Cruzada (42 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Cruzada
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―¿Demasiado cerca?

―Es difícil decirlo. No podemos pescar en sus aguas, pero no debería haber problemas mientras mantengan la distancia. Tendremos que preocuparnos sólo si deciden efectuar la captura exactamente en el mismo espacio, y no veo por qué motivo lo harían. Por ahora están pescando en mar abierto y nuestra tarea es muy diferente.

Inspeccionó con detalle la ballesta, ajustando el mecanismo que dispararía el delgado y punzante arpón varios metros bajo el agua. El sedal de la boya estaba enrollado con cuidado mas atrás, sujeto en su posición exacta. Sin duda Sagantha recordaba lo que había aprendido de niño. Eran armas preparadas para lanzar un único disparo, demasiado incómodas para recogerlas durante la captura, y era preciso que las manipulase una persona muy experimentada para usarlas con éxito.

―¿Han encontrado la raya? ―dije, ansioso.

Sagantha negó con la cabeza.

―Sólo la encontrarán si la buscan. El problema es que, al parecer, el capitán del
Colibrí
es un hombre muy religioso y no aceptará participar en nada que pueda afectar al Dominio. Si saliese mal, tendríamos que persuadirlo de que lo nuestro no tiene nada que ver con los inquisidores, sino que se trata de una intriga imperial. Por su ubicación estratégica, Ilthys siempre ha estado involucrada en uno u otro complot.

Clavé los ojos en el
Colibrí,
que seguía su curso en mar abierto, avanzando aproximadamente en dirección a nosotros. Pude divisar la bahía en forma de botella donde habíamos dejado la raya, una abertura entre dos masas rocosas, casi dos kilómetros más adelante. Ante esa situación adversa, nos veríamos forzados a cambiar de táctica.

Casi toda la tripulación del
Estela Blanca
estaba reunida en cubierta junto al palo mayor, preparando los arpones y las redes que utilizarían para bloquear las vías de escape de las presas. Los ayudé como pude, pero resultaba más una molestia.

Alcé la mirada otra vez hacia los acantilados cuando viramos, dando una vuelta en nuestra aproximación a la bahía y a los verdes bosques más allá. Aquello era lo que en Ilthys se consideraba costa agreste, aunque vi varias casas de campo blancas dispersas tierra adentro, rodeadas de bancales cultivados con jardines y orquídeas. El suelo debía de ser muy fértil en las laderas de la montaña, pero muy poca gente se había afincado allí debido al bosque.

Ahora el
Colibrí
estaba algo más lejos y suspiré con alivio. Estaba demasiado lejos para llegar a la bahía antes que nosotros, y, aparentemente, una vez que estuviésemos allí nadie nos molestaría. No podrían pescar en nuestras aguas.

Varias rocas con extremos afilados como dientes sobresalían en el mar a nuestro lado mientras entrábamos en la bahía, navegando sobre más lechos de algas.

―¡Aquí está bien! ―gritó el capitán―. ¡Echad anclas!

Cuando el navío se detuvo, el capitán se aproximó a nosotros.

―¿Dónde se encuentra la raya? ¿De qué lado? ―preguntó mientras hundía una mano en las verdes aguas. Era un hombre bajo y locuaz, bien afeitado, con aspecto más de pequeño comerciante que de pescador.

―Por allí ―dijo Sagantha señalando hacia la izquierda, donde un oscuro manto de algas rodeaba otras rocas traicioneras. Se trataba de un rincón de la ensenada al que ningún buque se atrevería a llegar.

―Muy astuto ―advirtió el capitán―. Pero tendréis que nadar un largo trecho. Esto es lo más cerca que podemos ir.

―Traeremos la raya aquí. ¿Tienes una silla de contramaestre para subirnos?

El capitán asintió.

―Buena suerte ―añadió a continuación.

