—¿Medidas? ¿Qué medidas tomarás?
Al ver que él no respondía, prosiguió sin ningún miedo:
—¿Pretendes lanzarme por algún acantilado, fustigarme o quemarme en una hoguera por caprichosa ante los bonitos e increíbles ojos de tu dulce dama Diane? Porque si es así te juro que lucharé por defenderme, aunque termine muerta y despedazada en cachitos. Y si ser una dama es ser y representar lo que es ella, me alegra escuchar de tu boca que soy todo lo contrario.
Enloquecido por besarla, la agarró del pelo con fuerza para atraerla más hacia él y le siseó cerca de la boca:
—Gillian, no me des ideas, por tu bien, y procura no enfadarme. Ya no soy el joven tonto que manejabas a tu antojo hace años. He cambiado, y hoy por hoy, cuando me enojan, soy capaz de cualquier cosa.
Aguantando el dolor, ella bufó.
—Ya sé que haces cualquier cosa. Te has casado conmigo. Finalmente, Niall llevó su boca hasta la de ella y la besó. Con deleite, le mordisqueó el labio inferior, hasta que la hizo abrir la boca y se la tomó. Sorprendida, intentó zafarse de él, pero fue notar su dulce sabor y claudicar. Vibró al sentirse entre sus brazos. Lo deseaba. Pero entonces él se puso a reír, ella se tensó y la magia desapareció.
Pensó en darle un manotazo o pellizcarle en la herida que le había hecho en el brazo, pero el deseo irresistible que la embargaba le impidió razonar. Niall percibió su tensión, pero no la soltó, y le metió aún más la lengua en la boca, exigiendo que no parara. Para su satisfacción, al final ella soltó un gemidito que la delató.
En ese momento, se comenzaron a oír aplausos y gritos de los guerreros. Niall la liberó y se separó de ella para aceptar sonriendo las bravuconadas que sus hombres les dedicaban.
Humillada al sentirse el centro de atención en un momento tan íntimo, Gillian cerró el puño para darle un golpe, pero Niall, mirándola, susurró:
—Si haces eso lo pagarás, tesorito.
Ella se refrenó.
—No me gusta que me trates ante todos como lo acabas de hacer, y menos que me llames así.
Tras una risotada que hizo que todos los miraran, él murmuró:
—Te llamaré y trataré como yo quiera, ¿entendido? Eres mi esposa, ¡mía! No lo olvides.
—Claro que no lo olvido. Me quisiste cambiar por tortas de avena.
—Al menos son nutritivas, y no dañinas como tú. —Y sin darle tiempo a contestar, añadió:
—Nunca olvides que soy tu dueño y te cambiaré por lo que quiera. No eres tan valiosa como Diane o cualquier otra dama. ¿Qué te has creído?
—¡Ojalá no estuviera aquí y mi vida fuera otra! ¡Ojalá pudiera dar marcha atrás a los días! De haberme casado con Carmichael, al menos habría sabido lo que podía esperar: muerte por asesinato. Pero ¿de ti?, ¿qué puedo esperar de ti, además de vejaciones y humillación? No te lo voy a consentir…, no. Y si tengo que acabar yo misma con mi vida, lo haré antes de que tú lo hagas. Te detesto, Niall. Te detesto tanto que no te lo puedes ni imaginar.
Dolorido y confundido por aquellas duras y terribles palabras la miró y, con gesto grave, sentenció:
—No me detestes, Gillian; mejor tenme miedo. —Furiosa, la joven levantó la mano, pero al ver la mirada gélida de él y los guerreros, la bajó. Con una sonrisa maléfica, Niall se rascó el mentón—. A partir de hoy, cada vez que cometas un error en lo referente a mi persona, te cortaré un mechón de tu adorado pelo. —Ella blasfemó—. Y si continúas con tu irrespetuosa manera de ser, te encerraré en cualquier torreón oscuro hasta que consiga doblegar tu voluntad y estés tan asustada que no recuerdes ni cómo te llamas, ¿me has entendido?
