Los fieros hombres lobo llamados Garou se enfrentan a un mensajero del Apocalipsis, una enorme bestia del Wyrm capaz de devorar la misma historia y que amenaza con corromper Europa entera. En estas últimas partes de la serie Novelas de Tribu, los Garou tienen una última oportunidad de proteger a Gaia y derrotar a esta terrible monstruosidad.
En la Novela de Tribu: Danzantes de la Espiral Negra, el loco Lord Arkady viaja hasta Malfeas y se encuentra cara a cara con el mismísimo Wyrm.
Eric Griffin
Danzantes de la Espiral Negra
Novelas de tribu - 13
ePUB v1.0
Ukyo29.06.12
Título original:
Tribe Novel: Black Spiral Dancers
Eric Griffin, noviembre de 2002.
Traducción: Manuel Mata Álvarez-Santullano
Ilustraciones: Ron Spencer
Diseño/retoque portada: Ukyo
Editor original: Ukyo (v1.0)
ePub base v2.0
Para Damon
que sabe cuándo hay que buscar monstruos
Los dos Garou que esperaban sentados en cuclillas en el frío suelo de la caverna eran tan diferentes como el día y la noche. El primero de ellos era orgulloso, de porte regio. Era un guerrero legendario, un astuto estratega, un hombre destinado por la profecía a dirigir a la Nación Garou en la Última Batalla.
El otro era un don nadie de humildes orígenes. Un vagabundo incapaz de conservar un trabajo estable. Un vago reconocido e impenitente.
—Otra vez —exigió Stuart. A juzgar por su tono, había olvidado por un momento quién era quién. Hablaba con el tono de voz de un maestro frustrado—. La espiral. Se nos tiene que haber pasado algo.
Arkady borró los complejos diagramas y los elaborados trazos del suelo de la caverna. Lentamente, comenzó de nuevo. Con un solo movimiento, sin levantar una sola vez la punta ennegrecida del estilo de hueso de la irregular superficie, trazó una espiral perfecta y continua. Nueve veces se arrolló la figura sobre sí misma antes de desaparecer en su singularidad final. Una tosca mancha negra como el carbón.
—Debe de haber un camino —repitió Arkady como si estuviera tratando de convencerse de ello—. Una manera de recorrer la espiral sin sucumbir a la corrupción. De penetrar en el corazón del laberinto y emerger victorioso al otro lado. Lo dice la profecía. Tiene que ser posible —golpeó ruidosamente el suelo de la caverna con el puño.
—A menos, claro, que los profetas no estuvieran más que dando rienda suelta a sus propios deseos —dijo Stuart—. O los eruditos de tiempos anteriores estuvieran tratando de encontrar la manera de justificar el hecho de que Lord esto-y-lo-otro acabara de salir por el otro lado completamente loco.
—No tiene gracia —dijo Arkady—. He perdido demasiados parientes por culpa de esta posibilidad como para empezar a cuestionármela ahora.
—A mí me parece que es el momento ideal para hacerlo —dijo Stuart—. Y ya no puedo leer una maldita cosa de lo que estás escribiendo. El suelo entero está manchado de negro y creo que se me empiezan a entrecruzar los ojos. ¿Qué tal si lo dejamos?
—Dijiste que serviría de algo. Dijiste que podía haber un camino.
—Podría ser. Pero hemos repetido esto una docena de veces y que me aspen si encuentro algo. Puede que por la mañana las cosas parezcan más claras. A última hora de la mañana —añadió apresuradamente.
—Duerme entonces. Yo haré guardia —le espetó Arkady. Se puso en pie y empezó a pasear por el interior de la caverna. Sus pasos lo condujeron instintivamente en una trayectoria circular cada vez más estrecha.
Stuart se estiró en el suelo con la barbilla apoyada en la mano.
—No me parece bien. Aunque lograras llegar hasta la espiral, cosa dudosa en el mejor de los casos, no podrás hacer nada al llegar allí salvo repetir los mismos errores cometidos por todos los que te han precedido. En cuanto pongas el pie en la Espiral Negra, estás perdido. No hay vuelta atrás, no hay salida. Te tiene en su poder y empieza a trabajar sobre ti hasta quebrarte el espinazo.