Algunos miembros de la tripulación ya estaban en la barandilla de babor, preparándose para la primera captura. Las sogas crujían mientras elevaban con una polea una plataforma flotante hacia un lado y la afirmaban a la nave. Era lo bastante grande para que los hombres se subiesen a ella armados de arpones y largos cuchillos levemente curvos.

Esa era aún una expedición pesquera, de modo que debimos esperar nuestro turno hasta que tres de las balsas del navío estuvieron listas. Mi pelo ya estaba lo bastante largo para molestarme y me lo cortaría tan pronto como pudiese. Pero por el momento me lo até con un andrajoso trozo de tela. Ayudé a Sagantha a bajar los equipos y luego fui tras él bajando por una escalerilla de cuerda hasta la movediza balsa. Había allí espacio más que suficiente para nosotros dos, aunque su capacidad se vería muy reducida si se unía a nosotros un pez de tamaño considerable o un tiburón.

La húmeda madera de la balsa tenía aquí y allá manchas oscuras, sin duda sangre de visitas previas, aunque la tripulación las había limpiado lo mejor posible.

Fue arduo remar para alejarnos del barco y avanzamos con lentitud hacia las rocas. La distancia era de unos cincuenta metros y no había ninguna corriente que nos empujase. Se sumaban también otros problemas: pronto descubrimos que la balsa tendía a inclinarse hacia la izquierda debido a un madero torcido en su base y uno de nosotros debía remar a mayor velocidad sólo para mantener el equilibrio.

Oí gritos a mis espaldas respondiendo a alguna llamada y me volví para ver. Tres o cuatro hombres estaban aferrados a la barandilla del navío anclado. La segunda balsa flotaba vacía a unos cien metros de la misma; sus hombres debían de haber divisado alguna presa importante.

Ahora teníamos el fondo de algas mucho más cerca y pude observar peces más pequeños de brillantes colores nadando entre las hojas, eludiendo el paso de mi remo cada vez que se entrometía en su camino. Todavía no había a la vista ningún pez grande, pero debía de haber tiburones en la bahía. Lo importante era su tamaño y si se consideraban comestibles. En caso de ver alguno tendríamos que ir tras él, aunque había otros peces más comunes y fáciles de capturar. Especies abundantes pero menos apreciadas por los gourmets thetianos de la alta sociedad de Ilthys.

Ya estábamos bastante cerca, pero la inclinación de la balsa daba cada vez mayores problemas. No es que corriésemos el riesgo de hundirnos, pero sí de quedar varados en alguna roca debajo de la superficie.

―En esta parte las algas están más profundas ―dijo Sagantha―. Hacia aquí trajimos la raya. Deberíamos detenernos y dejar espacio suficiente para sacarla a flote.

Sin duda, Ravenna y Amadeo habrían detectado nuestra presencia mucho antes y estarían preocupados por el peligro de haber sido descubiertos. Era hora de tranquilizarlos. Cogí un extremo de la soga de amarre y me zambullí en el agua, buceando hacia abajo hasta que encontré una roca en la que fijarla. Entonces miré alrededor en medio de la penumbra, a través de las ondulantes algas, en dirección a la raya.

Como siempre, fue un placer volver a estar en el agua, sobre todo allí, donde el mar era tan maravillosamente cálido y colmado de vivos colores. Me mantuve bastante cerca de la superficie, pues aunque las algas no eran de ninguna especie peligrosa, sus raíces podían esconder desagradables sorpresas.

Ante mí había una inmensa y profunda mata de algas, más o menos paralela a la cara posterior del acantilado, donde habíamos ocultado la raya. Me incliné hacia un lado buscando un sitio donde las plantas fuesen menos densas y me metí de lleno sintiendo cómo sus frondas me acariciaban la piel.

La raya seguía allí, apoyada contra el otro extremo de la mata y posada en un espacio abierto cubierto de arena. Por una de las ventanas de la cabina vi durante un segundo el rostro preocupado de Ravenna. Luego se relajó y sonrió mientras me saludaba con la mano. Era necesario que hiciese emerger la nave para que yo la abordase.

