Y el mundo se disolvió de pronto en un ensordecedor rugido y un estallido de luz cegadora.
— o O o —
Darth Maul vio en los ojos de su enemigo que se había dado cuenta de que no podría derrotarlo. Una vez que se concede mentalmente la derrota, su realidad se vuelve inevitable. Sólo es cuestión de tiempo.
Volvió a redoblar la fuerza de su ataque en una intensidad aún mayor, haciendo retroceder al Jedi hacia la motojet, procurando atraparlo entre la deslizadora y su sable láser de doble hoja. Con los movimientos así limitados, sólo tardaría unos instantes en separarle la cabeza con tentáculos del resto de su cuerpo.
Pero entonces vio que la desesperación en el rostro de su rival daba paso a la comprensión, y después al triunfo. Rápidamente, antes de que Maul pudiera intuir lo que pretendía, el Jedi se volvió hacia la motojet, alzó el sable láser y lo hundió hasta el pomo en la carcasa que contenía el motor repulsor.
Maul se dio cuenta de sus intenciones suicidas, pero ya era tarde. La ardiente hoja de energía atravesó con relampagueante rapidez la carcasa del motor para hundirse en el núcleo de células energéticas de la motojet. Maul dio media vuelta para saltar lejos de la plataforma, llamando al Lado Oscuro, envolviéndose en él en el mismo instante en que la célula energética explotaba, y la onda de calor y presión vaporizaba al Jedi en un microsegundo antes de expandirse hambrienta hacia él.
— o O o —
La plataforma de carga protegió al aerocoche de la mayor parte de la explosión; o los tres pasajeros no habrían podido sobrevivir a ella. Aun así, la onda de choque derribó a Darsha de su posición en pie, arrojándola a la parte trasera del vehículo. Y habría caído a la calle de debajo de no haberla cogido Lorn por la muñeca cuando pasó junto a él. I-Cinco se hizo cargo de los controles y luchó para estabilizar el vehículo, que se agitaba y movía frenéticamente. Por un instante, que le pareció eterno, Darsha pendió del abismo, demasiado aturdida para usar la Fuerza y auparse poniéndose a salvo. Entonces Lorn tiró de ella y la subió al compartimento de los asientos traseros.
Pero aún no había pasado el peligro; la explosión había hecho que la cornisa se soltara de sus soportes. Empezó a derrumbarse, separándose de la pared del edificio, y en ese instante pudo verse la forma oscura del Sith saltando desde la cornisa a la oscuridad de abajo. Al caer, la plataforma tocó un costado del aerocoche, lanzándolo en un giro descontrolado en dirección a la calle.
I-Cinco forcejeo con los controles y se las arregló para enderezar el vehículo justo cuando llegó al suelo. Los espectadores que acudieron atraídos por la explosión se dispersaron asustados cuando el aerocoche rebotó en un accidentado aterrizaje.
Darsha estaba medio aturdida, y vagamente consciente de un insistente pitido que aumentaba en tono y frecuencia. Cuando su desconcertado cerebro comprendió por fin el significado del pitido, se sintió cogida por un potente brazo y apartada del aerocoche estrellado. Mientras rebotaba por el pavimento lleno de basura se dio cuenta de que el androide los sacaba del vehículo a Lorn Pavan y a ella.
—Deprisa —farfulló ella—. La célula energética se sobrecarga…
—Un hecho del que soy muy consciente —replicó I-Cinco.
Se detuvo ante un quiosco. En la puerta había un cartel de «Prohibido el paso» escrito en básico, pero el androide lo ignoró y usó el rayo láser de su dedo índice para hacer saltar la cerradura.
El quiosco daba a una escalera estrecha y mal iluminada. La bajaron precipitadamente mientras, detrás de ellos, los pitidos de alarma alcanzaban su volumen máximo. Un instante después, una segunda explosión, más potente que la anterior, hacía temblar la zona. Darsha sintió que la escalera se movía y estremecía como si eso señalara el inicio de un temblor de tierra. Las luces se apagaron, sintió que caía y no supo nada más.