No contestó. Se limitó a dirigirle una mirada glacial, y él continuó:
—Olvida lo que te dije sobre tener un heredero contigo. Tenías razón. Puedo tenerlo con cualquiera de las fulanas con las que me acuesto, y estoy seguro de que me resultará más agradable y placentero. Eso sí, tú lo cuidarás y lo criarás como si se tratara de tu propio hijo. —Ofendida, no consiguió ni abrir la boca—. Y tranquila, lo que ocurrió aquella noche en la que te lanzaste sobre mí no volverá a ocurrir. Sólo te pediré algún que otro beso y exigiré alguna sonrisa para que la gente no murmure. Eras y eres un problema. Tu hermano y tu abuelo estaban convencidos de que terminarías en la horca tras matar a Carmichael, y no andaban desacertados —dijo, recordando lo que ella había comentado—. Y únicamente te diré una última cosa para aclarar nuestra situación. Si no permití que Kieran se casara contigo, no fue porque sintiera algo por ti. No, no te equivoques, tesorito. Si me casé contigo fue porque le debía muchos favores a tu hermano y, casándome, he saldado todas mis cuentas con él de por vida.
—Eres despreciable —susurró ella, respirando con dificultad.
—Sí, Gillian, soy despreciable. Y para ti pretendo ser el ser más despreciable de toda Escocia, porque tenerte a mi lado es y será una carga muy difícil de llevar.
—Te odio —gimió al sentir que el corazón se le paralizaba. Niall sonrió con maldad, pero todo era fachada. El corazón le palpitaba desbocado al ver el horror y el dolor en los ojos de ella.
—Me alegra saber que me odias, tesoro mío, porque tú sólo serás la señora de mi hogar, no de mi vida ni de mi lecho. Mis gustos por las mujeres son otros —dijo, mirando a Diane de forma insinuante—. En una mujer me atraen dos cosas: la primera, su sensualidad, y la segunda, que sepa lo que me gusta en la cama. Y tú no cumples nada de lo que busco.
—Eres un hijo de Satanás. ¿Cómo puedes ofenderme así? —Intentó abofetearle. Con un rápido movimiento, él la detuvo y, sacándose la daga del cinto, le cortó un mechón del cabello. Ella gritó, y Niall, enseñándole el trofeo, siseó:
—Cuidado, Gillian. Si no te controlas, te quedarás calva muy pronto. Aquello era insoportable, y levantándose, furiosa, intentó andar, pero Niall le tiró de la falda y la hizo caer sobre él. Asiéndola con rudeza entre sus brazos, la aprisionó y, sin darle tiempo a respirar, la besó. Pero esa vez ella no gimió ni respondió. Instantes después, cuando Niall separó sus labios con una sonrisa triunfal, susurró:
—Estoy en mi derecho de tratarte y hacer contigo lo que quiera —dijo, enseñándole la daga que le había sacado de la bota—. No lo olvides, tesorito.
—Dame mi daga.
—No, ahora no. Quizá más tarde —respondió él, guardándola junto a la suya en su cinto.
Soltándola como quien suelta un fardo de heno, la dejó marchar justo en el momento en que comenzaba a llover. Con una fría sonrisa, la vio alejarse furiosa y enfadada. Intuía que maldecía aunque no la oía. En ese instante, Ewen llegó hasta él.
—Mi señor, creo que deberíais venir un momento.
—¿Ahora? —preguntó, molesto.
—Sí, ahora. —Necesitaba que viera lo que ocurría entre sus hombres. Niall, volviéndose para mirar a su esposa, que desaparecía entonces tras unos árboles, gritó:
—Gillian, sé buena, y no te metas en problemas. La mujer se paró y, de pronto poniéndose las manos en las caderas, dijo enfadada: —No, tesorito, no te preocupes.
Al ver cómo se alejaba a grandes pasos, Niall suspiró. Se llevó el mechón de pelo a los labios y lo besó. Después, lo guardó y se marchó con Ewen a ver a sus hombres.
