Pocos minutos después estaba por encima de las nubes, vislumbrando ya la curva del planeta. No necesitaría mucho tiempo para llegar a su destino; las rutas orbitales que rodeaban Coruscant no estaban tan congestionadas como los estratos de tráfico de la superficie. Una vez estuviera en órbita, tendría que desconectar el campo de invisibilidad, o le sería muy difícil evitar una colisión con alguno de la miríada de satélites, estaciones espaciales y naves que circundaban el planeta.
Maul desconectó el piloto automático y aceleró un poco el motor de iones. El piloto automático estaba más que capacitado para llevarlo a destino, pero prefería conducir él mismo.
Mientras situaba el
Infiltrador
en una órbita baja, rozando apenas los tenues gases de la ionosfera superior, pensó en su batalla con la padawan Jedi. Desde luego había sido mucho más inteligente y había tenido más recursos de lo que él había supuesto. E igual sucedía con su compañero. Le habían proporcionado una buena cacería. Los saludó mentalmente. Admiraba el valor, la habilidad y la inteligencia, hasta en un enemigo. Por supuesto, habían estado condenados desde un principio, pero al menos habían luchado contra su destino, en vez de someterse dócilmente a él, como había hecho ese neimoidiano cobarde que había empezado toda esa situación.
Se preguntó cuál sería la siguiente misión que le encomendaría su Maestro. Probablemente algo relacionado con el bloqueo a Naboo. Esperaba que hubiera algún Jedi implicado. Matar a la padawan sólo le había abierto el apetito.
— o O o —
La nave que Tuden Sal proporcionó a Lorn e I-Cinco era una ARE Thixian Siete, un crucero de cuatro plazas modificado. La nave había visto días mejores, pensó Lorn cuando el aerocoche aparcó junto a ella en el Puerto Este, pero eso daba igual. Lo único que le importaba era que pudiera volar y disparar.
Mientras Tuden Sal empleaba el comunicador para confirmar los permisos de despegue, Lorn se volvió hacia I-Cinco.
—Dame la pistola láser.
El androide le entregó el arma del raptor.
—Mientras no planees volver a intentar dispararme con él.
—Nunca te habría disparado.
Su amigo no dijo nada.
—Mira, no espero que vengas conmigo. De hecho, lo más lógico es que vayas al Templo y le cuentes a los Jedi lo que ha pasado. De ese modo, habrá un plan de reserva por si fracaso.
—Oh, por favor. ¿Piensas vencer tú solo al Sith? Tienes tantas posibilidades de ello como una bola de nieve de sobrevivir a una supernova.
—No es tu lucha.
—Por fin algo en lo que estamos de acuerdo. Aun así, no pienso dejar que vayas solo. Vas a necesitar toda la ayuda que puedas conseguir. Lo cual me recuerda algo…
El androide sacó del compartimento de su pecho lo que parecía una pequeña pelota blanca. Se la entregó a Lorn, que la miró de cerca. Era semitransparente, esférica, de un diámetro de la mitad de su pulgar, y parecía hecha de algún material orgánico.
—¿Qué es esto?
—Un nódulo de la piel del taozin. Está hecho de células especialmente adaptadas que bloquean la receptividad de la Fuerza.
Lorn miró la bola de reojo. Ahora que sabía lo que era, se sintió asqueado por su tacto.
—¿Estás diciendo que si tengo esto, el Sith no podrá usar la Fuerza contra mí?
—Estoy diciendo que quizá oculte tu presencia lo bastante como para acercarte a él sin ser localizado. No te protegerá de sus poderes telequinéticos, y mucho menos contra su capacidad de combate, pero es mejor que nada. Y ahora te sugiero que despeguemos ya.
Tras decir esto, el androide se dirigió hacia la rampa del Thixian Siete.
Lorn dejó que se adelantara dos pasos, alargando a continuación una mano y desactivando el interruptor maestro de la nuca de I-Cinco. Éste se derrumbó y el corelliano lo cogió, depositándolo en el suelo. Se volvió hacia Tuden Sal, que le observaba desconcertado.
—¿Una pelea familiar?
—Algo así. Necesito otro favor. Lleva este saco de tuercas al Templo Jedi. Tiene información que querrán conocer.
Sal asintió. Cogió a I-Cinco por debajo de los brazos y lo arrastró hasta su aerocoche. Lorn observó por unos instantes, antes de volverse y subir a la nave.
— o O o —
Lorn podía afirmar con toda honestidad que no le asustaba la idea de enfrentarse solo al Sith.
Asustarse
era una palabra demasiado blanda. Estaba
aterrado
, paralizado, completamente descompuesto por lo que pensaba hacer. Sabía que estaba llevando a cabo algo suicida, ¿y para qué? ¿Por alguna noción quijotesca de venganza ante la muerte de una mujer a la que apenas conocía? Era de locos. I-Cinco tenía razón: sus probabilidades de sobrevivir eran tantas que las posibilidades en contra se situaban en el campo de los números teóricos.
