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Authors: Frank García

Cruising (29 page)

BOOK: Cruising
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—Por lo que veo te agrada la situación.

—Deseo complacerle.

—Déjate de formalismos. Ahora no. Aquí no. Deseo que me hables y trates como a uno de los tuyos. Dime lo que sientes.

—Lo puedes comprobar. Tus labios me han excitado. Me sucede cuando alguien me gusta.

—Ya lo veo.

Le quité la copa de las manos y la dejé sobre la bandeja.

Tomé su rostro con las manos y volví a besarlo. Se atrevió y buscó el interior de mi boca con su lengua carnosa. Nos besamos. Era la primera vez con un hombre y debo de reconocer que aquel beso me enervó provocando la excitación de todo mi cuerpo haciéndolo temblar.

—Sí, eres lo que necesitaba y no me digas que jamás besaste a un hombre.

—Siento haberte mentido. Pero…

—No digas nada. Enséñame cómo se hace con un hombre. Quiero que veas en mí a uno de tus amantes.

Sonrió y obedeció. Se abrazó a mí. Su torso se unió al mío y nuestras pollas sintieron la dureza la una de la otra.

—Si te dejas llevar, conocerás un placer que jamás soñaste que existiera.

—Quiero que así sea.

Se separó, tomó mi mano con la suya y me llevó hacia el lecho. Me tumbé y él lo hizo sobre mí. Acarició con sus manos partes de la piel que empezaba a estremecerse por aquel contacto. Sus ojos verdes y su hermosa sonrisa me embaucaron al igual que la piel bronceada que presentaba su desnudez. Me sentía bien. Me sentía a gusto. Me sentía deseado y con el deseo de entregarme y entregar.

Tomé su cara con mis manos. Nos miramos y nuestros labios se encontraron. Con los ojos cerrados soñé que volaba sobre una alfombra y que él estaba pegado a mí por detrás abrazándome. Sentía el calor de su pecho y brazos. Los labios jugaban con mi cuello y me hacían estremecer. Sobre aquella alfombra mágica, planeando en el espacio, me tumbó y recorrió con sus manos y labios mi cuerpo. Me rozó la polla y se la introdujo en la boca percibiendo un placer indescriptible. Nunca nadie lo había hecho como lo estaba haciendo él.

Sus labios carnosos apretaban el tronco de mi rabo y su musculosa lengua jugueteaba a su antojo. Sacó la boca, me miró y sonreí:

—No te detengas. Continúa.

—Nadie da mayor placer a un hombre que otro hombre. Recuérdalo siempre.

Volvió a lamerme la polla y con aquellas sensaciones desconocidas hasta entonces para mí, pensé en aquellas palabras. Era cierto, el placer que él me estaba provocando, nunca lo logró ninguna de mis mejores concubinas. Sentí la necesidad de acariciar su piel. Lamer su polla. Lo giré hasta que tuve su hermoso rabo frente a mí. Grande, de unos veinte centímetros, de piel morena y venas que lo rodeaban por todo el tronco. Me lo llevé a la boca y cerré los ojos. El líquido que desprendía se me antojó el más dulce néctar que hasta la fecha hubiera probado. Intenté tragarla entera y sentí una arcada. Volví a intentarlo y de nuevo otra arcada.

—Haz como yo. Tu rabo también es grueso y grande, y consigo tragarla entera. Relaja tu garganta y juega con ella.

