Cuentos de Canterbury (48 page)

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Authors: Geoffrey Chaucer

BOOK: Cuentos de Canterbury
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»Sin embargo, podría suceder que, debido a su gran pesar e irritación por este agravio, resolviera imponemos algún severísimo castigo. Te suplicamos, señora, que, en tal caso, tu piedad femenina impida que seamos despojados de nuestros bienes y condenados a muerte por nuestra locura.

—Muy peligroso y grave es, ciertamente —respondió Prudencia—, que uno se entregue por entero al parecer y voluntad de su enemigo, colocándose bajo su arbitrio y poder. Salomón advierte: «Creed mi opinión, gentes, pueblos y sacerdotes de la Santa Iglesia; jamás deis poder o dominio en vida sobre vosotros a vuestro hijo, ni a vuestra esposa, ni a vuestro amigo, ni a vuestro huérfano»
[450]
. Y si Salomón veda que se otorgue potestad sobre el cuerpo a hermano o amigo, con mayor razón prohibe que uno se entregue a su adversario. Con todo éste es mi consejo: no desconfiéis de mi amo, porque me consta que es un hombre pacífico y amable, compasivo, pródigo y sin codicia de hacienda o riqueza; lo que más le importa en este mundo es la buena fama y la dignidad. Además, estoy completamente seguro de que me consultará en este asunto, y yo, mediante la gracia de Dios Nuestro Señor, me las agenciaré para lograr que os reconciliéis con nosotros.

Ellos contestaron al unísono:

—Digna señora, sometemos a tu voluntad y albedrío nuestra vida y nuestros bienes. En la fecha que tú decidas acudiremos a cumplir nuestro deber y promesa tal como señale tu bondad: estamos dispuestos a acatar tu voluntad y la de nuestro señor Melibeo.

Prudencia, una vez escuchadas esas palabras, indicó a aquellos hombres que salieran sigilosamente. Cuando ella volvió junto a su marido le contó el arrepentimiento de sus enemigos y el reconocimiento humilde de sus faltas y su disposición a sufrir cualquier castigo; únicamente suplicaban clemencia y perdón a quien habían afrentado.

Melibeo respondió:

Aquel que confiese y se arrepienta de su falta sin disculparse, es digno del perdón e indulgencia que pide. Séneca opina: «Si hay confesión, existe perdón y gracia.» Efectivamente, la confesión acompaña a la inocencia. Y en otro lugar afirma el mismo pensador: «Merece el perdón quien confiesa y se avergüenza de su culpa.» En consecuencia, acepto firmar la paz, pero antes creo conveniente pedir la opinión y aprobación de nuestros amigos
[451]
.

Prudencia, rebosante de gozo, repuso:

Acabas de hablar de un modo muy sensato, pues así como pediste, para pelear, la opinión, aprobación y ayuda de tus amigos, tampoco debes hacer las paces con tus enemigos sin sus consejos. Leemos en la ley: «Es harto natural y conveniente que desate las cosas quien las ató»
[452]
.

Prudencia envió a continuación, sin dilación, recado a sus amigos y parientes más antiguos, leales y prudentes. En presencia de Melibeo les dio detallada cuenta de los acontecimientos, tal como he referido con anterioridad, demandándoles su opinión y parecer sobre la decisión más convencida a adoptar.

Cuando los amigos de Melibeo hubieron deliberado sobre el asunto de referencia, se mostraron acérrimos partidarios de mantener la paz y la tranquilidad, y sugirieron a Melibeo que, con ánimo conciliador, otorgara gracia y perdón a sus adversarios.

Prudencia, una vez oído el consejo de sus amigos y la consiguiente aprobación de Melibeo, su esposo, se alegró íntimamente al ver que todo se desarrollaba según sus intenciones, y dijo:

—Reza un viejo proverbio que no debe dejarse para mañana lo que se pueda hacer hoy. En consecuencia, señor, te encarezco que envíes a tus enemigos emisarios discretos e inteligentes para que, en tu nombre, declaren que, si quieren pactar la paz y un acuerdo, han de presentarse aquí sin demora.

