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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (50 page)

BOOK: Dame la mano
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—Sin embargo, a ti te ha conquistado.

Dave se quedó en silencio un momento.

—Ya sabes cómo hemos llegado a esta situación —dijo finalmente.

—No funcionará, Dave.

—Lo sé —dijo él en voz baja.

Leslie se inclinó hacia Dave.

—Yo no estoy apegada al pasado, Dave.

—En todo caso, Leslie, lo haces de un modo completamente distinto al de Gwen. Tú te dejas dominar por tu pasado. Te pasas el tiempo cavilando acerca de quién debió de ser tu padre. Hasta hoy has mantenido una lucha interior con tu madre para justificar lo que sientes por ella. Y con tu abuela, debatiéndote siempre entre el sentimiento de gratitud y la rabia que crece en tu interior cada vez con más intensidad cuando piensas en cómo fue tu adolescencia junto a ella. Has mandado a tu marido al diablo después de que te engañara, pero sigues pensando en él a todas horas, analizándolo, analizándote a ti misma, preguntándote cómo pudo pasar. No eres libre, Leslie. Libre para empezar una nueva vida.

Las lágrimas brotaban de nuevo en sus ojos y luchó obstinadamente por contenerlas.

—¿Y cómo se supone que debo hacerlo? ¡No puedo fingir que mi pasado no ha existido!

—Pero sí puedes aceptarlo como es. No vas a cambiarlo. Por consiguiente, acéptalo. Acéptate a ti misma y a lo que sientes. Jamás sabrás quién fue tu padre. Tendrás que vivir con eso, con el hecho de que tu madre fuera en unas ocasiones un ángel y en otras una absoluta irresponsable. Puedes sentir a la par gratitud por todo lo que hizo tu abuela por ti y odiar que fuera tan dura y que se hubiera preocupado tan poco por el alma de esa criatura de la que tuvo que ocuparse de repente. Y al diablo, ¡olvídate de Stephen de una vez! Te engañó. ¿Cómo puedes necesitar a un hombre que te ha engañado? ¿Crees que una cana al aire puntual habría terminado con vuestra historia si todo lo demás hubiera encajado? Una buena relación sobrevive a ese tipo de historias. Pero hay relaciones en las que un desliz de una noche es la gota que colma el vaso. Supongo que ese fue vuestro caso.

Ella se esforzó en sonreír, aun con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Justamente tú te las das de experto en relaciones? ¿Vas por la vida dando consejos?

Dave no perdió el gesto serio.

—Soy un fracasado en todos los aspectos, lo mires por donde lo mires. Tanto en lo que a relaciones se refiere como a la vida en general. Pero que alguien no sea capaz de tirar adelante no significa que no pueda tener una visión clara de lo que les sucede a los demás. Una cosa no quita a la otra.

En pequeños y lentos sorbos, Leslie se tomó el té. El calor que le proporcionaba le sentó de maravilla, le calmo el estómago. Pensó que había estado bien que Dave se hubiera dejado caer por allí en plena noche. Tal como la había encontrado, probablemente había evitado que continuara bebiendo hasta perder la conciencia. Se sentía afortunada de no tener que estar sola. Había llegado en el momento justo, pensó ya con más claridad, con más serenidad. Alzó la cabeza y se encontró con la mirada de Dave.

Le pareció comprender lo que transmitía su mirada. No se apartó cuando él se puso de pie, rodeó la mesa y le agarró las dos manos para levantarla a ella también, lentamente. Se entregó a un abrazo que la llenó de consuelo y de ternura. Porque aquello era justo lo que necesitaba en ese momento: quería apoyarse en alguien, quería sentirse protegida. Solo por esa noche, quería notar el latido de otro corazón junto al suyo, quería olvidar a Fiona y lo que había descubierto acerca de ella.

Dave la besó en la frente. Leslie levantó la cabeza y los labios de ambos se encontraron. Ella lo besó con una mezcla de desesperación y de rabia, mientras que él, a su vez, la correspondió con ternura y afecto. Lo que estaba haciendo era inaceptable, además de una equivocación, tal vez incluso fatal. Dave estaba prometido con otra mujer, era sospechoso de un asesinato. Pero hacía demasiado tiempo que Leslie no se permitía ningún error. Y le gustaba, era completamente distinto a Stephen. Era un hombre que su abuela jamás habría aceptado para ella. Por un lado le parecía impenetrable y desconocido, caprichoso tal vez, y distinto por demás a todos los hombres que había conocido hasta entonces. Pero al mismo tiempo, por contradictorio que pudiera parecerle, veía en él a un ser claro y transparente. Un estudiante con talento, un idealista, con ansias de mejorar el mundo, un revolucionario que estaba desperdiciando la vida, que era capaz de meter cuanto poseía en una maleta. De repente se dijo que era el hombre más opuesto posible a Stephen: este había terminado los estudios e incluso la especialidad, ganaba un buen sueldo y tenía un puesto fijo, gozaba de prestigio y era, aparentemente, el compañero perfecto, pero había descargado la frustración acumulada a lo largo de los años en un ridículo idilio extramatrimonial. En ese momento, Leslie comprendió por qué las cosas no habrían funcionado jamás con Stephen de todos modos: no estaba a su altura. Era demasiado convencional, demasiado previsible, incluso en lo más impensable: cuando la había engañado, cuando la había traicionado. Tampoco en eso era ambicioso, había salido una noche a ligar y había sentido la necesidad de confesarlo, ya fuera porque a pesar de todo no se sentía a gusto con su gran proeza. O tal vez porque ella no lo hubiera pillado.