Poco a poco conseguí que aquel rabaco traspasara mi garganta sin arcada alguna, con lo que disfrutamos de un maravilloso 69 mientras la alfombra seguía su curso y nosotros el nuestro. Se volvió, ascendió por mi cuerpo como una serpiente de sangre caliente. Cogió mi cara con sus manos y me besó. Luego colocó mi polla entre sus nalgas y sentí un nuevo calor, una nueva sensación. Sonrió y se sentó encima de mí. Se humedeció el ano con los dedos y cogiendo la polla se la introdujo poco a poco. Cómo describir aquel momento. Cómo explicar el placer que percibí al entrar en él, el calor de sus paredes anales, el fuego que desprendía su interior y la presión que provocaba al contraer y dilatar su esfínter. Sus manos se posaron sobre mi pectoral e inició movimientos que me enloquecieron: subiendo y bajando. Girando. Contrayendo y acrecentando. Y el calor se volvió volcán y nuestros cuerpos sudaban aún siendo acariciaros por la brisa de aquel espacio mágico. Su polla estaba muy dura. Casi pegada a su vientre. La tomé con la mano derecha y le masturbé. Separó sus manos de mi pecho y las colocó sobre mis muslos inclinándose hacia atrás. Emitía sonidos de placer que se unieron a los míos como una sinfonía perfecta. Continuó cabalgando encima y yo masturbándolo hasta que un chorro abundante de leche saltó al espacio y un grito de placer emergió de su garganta. Aquel primer chorro fue el comienzo del volcán que emanaba de su tronco duro como la piedra. En pocos segundos mi torso estaba inundado del preciado líquido blanco. Con aquel olor a macho en celo. El macho que estaba gozando con mi penetración. Sacó la polla de su culo y se tumbó sobre mí. Me besó, lamió parte de aquel líquido y me lo ofreció con su lengua. Lo degusté como un exquisito manjar. Me volteó dejando que mi pecho se pegara a la alfombra. Reptó por toda la espalda con su lengua y cuando llegó a mis nalgas las separó con las manos e introdujo su lengua en el interior. Suspiré con fuerza y levanté la cabeza. Luego me relajé. Dejé que jugara con aquel lugar que nunca había sido tocado, salvo para necesidades mayores. Su potente lengua lubricó mi ano entre suspiros de los dos. Los de él ahogados por no separar su boca de aquel lugar y los míos lanzados al viento que recogió y perdió en el espacio. Sus manos masajeaban mis nalgas y de vez en cuando las propinaba algún azote. Se tumbó sobre mí. Su duro tronco separó mis nalgas. Su boca buscó mi cuello y luego me pidió que me relajase. Mi ano estaba muy húmedo, provocado por su saliva y tal vez por la lubricación del placer que ejerció sobre él. Sentí enfilar su glande contra mi ano y comenzó a entrar. Me mordí la mano por aquel dolor extraño. Entre placer y dolor. ¿Era sólo placer? ¿Era sólo dolor? Mi mente se confundió. Mi ser se nubló. Mi cuerpo se estremeció y creí desfallecer a la vez que levitar. Su potente polla se iba abriendo camino muy lentamente y mi ano se dilataba dejándome llevar. Me estaba entregando a él porque así lo deseaba. Buscando placeres que pensé que no existían. Pronto estuvo completamente dentro y lo supe al percibir la caricia de su pubis sobre mi piel. Se tumbó de nuevo. Acarició mi rostro que se encontraba girado hacia un lado. Me besó:

—Ahora es el momento en que descubras que placer he sentido cuando tú estabas dentro de mí.

Incorporó su cuerpo. Colocó una mano a cada lado y su polla empezó a jugar. A entrar y salir. Al principio aquella sensación resultaba tan extraña a las conocidas que no supe en realidad lo que sentía, hasta que surgió el momento, como en un suspiro y la mente me descubrió el gran gozo. Gemía de placer y al percibirlo él, sus movimientos se aceleraron. No sabía si detenerlo o gritar que continuara. Confusión total. Éxtasis absoluto. Momento indecible. El corazón se aceleró. El cuerpo vibraba a un son desentendido.

Fue elevando mi cuerpo a la vez que él también se incorporaba. Los dos de rodillas. Su cuerpo pegado al mío por el fuerte abrazo y sin salir de mí besó mi cuello y girándolo le miré:

—Gracias por el momento.

Permaneció quieto unos segundos y luego me obligó con suavidad a que mis manos se apoyaran en la alfombra. Separó mis piernas y volvió al juego deseado. Embistió con fuerza, con pasión. Resoplaba en cada embestida y yo lanzaba gritos ahogados. Sentí el abundante semen en el interior. Lo hizo arder y con un grito se desplomó contra mi espalda. La sacó suavemente y creí sentirme solo aún estando encima de mí.