Cuando el Thixian Siete despegó, Lorn estaba hiperventilando. Todos los nervios de su tembloroso cuerpo estaban encendidos con adrenalina, todas las células cerebrales que seguían funcionándole tras sus estallidos periódicos de abuso de alcohol le gritaban que saliera de esa órbita y siguiera adelante. En vez de eso, pidió al ordenador de navegación que trazara todas las trayectorias hipotéticas que podría tomar una nave proveniente de la celdilla de superficie donde se encontraba la mónada abandonada.
En un instante demasiado breve, el ordenador identificó una nave volando en una órbita baja, a treinta y cinco kilómetros de distancia. Lorn la puso en pantalla, dado que los sensores indicaban que había desactivado el mecanismo de invisibilidad. Contempló la imagen de la nave Sith. Era una nave esbelta, de morro alargado y alas dobladas, de casi treinta metros de largo; las lecturas no indicaban ningún armamento, pero parecía una nave peligrosa.
Bajo él, Coruscant parecía un gigantesco tablero de circuitos que cubría toda la superficie del planeta. Era una imagen espectacular, pero Lorn no estaba de humor para contemplar el paisaje. Se situó detrás de la nave y en una órbita inferior. No sabía cuánta protección podría brindarle el nódulo del taozin, si es que podía brindarle alguna, y no pensaba forzar su suerte. Ya iba a necesitar mucha.
Lorn deseó tener al lado a su amigo androide. Era dolorosamente consciente de que, desde que empezó esa pesadilla, habían sido Darsha o el androide quienes le habían salvado la vida.
Menudo héroe estoy hecho
, pensó.
También echaba de menos a Darsha, aunque no deseaba tenerla con él. Deseaba que estuviera viva y muy lejos de allí, a salvo en algún planeta amigo donde no hubieran oído hablar de los Jedi o de los Sith. Deseaba estar allí con ella.
El ordenador de navegación emitió un suave pitido para llamar su atención y desplegó un vector de posición en uno de los monitores. La nave del Sith había cambiado su rumbo; se dirigía a una gran estación espacial situada en órbita geosincrónica sobre el ecuador.
Con la boca seca como el papel, el corelliano ordenó al piloto automático que la siguiera. No tenía ni idea de lo que haría una vez allí. Sólo sabía que debía intentar detener al Sith de algún modo.
En nombre de Darsha.
Y en el suyo propio.
T
uden Sal cargó al desactivado I-Cinco en su aerocoche e indicó un destino al chofer androide. El vehículo se elevó alejándose del espaciopuerto, entrando limpiamente en las rutas de tráfico aéreo.
Lo sentía por Lorn. Su amigo no le había contado mucho sobre la situación en que se encontraba, pero lo poco que había dicho y el aspecto del individuo al que perseguía le decían que sus posibilidades de supervivencia eran pocas. Una lástima. Siempre había pensado que Lorn tenía potencial, aunque siempre acabase por no estar a la altura del mismo. Un bribón siempre sabe reconocer a otro.
Pero lo más probable es que fuera a morir en esa demencial empresa en la que se había embarcado. Una pena, pero no era asunto suyo. Lo que más le preocupaba era el androide.
El sakiyano nunca había entendido que el corelliano tratara a I-Cinco como a un igual, llegando incluso a llamarlo «socio». Los androides eran máquinas, muy listas, sí, y en algunos casos hasta capaces de imitar el comportamiento humano de forma escalofriante. Pero eso era todo lo que hacían: imitar. Legalmente eran propiedades. Aunque se había acostumbrado a ello durante el año que hacía que trataba con Lorn e I-Cinco, nunca había conseguido superar el ligero desagrado que le producía verlos interactuar como si fueran iguales.
Bueno, pues eso se había acabado. Ya hacía tiempo que le había echado el ojo a ese androide; tan sólo las modificaciones de su armamento lo convertían en una máquina muy valiosa. Sus tratos ocasionales con el Sol Negro hacían buena la idea de tener un guardaespaldas, y estaba seguro de que I-Cinco sería uno muy bueno. Una vez le hubiera borrado la memoria, por supuesto.
No le preocupaba mucho lo que pudiera pensar Lorn al respecto. Después de todo, no esperaba volver a verlo con vida. Y, de ser así, el robo y reprogramación de un androide no estaba tipificado como delito grave. La mayor repercusión legal que podría llegar a tener sería una multa, que ni de lejos le costaría tanto como un androide nuevo con las modificaciones especiales de I-Cinco.
Lo mirara como lo mirara, era un buen negocio incluso pensando en la vieja nave que acababa de regalar.
El tejado del Templo brilló al sol de la tarde cuando el aerocoche pasó sobre él, antes de perderse entre las incontables naves que llenaban los cielos de Coruscant.
