—¿Cómo es que Miles-san es lord Vorkosigan, y su hermano es Lord Mark, si los dos se apellidan Vorkosigan?
—Ambos son hijos del conde Aral Vorkosigan. Tu… ejem… amigo Miles-san es lord Vorkosigan porque es el heredero de su padre. Lord Mark, como hermano menor, tiene un título de cortesía sin deberes políticos directos.
—Oh.
El cónsul, con expresión pensativa, siguió a Tenbury y los nuevos barrayareses. Jacksonianos. Lo que fuera. Si lord Vorkosigan y lord Mark eran hermanos, ¿cómo es que habían sido criados en planetas diferentes? ¿Tenía que ver con ellos toda esta retorcida historia de los clones? ¿Y era ese niño de cinco años, el que tenía todos aquellos confusos nombres que ni siquiera su propio padre podía recordar, lord algo?
Jin pensó en la historia de Miles-san de que se le permitía asistir a las reuniones de su padre si estaba callado y demostraba ser útil, así que cerró la boca y se apresuró para no quedarse atrás.
Dos horas después, Jin estaba bostezando. Se preguntó si Miles-san se había quedado alguna vez dormido en alguna de aquellas reuniones. Tal vez el negocio de su padre, fuera cual fuese, era más interesante que éste. Habían seguido a Tenbury-san a todas partes: arriba y abajo y por zonas de las instalaciones que ni siquiera Jin había visto nunca. La conversación fue toda cosas aburridas de adultos sobre finanzas y desagües y regulaciones. No volvieron a tratar historias extrañas sobre clones y asesinatos médicos. Tenbury enseñó su taller y sus herramientas y sus trucos, lord Mark animó al custodio a parlotear todo el tiempo con demasiadas preguntas. Jin pensó en abandonarlos y volver a la sala de recuperación para ver si su madre y Mina se habían despertado ya. Le estaba entrando hambre.
Estaban cruzando el aparcamiento bajo el antiguo edificio de recepción cuando todo el mundo volvió la cabeza ante los golpes y gritos ahogados procedentes de una puerta donde ponía «Prohibido el paso».
—¿No sería mejor dejar entrar a esa persona? ¿O salir? —preguntó la señorita Koudelka.
—Salir. Y no —respondió Raven-sensei—. Son los prisioneros de lord Vorkosigan. Deben de haberse despertado. No quise administrarles demasiado sedante, encima de la pentarrápida y la resaca del aturdidor.
Lord Mark alzó las manos, las palmas hacia fuera.
—No es asunto mío, entonces.
No parecía sorprendido de que su hermano fuera por ahí drogando y deteniendo a la gente, y tan sólo preguntó:
—¿Cuándo piensa llevárselos? Espero llegar a un acuerdo muy rápido.
Raven-sensei se encogió de hombros.
—No lo sé. Son las piezas de su rompecabezas. —Como los golpes continuaron, añadió—: De todas formas, esperaré a que Roic vuelva y los tranquilice. Son una pareja desagradable.
Jin ladeó la cabeza y se atrevió a acercarse a la puerta.
—¡Eh! ¡Ésa es la voz del viejo Yani!
—¿Quién? —preguntó Raven-sensei.
—¿Estás seguro? —dijo Tenbury.
—¡Eh, Yani! ¿Estás ahí dentro?
Los golpes cesaron. Una voz temblorosa respondió:
—¿Jin? ¿Eres tú? ¡Abre la puerta y déjame salir!
—¿Dónde están los dos tipos? —gritó Jin.
—Oí golpes y gritos y me acerqué a mirar —respondió Yani, abatido—. ¿Qué hacen encerrando a la gente por aquí?
Raven-sensei alzó las manos y apretó los dientes.
—Oh, a milord Auditor no va a gustarle esto. —Se inclinó hacia la cerradura.
Lord Mark se apartó, sacando un aturdidor de su chaqueta negra. La señorita Koudelka no se colocó tras él, sino más bien lo rodeó para cubrir otro ángulo, meneando los hombros y flexionando las manos. De pronto pareció muy atlética.
