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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

Desde el abismo del tiempo (14 page)

BOOK: Desde el abismo del tiempo
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El segundo día fue prácticamente una repetición del primero. Avanzaron lentamente con frecuentes paradas y una vez desembarcaron en el país kro-lu para cazar. Aquí fueron atacados por los hombres de los arcos y las flechas, a quienes no pudieron persuadir de que parlamentaran con ellos. Tan beligerantes eran los nativos que tuvieron que disparar para escapar de sus persistentes y feroces atenciones.

—¿Qué posibilidades pudieron tener Tyler y la señorita La Rué entre esta gente? -preguntó Bradley, mientras regresaban al submarino con sus presas.

Pero continuaron su infructuosa búsqueda, y al tercer día, después de recorrer la orilla de una profunda cala, pasaron ante una línea de altos acantilados que formaban la orilla sur de la cala y rodearon un afilado promontorio a eso de mediodía. Co-Tan y Bradley estaban solos en cubierta, y cuando la nueva orilla apareció a la vista, la muchacha dejó escapar un grito de alegría y agarró la mano del hombre con la suya.

—¡Oh, mira! -exclamó-. ¡El país galu! ¡El país galu! Es mi país, que creí no volver a ver nunca.

—¿Te alegras de volver, Co-Tan? -preguntó Bradley.

—¡Oh, me alegro tanto! ¿Vendrás conmigo? Podemos vivir aquí con mi pueblo, y serás un gran guerrero… oh, cuando Jor muera puedes incluso ser jefe, pues no hay ningún otro guerrero más poderoso. ¿Vendrás?

Bradley negó con la cabeza.

—No puedo, pequeña Co-Tan -respondió-. Mi país me necesita, y debo volver. Tal vez regrese algún día. ¿No me olvidarás, Co-Tan?

Ella lo miró, con los ojos llenos de asombro.

—¿Vas a marcharte? -preguntó, con voz muy débil-. ¿Vas a dejar a Co-Tan?

Bradley contempló la cabecita inclinada. Sintió la suave mejilla contra su brazo desnudo; y sintió algo más también: calientes lágrimas que corrían hasta la yema de sus dedos, cada una de ellas surgida del corazón de una mujer.

Se inclinó y alzó el rostro manchado de lágrimas hasta el suyo.

—No, Co-Tan -dijo-. No voy a dejarte… vas a venir conmigo. Vas a venir a mi país para ser mi esposa. Dime que lo harás, Co-Tan.

Y se inclinó un poco más y la besó en los labios.

No necesitó más que la maravillosa luz en sus ojos para saber que ella lo acompañaría hasta el fin del mundo. Y entonces los artilleros subieron a disparar una nueva salva, y los dos bajaron del cielo de su nueva felicidad a la ajada y sacudida cubierta del U-33.

Una hora más tarde el submarino navegaba cerca de la orilla de una hermosa pradera que se extendía durante más de un kilómetro tierra adentro hasta el pie de una altiplanicie cuando Whitley llamó la atención sobre una docena de figuras que bajaba desde allí. Invirtieron los motores y detuvieron el submarino mientras todos se congregaban en cubierta para ver al pequeño grupo que corría hacia ellos cruzando el prado.

—Son galus -exclamó Co-Tan-. Son mi propio pueblo. Dejadme que hable con ellos, para que no piensen que venimos a luchar. Déjame en la orilla, hombre mío, y yo iré a recibirlos.

Vararon el morro del submarino en la empinada orilla, pero cuando Co-Tan intentó adelantarse sola, Bradley la agarró por la mano y la detuvo.

—Iré contigo Co-Tan -dijo, y juntos avanzaron hacia el grupo.

Había unos veinte guerreros que avanzaban en hilera, como nuestra infantería avanza para las escaramuzas. Bradley no pudo sino advertir la marcada diferencia entre esta formación y los métodos más desordenados de las tribus inferiores con las que había entrado en contacto, y se lo comentó a Co-Tan.

—Los guerreros galu siempre avanzan así a la batalla -dijo ella-. Los pueblos inferiores permanecen en grupo y apenas pueden usar sus armas, a la vez que presentan un blanco tan fácil para nuestras lanzas y flechas que no podemos fallar. Pero cuando ellos lanzan las suyas contra nuestros guerreros, si fallan al primero, no hay ninguna posibilidad de que maten a alguien detrás.