Me retiré, manteniendo la distancia mientras Ravenna llevaba lentamente la nave a la superficie. A continuación nadé hacia arriba y esperé a que abriera la escotilla.

―¿Estáis con los pescadores? ―preguntó, inquieta, señalando hacia el navío.

―Alquilamos su barco por el día ―dije aferrándome a una aleta de la raya―. Sagantha quiere acercarlo tanto como sea posible y luego haceros desembarcar.

―Pero nos verán desde los pueblos.

―No por mucho tiempo ―sostuvo Sagantha, que había aparecido a mi espalda y se quitaba el pelo de los ojos―. Aunque sería mejor que regresemos en la balsa.

―¿Y qué haremos con la raya? ―le preguntó Ravenna―. Olvidé decirlo cuando os marchasteis, pero si todos vamos a Ilthys será inevitable dejarla en la superficie.

―Uno de nosotros deberá permanecer aquí ―afirmó Sagantha mientras se aferraba a otra aleta―. Mi intención era viajar a otras islas. Tengo allí muchos contactos antiguos.

―¿Y si alguien te delatase o si te descubriesen?

―Eso no sucederá ―replicó sin más―. Y habréis ganado otros aliados. Es una lástima que hayamos tenido que venir aquí; conozco a mucha gente yendo hacia el sur. En todo caso, van y vienen de Ilthys suficientes naves para que podáis huir sin dificultad. Por el momento no estáis en condiciones de hacerlo.

―Entonces habéis encontrado a la doctora―dijo Ravenna―. ¿Es buena?

―Sí. Mantiene antiguas relaciones con la corte, pero es digna de confianza. Ahora, si me permitís entrar en la cabina, regresaremos al navío pesquero. Cathan, vuelve a la balsa y hazles señales de que vamos para allí. Enviarán a más hombres para ocupar nuestro lugar, de modo que tendréis que nadar.

Eso no era ningún problema para mi, de modo que solté la aleta y nadé de regreso atravesando las algas. Ahora lo hice con más lentitud, disfrutando de mi viaje submarino y escogiendo una ruta menos directa, más cercana a las rocas. Junto a las mismas crecía un tipo de alga diferente, una especie de vivo color azul verdoso. Me resultaba familiar pero no se me ocurrió dónde la había visto antes.

Como tenía tiempo para investigar, me acerqué a verlas. No parecían venenosas y había algo en la forma de sus hojas que recordaba a una campana. Superaban en exhuberancia a cualquier planta marina que pudiera recordar y, al parecer, ésos eran sólo ejemplares pequeños.

Desprendí una hoja y la froté entre los dedos. No había ninguna razón especial para que tuviese que reconocer esa planta, y no era biólogo. Sin embargo, me intrigaba por algún motivo.

Debió de ser el súbito cambio de presión lo que me alertó. Me alejé de la planta, impulsándome con las piernas para subir a la superficie. Pero algo pasó a mi lado rozando mis pies y rasgándome la piel. Apenas tuve tiempo de percatarme cuando mi atacante dio media vuelta preparándose para una segunda embestida.

Entonces saqué la cabeza a la superficie y lo perdí de vista un momento. Las rocas estaban todavía a varios metros.

Volví a sumergir la cabeza, buscando desesperadamente la lisa forma gris mientras pataleaba a toda prisa.

¡Ahí estaba! ¡Por los dioses, aquello no era de ese lugar! Era un monstruo, un joven leviatán con agudas fauces y un cuello largo y flexible. Quizá demasiado largo para moverlo con rapidez, pero se me acercaba tan de prisa como podía fijando en mí uno de sus ojos. Llegué a la primera de las rocas, me aferré a ella y maldije al cortarme la mano con algo puntiagudo. Sacudí la mano y salí a medias del agua. No parecía haber ningún sitio plano para salir por completo y, al encontrar un borde al que pude aferrarme, esperé un instante. Aún podía ver la silueta del leviatán merodeando en mi busca.