N
ute Gunray se encontraba en sus aposentos del
Saak’ak
, intentando disfrutar de un masaje de moho, y fracasando en el intento, cuando sonó su comunicador privado. La masajista había restregado toda su forma desnuda con mantillo verde licuado y le estaba presionando con la rodilla los nódulos musculosos del torso, tan tensos que podía oírlos crujir.
Asintió con un gruñido y la imagen de Rune Haako se formó cerca de la mesa de masajes. El diplomático no parecía muy feliz, pero eso significaba poco en sí mismo; los neimoidianos como especie rara vez parecían felices.
—Tengo noticias —dijo Haako en voz baja.
—Ven a mis aposentos —replicó Gunray, y la holoimagen se apagó.
Fueran cuales fueran las noticias que tenía Haako, era preferible oírlas en persona, en la intimidad de sus aposentos. El virrey no pensaba correr riesgos, aunque se suponía que todo el personal a bordo del carguero era leal a él y a su causa. Sabía muy bien lo fácilmente que podía comprarse la fidelidad de sus camaradas y esbirros.
Despidió a la masajista, se puso una bata bermellón y caminó inquieto por la sala, esperando la llegada de Haako. Las exigencias del protocolo dictaban que se sentara cómodamente en un sofá o una silla, mostrando una actitud despreocupada que indicaba que, fueran cuales fueran las noticias que le llevara Haako, no podían ser lo bastante importantes como para preocuparlo de algún modo. Pero a esas alturas le importaban bien poco esas formalidades. Hacía casi cuarenta y ocho horas que no tenían noticias del cazador de recompensas que habían contratado, y tampoco las tenían del paradero o los planes de Hath Monchar. Esperaba ver en cualquier momento la presencia holográfica de Darth Sidious materializándose ante él y pidiéndole que volviera a reunir a los cuatro para seguir hablando de los planes para el bloqueo de Naboo. ¿Y qué pasaría cuando Gunray no pudiera explicar la ausencia de Monchar? Hizo una mueca cuando se le llenó el saco estomacal de ácida bilis con sólo pensar en esa conversación. Sabía que se le estaba formando una úlcera de primera en el abdomen inferior, pero no podía hacer mucho por impedirlo.
El panel de la puerta se abrió dando paso a Haako. Un momento después, entró Daultay Dofine. Gunray se preparó; una mirada a la pose abatida y el gesto furtivo de sus compañeros le dijo que las noticias no eran buenas.
—Acabo de tener noticias de nuestro representante consular en la embajada de Coruscant —dijo Haako. El que estuviera dispuesto a saltarse los preámbulos de esgrima verbal e ir directamente al grano evidenciaba sobradamente que su preocupación era tan grande como la de Gunray—. Han matado a uno de los nuestros en ese mundo.
Gunray tuvo que forzar a sus glándulas salivales para que le humedecieran el paladar antes de poder decir algo.
—¿Era Monchar?
—De momento no lo sabemos con seguridad —dijo Dofine—. Parece ser que tuvo lugar una explosión, aunque la investigación sigue sin confirmar la causa de la muerte. Aún está pendiente su identificación genética.
—No obstante —continuó Haako, bajando la voz y mirando a su alrededor como si esperase que Darth Sidious apareciera en cualquier momento—, en la escena se encontró un trozo de tela arrancada perteneciente a la mitra de un virrey diputado.
Nute Gunray cerró los ojos e intentó imaginarse cómo sería la vida de un granjero de estiércol en Neimoidia.
—Además —dijo Dofine—, se encontraron otros cuerpos en el lugar de la explosión. Uno de ellos ha sido identificado sin error posible: la cazadora de recompensas Mahwi Lihnn.
Seguro que la recogida de estiércol tenía sus partes buenas, se dijo Gunray. Por ejemplo, el no tener que volver a tratar con el Sith.