Una tensa pausa, y la puerta se abrió.
Yani salió, maldiciendo. Parecía arrugado y salvaje, con un gran chichón en la frente y sangre seca en la nariz.
Raven-sensei se asomó al interior.
—Mierda. ¡Se han ido!
Mientras Roic los conducía al garaje subterráneo, Miles dio un respingo al ver a la multitud apiñada en torno a la puerta abierta de la oficina donde habían dejado a sus prisioneros. Sus ojos se dirigieron al espacio vacío sobre el asfalto donde estaba aparcada la furgoneta capturada de NeoEgipto, y se abrieron como platos cuando divisó la cabeza rubia destacando sobre las otras cabezas oscuras. Ni siquiera tuvo que volver a mirar para ver a quién vería, llegándole hasta los hombros.
—¿Qué demonios? —dijo Roic, deteniéndose—. ¿Qué está haciendo aquí la señorita Kareen?
—Siguiendo a mi hermano, sin duda. Lo que quiero saber es qué demonios está haciendo Mark aquí.
Desembarcaron, y Miles se abrió paso rápidamente entre los curiosos para contemplar la oficina vacía. Pero ni siquiera su mejor mirada auditorial pudo lograr que Hans y Oki reaparecieran por arte de magia. No es que los quisiera, exactamente… Se volvió para ver a Tenbury y Raven, Mark y Kareen, el cónsul Vorlynkin, Jin tirándole del hombro y contándole la historia de la fuga con voz rápida y aguda, y al viejo y cascado Yani, que parecía entre airado y contrito pero nada más, gracias a Dios, y por sus quejas todavía ajeno a su encuentro con uno de los más sombríos ángeles de la muerte de Kibou-daini.
—¿Cuánto hace que ha pasado? —Miles trató de reducirlo todo a lo esencial.
—Muy poco después de su marcha, supongo —dijo Raven tristemente—. Me temo que me quedé corto con la medicación. Lo siento…
Miles agitó una mano, en gesto de comprensión aunque no de absolución.
—Así que llevan libres al menos dos horas, tal vez casi tres. Tiempo de sobra para llegar a casa. O a alguna parte.
Un árbol táctico empezó a esbozarse en su mente. Si la pareja había escapado únicamente para salvarse, podrían estar en cualquier sitio, pero era improbable que volvieran, y desde luego no con refuerzos, pues la policía y sus propios jefes serían para ellos igualmente peligrosos en esta tesitura. Si regresaban diligentemente a NeoEgipto… las posibilidades se hacían más complejas. «Me pregunto si nos los habremos cruzado en la carretera. Demasiado tarde…» Los dos matones habían visto bien a Roic, tal vez también a Raven, no habían visto aún al memorable Miles, pero Roic era bastante notable él solo. Y una vez lo hubieran identificado, relacionarlo con Miles sería rápido, aunque bastante sorprendente desde el punto de vista de NeoEgipto.
Y NeoEgipto sabría ahora el emplazamiento de las instalaciones de Suze, y tenían que estar seguros de que Leiber, su objetivo original, había venido aquí, aunque no pudieran estar seguros de si estaba aquí todavía. ¿Había descubierto ya NeoEgipto que su empleado (antiguo empleado, a estas alturas, sin duda) había escapado con el criocadáver de Sato? Y si era así, ¿imaginarían que ya había sido revivida, o seguirían imaginando a Leiber guardándola en una criocámara como si fuera un recuerdo especialmente embarazoso? ¿Podrían referirse a los vids de seguridad que mantuvieran desde el día en que Miles y su fuerza de choque liberaron a la desafortunada sustituta, Chen? ¿Y a qué deducción llegarían si lo hacían? Y…
—Maldición —murmuró Miles—. Tengo que hablar de nuevo con ese idiota de Leiber.
Si quería averiguar la forma de pensar de aquellos ejecutivos clave de NeoEgipto, quería más detalles. Suspiró y alzó la voz.
