Descubrimiento (3 page)

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Authors: Aurora Seldon e Isla Marín

Tags: #Erótico

BOOK: Descubrimiento
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Sasha había hecho el viaje desde Finlandia hacia Suecia y luego hacia Noruega oculto en un camión de alimentos; después se había embarcado en un barco pesquero y viajado oculto en la bodega, en una accidentada travesía por el Mar del Norte, hasta desembarcar en Aberdeen y desde allí seguir en tren hacia Londres.

El viaje, aunque clandestino y peligroso, le había enseñado en pocos días que el mundo era mucho más de lo que había imaginado en Moscú, y eso había avivado su deseo de aventura tantas veces reprimido en su país, pues Sasha era un joven muy inquieto, asiduo concurrente de campamentos de verano en los que, pese al estricto control, había logrado explorar los bosques rusos a solas.

Amaba su país y la riqueza que éste representaba, pero no simpatizaba con el régimen, por influencia de sus padres y por vivencia propia. Sin embargo, no habría pensado en huir si no hubiese sido por la sombra que amenazaba a su familia de que su único hijo fuese reclutado y convertido en asesino a sueldo trabajando para el gobierno. Esa sombra estaba matando a Anastasia y fue únicamente por eso que decidió partir.

De ese modo, llegó a Londres, símbolo del consumismo y de todo lo que le habían enseñado a despreciar. La ciudad lo intimidaba, la veía como la élite de una sociedad amoral. Sasha venía de un lugar en el que no se acostumbraba a gastar el dinero, porque simplemente no había dinero. Londres lo asustó con su diversidad de gente, sus enormes tiendas, su movimiento incesante... su diversión... Le pareció una ciudad vacía, donde las cosas se hacían sin sentido, pero en el fondo tenía miedo de ser devorado por la metrópoli. Sin embargo, pesaba sobre él la firme promesa que se había hecho de no decepcionar a sus padres. Trabajaría muy duro, en lo que fuera, y lograría salir adelante.

Pero su preocupación más inmediata era encontrar a su tío en esa variopinta multitud.

7

Tres años después, en Glasgow, las cosas no iban bien para Tommy. Seguía sintiéndose extraño a causa de sus gustos, aunque la aceptación de Alex lo había ayudado muchísimo. Sin embargo lo que más lo ayudó fue la figura de dos cantantes: Freddie Mercury, el vocalista del grupo Queen, de quien la prensa amarilla decía que era bisexual, y uno de sus mejores amigos, Rock Vulcano, un solista americano que era gay declarado, aunque la palabra no estaba muy clara para Tommy. Lo que sí estaba claro era que a Freddie le gustaban las chicas y los chicos, y que a Rock le gustaban los chicos. Y ambos eran famosos.

Admiraba muchísimo a Freddie. Tenía todos sus discos, obsequio de su tío Joseph, a pesar de que su padre se lo había prohibido. Ésa era la causa de la mayoría de sus discusiones.

Acababa de terminar su segundo año de secundaria, pero los problemas con sus padres se habían agudizado. Desesperado, había hecho una llamada a Alex, quien viajó apenas pudo para reunirse con él.

Tommy estaba sentado en la escalera que daba al frondoso jardín de su mansión, un lugar que siempre lograba hacerlo sentir mejor. Apenas vio a Alex, le dedicó una brillante sonrisa.

—Gracias por venir. Si no fuera por ti, este comienzo de vacaciones habría sido un infierno. Aún no sé qué será de mí el resto del verano. La situación en casa es insostenible, mis padres han decidido que lo mejor es mandarme interno al Saint Michael. —Suspiró—. Y la verdad, estoy de acuerdo, cuanto más lejos de ellos mejor para mí.

Alex se acercó y le revolvió el pelo, para luego sentarse a su lado.