La serpenteante trayectoria seguida por Arkady volvió a llevarlo junto a Stuart. Esta vez lo apartó de un empujón y siguió su camino.
—¿Ese monólogo te está ayudando a clarificar tus pensamientos o tiene por objeto ayudarme? —preguntó Arkady.
Stuart suspiró y se puso en pie.
—Olvídalo. Olvida que alguna vez haya dicho algo.
Siguió con la mirada la figura de Arkady, vio el rastro de pisadas ennegrecidas que iba dejando tras de sí como un hilo suelto.
Ausente, siguió hacia atrás las pisadas, vio los dos pares de rastros que discurrían próximos, paralelos.
Pero si aquellas huellas marcaban la senda de la Espiral Negra, ¿qué era la estrecha franja de terreno en la que Stuart se encontraba ahora? Con un creciente sentimiento de excitación, sacó el cuaderno de notas de su bolsillo. Recorrió rápidamente sus páginas y dibujó una copia de la infame espiral de nueve giros. A continuación la observó con la mirada entornada hasta que sus ojos se negaron a seguir enfocando el diagrama y todo se confundió en su mirada antes de recobrar de improviso y en un instante la claridad.
—¡Ahí! —exclamó.
Arkady se detuvo de inmediato y se volvió con expresión preocupada.
—¿Dónde? —dijo mientras daba un paso hacia Stuart.
—¡No! Tienes que seguir por ese camino —lo reprendió Stuart—. Regresa a mí pero hazlo por el camino apropiado. Quédate en la Espiral Negra.
Arkady suspiró pero hizo caso a su excitado compañero. No tardó en volver a estar a su lado.
—Ahora vuelve a seguir el mismo camino —dijo Stuart—. Igual que la última vez. Sólo que en esta ocasión, yo iré contigo.
—¿Ese es tu plan? —preguntó Arkady con incredulidad—. ¿Vas a acompañarme a la guarida del Wyrm?
—Oh, no. Mi madre no parió a ningún idiota y no hay nada en el mundo que pueda arrastrarme a Malfeas contigo. Esto es sólo para demostrar algo. Camina.
Arkady se encogió de hombros fingiendo desinterés y empezó de nuevo a caminar sobre las huellas negras. Stuart andaba a su lado, hombro con hombro. Dieron una vuelta completa a la caverna.
—La verdad es que no veo qué tiene esto que ver con… —empezó a decir Arkady. Pero Stuart le hizo callar y lo siguió en una segunda vuelta. Y una tercera.
—¿Y la razón de este pequeño ejercicio es…? —preguntó al fin Arkady, cuya paciencia empezaba a agotarse.
—La razón es —replicó Stuart con una sonrisa de triunfo— que sigo a tu lado, después de tres vueltas completas del patrón, y aún sigo sin poner el pie en la espiral negra.
Arkady se detuvo bruscamente.
—¿Cómo es posible eso? —preguntó con voz queda.
—Mira aquí —dijo Stuart mientras daba unos rápidos golpecitos con el lápiz en el cuaderno abierto—. Es algo que acabo de comprender sobre la naturaleza de las espirales. Todas las espirales. Aquí está la Espiral Negra que dibujé. Pero hay otra espiral aquí, en su interior. En este caso es una Espiral Blanca, blanca por el papel en el que la otra está trazada. Es una espiral negativa, encajonada entre las líneas de la negra. Y si caminas por
esa
espiral, como yo estoy haciendo, sería posible, al menos teóricamente, llegar hasta el centro sin dar un solo paso por la Espiral Negra. Sin someterte a su contacto corruptor.
Arkady se limitó a mirarlo fijamente. Entonces se dibujó una sonrisa en su cara. Y a continuación echó la cabeza atrás y empezó a reírse, al tiempo que le daba palmadas a Stuart en la espalda.