Maldiciendo como el peor de los guerreros, Gillian se alejó. Necesitaba sentir el aire frío y la lluvia en su cara para darse cuenta de que estaba despierta y lo que había escuchado no era un mal sueño. ¿Cómo podía ese asno tratarla así y, a la vez, en otros momentos, ser tan dulce y arrebatador?
Sentándose en el suelo, bajo un enorme árbol, suspiró, y agarrándose su precioso cabello, maldijo al ver el trasquilón. Soltándolo con rabia, pensó: «¡Estúpido!».
Él pretendía tener un hijo con otra, humillarla y encima obligarle a que lo criara. ¡Nunca! Y menos aún permitiría que la tratara como él pensaba. Prefería la muerte.
En ese momento, vio salir corriendo de detrás de unos matorrales a Trevor y a Johanna, pero no vio a la pequeña Amanda. Eso le extrañó, y durante unos instantes esperó a que la pequeña apareciera. Sin embargo, al ver que no era así, fue hacia los matorrales.
—¡Amanda! —llamó Gillian, pero la niña no respondió. De pronto, oyó un gemido no muy lejos y corrió hasta la orilla del río, donde encontró a la pequeña agarrada a una rama dentro del agua. Con rapidez, Gillian se metió en el río y sorprendida vio como éste se la tragaba. Era una orilla engañosa y a la pequeña le debía haber pasado igual. Tras sacar la cabeza del agua, nadó hasta ella y, cogiéndola con fuerza, le susurró mientras la besaba:
—Cariño, no llores. Ya estoy aquí, y no te va a pasar nada.
—Mi espada —gimió la pequeña.
Gillian miró a su alrededor y, al ver que el juguete de madera flotaba no muy lejos de ellas, dijo:
—Mírala, cariño. Está allí, ¿la ves?
Pero la niña hizo un puchero.
—Se la ha llevado un dragón.
Gillian sonrió.
—Cariño, los dragones no existen.
Y antes de que ninguna se pudiera mover, sobrecogida, vio cómo un bicho se enrollaba lentamente en la espada y la alejaba.
Asustada, Amanda soltó un aullido de pánico y, con rapidez, Gillian nadó hacia la orilla. Una vez allí, la sacó y, después, salió ella y la abrazó.
—Ya está, mi amor. Ya está.
—¡El dragón se lleva mi espada! —gritó Amanda.
—Tranquilízate, cariño. Ese bicho no nos ha hecho nada —susurró, besándola con el pulso acelerado—. Y por la espada no te preocupes. Estoy segura de que mamá o papá te regalarán otra y…
—Pero ésa era la espada del tío Zac. ¡Yo quiero mi espada! —sollozó la niña, que intentó lanzarse al agua de nuevo.
Gillian observó de nuevo la espada, que parecía flotar. Odiaba las serpientes. Les tenía pánico.
—Mamá siempre dice que tú eres muy valiente, pero yo no lo creeré si dejas que ese dragón se lleve mi espada. Por favor…, no dejes que se lleve mi espadaaaaaaaaaaa. Gillian volvió a mirar hacia el río, donde parecía que sólo flotaba la maldita espada.
¡Ni loca!
—Amanda, cariño, no tengo el carcaj ni la daga para matar al dragón —explicó al oír los berridos de la cría—. Tampoco llevo la espada para poder coger la tuya del lago. —Pero al ver el puchero y los hipos de la niña, asintió—: De acuerdo, intentaré coger la maldita espadita.
Con cuidado, volvió a meterse en el río. Pero la seguridad la abandonó. Sin daga ni espada, si el bicho la atacaba, no podría defenderse. Sabía que bajo la superficie aquella serpiente campaba a sus anchas, y eso la hizo estremecer. ¿Y si había más?
—Amanda, no tengas miedo, cariño —gritó para infundirse valor.
—No, tía, no lo tengo. —La pequeña tiritó—. Y tú, ¿tienes miedo del dragón?
«¡Oh, Dios! Sí. Como aparezca el bicho me da algo», pensó.