Stephen había sido una parte se su vida, un fragmento. Nada más que eso.

Las manos de Dave se deslizaron bajo el jersey de Leslie y ella cerró los ojos cuando notó los dedos de él sobre sus pechos.

—No deberíamos hacerlo —murmuró Leslie mientras se preguntaba si lo decía sinceramente o si solo quería tranquilizar su conciencia ofreciendo una mínima resistencia durante unos instantes.

—¿Por qué no? —preguntó Dave en voz baja.

Habría sido tan fácil en ese momento y sentía tanto deseo, echaba tanto de menos la calidez, la protección, la seguridad… Le apetecía refugiarse en la unión física con un hombre para olvidar todo lo que la oprimía y la atormentaba.

Le apetecía notar un sustento. Se trataba de algo más que puro sexo.

Se trataba de encontrar un origen. De eso se trataba desde hacía años. Tal vez siempre había sido eso, durante toda su vida.

No quedaba claro si llegaría a encontrar ese origen, si lo encontraría con un hombre que sin duda despertaba en ella una fuerte atracción sexual, en el suelo de la cocina, o donde fueran a hacerlo: en un momento de máxima debilidad física, hambrienta, indispuesta por las náuseas y en un estado de inestabilidad mental porque todas aquellas inquietantes verdades que había descubierto acerca de Fiona.

La sensación de que el cuerpo se le disolvía en el placer la hizo cambiar de idea. La razón tomaba las riendas.

Intentó apartarse un poco, pero su espalda se encontró con la pared.

—No puedo hacerlo —dijo.

—¿Por qué no? —repitió Dave.

Su lengua le recorría los labios. Le gustaba cómo besaba, le gustaba la sensación que provocaban las manos de él sobre su cuerpo. Sin embargo, tenía miedo. Miedo de que el vacío que llegaría después fuera todavía mayor.

Apartó la cara hacia un lado.

—Es que no quiero hacerlo, Dave —dijo con un matiz cortante que se apoderó súbitamente de su voz.

Él se apartó con las manos en alto.

—Perdona.

—No pasa nada. Estoy bien.

Dave parecía desconcertado.

—Leslie, realmente he pensado que tú…

—Que yo ¿qué?

—Nosotros, pues —se corrigió—. Que hace un minuto deseábamos lo mismo.

—Sí. Hace un minuto. Pero ahora… ahora ya no.

Él la miró, pensativo.

—¿Dónde está el problema, Leslie? O mejor dicho: ¿quién es el problema? ¿Gwen?

—Sí. Gwen. Pero también el hecho de que yo… me siento aún demasiado vulnerable. No me apetece acostarme con un hombre al que apenas conozco estando tan vulnerable.

Él la miró fijamente y Leslie vio en sus ojos que la comprendía.

—En algún momento —dijo él—, tendrás que salir de esa concha en la que te encierras. Temes tanto que te hagan daño que apenas te atreves a vivir. Es… En cierto modo es como una espiral descendente, Leslie. Tienes que volver a salir antes de que te quedes sin fuerzas para subir de nuevo.

—No te preocupes. Lo tengo todo bajo control.

Dave no replicó nada y Leslie se molestó por ello. Consideró que él no tenía derecho a analizarla a ella y a su vida de ese modo, menos todavía teniendo en cuenta la posición en la que él mismo se encontraba: la policía sospechaba de él, la casera lo había puesto de patitas en la calle, su cuenta bancaria debía de estar bajo mínimos y tenía un compromiso matrimonial que no iba a ninguna parte… ¿Precisamente él quería contarle cómo funciona la vida?

—Cuando los hombres no podéis hacer nada —dijo en tono agresivo—, no hacéis más que soltar cosas que quizá sería mejor no decir. Quizá deberíais buscar de vez en cuando otras maneras de compensar la frustración sexual.

Él sonrió, pero no con desprecio, sino más bien con resignación.

—Créeme, puedo pasar sin hacer nada, si quieres llamarlo así. Lo que acabo de decir no era ninguna forma de compensación. Solo quería explicarte cómo veo tu situación. Pero tienes razón, tal vez me haya excedido.

—En cualquier caso, yo lo he sentido así —replicó Leslie.

—Lo siento.

De repente, los dos parecían casi cohibidos por la presencia del otro.

Ya estaba todo dicho. No había pasado nada.

Leslie se sentía cansada y sola.

—Me voy a dormir —dijo—. Puedes quedarte en la habitación de invitados. Stephen ya no la necesita.

—Gracias. Naturalmente, mañana mismo me buscaré otro alojamiento.

—Tómate tu tiempo.

Leslie lo siguió con la mirada mientras salía de la cocina.