Esta indicación se cumplimentó sin dilación. Los culpables enemigos de Melibeo, al escuchar las palabras de los enviados, se regocijaron de las nuevas; respondieron a Melibeo y a sus parientes con tono humilde, respetuoso y agradecido, y, en cumplimiento de las indicaciones recibidas, se dispusieron a ir con los emisarios.

En consecuencia, se encaminaron hacia la corte de Melibeo acompañados de unos pocos y auténticos amigos como testigos y mediadores.

Al encontrarse en presencia de Melibeo, éste les dirigió las siguientes palabras:

—A decir verdad, vosotros, sin causa, motivo ni razón justificada, me habéis ultrajado y ofendido sobremanera, al igual que a Prudencia, mi mujer, y a mi hija. Irrumpisteis en mi casa de un modo violento y me agravasteis de forma que sois reos de muerte. Quiero saber, pues, si dejáis el castigo y reparación de este ultraje en manos mías y de mi mujer.

En nombre de todos, el más sabio de los tres respondió como sigue:

—Harto sabemos, señor, que somos indignos de presentamos ante tu noble, digna y señorial corte; nuestras faltas y los profundos agravios que hemos causado a un señor de tan alta categoría como tú, nos hacen acreedores a morir. Con todo, al pensar en la gran bondad y misericordia que todos te atribuyen, hemos decidido doblegarnos ante tu elevada y compasiva nobleza. Estamos dispuestos a aceptar tus determinaciones. Te suplicamos que tu clemente misericordia tenga en consideración nuestra humilde sumisión y sincero arrepentimiento y nos condone el criminal ultraje cometido. Nos consta que el peso de tu bondad, reflejada en tu gran compasión y magnanimidad, supera la maldad de nuestros crímenes y culpas. Te suplicamos, pues, que nos perdones la horrenda afrenta que cometimos contra tu dignidad.

Ante estas palabras, Melibeo los hizo incorporar y, con gran afabilidad, aceptó sus promesas y ofrecimientos, que respaldaron con garantías y juramentos, y les emplazó para una fecha determinada; entonces les daría a conocer su sentencia.

Después de haber acordado esto regresaron a su casa, y Prudencia juzgó conveniente preguntar qué venganza iba a aplicar Melibeo a sus enemigos.

Melibeo respondió:

—Les confiscaré todas sus riquezas y los desterraré de por vida.

Prudencia alegó:

—Esa sería una decisión cruel e indiscreta, porque tú ya tienes riquezas suficientes y no necesitas las ajenas. Si obraras así, te tildarían fácilmente de codicioso. De este vicio todos deben huir, ya que, como afirma el apóstol, «la raíz de todos los males es la codicia».

»En consecuencia, seria preferible perder parte de tus propios bienes que enriquecerte de este modo. Mejor es perder bienes con honor que enriquecerse con deshonor y afrentas: todos debemos esforzamos en tener buena reputación. No basta, al respecto, gozar de buen nombre: debemos procurar siempre obrar de modo que se acreciente. Escrito está: "Cuando no se renueva y reafirma, la antigua buena fama de uno se desvanece pronto"
[453]
.

»Tocante a desterrarlos, lo encuentro poco racional y exagerado, precisamente por el total abandono con que a ti se te han entregado. Porque está escrito que "quien abusa del poder y fuerza otorgados, merece perder sus privilegios". Pero, aunque pudieras condenarles a esta pena según derecho —creo tal sea el caso—, creo que no deberías actuar así. Hacerlo equivaldría probablemente a reanudar la guerra.

