesto —confirmó Annika—. Sé cómo conduces. No, en serio, no creo que Mellberg se lo ponga nada fácil.

—Pues, después de haber leído su currículum, creo que nadie mejor que Hanna Kruse para manejar al jefe. Parece una chica dura, a juzgar por sus méritos, por su hoja de servicio y por las palabras de recomendación que trae.

—Sí, y por eso no acabo de explicarme que haya pedido un destino como Tanumshede...

—Ya, claro, en eso no te falta razón —admitió Patrik mientras se ponía la cazadora—. Le preguntaré por qué se rebaja a trabajar en este callejón sin salida profesional con un puñado de policías aficionados... —dijo guiñándole un ojo a Annika, que le dio un golpecito en el hombro.

—¡Anda ya! Sabes que no me refería a eso.

—No, ya lo sé, era por hacerte rabiar... Por cierto, ¿tienes algún dato más sobre el lugar del accidente? ¿Hay heridos? ¿Algún muerto?

—Según la persona que llamó para dar el aviso, parece que sólo había un ocupante en el vehículo. Y está muerto.

—Mierda. Bueno, voy a buscar a Martin y nos ponemos en marcha, a ver qué hay. No creo que tardemos mucho en volver. Entretanto, enséñale a Hanna la comisaría.

En ese preciso momento se oyó una voz de mujer en la recepción.

—¿Hola?

—Me parece que es ella —dijo Annika ya camino de la puerta. Patrik la siguió, pues sentía una gran curiosidad por ver quién era la fémina que venía a incrementar el personal de la comisaría.

Cuando vio a la mujer que los aguardaba en la recepción, se quedó sorprendido. Patrik no sabía exactamente qué esperaba, aunque quizá a alguien más... grande. Y, desde luego, no tan bonita... ni tan rubia. La joven le tendió la mano primero a Patrik y luego a Annika, y se presentó:

—Hola, soy Hanna Kruse. Hoy es mi primer día en esta comisaría.

La voz de la colega, profunda y firme, encajaba más con las expectativas de Patrik.

Su apretón de manos revelaba, además, las muchas horas de gimnasio y Patrik ya empezaba a modificar su primera impresión.

—Hola, Patrik Hedström. Ésta es Annika Jansson, la médula espinal de la comisaría...

Hanna sonrió al tiempo que replicaba:

—El único bastión femenino en este territorio de dominación masculina, por lo que me han dicho. Al menos, hasta ahora.

Annika se rió de buena gana.

—Sí, admito que es un alivio contar con alguien que equilibre el alto índice de testosterona que encierran estas paredes.

Patrik interrumpió su charla.

—Chicas, ya confraternizaréis luego. Hanna, acaba de llegarnos un aviso de accidente de tráfico, un solo vehículo y ocupante, con resultado de muerte. He pensado que podrías venirte conmigo ahora mismo, si te parece. Así empiezas de lleno el primer día.

—Por mí, bien —respondió Hanna—. ¿Dónde puedo dejar el bolso?

—Te lo llevo a tu despacho —respondió Annika—. Ya te lo enseñaré todo cuando volváis.

—Gracias —respondió Hanna apresurándose a alcanzar a Patrik, que ya había salido.

—Bueno, ¿y qué tal te sientes? —preguntó Patrik ya rumbo a Sannäs.

—Bien, gracias, muy bien, aunque siempre hay nervios cuando se empieza en un nuevo lugar de trabajo.

—A juzgar por tu curriculum, ya te has movido por bastantes comisarías —observó Patrik.

—Sí, quería adquirir tanta experiencia como me fuese posible —explicó Hanna sin dejar de observar con curiosidad el panorama—. Distintas regiones de Suecia, distintos ámbitos de servicio, lo que sea. Todo aquello que pueda ampliar mi experiencia como policía.

—Pero ¿por qué? —continuó Patrik—. Quiero decir, ¿cuál es tu objetivo?

Hanna sonrió con tanta amabilidad como firmeza.