—Oh, hola, Mark. ¿Por qué estás aquí? Y tan inesperadamente.
Mark ladeó la cabeza sin ningún tono de disculpa, sonriendo un poco.
Miles miró a Raven.
—Creía que teníamos un acuerdo sobre este tipo de empresas.
Con aspecto levemente culpable, Raven se encogió de hombros y murmuró:
—Una nave adelantada.
Miles dio la discusión por perdida.
—Hola, Kareen.
Ella lo miró, de forma tranquilizadora. Más o menos.
—Hola, Miles. ¿Cómo te va?
—No tan bien como creía, evidentemente.
Miró una última vez la pequeña oficina (todavía vacía) y se dio la vuelta. Tenbury, bendito fuera, estaba calmando a Yani y se lo llevó a que visitara a la tecnomed Tanaka.
Un penetrante aullido se alzó desde la parte trasera de la furgoneta del consulado.
—¡Fueraaa! ¡Fueraaa!
Vorlynkin alzó las cejas.
—¿Ha secuestrado a alguien más? —Su tono parecía más resignado que desaprobador.
Miles pensó en esas historias del agua desgastando la piedra: los filos del cónsul se estaban volviendo más redondeados, por fin.
—Esta vez no. Jin, el soldado Roic trae un regalo para ti. Cargamento vivo.
—¿De verdad? —Jin se animó al instante.
Miles le hizo un gesto con la cabeza a Roic, quien se llevó al niño a conocer a su nueva mascota. «Buena con los niños», había prometido la secretaria de Wing.
«Y te fías de esa gente, ¿por qué?»
Kareen, curiosa, siguió a Roic. Miles bajó la voz para dirigirse a Vorlynkin y Raven.
—Raven, ¿cuándo podrá salir la señora Sato del aislamiento médico?
—¿Para ir al consulado? —preguntó Vorlynkin.
Miles asintió.
—Si el secreto, que era nuestra primera arma, ha fallado, entonces el consulado sería un emplazamiento mejor para esquivar los ataques legales. Cierto que no tiene muchas ventajas para los ataques físicos e ilegales. He pedido ayuda, pero no ha llegado todavía.
Raven apretó los labios con reticencia médica.
—¿Mañana? No es que su bio-aislamiento no esté ya comprometido, con esos niños entrando y saliendo. Son pequeños vectores que hay…
—Bien, llénela de todos los potenciadores del sistema inmunológico que tenga en su arsenal…
—Ya lo he hecho.
Miles hizo un gesto con los pulgares hacia arriba.
—Entonces prepárese para levantar el campamento mañana lo más pronto posible. De hecho, Vorlynkin, si pudiera usted quedarse aquí esta noche, y estar preparado para mudarse con los chicos y ella en cuanto se dé el aviso, eso sería… prudente. Y con Leiber también —añadió, reacio.
—¿Cree que NeoEgipto reaccionará tan rápido? —preguntó Vorlynkin.
—En realidad no lo sé. Mi impresión de todos esos jefes de las criocorporaciones hasta ahora es que prefieren ahogarse bajo una montaña de abogados antes que, digamos, contratar a mercenarios, pero este grupo ya ha demostrado que puede moverse rápido si es necesario. Y, a pesar de las letales meteduras de pata, sus acciones hace dieciocho meses debieron de tener éxito en su momento. De todas formas, les deseo una noche inquieta y sin dormir tratando de encajarlo todo.
Vorlynkin frunció el ceño, mientras absorbía todo esto.
Miles se volvió hacia su hermano-clon.
—¿Y tú?
—Kareen y yo hemos venido de Escobar con intención de adquirir unos bienes inmobiliarios que ha localizado Raven —dijo Mark, impertérrito—. En resumidas cuentas, el chiringuito de la señora Suze sería el lugar perfecto para hacer pruebas a gran escala con humanos para el último tratamiento de extensión de vida del Grupo Durona. De ser así, pretendo comprar el lugar al actual e infeliz propietario del inmueble, un tal Fuwa: el material, las acciones y sus obligaciones legales. —Mark señaló con el pulgar hacia atrás para indicar a los durmientes congelados, almacenados en los pasillos ocultos de abajo—. Me tomaría como un favor personal, lord Auditor hermano, que no estropearas mi trato.