La alfombra navegó suave en un manto de brisa cálida. El silencio se adueñó del todo, incluso de nosotros. Las respiraciones se había sosegado y ahora los dos estábamos tumbados boca arriba, mirando el azul del inmenso cielo. Él buscó mi mano y al encontrarla la apretó con suavidad. Lo miré y él imitó el gesto. Sonreímos y nos hablamos con los ojos. Él me preguntaba si me encontraba bien y yo le respondía que feliz. Volvía a preguntarme si alguna vez había sentido algo similar y yo simplemente le sonreí, porque lo sentido era más de lo soñado. Se inclinó hacia mí y acarició mi torso, tomé su mano y la besé agradeciendo todo lo vivido.

La alfombra comenzó a descender. Nos asomamos por uno de los costados. Me rodeó con su brazo y al girar la cara, por unos segundos, sus labios se pegaron a los míos. Rozamos con nuestras manos las hojas de las palmeras, y entre ellas y la arena fina que presentaba aquel lugar, un grupo de chicos se poseían entre ellos. Cuerpos entrelazados, manos buscando lugares deseados, bocas ardientes entre labios ajenos, entre pollas desconocidas, entre culos anónimos. Mi compañero me miró:

—¿Deseas unirte a ellos?

—No. Te tengo a ti, a no ser qué…

—Deberías probar los deleites de la carne en su máxima exaltación.

—Tal vez tengas razón. Pero, sinceramente, por hoy he tenido lo que nunca pensé llegar a sentir y quiero mantener este recuerdo.

—Hoy has abierto una puerta que mantenías cerrada, no por deseo, sino por desconocimiento. Ahora eres tú quien elegirá si volver a cerrarla o dejar que airee la libertad que se esconde tras ella.

Cerré los ojos y la alfombra comenzó de nuevo su ascenso. Con los ojos cerrados sentí la brisa cálida sobre la piel. Percibí el aroma de aquel chico y los abrí, y al hacerlo lo encontré junto a mí en aquel camastro. Estaba dormido boca arriba. Me incliné hacía él sin tocarlo. ¿Fue sueño o realidad? Él me llevó a la cama y en ella comenzamos un juego de caricias pero… Aquel vuelo en alfombra… Toqué su torso, acaricié su vientre y rocé su polla. Con aquel roce comenzó a endurecerse, me incliné sobre ella y la introduje en la boca. Sí, ahora estaba seguro que no fue un sueño. Pues aquel sabor no podía ser provocado por ningún sueño si antes no fue degustado. Aquel olor a sexualidad es imposible imaginar en la más hermosa de las fantasías. Aquel tacto de la piel y del músculo endurecido, ningún sueño lo podía crear. Entonces sentí algo más: el calor dentro de mi ano. Un calor intenso y una sensación que sólo quien ha probado el contacto con un hombre puede describir.

Me levanté dejándolo allí en su descanso. Me encaminé hacia la zona de reposo, donde se encontraba la piscina, donde comenzara todo. Me tumbé sobre los cojines adamascados y miré hacia el agua del recinto que la contenía. Sonreí, porque donde antes mis concubinas retozaban refrescándose, ahora eran jóvenes de pieles morenas, brillando por el agua que resbalaba por sus cuerpos. Escuchaba sus risas, las palabras que unos se profesaban a otros y entre juegos y caricias, sus rabos comenzaron a alegrarse. Pronto unos se apartaron hacia una esquina y otros hacia la otra, los hubo que continuaron en el agua y quienes sobre cojines se sumergieron. Posturas distintas entre un mismo juego sexual que yo ya conocía. Se penetraban primero el uno al otro y luego cambiaban el rol. Pasado un tiempo, los más atrevidos se unieron a otros y así el juego se multiplicó en caricias, en besos, en penetraciones, en felaciones, en cuerpos unidos los unos a los otros, donde en ocasiones vulneraban las leyes de la gravedad y del contorsionismo. Por unos instantes estuve tentado a unirme a ellos, pero desistí y entonces escuché aquella voz:

—¿Desea algo?