—Creo que debemos asumir el hecho de que Hath Monchar no está ya entre los vivos —dijo Rune Haako, apretándose las manos como si le estuviera arrancando la vida a un sapo de los pantanos que pensara tomarse de aperitivo.
—Esto es un desastre —lloriqueó Dofine—. ¿Qué le diremos a Sidious?
Sí, ¿qué?
, se preguntó el virrey de la Federación. Oh, no es que no pudieran inventarse una buena cantidad de mentiras, no, la cuestión era si el Señor Sith se las creería. Ésa era la principal cuestión. Y, por mucho que odiara admitirlo, la respuesta era que, con toda seguridad, no. Vio mentalmente el rostro encapuchado de Sidious y no pudo evitar un escalofrío. Esos ojos ocultos por esa capucha podían ver el engaño y el subterfugio con la misma facilidad con que los rayos X penetraban en la carne para iluminar los huesos del interior.
Pero ¿qué otra opción tenían? Aunque la idea de hacerlo le molestaba de manera muy primaria, Gunray sabía que siempre podían recurrir a admitir la verdad: que Monchar se había marchado, y que no sabían ni a dónde ni por qué motivo… aunque cualquiera con el cerebro de un gamorreano sin oxígeno podría extrapolar una explicación sin mucha dificultad. Pero la verdad llevaba implícitos sus propios riesgos, entre los que destacaba no haberla admitido la primera vez que Sidious notó la ausencia de Monchar.
Tanto la veracidad como la prevaricación parecían igualmente peligrosas. Ésa era la peor pesadilla de un neimoidiano: una situación donde resultaba imposible encontrar una salida. Gunray bajó la mirada y descubrió que se frotaba las manos con la misma intensidad que lo hacían Rune Haako y Daultay Dofine.
Sólo había una cosa segura. Pronto, muy pronto, tendrían que decirle algo al Señor Sith.
— o O o —
El Maestro Yoda entró en la antecámara de conferencias, una pequeña habitación situada en un lateral de la Cámara del Consejo. Mace Windu y Qui-Gon Jinn ya estaban sentados ante la mesa de madera de pleek. Detrás de ellos había una ventana de acero transparente que se alzaba del suelo al techo y ofrecía una visión panorámica del interminable cenagal arquitectónico que era Coruscant, así como de su constante tráfico aéreo.
Yoda se desplazó lentamente hacia una de las sillas. Se apoyaba en su bastón al caminar, y Windu debió contener una sonrisa al ver su avance. Aunque Yoda debía ser el miembro más viejo del Consejo, con bastante más de ochocientos años estándar, de ningún modo era tan decrépito como a veces parecía querer aparentarlo. Si bien era cierto que se había hecho más lento con los años, su habilidad con el sable láser seguía sin tener rival en todo el Consejo.
Windu no habló hasta que su colega no estuvo sentado.
—Todavía no he considerado necesario convocar una reunión general del Consejo por esto. Pero, aun así, creo que es un problema del que debemos ocuparnos cuanto antes.
Yoda asintió.
—Del asunto del Sol Negro hablas.
—Sí, concretamente de Oolth el fondoriano y de la padawan Darsha Assant, a la que enviamos para traerlo aquí.
—¿Ha habido alguna noticia de ella? —preguntó Qui-Gon Jinn.
—Ninguna. Ya han pasado casi cuarenta y ocho horas. La misión no debió ocuparle más de cuatro o cinco.
—Anoon Bondara también ha desaparecido —dijo Yoda, reflexionando—. Coincidencia dudo que sea.
—¿Crees que Bondara salió en busca de Assant? —preguntó Windu.
Yoda asintió.
—Sería comprensible —repuso Jinn—. Assant es su padawan. Iría en su busca de creerla en peligro.
—Pues claro que lo haría —replicó Windu—. Pero ¿por qué no informó a nadie de sus intenciones? ¿Y por qué no hemos recibido un comunicado de ninguno de ellos?
