Authors: Megan Maxwell
—Tranquila, Megan —susurró abrazándola sin poder contener las lágrimas por ver al bueno de Angus muerto ante ellas.
—El abuelo… Gillian —hipó angustiada—. El abuelo y Mauled han muerto… por mi culpa.
—¡Por todos los santos! —rugió Magnus al ver lo ocurrido.
La gente del pueblo corría enloquecida, algunas casas ardían y nada podían hacer si no esperar a que el fuego devorara lo poco que tenían. Los soldados de Axel consiguieron terminar con los atacantes que aquella noche habían ocasionado la desolación. Algunos aldeanos comenzaron a señalar a las muchachas como responsables de todo lo ocurrido. Decían que habían escuchado preguntar a aquellos ingleses por los nietos de Angus de Atholl.
—¡Escuchad! —gritó Magnus, dolido, con Zac entre sus brazos—. Al primero que yo oiga decir que las culpables de todo esto han sido ellas, se las tendrá que ver conmigo.
—Todo es culpa mía —susurró Megan—. Todo es culpa mía.
—No, Megan. No es culpa tuya —musitó Alana.
Al levantar la mirada, Megan observó cómo Magnus abrazaba a Zac, y Alana, a Shelma. Parecían en estado de choque, mientras algunos vecinos, aquellos que parecían haberlas aceptado, les daban la espalda.
—¡Caleb! Quiero que varios hombres ayuden a nuestras gentes a apagar el fuego y que otros recojan los cuerpos de Angus y Mauled para darles un entierro digno —ordenó Magnus tomando aire y valorando con una mirada los daños en la aldea.
—El resto de la gente y los heridos —dijo Alana mirando a Caleb— que vayan al castillo, allí serán atendidos.
—Pero
milady
, en el castillo no podemos… —intervino Caleb.
Pero Alana, furiosa e indignada, no le dejó terminar.
—He dicho —sentenció encolerizada, dejando sin palabras a Magnus— que todos vayan al castillo. Y quiero que dos guerreros partan ahora mismo en busca de Axel y le informen de lo ocurrido.
—De acuerdo,
milady
—asintió Caleb.
Poco después, alumbrados con antorchas, los hombres se repartieron. Mientras unos apagaban el fuego, otros recogían los cuerpos sin vida de Mauled y Angus, y dos hombres partían en busca de Axel.
—Muy bien, Alana —reconoció Magnus—. Serás una buena señora para estas tierras.
Ella, con gesto triste, asintió.
—Vamos, Megan —indicó Gillian mientras observaba que sobre su ropa y su pelo había sangre—. Estás herida. Tengo que curarte.
—¡Fuera las
sassenachs
! —gritó una voz irreconocible en la oscuridad.
—¡Prended a la persona que haya dicho semejante barbaridad! —rugió Magnus, encolerizado.
Varios guerreros buscaron el origen de la voz, pero la oscuridad se lo impidió.
—Volvamos al castillo —murmuró Alana agarrando a una callada Shelma.
Una vez allí, Hilda, la cocinera, lavó las heridas de las muchachas y el niño, que no había vuelto a abrir la boca. Zac estaba empapado de sangre, pero sólo tenía un pequeño corte en el cuello. Shelma contaba con varios cortes en el brazo y diversas contusiones. Megan, además de cortes en los brazos, tenía quemaduras en las manos por haber entrado en el establo a rescatar a los caballos, además de una pequeña brecha en la frente. Alana hizo traer aguja e hilo y, con paciencia, se sentó frente a ella para suturar la herida.
—Intentaré darte bien los puntos, así no te quedará una gran cicatriz —señaló Alana observando el dolor en sus miradas.
—Da igual como quede —musitó Megan, agotada—. Mauled y el abuelo han muerto. La gente nos odiará por la destrucción de la aldea y reclamarán que nos vayamos. ¿Dónde iremos, Alana? ¿Dónde puedo llevar a mis hermanos para que sean felices?