Pensó que tendría que haberse sentido aliviada de haber hecho lo que debía. En lugar de eso, sin embargo, se sentía agobiada e insegura. Se sentó, sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno.

Al final, había vuelto a equivocarse con su reacción. Había reforzado aún más lo que la bloqueaba, la muralla que la rodeaba. Se había aislado todavía más. ¿Por qué no se había limitado a hacer lo que le apetecía sin pensar en qué pasaría después? ¿Es que ya no era capaz de disfrutar de la vida?

Perdida en sus cavilaciones, contempló cómo el humo se quedaba flotando en la cocina y acababa desapareciendo.

Esa noche le costaría pegar ojo.

2

Aunque Valerie se había acostado muy tarde, se había levantado muy pronto, y estaba saliendo del baño cuando le sonó el móvil. Envuelta en una toalla, fue corriendo hacia el dormitorio, donde el teléfono se estaba cargando.

—¿Sí? —respondió.

Era el sargento Reek, que por lo visto ya estaba de servicio antes de las siete de la mañana.

—¿Llamo demasiado temprano? —preguntó él con preocupación.

—Ya estaba desayunando —mintió Valerie—. ¿Qué ocurre?

—Por desgracia nada que pueda alegrarle especialmente, inspectora. Ayer a última hora conseguí contactar con los padres de Stan Gibson en Londres. Han confirmado que su hijo estuvo con ellos el fin de semana pasado en Londres, junto con la señorita Witty, porque quería presentársela a su familia. Supongo que ella también lo confirmará; Gibson no es tan tonto para mentirnos con algo tan fácil de comprobar.

—Gibson no tiene ni un pelo de tonto, Reek; eso es lo que nos causa más problemas. ¿Le ha parecido que podemos fiarnos del testimonio de sus padres?

—Sí. Están conmocionados, pero no por ello mentirían. Están demasiado confusos para ello. No son capaces de imaginar que su hijo haya podido cometer un asesinato. Lo describen como una persona amable, servicial y responsable. Sin embargo, ha tenido muchas relaciones que han terminado de manera repentina. Naturalmente, su madre lo atribuye a que las mujeres no son capaces de apreciar las cualidades de su hijo. En mi opinión, las mujeres no aguantan mucho tiempo a su lado. A buen seguro la señorita Witty podría darnos más pistas acerca de los motivos. Pero…

—Pero eso no aporta nada a la cuestión realmente importante. —Fue Valerie quien terminó la frase—. Es decir, al asesinato de Amy Mills.

—Es evidente que no puede imputársele de ningún modo el asesinato de Fiona Barnes —resumió Reek.

—Eso parece —replicó Valerie con resignación.

—Ahora saldré en dirección a Filey Road para probar suerte de nuevo con Karen Ward —dijo Reek. Sonó como si quisiera decir: La cabeza bien alta, ¡tenemos otros frentes abiertos!—. Ayer no apareció por su piso, pero tal vez llegara en algún momento de la pasada noche.

—¿Estuvo ya en el Newcastle Packet?

—Sí. Pero ayer no acudió al trabajo. Sus compañeros de piso tampoco tenían ni idea de dónde estaba. Y algo que podría ser interesante: afirmaron que Dave Tanner acudió dos veces al piso de la señorita Ward para ver si la encontraba. Además, se dejó caer también por el Newcastle Packet preguntando por ella, según me dijeron. Al parecer Tanner tenía muchas ganas de verla.

—Eso no tiene nada de extraño. Sigue manteniendo una relación íntima con ella.

—En cualquier caso, yo no excluiría a Tanner antes de que la señorita Ward haya confirmado su declaración. Ayer por la noche también pasé por el Golden Ball. Se acordaban de haberlos visto juntos. Sin embargo, se quedaron poco rato allí. Salieron del pub hacia las diez de la noche. En ese sentido puede que esa declaración no sea del todo concluyente.

Valerie se sintió agradecida de tener en Reek a un colaborador tan competente. Hacía muchas horas extras, y jamás lo había oído quejarse por ello.

—Hace realmente bien su trabajo, Reek —dijo Valerie como reconocimiento, e incluso a través del teléfono le pareció percibir la satisfacción que su comentario provocó en Reek.

—Enseguida aclaro el tema de la señorita Ward —se limitó a decir el sargento antes de dar por finalizada la conversación.

Mientras se vestía, Valerie reparó en lo pesados y fatigados que eran sus movimientos. Tuvo la impresión de ser todo lo contrario que Reek, siempre despierto y vibrante, preparado para la acción. ¿Era solo cosa de la decepción? ¿Había algo más aparte del hecho de que no hubiera podido resolver dos casos de golpe?

¿Es que había resuelto algún caso?

Fue a la cocina y encendió la cafetera. Un café era lo único que le apetecía. Ni siquiera tenía ganas de desayunar, ese acto casi sagrado para ella.

El día anterior se había pasado cerca de dos horas hablando con Stan Gibson sin conseguir que este perdiera el buen humor ni por un instante. Había respondido sonriente a todas sus preguntas, con cortesía y paciencia, sin la más mínima muestra de enfado o de irritación.

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