¡Los leviatanes no atacaban a la gente! Eran carnívoros, pero se alimentaban de peces pequeños y carroña. Su boca no era de ningún modo lo bastante grande para ingerir una presa de mi tamaño, aunque sus dientes bastarían para matarme si mordían en los lugares precisos. ¿Qué le sucedía a ese ejemplar?

Y, sin embargo, me atacaba. Apreté los dientes y me impulsé fuera del agua, trepando con dificultad a la roca más cercana, justo a tiempo para evitar el contacto de sus fauces. Al hacerlo, me lastimé una pierna y un brazo. Eran rasguños pequeños, pero sangraban. Me eché hacia atrás en el momento en que el leviatán llegó a la roca. Su pequeña y aerodinámica cabeza asomó del agua por un instante con los ojos fijos en mí. Apenas había en aquella zona unos treinta centímetros de agua por encima de las rocas, y otro canal corría a unos pocos metros.

Sin duda lo guiaba el olor de la sangre. Tenía que alejarme del agua.

Intenté atraer la atención de uno de los barcos de pesca. Alcé las manos y las agité mientras gritaba tan fuerte como me atreví, pero nadie pareció percatarse de mis gestos. El leviatán se movía ahora rodeando las rocas, buscando una abertura para atravesarlas.

La costa estaba a más de doce metros y daba la impresión de existir otro sector de mar abierto en el extremo opuesto. Si pudiese conducir a la criatura hacia la zona menos profunda, varándola momentáneamente, quizá podría escapar.

Seguí moviéndome sobre las rocas. En su mayor parte estaban cubiertas de algas y resultaban resbaladizas. Volvía la mirada cada muy pocos segundos para constatar dónde estaba el leviatán. ¡Si tan sólo estuviera en una isla desierta en medio de la nada! Pero emplear la magia allí alertaría a los magos del Dominio y los conduciría directamente hacia nosotros.

Llegué de pronto a un lugar de aguas más profundas donde las rocas sobresalían cada vez más y, al volverme, descubrí que había perdido el rastro de la criatura.
¿
Dónde estaría?

Debía de estar cerca de mi, en algún sitio a mis espaldas, pues yo había salido del agua. Y no podía estar a mi derecha pues allí las rocas superaban la superficie en casi dos metros. ¿Dónde más podía estar? No me atrevía a dar el paso siguiente sin saberlo... ¿Se habría visto obligado a dar la vuelta?

Algo me tiró violentamente de los tobillos y sentí que resbalaba sobre las traicioneras algas, deslizándome hacia el agua. Reaccioné tarde y sentí que el agua me cubría la cabeza.

Tuve que cerrar los ojos un segundo, forzándome a permanecer bajo el agua. Eso era una fosa con doble salida. Miré a un extremo pero no conseguí ver nada más allá de las rocas. ¿Sería una fosa ciega?

Entonces miré al otro lado y me quedé paralizado al toparme con una masa animal a unos siete metros de distancia, con una estrecha cabeza y los ojos clavados en mí. Tenía la boca ligeramente abierta, mostrando unos dientes finos y agudos como estiletes.

Me observó por un momento, meciendo la cabeza hacia un lado y otro como una serpiente. Me había habituado a mantener enfrentamientos visuales con otros humanos, pero nunca con una gigantesca criatura marina como aquélla.

Alguna cosa me pinchó la espalda pero no me moví, deseando mantener a la criatura quieta el tiempo suficiente para pensar una estrategia. Estaba demasiado cerca para volver a intentar salir del agua. Mis posibilidades de éxito dependían de evitar que me mordiese las extremidades, pues mi cuerpo era demasiado grande para él. ¿Qué podía utilizar como arma?, ¿algún madero a la deriva?, ¿piedras sueltas? Busqué algo desesperadamente, pero no pude ver nada más que algas y arena. Más de esas algas extrañas que estudiaba cuando sufrí el primer ataque.

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