La desesperación de Megan le hacía temblar, y Gillian, deseosa de consolarla, la abrazó. Durante un rato ambas lloraron por las vidas perdidas, y cuando Megan se calmó, Gillian volvió a atender a Zac.
—Lo primero que tienes que hacer es tranquilizarte —exigió Alana—. Cuando vuelva Axel, intentaremos solucionar este terrible contratiempo.
Pero Megan volvió a repetir:
—La gente exigirá que mañana mismo nos vayamos.
—¡De aquí no se va a ir nadie! —rugió Gillian colocando paños de agua fría en la frente de Zac.
—Esos hombres —dijo Shelma sentándose junto a su hermana— venían a por nosotras. Nunca van a dejarnos en paz.
—No querían matarnos —indicó Megan—. Querían llevarnos ante sir Aston Nierter y…
En ese momento, varios criados entraron en la habitación. Y con ellos, Sean.
—¿Estás bien? —se interesó acercándose a Megan y empalideciendo al ver cómo Alana le cosía la frente.
—Sí —respondió Megan con una triste sonrisa.
Todos se fijaron en que el muchacho portaba algo.
—He conseguido sacar de vuestra casa estos pocos enseres —dijo tendiendo ante ella un saco.
—Gracias, Sean —señaló Shelma al ver que había algo de ropa, alguna jarra de barro y poco más.
—Siento no haber podido salvar nada más —se disculpó el muchacho—. Pero el fuego…
Megan le miró. Quería agradecerle aquello, pero la emoción no la dejó hablar.
—Ha sido un detalle muy bonito —sonrió Alana—. Ahora te agradecería que salieras para poder continuar con lo que estaba haciendo.
Tras asentir con la cabeza, el muchacho salió por la arcada y se quedaron solas.
—Mira, Megan —susurró Shelma sacando unas ropas—. Sean ha conseguido salvar nuestra ropa preferida —dijo al enseñarle los pantalones de cuero, las botas y las camisas de hilo que ellas habían confeccionado.
—Y la capa del abuelo —sollozó Megan agarrándola con amor.
—No te muevas, Megan —susurró Alana mientras intentaba coser la brecha.
Pero a Megan lo que menos le importaba era su herida. Lo único que quería era venganza y dijo en tono amenazador:
—Ahora seré yo quien les busque a ellos. Pagarán por la muerte del abuelo y de Mauled.
—Querrás decir «seremos» —puntualizó Shelma mirando a su hermana mientras Gillian le quitaba el saco de las manos y lo echaba hacia un lado.
—No digáis tonterías. De aquí no se va a mover nadie hasta que Axel regrese —las regañó Alana asustándose al ver cómo ellas se miraban.
—Lo único que te pido es que cuides de Zac en nuestra ausencia —indicó Megan tomando a Alana de la mano— y, si algo nos pasara, por Dios, haz que llegue a ser un buen guerrero escocés.
Al escuchar aquello, el corazón de Alana se aceleró.
—He dicho que de aquí no se va a mover nadie hasta que llegue Axel —levantó la voz Alana atrayendo la mirada de Gillian—. ¿Has oído lo que he dicho?
—Sí, Alana —asintió Megan—. Pero prométeme que cuidarás de Zac si algo nos ocurriera a mi hermana y a mí.
—¿Qué os va a ocurrir? —preguntó enfadada guardando el hilo y la aguja.
—Prométenoslo. ¡Por favor! —suplicó Shelma.
—¡De acuerdo, cabezotas! —dijo dándose por vencida—. Os lo prometo. Pero como no os va a ocurrir nada, no hará falta que cumpla esa absurda promesa.
Las muchachas respiraron aliviadas.
—Milady
—llamó Caleb desde la arcada—. Unos heridos necesitan vuestra ayuda ahí abajo.
—Ahora mismo iré —asintió recogiendo su costura—. Gillian, quédate aquí con ellas y no las dejes salir.