—No, cariño; a mí no me da miedo nada —dijo muy a su pesar. Atenazada de terror, se acercó nadando hasta el juguete de la niña. En ese momento, notó que algo rozaba sus piernas y, tras hacer aspavientos con los brazos y las manos, sintió un pequeño pellizco en el muslo derecho, pero continuó. Entonces se dio cuenta de que había perdido su cordón del dedo. Su anillo de casada. Y parándose, buscó a su alrededor.
—¡Maldita sea, maldita sea! —vociferó, angustiada, porque, le gustara o no reconocerlo, aquel costroso cordón significaba mucho para ella.
—¿Qué te pasa, tía? —preguntó la niña.
—¡Ay, Amanda! Acabo de perder mi anillo de boda. La pequeña se encogió de hombros.
—No importa. Seguro que el tío Niall te compra otro. Gillian resopló.
—¡Oh, sí!, no dudo de que ese patán me lo compre —susurró para que la niña no lo oyera.
Al no ver el odioso cordón por ningún lado y con prisa por salir del agua, con determinación agarró la espada y nadó hasta donde la niña la esperaba.
Una vez fuera, respiró. Ya no tenía que temer a ese odioso reptil. La pequeña Amanda, emocionada, se abalanzó sobre ella para besarla y coger su amada espada.
—Gracias, tía Gillian. Eres la mejor. La más valiente. Mamá tiene razón. Con el corazón a punto de salírsele del pecho por el miedo que había pasado, consiguió sonreír, mientras con pesar miraba su dedo. Finalmente, tomó a la pequeña en brazos y, tiritando, regresó al campamento, donde Johanna gritó al verlas aparecer empapadas.
—¡Mamá!, Amanda se ha vuelto a caer al río. Megan se levantó de un pequeño tronco y, al ver el aspecto de su hija y su amiga, corrió hacia ellas. Duncan, Niall y Lolach, que en ese momento hablaban, al oír el grito de Johanna se volvieron, y con rapidez, Duncan fue en su busca. Niall, al ver a su mujer empapada y con una pinta pésima, siguió a su hermano, aunque antes cogió un par de plaids para tapar a aquellas dos descerebradas.
—¡Oh! Mi papi me va a regañar. Y mami tiene cara de enfado —cuchicheó Amanda en su oído—. Me dijo que no me acercara al agua.
—No te preocupes, cariño —susurró Gillian, congelada—. Les diré que me caí yo y que tú te lanzaste a ayudarme.
—¡Qué buena idea! —sonrió la pequeña, encantada. Megan se paró ante ellas con gesto serio y ojos risueños.
—¿Se puede saber qué ha pasado para que tengáis esa pinta las dos? —preguntó. Amanda se estrechó contra Gillian, y ésta tras suspirar, dijo:
—Megan, ¡soy una torpe! Me he caído al río y Amanda se ha lanzado para salvarme.
Su amiga, conmovida por aquella mentira, dijo cogiendo a su pequeña:
—¡Oh, mi niña!, pero qué valiente eres.
Amanda, feliz porque su madre creyera aquello, sonrió, enseñando su boca mellada.
—Soy una guerrera, mami.
—Menos mal que estaba ella allí —asintió Gillian—. Si no hubiera estado, no sé qué habría hecho. Gracias, Amanda, eres una excelente rescatadora.
Duncan y Niall llegaron hasta ellas y al oír eso último sonrieron. La pequeña dijo:
—Tío Niall, Gillian ha perdido el anillo de vuestra boda, pero no la regañes, ¿vale? Gillian maldijo en silencio, y Niall, al recordar el cordón de cuero, sonrió para sus adentros, pero voceó:
—¡¿Cómo?!
La niña, al percibir el tono de aquél y la cara de disgusto de Gillian, dijo tocándole la mejilla con su manita fría:
—Tío, mírame. —Él la miró—. No te enfades con ella. Lo ha buscado en el agua fría mucho rato, pero no lo ha encontrado. Y yo, para que no llorara, le he dicho que tú le comprarías otro más bonito.
—¿Tiene que ser más bonito? —bromeó Niall.
—¡Oh, sí, tío! Gillian se merece un anillo de princesa. Los ojos de Niall se cruzaron con los de su mujer, pero ella, aún molesta, los retiró.