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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (69 page)

BOOK: Danza de espejos
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Azucena se puso de pie, sin demasiadas ganas, y se fue con él. Rosa aprobó con un movimiento de cabeza y volvió a su trabajo.

31

—¿Los encontraste? —preguntó Lord Mark.

—Sí —dijo Bothari-Jesek, tensa.

—¿Los destruiste?

—Sí.

Mark enrojeció y volvió a reclinar la cabeza contra el sillón de Azucena. Sentía el peso de la gravedad. Suspiró.

—Los miraste. Te pedí que no lo hicieras.

—Tenía que hacerlo. Para asegurarme de que eran los correctos.

—No. Podrías haberlos destruido a todos.

—Eso fue lo que hice. Empecé a mirar. Después les saqué el sonido. Después los adelanté rápido. Después miré de vez en cuando.

—Ojalá no los hubieras visto.

—Ojalá no los hubiera visto. Había horas y horas de grabación. No puedo creer que estuvieras allí tanto tiempo.

—En realidad, fueron cincuenta horas. O tal vez cincuenta años. Pero había varias cámaras funcionando al mismo tiempo. No importa lo que estuviera pasando, siempre veía un receptor en algún lugar. No sé si Ryoval lo hacía para estudiarlos o para disfrutarlos. Supongo que las dos cosas. Sus poderes de análisis eran sorprendentes.

—No… no entiendo algunas de las cosas que vi.

—¿Quieres que te las explique?

—No.

—Me alegro.

—Entiendo por qué quieres destruirlos. Fuera de contexto… serían una tentación horrible para el chantaje. Si quieres que jure mantenerlos en secreto, lo haré. Lo que quieras.

—Ésa no es la razón. No tengo intención de mantener esto en secreto. Nadie va a manipular mis hilos secretos. En general, puedes decírselo a todo el nexo del agujero de gusano. No me interesa. Pero… si SegImp consigue esos holovídeos, van a terminar en manos de Illyan. Y él no va a poder impedir que los vean el conde o la condesa, aunque estoy seguro de que lo intentaría. O Miles. ¿Puedes imaginarte al conde o a la condesa o a Miles mirando esa mierda?

Ella silbó entre dientes.

—Empiezo a darme cuenta.

—Piénsalo. Yo ya lo hice.

—El teniente Iverson estaba furioso cuando entró y me encontró con las cajas fundidas. Va a mandar una queja por los canales habituales.

—Déjalo. Si SegImp empieza a airear quejas contra mí o los míos, yo voy a airear las mías contra ellos. Un ejemplo: ¿dónde diablos estuvieron en los últimos cinco días? No pienso tener ni escrúpulos ni piedad para cobrarme esa deuda. De Illyan para abajo. A ver si se atreven conmigo… conmigo nada menos… —La voz se le extinguió en un murmullo hostil.

La cara de ella tenía un tono blanco verdoso.

—Lo… lo lamento, Mark. —Le tocó la mano, dudando.

Él la agarró de la muñeca y se la sostuvo con fuerza. Se le encendió el rostro pero ella no retrocedió. Él se sentó, o trató de sentarse.

—No te
atrevas
a tenerme lástima. Yo gané. Gané. Guárdate la lástima para el barón Ryoval, si quieres. Yo le vencí. Le hice polvo. Le gané en su propio juego, en su terreno. No voy a permitirte convertir mi victoria en derrota por tus…
sentimientos
. —Le soltó la muñeca. Ella se la frotó y lo miró, sin bajar los ojos—. Eso es lo que importa. Puedo sacarme a Ryoval de encima, si me dejan. Pero si saben demasiado… se ven esos malditos vídeos… nunca van a dejar eso en paz, nunca. Volverían con eso una y otra vez, y me harían volver a mí. No quiero tener que luchar contra Ry Ryoval en mi mente, yo no. Es suficiente. —Hizo una pausa y dejó escapar aire por la nariz—. Y tienes que admitirlo. Sería especialmente malo para Miles.