—Tranquila, cuñada —indicó viéndola desaparecer tras la puerta. Cuando quedaron las tres a solas, miró a sus amigas y señaló—: De aquí no saldréis, si no es conmigo por delante.
Con los primeros rayos del sol asomándose por el horizonte, todos pudieron ver los destrozos causados por los maleantes. Magnus comprobó que varias casas habían quedado calcinadas, y sus gentes, dañadas moralmente.
A media mañana, acompañados por Magnus, Alana, Gillian y algunos vecinos, Megan, Shelma y Zac dieron sepultura a los cuerpos de Angus y Mauled, y volvieron a llorar su terrible pérdida.
Tres días después, mientras los vecinos intentaban retomar sus rutinas diarias y los guerreros reconstruían los techos de las casas quemadas, Megan y Shelma hablaban con Gillian sentadas en la colina.
—Os quedaréis en el castillo hasta que Axel vuelva. Nada tenéis que temer —indicó Gillian al ver cómo miraban lo que hasta hacía pocos días había sido su casa.
—Estoy cansada de tener miedo —señaló Megan—. Creo que lo más sensato es partir en busca de quienes nos acosan.
—Zac se quedará con Alana y contigo. Necesitamos que le cuidéis mientras estamos fuera —asintió Shelma entendiendo a su hermana.
—¡Estáis locas! No podéis ir solas. ¿No lo entendéis? —se quejó Gillian.
Megan ni la miró.
—Lo que no podemos es seguir así —respondió Shelma—. La gente terminará odiándonos. Ya es la segunda vez que vienen a buscarnos, y Angus y Mauled han muerto. ¿Qué pasará si en alguna de éstas muriera algún vecino? ¿Acaso crees que nos lo perdonarían? Queramos o no, aquí siempre seremos las
sassenachs
.
—No digas eso —susurró Gillian—. Ellos saben tan bien como yo que vosotras no tenéis culpa de nada.
—Nunca nos dejarán en paz. ¿Has visto cómo nos miran? Para todos ellos representamos un peligro —señaló Megan—. Gillian, tú nos quieres tanto como nosotras a ti, pero tenemos que hacer algo por Zac y por esta gente. Él y los demás merecen vivir sin miedo. Y mientras nosotras estemos aquí, eso va a resultar imposible.
—¿Quién os ha dicho que no os entiendo? —replicó Gillian—. Lo único que digo es que vosotras solas no podréis hacer mucho.
—¿Tienes otra solución? —preguntó Megan.
—¡Casaros! —intervino Alana acercándose a ellas—. Eso evitará que los malditos ingleses os reclamen y os busquen.
Al escuchar aquello, las hermanas la miraron.
—Una boda. ¡Qué buena idea! —celebró Gillian la sugerencia de su cuñada—. Os garantizaría, además de vuestro propio hombre, mucha seguridad.
—¡Ni loca! ¡Qué horrible solución! —protestó Megan—. Además, ¿qué
highlander
querría casarse con dos medio inglesas?
—Eso, ¿quién querría casarse con nosotras? —susurró Shelma.
—No lo sé —señaló Alana sentándose—. Quizá tengamos que indagar un poquito para saber qué hombres están interesados en vosotras. Aunque a mí se me ocurre un par de ellos.
Megan, al ver cómo Alana y Gillian sonreían y se miraban, se tensó. ¿Se habían vuelto locas?
—¡Qué buena idea! —sonrió Gillian mirando a su cuñada—. Quizá, cuando vuelva Axel, podamos…
—¡No! —exclamó Megan—. Si pensáis en Duncan McRae, ni es mi tipo ni yo, por supuesto, el suyo. No aguanto a las personas que se creen que todo el mundo debe adorarlas. ¡Es insufrible!
Shelma, al escucharlas con ojos tristes, susurró:
—Oh… Lolach. Daría cualquier cosa por poder casarme con él.
—¡Shelma! —gritó Megan al escucharla—. ¿Cómo puedes decir eso?