—Bueno, así estarás más cerca de mí. —Sonrió—. Yo estudié en Saint Michael y mi padre es miembro del Consejo del colegio. No está nada mal, tiene excelentes instalaciones… —Entrecerró los ojos, recordando—. Claro que es bastante clasista. Hay demasiado niño pijo. Incluso los profesores son unos esnobs. —De pronto se puso serio. Aunque había pasado tiempo desde su conversación sobre los gustos de Tommy y consideraba que era algo pasajero, creyó prudente advertirle tomar precauciones—. Tendrás que tener cuidado. —Lo miró con seriedad—. No debes hablar a la ligera y no digas jamás que te gustan las chicas y los chicos. No lo entenderían. Elige con cuidado a tus amigos. Debes estar muy seguro de alguien antes de sincerarte con él.

El muchacho asintió, no demasiado convencido.

Permanecieron en silencio un buen rato. Una suave brisa los refrescaba mientras la sombra de la casa los protegía del pesado sol del verano. La mirada de Alex vagó por las flores y su fragancia le recordó dulces momentos en el Jardín Botánico de Oxford, donde estudiaba Bioquímica. Le había pasado algo tan maravilloso que no pudo menos que compartirlo con Tommy.

—He conocido a una chica —dijo de repente—. Me he enamorado. Es maravillosa, dulce, inteligente, tiene un corazón enorme y encima es guapísima. Es la mujer de mi vida.

Tommy se quedó estático. A cada palabra que oía, los ojos se le entristecían más y más. Por suerte sus perpetuas gafas de sol impidieron que Alex lo notara. Cuando terminó, se esforzó en sonreír.

—Cuánto me alegro, ya pensaba que nadie te iba a querer —bromeó.

—Tonto. Quiero casarme con ella. De verdad. —Se puso serio—. Pero lo tengo difícil... Ella no es de mi clase. —Un gesto de asco cruzó su rostro—. Mi familia no la aprueba. Mi hermano llegó a decirme que me divirtiera con ella todo lo que quisiera pero que no pretendiera imponerla a la familia. No sé cómo tuvo valor de decirme eso, jamás le haría algo así a Angel.

—La familia… Bah, no les hagas caso. —Tommy sonrió de medio lado—. Si la amas y ella te ama a ti, pasa de todos y cásate con ella. Los que te quieren acabarán por aceptarlo. Los que no te quieren, qué te importan ésos. Que les den.

—¿Cuándo has madurado tanto, Tommy? Vas a ser un hombre fantástico cuando crezcas. —Con una mirada nostálgica añadió—: La persona que ames en el futuro será muy afortunada. Y espero que sepa apreciar lo que tiene. —Se inclinó y le dio un ligero beso en la mejilla, casi en la comisura del labio—. Aunque me case sabes que te quiero, ¿verdad? —susurró, estando muy cerca los rostros de ambos.

—Lo sé —dijo Tommy con la voz un poco ahogada—. Y yo también te quiero a ti, siempre te querré. —La brisa volvió, revolviendo sus cabellos y llevándose las palabras no dichas.

8

Un mes después, en Londres, Sasha se detuvo un momento y se apoyó en la pared para descansar, sosteniendo la escoba con la que barría el piso del restaurante donde trabajaba, antes de encerarlo. Sabía que tenía poco tiempo. Esa mañana se había retrasado y abrirían en una hora, pero no podía dejar de prestar atención a la canción que sonaba en la radio.

Don't say a prayer for me now,
Save it 'til the morning after
No, don't say a prayer for me now,
Save it 'til the morning after.
[1]

El idioma ya no se le hacía difícil, aunque la letra de la canción de Duran Duran no podía ser entendida literalmente… Al menos no para él.

El sentimiento en la voz del cantante lo envolvió completamente y sonrió. Él, mejor que nadie, sabía que si quería obtener algo en la vida debía hacerlo por sí mismo. Al principio su tío lo había acogido en un pequeño apartamento, no mucho mayor que el que tenía Sasha en Moscú; aunque al menos no lo compartían con otra familia. Pero pronto el joven se dio cuenta de que la situación de su tío, obrero de construcción, no era demasiado buena. La comida y el trabajo escaseaban y él representaba una boca más que alimentar.