—Ah, sí —aceptó Bothari-Jesek suspirando.

Fuera, el transbordador personal de los Dendarii, con la sargento Taura como piloto, elevó la primera carga de doctoras Durona hacia el yate de Mark en órbita. Él hizo una pausa para mirar cómo desaparecía de la vista.
Sí. Iros, iros, iros. Fuera de este agujero, vosotras, yo, todos nosotros, los clones. Para siempre. Iros y sed humanos, si podéis. Yo voy a intentarlo. Si puedo
.

Bothari-Jesek lo miró de nuevo y dijo:

—Van a insistir en un examen físico, eso ya lo sabes.

—Sí, y van a ver algo. No puedo esconder las palizas, y Dios sabe que no puedo esconder lo de la alimentación forzosa… Grotesco…

Ella tragó saliva y asintió.

—Yo pensaba que ibas a… a… no importa.

—Te dije que no miraras. Pero cuanto más tiempo pase hasta el examen de un médico competente de SegImp, tanto más vago puedo ser sobre el resto.

—Te tienen que poner en tratamiento, eso es seguro.

—Azucena Durona hizo un trabajo excelente. Y yo le pedí que no hubiera ningún registro, excepto en su cabeza.

—No trates de evitarlo totalmente —advirtió Bothari-Jesek—. La condesa se dará cuenta. Y no creo que puedas prescindir de… algo más. No me refiero a lo físico…

—Ah, Elena. Si hay algo que aprendí en la última semana, es lo mal que están los cables en el fondo de mi cerebro. Lo peor que encontré en ese sótano de Ryoval fue el monstruo en el espejo. En el espejo psíquico de Ryoval. Mi monstruo familiar, el de las cuatro cabezas. Y queda demostrado que era peor que Ryoval mismo. Más fuerte. Más rápido. Más astuto. —Se mordió la lengua, consciente de que estaba empezando a hablar demasiado, de que parecía estar al borde de la demencia. Pero no creía estarlo. Sospechaba que se hallaba al borde de la cordura y que había llegado por el camino más largo. De la forma más dura—. Sé lo que estoy haciendo. En cierto nivel, sé exactamente lo que estoy haciendo.

—En un par de vídeos… parecías estar engañando a Ryoval con una doble personalidad falsa. Hablabas contigo mismo…

—Nunca hubiera podido engañar a Ryoval con nada falso. Él estaba en ese asunto desde hacía décadas: sabía buscar en el fondo de los cerebros de la gente. Pero mi personalidad no se dividió. Fue más bien como si se… invirtiera… —Nada que le hiciera sentirse tan profundamente entero, completo, podía ser división de la personalidad—. No fue algo que decidí hacer. Lo hice, simplemente.

Ella lo estaba mirando, profundamente preocupada. Él tuvo que reírse en voz alta. Pero el efecto de la risa no pareció tranquilizarla.

—Tienes que entender —dijo Mark—. A veces la locura no es una tragedia. A veces es una estrategia para sobrevivir. A veces es un triunfo. —Dudó—. ¿Sabes lo que es una banda negra?

Ella meneó la cabeza en silencio.

—Es algo que aprendí en un museo de Londres, una vez. En los siglos XIX y XX en la Tierra, tenían barcos que navegaban sobre los océanos, barcos que funcionaban a vapor. El calor de los motores venía de grandes fuegos de carbón en los vientres de los barcos. Y había unos pobres tipos que ponían el carbón en los hornos. En medio de la mugre, el calor, el sudor y el olor. El carbón los ponía negros y los llamaban la banda negra. Eran los fogoneros. Y los oficiales y las damas finas no querían tener ninguna relación social con esos pobres tipos. Pero sin ellos, nada se movía. Nada ardía. Nada vivía. No había vapor. La banda negra. Héroes sin canción. Tipos de clase baja, feos, deformes…

Ahora ella no tendría dudas de que él estaba diciendo tonterías. El panegírico de lealtad feroz hacia su banda negra, cantado así, con voz destemplada… probablemente no era buena idea en ese momento.
Sí, y nadie me quiere a mí
, susurró Eructo, quejándose.
Será mejor que te acostumbres
.