—Eres asombroso, Stuart Que-Acecha-la-Verdad. Casi me gustaría que te arrepintieras de tu decisión y me acompañaras. ¿Estás seguro de que no sientes el menor deseo de poner a prueba tu teoría?
—No te preocupes por mí —dijo Stuart—. Si lo logras acabaré por enterarme. Demonios, imagino que todos acabaremos por enterarnos. Pero yo debo seguir otra senda. Una senda que he evitado durante demasiado tiempo.
Y fue entonces cuando Stuart comprendió adónde debía de conducir la Espiral Blanca —si es que una cosa tan improbable existía en realidad—. Era un camino que conducía invariablemente al hogar.
Con un fuerte empujón, Arkady apartó la Piedra de los Tres Días que sellaba la entrada a la ancestral tumba. La luz de luna se reflejaba en el pelaje blanco como la nieve que lo cubría de la cabeza a los pies: la marca de un poderoso y orgulloso linaje. Venía en su forma de guerra, la colosal apariencia híbrida entre el hombre y el lobo que se conocía como Crinos. Unos músculos gruesos como tocones de árbol se tensaron con el esfuerzo de mover la vieja y pesada losa. A pesar de que estaba inclinado para hacer palanca, la forma de guerra de Arkady era casi tan alta como un hombre y medio.
La propia losa no era de proporciones menos épicas. En alguna época lejana, menos atribulada —antes de que el último de los Aullantes Blancos en someterse al Wyrm se hubiera internado en aquella tumba para no volver a emerger— dos grupos de cachorros podían haber jugado sobre ella y haberla utilizado como campo de entrenamiento.
Su superficie entera estaba cubierta con tallas de un intrincado patrón de tracería céltica. Casi sin darse cuenta, Arkady trató de desentrañar los secretos escondidos bajo aquella maraña de bucles, arcos y giros imposible de seguir con la mirada. Puede, si lo observaba el tiempo suficiente con los ojos entrecerrados, que el patrón se desplegase y se convirtiese en la imagen del laberinto que se extendía debajo: la mismísima Espiral Negra. Abandonó rápidamente el intento. Si ése era el caso, pensó, significaba que aquella piedra era más que un obstáculo legendario, era también una advertencia. Nadie podría jamás albergar la esperanza de orientarse en un laberinto tan incomprensible. Arkady ni siquiera era capaz de abarcarlo por entero con la mirada.
Se detuvo para recobrar el aliento y a continuación volvió a apoyar el hombro en la piedra y empezó de nuevo. Puede que el patrón tuviera otro propósito. Puede que representase el único auténtico camino hasta el corazón mismo de la espiral.
Una serpenteante hebra dorada que mostraba el camino si uno era lo bastante inteligente y paciente como para memorizar sus giros y bucles. Si era así, la piedra
debería
haber tenido también una advertencia. Una falsa esperanza era peor que ninguna esperanza. Más cruel.
Con un ruido áspero y un gemido, la piedra cedió. Una bocanada de aire fétido salió al encuentro de Arkady mientras la losa rodaba a un lado. Tuvo que apartarse de un salto para que no le aplastara el pie. Cuando al fin se detuvo, Arkady se asomó por encima de ella lleno de curiosidad.
En el interior todo era silencio y tinieblas. Ni siquiera el eco de su monumental esfuerzo regresaba a él desde las profundidades de la tumba.
Había en su naturaleza algo que desconfiaba instintivamente del silencio. Cuando se producía, la idea que de inmediato lo asaltaba era la de llenarlo con acción, esfuerzo. El mejor desenlace posible de un período de contemplación forzada era una catarsis de agotamiento físico. Arkady se tomó el silencio de la tumba como un desafío y reaccionó en consecuencia.
Su aullido provocó pequeñas cascadas de polvo en el techo de todo el túnel. Se detuvo sólo un instante para oír cómo regresaba a su lado su propia voz y a continuación irrumpió en la oscura abertura, preparado para todo: aullantes legiones de fomori, hordas de babeantes Pesadillas, jaurías de famélicos Danzantes de la Espiral Negra.