Miré hacía la persona que preguntaba. Era aquel chico, aquel criado con el que descubrí una nueva forma de placer.

—Sí. Siéntate a mi lado y juguemos a su mismo juego. El que me has enseñado y del que todavía tengo mucho que aprender. Aquí nadie se atreverá a molestarnos y aún yo… no he eyaculado.

El chico se tumbó sobre los cojines y mientras nuestras bocas se volvían a encontrar, mis manos comenzaron a explorar lugares que tal vez, como un principiante, obviara la primera vez.

El viajero de los sueños

Corría a buen ritmo por un campo. El día era caluroso y como suele suceder en mis sueños, existía una música en el ambiente muy relajante. Mi cuerpo estaba cubierto de sudor y mi respiración era sofocante. No sabía porque corría, pero lo estaba haciendo y en completa desnudez. Algo natural en mí cuando estoy en un lugar donde lo puedo practicar con total libertad. Corría y la hierba fresca bajo mis pies provocaba una sensación de alivio y bienestar. Los masajeaba y acariciaba. El sol coronaba un cielo limpio de nubes y la brisa rodeaba mi cuerpo. Todo resultaba perfecto, salvo la sensación de no saber por qué estaba corriendo.

Las gotas de sudor se deslizaban por mi cabello, frente y rostro uniéndose en otra carrera a las que se precipitaban por el cuerpo. Algunas de estas gotas, salpicaban el espacio por los movimientos de los brazos, piernas, cabeza y tronco y como sucede en los sueños me podía ver desde fuera. Como el objetivo de una cámara de cine sobre una grúa que se movía a su antojo: unas veces en plano general, otras en plano medio hasta pasar a los primeros planos. En aquel primer instante un gran plano general me mostraba la inmensidad del lugar en el que me encontraba solo. A la espalda quedaban las montañas, al frente y los lados una gran campiña con árboles frutales, flores silvestres de todos los tamaños, colores y con aromas que embriagaban el lugar y los sentidos. Mientras, yo continuaba corriendo, como un maratoniano, sin cambiar el ritmo y con unos movimientos acompasados y elegantes. A mí mismo me extrañaba aquella imagen, pues no era un buen corredor en la vida real, pero claro, esto era un sueño, lo sabía y estaba disfrutando de él. Me hacía sentir libre percibiendo lo que un corredor siente ejecutando tal ejercicio.

Miraba a los lados. Seguía sin comprender lo que hacía allí. No conocía el lugar, pero en definitiva, que más daba todo. Estaba bien y eso era lo importante. Por fin me detuve frente a uno de aquellos árboles frutales y tomé un hermoso melocotón. Estaba en su punto de maduración, con su color rojizo y su piel suave aterciopelada. Lo limpié con la mano derecha y le di un bocado. Su carne jugosa refrescó mi boca y parte de aquel zumo cayó por mi cuerpo.

—¿Me ofreces uno?

Me volví al instante, pues escuchar aquella voz me sorprendió. Ante mí se encontraba otro chico de mi edad. Su cuerpo al igual que el mío se mostraba en completa desnudez y muy sudado. Su mirada me inquietó, era fuerte y penetrante. Tomé otro melocotón y se lo entregué. Lo limpió con la mano y se sentó en el suelo. ¿Quién era aquel personaje? Desde la vista aérea que minutos antes había tenido mientras corría, no había nadie cerca y…

—¿Quién eres? —le pregunté.

—Que importa quien sea. Estaba corriendo y te vi. Decidí alcanzarte para saber quien estaba en mi sueño.

—¿Tu sueño? Disculpa, pero creo que es el mío. Al menos… eso creo.

—Tu sueño, mi sueño, ¡qué más da! Los dos estamos aquí y disfrutando de un buen día.

BOOK: Cruising
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