—Digo lo que siento —sonrió por primera vez en varios días—, y creo que tú deberías hacer lo mismo. Estoy harta de tener que dormir siempre con un ojo abierto. Me gustaría poder estar tranquila, sin tener que pensar que en cualquier momento alguien intentará matarnos, o raptarnos.
Al escucharla, Alana dio el tema por zanjado.
—No se hable más. Cuando vuelva Axel, hablaré con él.
—Por mí no hables, Alana —advirtió Megan mirándola—. No quiero que…
De pronto, se interrumpió. Desde las almenas, unas voces alertaron de que un grupo de hombres a caballo se acercaban al galope hacia el castillo. Alana reconoció enseguida a Axel, que galopaba rápido y raudo junto a un grupo de unos trescientos hombres. Era tal la prisa que llevaban que entraron en el castillo sin percatarse de que las mujeres les observaban desde lo alto de la colina.
—¡Es Axel! —gritó Alana levantándose de un salto.
—¡Pues, corre! —la animó Gillian—. Ve a recibirle.
No hizo falta. Pocos instantes después, varios de los caballos que habían entrado encabritados en el castillo salían dirigiéndose hacia ellas.
—¡Por san Ninian! —murmuró Gillian, incrédula—. ¿Esos, por casualidad, no son…?
—Acertaste —aplaudió Alana eufórica de alegría viendo a su marido acercarse.
Los
highlanders
se acercaron al galope a ellas.
—¿Estáis todas bien? —dijo Axel tirándose del caballo para abrazar a Gillian y Alana, quien se recostó en él encantada.
—Tranquilo, Axel. Estamos bien —asintió Gillian viendo a Niall desmontar con cara de preocupación.
Con la cara sucia por el polvo y con una incipiente barba de días que ocultaba sus facciones, Duncan se acercó a Megan. Al ver que tenía una venda en la cabeza, le preguntó mientras la tomaba con delicadeza del brazo:
—¿Estás bien? ¿Te encuentras bien? —Ella asintió sin hablar.
Aquellas palabras y su cercanía, sin saber por qué, la reconfortaron. Ver a Duncan de pie ante ella, mirándola como si quisiera atravesarla, la relajó más de lo que ella quería aceptar.
Por su parte, desde que habían recibido la noticia, Duncan no había podido comer ni dormir hasta que llegaron a su destino. Algo extraño le atraía hacia ella y aún no llegaba a entender el qué.
—Angus y Mauled han muerto —susurró Alana dejándoles sin habla a todos.
Duncan miró a Megan, pero ella tenía la mirada perdida en otra parte.
—Lo siento, Shelma —señaló Lolach intentando contener su apetencia por extender la mano y abrazarla. Se la veía tan ojerosa que le partía el corazón.
—Lo sé…, lo sé —murmuró ella mirándole con tristeza.
—¿Dónde está Zac? —preguntó Duncan sin apartar los ojos de la mujer del pelo azulado. Los oscuros cercos que ésta tenía bajo los ojos no le gustaron nada.
—Jugando con Klon, el perro de Mauled —dijo Megan señalando hacia donde el niño correteaba—. Ahora es nuestro perro. Está bien aunque nos ha preocupado porque estaba solo con el abuelo cuando le mataron.
—¡Dios santo! —susurró Niall sin quitarle el ojo a Gillian.
—Mi señor —indicó Megan mirando a Axel—. Esos ingleses venían a por nosotras y hemos pensado que…
—¡Axel! —interrumpió Gillian—. Están empeñadas en ir solas en busca de las personas que las persiguen. Alana y yo hemos tenido que sujetarlas para que no hicieran esa locura.
Al escuchar aquello, Duncan volvió a clavar su mirada en Megan, pero ella, con gesto serio y altivo, ni se inmutó.
—¡Ni se os ocurra! —bramó Lolach, y mirando a Shelma le preguntó—: ¿Dónde pensabas ir, mujer?
Shelma iba a contestar, pero Megan con una mirada le pidió que callara.