—Un puesto en la jefatura, naturalmente. En el seno de alguno de los distritos policiales más importantes. De modo que asisto a todo tipo de cursos, amplío mi experiencia y trabajo tanto como puedo.

—Suena como la receta del éxito —respondió Patrik sonriendo también. Sin embargo, la desmedida ambición que revelaba la colega lo hacía sentirse un tanto incómodo. Era algo a lo que no estaba acostumbrado.

—Eso espero —aseguró Hanna sin dejar de contemplar el paisaje que iban atravesando.

—¿Y tú? ¿Cuánto tiempo llevas trabajando en Tanumshede?

Patrik se irritó al oír que respondía un tanto avergonzado.

—Pues... desde que terminé en la academia, la verdad.

—Vaya, a mí me habría sido imposible. Pero eso significa que estás muy a gusto aquí. Eso me favorece a mí... —constató entre risas y volviendo la mirada hacia él.

—Sí, claro, lo puedes ver así. Sin embargo, también es por costumbre y por comodidad. Yo soy de aquí, aquí me crié y conozco la zona como la palma de la mano. Aunque ya no vivo en Tanumshede, sino en Fjällbacka.

—¡Ah, es verdad, me dijeron que estás casado con Erica Falck! ¡Me encanta cómo escribe! Bueno, sus libros sobre casos de asesinato, admito que no he leído las biografías...

—Bah, no te preocupes. Al parecer, media Suecia ha leído la última novela, a juzgar por las cifras de ventas, pero la mayoría ni siquiera sabe que ha escrito cinco biografías de otras tantas escritoras suecas. La que más vendió fue la de Karin Boye, y creo que sacaron nada menos que dos mil ejemplares... Por cierto, que aún no estamos casados, pero falta muy poco, lo hacemos el sábado de Pentecostés.

—Vaya, ¡enhorabuena! ¡Qué bonito, una boda en Pentecostés!

—Sí, bueno, esperemos... Aunque, para ser sincero, yo quisiera escaparme a Las Vegas y ahorrarme todo el jaleo. No tenía ni idea de que casarse fuese una empresa de tanta envergadura.

Hanna se rió de buena gana.

—Sí, me lo imagino...

—Pero tú también estás casada, por lo que he visto en tu documentación. ¿No os casasteis por la iglesia con toda la pompa?

Una sombra apagó el semblante de Hanna, que apartó la mirada y murmuró en voz tan baja que Patrik apenas la oyó:

—Lo hicimos por lo civil, pero de eso ya hablaremos en otra ocasión. Parece que ya hemos llegado, ¿no?

Ante ellos tenían, en efecto, un coche destrozado en la cuneta. Dos bomberos intentaban acceder al interior por el techo. No parecían tener prisa. Tras una ojeada al asiento delantero del coche siniestrado, Patrik comprendió la razón.

No fue casualidad que la reunión se celebrase en la casa de Erling W. Larson, en lugar de en las oficinas del ayuntamiento. Tras meses de constantes trabajos de renovación, la casa, o «la perla», como él solía llamarla, estaba por fin lista para ser admirada. Era una de las casas más antiguas y más grandes de Grebbestad, y le costó mucho convencer a los antiguos propietarios de que la pusieran en venta. Siempre esgrimían el mismo argumento y se lamentaban diciendo «que si había pertenecido a la familia», «que si había ido pasando de padres a hijos», pero los lamentos se convirtieron en un sordo murmullo que, a su vez, se fue tornando en alegre gruñir, a medida que él aumentaba el precio de su oferta. Y los imbéciles de los lugareños ni siquiera se percataron de que les había ofrecido mucho menos de lo que habría estado dispuesto a pagar. Seguramente, jamás habían puesto un pie fuera del pueblo y carecían de esa conciencia del valor de las cosas que se adquiría al vivir en Estocolmo, acostumbrados a las condiciones inmobiliarias de la capital. Una vez formalizada la compra se gastó, sin pestañear, otros dos millones en renovar la casa, y ahora le mostraba orgulloso el resultado al resto de la comisión municipal.

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