Miles hizo una mueca.
—Por fortuna, los puntos de vista Vor sobre el nepotismo siguen siendo culturalmente generosos incluso en lo que nuestro difunto abuelo habría llamado esta época degenerada. Pero no estropees mi caso.
—No tengo el más mínimo interés en tu caso, gracias. ¿Que cuál es, por cierto?
—¿Raven no te ha informado?
—No, ha mantenido virtuosamente la boca cerrada.
Bueno, no se podía decir que un Durona no se ganaba su paga.
—Todo empezó con el intento de una compañía criogénica de Kibou llamada CrisBlanco de expandirse a Komarr.
—Eso huele.
—Oh, ¿lo habías oído?
—No hasta ahora. Pero a simple vista hay una distancia física, financiera y cultural que no lo explica. —Los labios de Mark se curvaron brevemente—. Y luego estás tú, que apareces en mitad de todo esto. Es siempre una pista.
—Humm… —dijo Miles—. Bueno, la parte de CrisBlanco es un tren que ha salido de su estación, y puede seguir rodando hasta su destino previsto. Hasta ahora. La implicación de NeoEgipto es un asunto lateral que se ha vuelto complicado. —Apretó los dientes—. Estoy intentando impedir que se causen indebidos daños colaterales a un chico local que se hizo amigo mío, con cierto coste propio. Buenas intenciones, Mark. Mi camino está pavimentado con ellas.
—Entonces me alegro de no tener ninguna. —La mirada de Mark se volvió incómodamente astuta—. No es tu planeta, ya sabes. No puedes arreglarlo.
—No, pero… bueno, no. Pero.
—Bien, intenta no dejar demasiados escombros a tu paso. Puedo necesitar este sitio.
—Eso has dicho. —Miles vaciló—. Extensión de vida, diez. ¿Tiene mejor pinta que los dos últimos desarrollos de Durona que tanto te entusiasmaban? ¿Los que, perdona la expresión, murieron en los bancos del laboratorio?
—Tal vez. La única prueba humana parece esperanzadora hasta el momento. Lily Durona, por si sientes curiosidad.
Ahora le tocó a Miles el turno de alzar las cejas.
—Muy bien, estoy oficialmente impresionado, si Lily estaba dispuesta a probarlo consigo misma.
La sonrisa de Mark se volvió un poco amarga.
—Lily se quedó sin tiempo para esperar.
Miles tamborileó con los dedos sobre la costura de su pantalón.
—¿Se ha probado ya en un varón mayor? Ya que hablamos de quedarse sin tiempo.
Miles y su hermano-clon intercambiaron miradas muy similares.
—¿Crees que él podría dejarse convencer para probarlo?
—Humm… No por mi parte, quizá. Nuestra madre podría intentarlo. Es betana, ya sabes, todo por la ciencia.
—Ése es un motivo más para querer continuar con estas pruebas con humanos.
—Tal vez tendrías más suerte convenciéndolo si todavía fuera considerado una chorrada. Golpearía esos viejos reflejos Vor de servicio al Imperio, y todo eso.
—Es tan extraño…
Miles se encogió de hombros.
—Es el conde-nuestro-padre. Bien, si tu trato se cierra, ¿pasaréis Kareen y tú mucho tiempo en Kibou?
Mark negó con la cabeza.
—Cuando la cosa esté cerrada y en marcha, supongo que lo dejaré en manos de Raven para que lo desarrolle. La última vez fue ascendido. Hasta ahora, esto no es la competición que dejaría a un lado el negocio de trasplantes de cerebros de clon que esperaba, pero todavía estamos en las primeras fases. —Mark sonrió lentamente—. Por otro lado, si resultara dar suficientes beneficios, tal vez podría contratar a mis propios mercenarios espaciales y atacar a los lores de los clones jacksonianos directamente.