«Quédate quieto ahora -advirtió-, y crúzate de brazos. Así no nos harán daño.

Bradley hizo lo que le ordenaba, y los dos esperaron cruzados de brazos a que la hilera de guerreros se acercara. Cuando estuvieron a unos cincuenta metros, se detuvieron y uno habló.

—¿Quiénes sois y de dónde venís? -preguntó; y entonces Co-Tan dejó escapar un gritito de alegría y echó a correr con los brazos abiertos.

—¡Oh, Tan! -exclamó-. ¿No conoces a tu pequeña Co-Tan?

El guerrero se la quedó mirando un instante, incrédulo, y entonces también él echó a correr y, cuando se encontraron, cogió a la muchacha en brazos. Fue entonces cuando Bradley experimentó plenamente una sensación que era nueva para él: un súbito odio por este extraño guerrero y el deseo de matar sin saber por qué. Avanzó rápidamente hasta el lado de la muchacha y la cogió por la muñeca.

—¿Quién es este hombre? -exigió con frío tono.

Co-Tan se volvió sorprendida hacia el inglés, y entonces estalló en una alegre carcajada.

—Este es mi padre, Brad-li -exclamó.

—¿Y quién es este Brad-li? -demandó el guerrero.

—Es mi hombre -contestó sencillamente Co-Tan.

—¿Con qué derecho? -insistió Tan.

Y entonces ella le contó brevemente todo lo que había vivido desde que los wieroos la secuestraron y cómo Bradley la había rescatado y quiso rescatar a An-Tak, su hermano.

—¿Estás contenta con él? -preguntó Tan.

—Sí -replicó la muchacha orgullosamente.

Fue entonces cuando un movimiento al borde de la altiplanicie atrajo la atención de Bradley, y al mirar con atención vio un caballo montado por dos figuras que bajaba por la empinada pendiente. Cuando llegó abajo, el animal cruzó la pradera con un rápido trote. Era un animal magnífico: un gran semental bayo con la cara blanca y patas blancas hasta las rodillas, el lomo rodeado por una gran mancha blanca. Cuando se detuvo súbitamente junto a Tan, el inglés vio que lo montaban un hombre y una muchacha: un hombre alto y una muchacha tan hermosa como Co-Tan. Cuando la muchacha vio a Co-Tan, bajó del caballo y corrió hacia ella, gritando de alegría.

El hombre desmontó y se colocó junto a Tan. Como Bradley, iba vestido a la usanza de los guerreros que los rodeaban, pero había una sutil diferencia entre sus compañeros y él. Posiblemente detectó una diferencia similar en Bradley, pues su primera pregunta fue:

—¿De qué país eres? -y aunque habló en galu, a Bradley le pareció reconocer el acento.

—De Inglaterra -respondió Bradley.

Una amplia sonrisa iluminó el rostro del recién llegado mientras extendía la mano.

—Soy Tom Billings, de Santa Mónica, California -dijo-. Lo sé todo sobre ti, y me alegro muchísimo de encontrarte con vida.

—¿Cómo has llegado aquí? -preguntó Bradley-. Creí que éramos el único grupo de hombres del mundo exterior que habían entrado en Caprona.

—Lo erais, hasta que vinimos en busca de Bowen J. Tyler Jr. -replicó Billings-. Lo encontramos y lo enviamos a casa con su esposa. Pero yo me quedé prisionero aquí.

El rostro de Bradley se ensombreció: entonces no se hallaban entre amigos.

—Hay diez de nosotros en un submarino alemán con rifles y pistolas -dijo rápidamente en inglés-. Sería fácil escapar de toda esta gente.

—No conoces a mi carcelero -replicó Billings-, o no estarías tan seguro. Espera, te presentaré.

Y se volvió hacia la muchacha que lo acompañaba y la llamó por su nombre.

—Ajor -dijo-, permíteme que te presente al teniente Bradley; teniente, la señora Billings… ¡mi carcelera!