—No importa. —Él sonrió—. Pero te digo una cosa: Galen me parece pequeño después de Ryoval. Y a Ryoval, a Ryoval
le gané
. De un modo extraño… me siento bastante libre, ahora. Y pienso seguir así.

—A mí me da la impresión de que ahora estás un poco descontrolado, no libre, Mark. En Miles, sería normal. Bueno, frecuente. Pero él siempre llega a la cúspide y después baja al fondo del pozo. Creo que deberías prestar atención a ese esquema… tal vez lo compartes con él.

—¿Estás diciendo que es como tener el humor colgado de un resorte gigante?

Ella dejó escapar una risita a su pesar.

—Sí.

—Voy a tener cuidado con el perigeo.

—Ah, sí. Aunque yo diría que hay un lugar en el que los que tienen que agacharse y correr son los demás y ese lugar es el apogeo.

—Además, ahora tengo varios calmantes y estimulantes en mi sistema —mencionó él—. Nunca habría podido sobrevivir a las últimas dos horas sin ellos. Me temo que el efecto de algunos se me está agotando. —Bien. Eso tal vez le explicaría a ella parte de las tonterías, y tenía la ventaja de ser cierto.

—¿Quieres que vaya a buscar a Azucena Durona?

—No. Lo único que quiero es quedarme sentado aquí. Y no moverme.

—Creo que ésa es una buena idea. —Elena se levantó de la silla de un salto y cogió el casco que había dejado a un lado.

—Ya sé que quiero ser cuando sea grande, eso sí —dijo él, de pronto. Ella hizo una pausa y levantó las cejas—. Quiero ser analista de SegImp. Civil. Alguien que no mande a la gente a su muerte por errores de cálculo en tiempo o espacio. O en preparación. Quiero sentarme en un cubículo todo el día, rodeado de una gran fortaleza y hacerlo bien. —Él esperaba que ella se riera.

Pero ella asintió, seria.

—Te lo digo como alguien que está en el extremo aguzado del palo de SegImp: a mí me encantaría eso.

Le hizo un saludo casi militar y se volvió para marcharse. Él pensó en la mirada de sus ojos mientras la veía descender por el tubo. No era amor. No era miedo.

Ah, así que es de esta forma como se expresa el respeto
.

Podría acostumbrarme a eso
.

Tal como le había dicho a Elena, Mark se quedó sentado un buen rato mirando por la ventana. Tarde o temprano iba a tener que moverse. Tal vez pudiera utilizar la excusa del pie roto para que le trajeran una silla flotante. Azucena le había prometido que los estimulantes le darían seis horas de coherencia, después de lo cual tendría que pagar la cuenta metabólica a enormes tipos biológicos con mazos y ojos salvajes, hombres fuertes que vendrían a cobrarse la deuda de los neurotransmisores. Se preguntó si esa absurda imagen onírica era la primera señal de esa caída. Rezó para aguantar hasta que todos estuvieran a salvo en el transbordador de SegImp.
Ah, hermano. Llévame a casa
.

Oyó ecos de voces en el tubo elevador. Vio a Miles en el riel con una Durona siguiéndole los pasos. Miles estaba terriblemente delgado, esquelético casi, y muy pálido con el traje gris de las Duronas. Los dos parecían dedicados a algún tipo de reciprocidad del crecimiento. Si él hubiera podido transferirle mágicamente los kilos que le había obligado a aumentar Ryoval en la última semana, los dos habrían tenido mejor aspecto. Pero si él seguía engordando, ¿Miles se desvanecería en el aire? Una visión perturbadora.
Son las drogas, muchacho, son las drogas
.

—Ah, bueno —dijo Miles—. Elena me dijo que todavía estabas aquí. —Con el aire alegre de un mago que presenta un truco particularmente bueno, hizo un gesto a la joven para que se adelantara—. ¿La conoces?