— o O o —
El
Infiltrador
atracó en uno de los muelles de la estación espacial, y Maul escuchó los amortiguados sonidos metálicos de la escotilla exterior al conectarse con el interior de la estación. Desactivó los sistemas de gravedad artificial y de soporte vital, y se dirigió flotando hacia la escotilla de aire a través del oscuro interior de la nave.
El punto de acceso a la estación estaba en uno de los módulos externos de servicio. Darth Sidious le prometió que allí no habría ni humanos ni androides que pudieran estorbarle en sus desplazamientos, y al salir vio que era así. Se encontraba en lo que parecía un pasillo de servicio bajo y estrecho, con paredes y techo forrados de tuberías, conductos y cables. En esa parte de la estación no había gravedad artificial, sin duda por cuestiones presupuestarias. No importaba, ya se había movido antes en entornos de gravedad cero. Se alejó de la escotilla y flotó pasillo abajo, usando los accidentes de la pared para impulsarse.
Tenía muy claras las indicaciones de Darth Sidious; debía recorrer ese pasaje hasta llegar al módulo propiamente dicho, y después subir por un tubo vertical hasta uno de los principales módulos de habitaciones. Se reuniría con Maul a una hora predeterminada, menos de quince minutos después. Entonces Maul le entregaría el cristal.
Y su misión se habría completado.
— o O o —
Lorn dejó que el piloto automático se ocupara del atraque; no era tan buen piloto.
No soy bueno en nada
, pensó amargamente,
salvo en meter en problemas a los que quiero
. Aún tenía la pistola láser que le había quitado al raptor, pero sólo entonces se acordó de que su cartucho energético tenía potencia para pocos disparos. Aunque, dada la situación, de un modo u otro, no tendría más tiempo que para hacer esos pocos disparos.
Entró al conducto de servicio en cuanto se encendió la luz verde. Hacía ya tiempo que no experimentaba la gravedad cero. Cuando podía permitírselo, solía ejercitarse en salas de ejercicio con instalaciones sin gravedad. Le gustaban los ejercicios, la sensación de poder volar, aunque sólo fuera en los estrechos confines de la sala, aligerándose así de algunas de las cargas de su existencia.
No obstante, no se hacía ilusiones con que su familiaridad con la ausencia de peso pudiera significar alguna ventaja sobre el Sith. No albergaba ninguna duda de que su contrincante sabría moverse con habilidad letal y consumada en todo tipo de entornos. Mucha suerte necesitaría para poder llevar sus planes a buen término.
Una vez en el pasillo, se movió lentamente y con precaución. No había señales de su enemigo, y no parecía que hubiera ningún sitio en el que esconderse. Aun así, no pensaba arriesgarse. En ese momento, no se habría sorprendido si el Sith aparecía de repente ante él, como salido de la nada.
No tenía ni idea de lo que haría una vez lo encontrase; no había tenido tiempo de trazar algún plan. Si el nódulo del taozin le permitía acercarse a él lo bastante como para poder dispararle, no tendría escrúpulos en alcanzarle por la espalda, siempre y cuando no se desmayase por el terror una vez lo tuviera en el objetivo.
Llegó al final del pasillo. De allí salía un tubo de subida. Antes de seguirlo, sacó la pistola láser y comprobó la carga de energía.
Lo que descubrió no era muy bueno. El arma no tenía energía suficiente para un disparo a máxima potencia, o tres disparos aturdidores de baja potencia. Tras meditarlo un momento, la graduó en baja potencia, diciéndose que era preferible tener tres posibilidades de dejar fuera de combate al Sith a una sola de matarlo. Siempre y cuando el disparo aturdidor le bloqueara. A esas alturas no estaba muy convencido de que hubiera algo que pudiera dañar a su némesis.
Se metió en el tubo. Conducía a una cámara más grande y mejor iluminada, de unos diez metros por diez, y bastante vacía a excepción de algunas cajas de equipo ancladas a las paredes.
Al otro extremo de la cámara se encontraba el Sith.
Daba la espalda a Lorn mientras introducía una clave en un panel de la pared, para abrir una escotilla del muro del fondo.
Lorn se alzó en silencio del tubo y cogió la pistola con ambas manos. Apoyó los pies en el borde del tubo; en esa gravedad cero habría cierto retroceso.
El nódulo de taozin parecía estar haciendo su trabajo: el Sith no parecía ser consciente de tener a Lorn a diez metros de distancia, apuntándole entre los omóplatos. Le temblaban las manos, pero no tanto como para no acertar a un blanco tan grande como la espalda de su enemigo, y más con tres disparos a su disposición. Una vez derribado el Sith, pensaba matarlo con su sable láser y coger después el cristal de información.
El Sith apretó un botón de la pared. Una luz verde se iluminó, y la escotilla empezó a abrirse.
Ya. Tenía que disparar ya. Lorn respiró hondo, abriendo la boca para que el Sith no le oyera tomar aire. Lo exhaló del mismo modo, volvió a tomarlo, lo mantuvo en los pulmones.