El silencio reinó por un instante cuando los tres Maestros Jedi meditaron sobre esos asuntos.
—Quizá alguna infracción ella cometió —dijo Yoda—, quizá él lo sabía o sospechaba. Protegerla de sus repercusiones él querría.
—Anoon siempre fue de los que se saltan normas y restricciones —asintió Jinn.
Mace Windu miró a Jinn y alzó una ceja. Éste sonrió ligeramente y se encogió de hombros.
—Tiene sentido —dijo Windu—. Debe ser algo así. Pero, por muy nobles que fueran sus intenciones, no podemos permitir que él o su discípula actúen sin el conocimiento o consentimiento del Consejo.
—En este asunto de acuerdo estamos —dijo Yoda—. Enviar un investigador debemos.
—Sí —dijo Windu—. Pero ¿a quién? Dada la actual situación del Senado de la República, tenemos en estado de alerta a todos los miembros veteranos, y puede que sigan así por un tiempo.
—Tengo una sugerencia —dijo Qui-Gon Jinn—. Enviad a mi padawan. Si hay miembros de Sol Negro implicados, él podrá sentirlo.
—¿Obi-Wan Kenobi? Muy grande la Fuerza en él es —musitó Yoda—. Buena decisión sería.
Mace Windu asintió lentamente. Yoda tenía razón. Pese a no ser todavía un Caballero Jedi de pleno derecho, Kenobi había demostrado sobradamente su talento para el combate y la diplomacia. Si alguien podía descubrir qué había pasado con Bondara y Assant, ése era él.
El veterano miembro del Consejo se levantó.
—Entonces, está decidido. Qui-Gon, explícale la situación a Kenobi y que salga cuanto antes. Hay algo más en todo esto…
Windu guardó silencio por un momento.
—Sí —dijo Yoda con seriedad—. Esto un accidente no fue.
Qui-Gon Jinn no dijo nada; se limitó a asentir y a levantarse.
—Obi-Wan saldrá de inmediato hacia el Pasillo Carmesí —les dijo.
—Que la Fuerza con él sea —repuso Yoda con voz queda.
No hay emoción; hay paz.
No hay ignorancia; hay conocimiento.
No hay pasión; hay serenidad.
No hay muerte; hay Fuerza.
E
l Código Jedi fue una de las primeras cosas que aprendió Darsha Assant en el Templo Jedi. Cuando era niña, se pasaba las horas sentada en el frío suelo, con las piernas cruzadas, repitiendo esas palabras una y otra vez, meditando sobre su significado y dejando que le llegara hasta los huesos.
No hay emoción; hay paz.
El Maestro Bondara le había enseñado que eso no significaba que debía reprimir sus emociones: «Una de las pocas cosas que tienen en común todas las especies de la galaxia es la capacidad de tener sentimientos. Somos criaturas de emociones, y negar esas emociones nos perjudicaría profundamente. Pero uno puede sentir, por ejemplo, ira, sin verse dominado por ella. Uno puede sufrir sin verse anulado por la pena. La paz de la Fuerza es el cimiento sobre el que se construye el edificio de nuestros sentimientos.»
No hay ignorancia; hay conocimiento.
«La suerte favorece a la mente preparada», le había dicho su mentor twi’lek. Y desde luego los Jedi eran los seres más preparados de la galaxia. Nunca había visto a nadie tan impresionantemente culto como los Maestros Windu, Bondara, Yoda, Jinn y los muchos otros con los que había estudiado o entrado en contacto. Había dudado de su habilidad para mantener una conversación con ellos, o incluso con sus compañeros padawan, como Obi-Wan y Bant. Así que había estudiado con asiduidad, casi de forma obsesiva, aprovechando la increíble riqueza de sabiduría y conocimientos disponibles en las bibliotecas y bancos de datos del Templo. Y había descubierto que cuanto más sabía, más quería saber. A su modo, el conocimiento era tan adictivo como la glitterstim.