—Es una Durona, Miles —dijo Mark con voz amable, agotada—. Las veo hasta en la sopa… —Hizo una pausa—. ¿Se trata de una pregunta con doble intención? —Después se sentó más derecho, impresionado. Entendiendo. Sí que se puede diferenciar a los clones…—. ¡Es ella!

—Exactamente —dijo Miles, contento—. La sacamos de lo de Bharaputra, Rosa y yo. Y se va a Escobar con sus hermanas.

—¡Ah! —Mark volvió a reclinarse—. Ah, Dios. —Se frotó un punto en la frente.
No era tuyo el punto, Vasa Luigi
—. Creía que no te interesaba rescatar clones, Miles.

—Tú me inspiraste —dijo Miles, pero hizo un gesto de dolor.

Ah. No. No había querido eso refiriéndose a lo que había pasado en lo de Ryoval. Era obvio que Miles había arrastrado a la muchacha para hacer que él se sintiera mejor. Y algo menos obvio para Miles, aunque para él era más claro que el agua: todo eso tenía que ver con un sutil elemento de rivalidad. Por primera vez en su vida, Miles estaba sintiendo el aliento pesado y caliente de la competencia entre hermanos, muy cerca, sobre su hombro.
¿Te pongo nervioso? ¡Ja! Acostúmbrate, muchacho. Yo viví con eso veintidós años
. Miles había hablado de Mark como «mi hermano» en el mismo tono que empleaba para «mis botas» o tal vez «mi caballo». O… bueno, había que darle crédito a «mi hijo». Con un cierto paternalismo escondido. No había esperado a un igual con agenda propia. Y así, de pronto. Mark se dio cuenta de que tenía un nuevo hobby, un hobby delicioso que lo entretendría durante años:
Dios, sí que voy a disfrutar de ser tu hermano
.

—Sí —dijo con alegría—, tú también puedes rescatar clones. Yo sabía que podrías si lo intentabas. —Rió. Para su asombro y desdicha, la risa se convirtió en un sollozo en su garganta. Los ahogó a los dos. No se atrevió a volver a reírse ni expresar ninguna otra emoción. En ese momento no podía. Tenía muy poco control—. Estoy muy contento —afirmó con toda la neutralidad que pudo.

Miles, que lo había visto todo, asintió.

—Me alegro —dijo con la misma neutralidad.

Dios te bendiga, hermano
. Por lo menos, Miles entendía lo que era caminar sobre el filo de una navaja.

Los dos miraron a la muchacha Durona. Ella se retorcía un poco, inquieta bajo el peso de esa doble expectativa. Se echó el cabello para atrás.

—Cuando te vi por primera vez —le dijo a Mark—, no me gustaste mucho.

Cuando me viste por primera vez, tampoco yo me gustaba mucho
.

—¿Ah, sí? —la alentó él.

—Aún me sigues pareciendo muy cómico. Más cómico que el otro. —Hizo un gesto hacia Miles, que la miró sin expresión—. Pero… pero… —Las palabras no le salían. Alerta y asustada como un pájaro salvaje frente a un comedero, se atrevió a acercársele, se inclinó y lo besó en una mejilla inflada. Luego, como un pájaro, huyó.

—Mmm —dijo Miles, mirándola bajar por el tubo elevador—. Esperaba un poco más de entusiasmo en esa demostración de gratitud.

—Ya aprenderás —dijo Mark sin alterarse. Se tocó la mejilla y sonrió.

—Si crees que eso es ingratitud, prueba con SegImp —aconsejó Miles sombrío—. «¿
Cuánto
equipo perdiste?»

Mark levantó una ceja.

—¿Citando a Illyan?

—¿Lo conoces?

—Oh, sí…

—Ojalá hubiera estado allí cuando os visteis.

—Ojalá hubieras estado allí, sí —dijo Mark con sinceridad—. Fue… cruel.

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