El inglés se echó a reír mientras estrechaba la mano de la muchacha.

—No eres tan buen soldado como yo -le dijo a Billings-. En vez de haber caído prisionero, he hecho un prisionero: Señora Bradley, este es el señor Billings.

Ajor, comprendiendo rápidamente, se volvió hacia Co-Tan.

—¿Vas a ir con él a tu país? -preguntó.

Co-Tan lo admitió.

—¿Te atreves? -preguntó Ajor-. Pero tu padre no lo permitirá: Jor, mi padre, gran jefe de los galus, no lo permitirá, pues como yo eres cos-ata-lo. ¡Oh, Co-Tan, si pudiéramos! ¡Cómo me gustaría ver el extraño mundo y las maravillosas cosas de las que me habla mi Tom!

Bradley se inclinó y le susurró al oído.

—Di la palabra y los dos podréis venir con nosotros.

Billings lo oyó y, hablando en inglés, le preguntó a Ajor si querría ir.

—Sí -respondió ella-. Si tú lo deseas. Pero ya sabes, mi Tom, que si Jor nos captura, tú y yo y el hombre de Co-Tan lo pagaremos con la vida… ni siquiera su amor por mí ni la admiración que te tiene podrán salvarte.

Bradley advirtió que ella hablaba en inglés, un inglés entrecortado como el de Co-Tan, pero igualmente atractivo.

—Podemos subir fácilmente al submarino -dijo-, con algún pretexto, y luego podemos marcharnos. No podrán hacernos daño ni detenernos, ni nosotros tendremos que dispararles.

Y así lo hicieron. Bradley y Co-Tan llevaron a Ajor y Billings a bordo para «mostrarles» la embarcación, que casi inmediatamente levó anclas y se internó despacio en el mar.

—Odio hacer esto -dijo Billings-. Han sido buenos conmigo. Jor y Tan son hombres espléndidos y pensarán que soy un desagradecido. Pero no puedo malgastar mi vida aquí cuando hay tanto que hacer en el mundo exterior.

Mientras recorrían el mar interior dejando atrás la isla de Oo-oh, volvieron a contar las historias de sus aventuras, y Bradley se enteró de que Bowen Tyler y su esposa habían dejado el país galu hacía apenas quince días, y que era posible que el Toreador estuviera todavía anclado en el Pacífico, no muy lejos de la desembocadura subterránea del río que volcaba las aguas calientes de Caprona en el océano.

A finales del segundo día, después de atravesar manadas de horribles reptiles, se sumergieron en el punto donde el río entraba bajo los acantilados y poco después ascendieron a la superficie iluminada del Pacífico; pero no pudieron ver por ninguna parte rastro del otro barco. Siguieron costa abajo hasta la playa donde Billings había cruzado en su hidroavión y al anochecer el vigía anunció que veía luz delante. Resultó ser el Toreador, y media hora más tarde hubo una reunión en la cubierta del esbelto yate como nadie había imaginado que fuera posible. De los aliados sólo había que lamentar las muertes de Tippet y James, y nadie lamentó las muertes de los alemanes ni la de Benson, el traidor, cuya fea historia fue narrada en el manuscrito de Bowen Tyler.

Tyler y el grupo de rescate habían llegado al yate esa misma tarde. Habían oído, levemente, las salvas disparadas por el U-33 pero no habían podido localizar su dirección, y por eso habían supuesto que el sonido procedía de los cañones del Toreador.

Fue un grupo feliz el que navegó hacia el soleado sur de California, el viejo U-33 siguiendo la estela del Toreador, haciendo ondear la gloriosa bandera de las Barras y Estrellas bajo la que había nacido en el muelle de Santa Mónica. Tres parejas recién casadas, sus lazos ahora debidamente solemnizados por el capitán del barco, disfrutaban de la paz y la seguridad de las aguas despejadas del Pacífico sur y la luna de miel única que, de no ser por los recios deberes que los esperaban, podrían haber prolongado hasta el final de los tiempos.

Y así atracaron un día en el muelle que ahora controlaba Bowen Tyler, y allí se encuentra todavía el U-33 mientras quienes pasaron tantos días en él y a causa de él, continuaron sus diversos caminos.

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