Fue por eso que apenas se regularizó su situación migratoria (se había hecho inscribir como hijo de Piotr Ivanov, su tío), comenzó a asistir a una escuela local y a trabajar medio tiempo. Fue durísimo al inicio, pero por pura fuerza de voluntad logró salir adelante y pasar el año con notas bastante aceptables.

Ahora tenía dieciséis años y su habilidad para el ajedrez le había permitido destacar en varios torneos locales y postular a una beca para una prestigiosa escuela privada. No tenía muchas esperanzas de conseguirla, pero si lo hacía no tendría que depender de sus tíos para vivir, bastantes problemas tenían ya con sus dos pequeños.

Sasha había decidido estudiar. No quería pasarse la vida en trabajos poco remunerados, quería traer a sus padres con él, tener dinero y tener éxito. Quería ser feliz y estaba seguro de que en esa ciudad, el dinero le daría la felicidad.

—Nadie rezará por mí —murmuró, concentrado en la letra de la canción—. Nadie más que mi madre.

Las cartas de Anastasia y Vasili, esporádicas pero extensas, llenaban sus noches en el duro sofá de su tío. Las leía una y otra vez, añorando a sus padres y prometiéndose a sí mismo jamás flaquear en su intento de salir adelante.

—¡Eh, tú, haragán! ¿En qué estás pensando? Tienes que terminar de encerar, abrimos en veinte minutos —le gritó el dueño del establecimiento.

Sasha asintió. Despreciaba a ese hombre, un inglés barbudo y colorado, que bebía como demente todos los fines de semana, gastando las ganancias del restaurante. El joven se había impuesto una férrea disciplina: nada de alcohol ni diversiones hasta que pudiera permitírselas. Y aunque llegara alto, nunca olvidaría sus orígenes.

9

Septiembre de 1983 llegó y con él el inicio del curso en el Colegio Saint Michael, prestigiosa institución educativa dedicada a la enseñanza secundaria y superior, situada en Kingston, en la periferia de Londres. El colegio, fundado en 1959 por sir George Ackland, ofrecía enseñanza secundaria y contaba con un convenio con la Universidad de Kingston, cuyas instalaciones eran contiguas.

El campus era enorme, rodeado por altas murallas y jardines, que cobijaban las instalaciones educativas, el gimnasio, la piscina, los campos de deporte, las casas de los profesores y el pabellón de los dormitorios, que en el colmo del lujo, contaba con baños individuales. En la parte trasera de los terrenos del colegio se encontraban las cuadras y un enorme bosque compartido con el Steiner College de la Universidad de Kingston.

Tommy había sido admitido en el colegio sin problemas y, como era tradicional en los estudiantes nuevos, debía hacer la visita obligada al director.

Sus padres habían insistido en acompañarlo. También querían hablar con el director y ahí estaban, en un gran despacho con un precioso ventanal nada aprovechado, sentados ante Xavier Yeats, director del colegio, a quien los alumnos apodaban burlonamente XY, el colmo de la masculinidad mal entendida.

Luego de que Stephen Stoker hubiera dado un cheque con muchos ceros a Yeats, éste se deshizo en atenciones y sonrisas encantadoras, halagos a Christine, guiños cómplices a Tommy y total y aberrante sumisión a Stephen. Tommy pensó en ese momento que su padre tenía razón en algo: con dinero podías comprar a ciertas personas. Pero él creía firmemente que las que merecían la pena no se podrían comprar. Habría que ganárselas con esfuerzo y dedicación. Y era de esas personas de las que le gustaría rodearse.