»En consecuencia, si quieres sumisión, tu sentencia ha de ser muy moderada. Debes saber que "cuanto más considerado es el mandato, mayor es la obediencia". Intenta, pues, vencer tus impulsos en este tema, pues Séneca sentencia: "Quien a su corazón vence, doblemente vence"
[454]
. Y Tulio añade: "Lo más digno de loa en un Señor es verle benévolo, sencillo y fácilmente conciliador"
[455]
.

»En consecuencia, pues, te exhorto a que no seas vengativo. De este modo preservarás tu buen nombre, tu piedad y misericordia serán dignas de alabanza, y tu actuación no será motivo de posterior arrepentimiento. "Maldito triunfo si origina victoria arrepentida", afirma Séneca
[456]
.

»En consecuencia, te animo a que brote la clemencia en tu alma y corazón para que Dios Omnipotente se apiade de ti en el juicio Final, ya que, como Santiago afirma en sus Epístolas, "se juzgará sin misericordia al que no la tuvo con el prójimo"
[457]

Al oír Melibeo los loables argumentos y sólidas razones de su esposa, reconoció cuán discretamente le aconsejaba y enseñaba, y se doblegó a la voluntad de Prudencia, por captar la buena intención que la guiaba. Aceptó después obrar en consecuencia, siguiendo las exhortaciones de su mujer, y dio gracias a Dios, fuente única de bondad y virtud, por haberle otorgado esposa tan discreta.

Por este motivo, al llegar la fecha en que sus adversarios comparecieron ante él, les habló en tono muy afectuoso y les dijo:

—Vosotros procedisteis mal y me ultrajasteis, movidos por vuestro orgullo, presunción y locura, actuando con negligencia e ignorancia. Sin embargo, al ver y considerar vuestra gran humildad, y al constatar la contrición y arrepentimiento de vuestra culpa, yo me siento impelido a ser clemente y a perdonaros.

»Así, os admito en mi favor y os perdono por entero todos loa agravios, maldades e insultos que contra mí y los míos habéis cometido, para que Dios, en su infinita misericordia, en la hora de la muerte, nos perdone los pecados cometidos en este mundo miserable. Indudablemente, si acudimos contritos y arrepentidos de nuestras faltas ante la presencia de Dios Nuestro Señor, Él es tan bueno y compasivo que nos condonará nuestros yerros y nos acogerá en su bienaventuranza eterna. Amén.

Las alegres palabras entre el anfitrión y el monje

Cuando hube concluido el relato de Melibeo y la señora Prudencia y su bondad, el hospedero comentó: —Como que soy un hombre honrado, y por los preciados huesos de Madrián: habría preferido que mi mujer hubiera escuchado este cuento a beber un barril de cerveza. Nunca se muestra paciente conmigo como Prudencia con Melibeo. ¡Por los huesos de Cristo! Siempre que me dispongo a propinar una paliza a mis sirvientes surge ella con grandes varas y espeta: «¡Mata todos estos perros! ¡No les dejes un hueso sano!»

»Si alguno de mis vecinos no la saluda en la iglesia o la ofende, tan pronto como llegamos a casa se enfurece y exclama: "¡Infeliz cobarde; venga a tu mujer! Por el cuerpo de Cristo, dame tu cuchillo. Tú quédate con mi rueca y vete a hilar!" De la mañana hasta la noche la cantinela es la misma: "Desgraciada de mí que me casé con un lechero o con un mono cobarde, que se deja intimidar por cualquier tipo, y que no se atreve a respaldar los derechos de su mujer."

»Esta es mi rutina diaria. A menos que luche, me debo escabullir. De otro modo estoy perdido si muestro el menor indicio de tardanza o menos intrepidez que un león. Por su culpa algún vecino me matará. Soy peligroso empuñando la navaja, pero no me atrevo a enfrentarme con ella. Por cierto que sus brazos son fuertes. Os daríais cuenta si la ofendiéreis o contradijeseis. Pero dejemos este tema y continuemos.

—Señor monje —dijo—, no haga cara compungida. Ahora le toca a usted. ¡Mirad! ¡Casi hemos llegado a Rochester!
[458]
.