—Saint Michael es un colegio conocido por su excelente preparación. La disciplina es importante, pero sobre todo enseñamos a nuestros muchachos a que aprendan su lugar y que sepan ocupar su puesto en la sociedad, como de ellos se espera —dijo Yeats sonriendo. Tommy tuvo que reprimir las ganas de hacer el gesto de vomitar ante esas palabras—. Del joven Thomas esperamos grandes cosas. Cosas que hagan honor a la categoría de su familia.

Luego se volvieron a enzarzar en conversaciones vanas. Tommy se desconectó y se dedicó a mirar el paisaje por el ventanal. Le agradó lo que vio: había hermosos jardines de setos bajos, que protegerían del viento y del frío a quien se sentara en los bancos de hierro que rodeaban la vistosa fuente central. Más alejado, divisó otro grupo de bancos a la sombra de árboles frondosos y se imaginó allí, descansando en los días de calor. También vio un tupido bosque que tenía algo de cuento y que provocaba explorar.

«En realidad no está nada mal. A lo mejor soy feliz aquí», pensó.

10

El curso en Saint Michael había comenzado también para Sasha, que iniciaba su Sexto Bajo
[2]
con una beca integral que le permitiría prepararse para rendir los exámenes
A-Level
y acceder a la educación superior. Sin embargo la emoción de ser admitido en un colegio tan importante casi desapareció al descubrir el verdadero mundo que se ocultaba al interior del enorme edificio.

Saint Michael no era lo que él había esperado. No lo era en varios sentidos.

En primer lugar, jamás imaginó ser seleccionado luego de la entrevista con el director; aunque años después se enteraría de que el colegio debía completar un cupo de obras sociales, que incluían becas a estudiantes destacados y de bajos recursos, seleccionados de las escuelas estatales londinenses. Si ese cupo no era completado, se perdían algunas importantes subvenciones.

En segundo lugar, pronto descubrió que el colegio era sumamente clasista y que el hecho de ser un estudiante becado y extranjero lo convertía a ojos de sus condiscípulos y del director, en un ser humano de segunda categoría. Esa calificación implicaba cumplir tareas como acondicionar los laboratorios, ayudar a la bibliotecaria o incluso cortar el césped cuando el director amanecía de mal humor. Y XY solía despertar así la mayoría de las veces.

A Sasha no le importaba trabajar, lo que le dolía era el hecho de ser menospreciado. En su escuela estatal había un buen número de estudiantes extranjeros, incluyendo varios latinoamericanos y dos centroeuropeos y a nadie parecía importarle. Sin embargo, en Saint Michael las cosas eran distintas. Su país era mal visto y los errores del régimen eran fácilmente achacados a toda la población de la URSS. La palabra «comunista» tenía connotaciones de insulto grave y sabía que a su espalda lo llamaban cosas peores. Pero su orgullo hizo que aceptara ese desprecio sin protestar y cumpliera las tareas que le asignaba XY sin descuidar sus estudios, porque se había propuesto ser el primero de su clase a como diera lugar.

Esa tarde se encontraba en el laboratorio de Biología dispuesto a cumplir la tarea asignada por XY lo antes posible. De pronto alzó el rostro, atento al menor ruido del pasillo.

Nada…

Suspiró con alivio. Al menos ese día no tendría problemas para cumplir con su trabajo.

Terminó de limpiar los anaqueles y comenzó a limpiar el piso de cerámica, dejando vagar su mente unos momentos.

Llevaba veinte días en Saint Michael (incluyendo su cumpleaños, el 20 de ese mes, aunque nadie se había acordado de felicitarlo), durante los cuales apenas había tenido tiempo para otra cosa que no fuera estudiar y trabajar; y aunque eso le había granjeado el respeto de algunos profesores y condiscípulos, existía un grupo liderado por Lester Banks III, hijo de sir Lester Banks II, conocido empresario y miembro del Parlamento, que le hacía la vida imposible únicamente por su nacionalidad.

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