»Adelante, que nos queremos divertir. Pero, por mi honor, que no sé vuestro nombre. ¿Quizá sir John? ¿0 sir Albón? ¿0 sir Tomás? ¿En qué monasterio residís? Vive Dios que tenéis la piel suave. En nada se parece a un espíritu o penitente. Hay buenos pastos donde vivís. Debéis, sin duda, ser algún oficial, algún digno sacristán o despensero. Seguro que sois el amo cuando estáis en vuestra casa. No sois un enclaustrado ni un novicio, sino un administrador astuto y discreto. Y ¿qué decir de vuestra corpulencia y tez? Un bonito ejemplar para esta ocasión. Le pido a Dios que confunda al que os hizo entrar en religión. Ya habríais estrujado a más de una mujer. Si tuvierais tanta licencia como potencia para dedicaros al placer de procrear habríais engendrado muchas criaturas. ¿Quién os puso en este amplio redil? Si yo fuera Papa —que Dios me perdone—, no sólo a vos, sino a muchas cabezas tonsuradas que corren por ahí les daría esposa. ¡El mundo está perdido! La religión ha escogido la mejor parte de la procreación. Nosotros, los laicos, somos en esto enanos. De árboles débiles brotan vástagos enfermizos. Esto hace a nuestros herederos flojos y frágiles sin capacidad de engendrar. Esto ocasiona que nuestras mujeres intenten conquistar a los frailes. Esperan mejores servicios de ellos que de nosotros en los placeres del amor. ¡Rediez! No les pagan con luxemburgos
[459]
. No se enfade, señor monje, aunque bromee. Las verdades surgen entre broma y broma.

Este noble monje replico sin inmutarse:

—Me esmeraré, tal como conviene a mi honradez, en contaros uno, dos o tres cuentos. Y si escucháis, de ahora en adelante os relataré la vida de San Eduardo. O, si no, os puedo narrar algo trágico. En mi celda tengo al menos cien narraciones.

»La palabra
tragedia
implica una cierta clase de historia, tal como se ve en los libros de la Antigüedad, de aquellos que sucumbieron por la gloria; de gente que se deslizó del estado de prosperidad al de calamidad. Esto les ocasionó la muerte. Estos cuentos aparecen versificados en hexámetros, o versos de seis pies. También se compone en prosa y en versos de muy distinta estructura. Creo que con esta explicación basta.

»Si queréis oír, escuchad. Perdonadme si no sigo un orden cronológico estricto, ya sea acerca de papas, emperadores o reyes. Me saltaré el orden de aparición según los dictados de los eruditos. Algunos los pondré antes que otros, tal como los recuerde. Perdonad mi ignorancia.

El cuento del monje
[460]

A guisa de tragedia, lamentaré las desgracias de los que cayeron desde su alta posición a la irremediable adversidad, pues es bien cierto que, cuando la diosa Fortuna decide abandonarnos, nadie puede disuadirla. Que nadie conñe ciegamente en la prosperidad, sino que tome ejemplo de estos antiguos y verdaderos casos.

LUCIFER

Empezaré con Lucifer, aunque no era hombre, sino ángel. Pues a pesar de que la diosa Fortuna no pueda dañar a los ángeles, a causa de su pecado cayó de su alta posición hasta el infierno, donde todavía está. Lucifer, el más brillante de los ángeles, es ahora Satanás, y nunca escapará a la desgracia en que cayó.

ADÁN

Tomad como ejemplo a Adán, no engendrado de impuro esperma humano, sino moldeado por el mismísimo dedo de Dios en el campo donde ahora se halla Damasco. Dominó a todo el Edén, excepto un solo árbol. Ningún hombre en la Tierra ha poseído jamás las riquezas de Adán, hasta que su mala conducta le llevó, de gran prosperidad, al trabajo, la miseria y el infierno.

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