Destino (8 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Destino
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Damen la interrumpe. Ya ha oído más que suficiente.

—¡Escucha! —dice—. ¡No sé qué intentas hacer, pero…!

Su ira se detiene cuando observa asombrado que ella levanta la palma de la mano y a continuación la nota conmocionado en su propia mejilla. Damen estaba vociferando a más de medio metro de ella, y de pronto la anciana está prácticamente pegada a él. Sus viejos ojos legañosos taladran los de Damen, transmitiéndole algo, alguna clase de mensaje o recuerdo que únicamente le está destinado a él.

Miro fascinada, preguntándome qué es lo que ocurre entre ellos. Solo sé con certeza que, sea lo que sea, hace resplandecer a la anciana y provoca un torrente de luz a su alrededor. El espectro de color es tan intenso que parece originarse en un lugar muy profundo, y no puede evitar filtrarse hacia fuera hasta que el resplandor la rodea.

Pero mientras ella resplandece, Damen hace lo contrario. Su silueta normalmente alta y esbelta parece ensombrecerse y encogerse hasta que apenas es una cáscara de sí mismo.

—Damen Augustus Notte Esposito —dice la vieja—, ¿por qué me niegas?

Lo miro y me asombro al verle tan nervioso que es incapaz de responder, incapaz de hallar su propia voz, y aún menos de alejarse de lo que ella le está mostrando, sea lo que sea. Estoy a punto de intervenir cuando él niega con la cabeza, endereza la columna, se deshace de su hechizo y se serena lo suficiente para decir:

—Estás loca. Estás equivocada y además loca. Y aunque no tengo la menor idea de lo que te pasa o lo que intentas hacer, sé que más te vale mantenerte alejada de Ever. Muy, muy alejada, ¿me oyes? De lo contrario, no soy responsable de lo que te suceda, por muy vieja que afirmes ser.

Pero si esperaba que ella retrocediese o huyese asustada, bueno, debe de sentirse tan sorprendido como yo al ver que sonríe. Los dos contemplamos cómo se le ilumina el rostro, cómo se ensanchan sus mejillas, cómo se extienden y elevan sus labios lo suficiente para exhibir una asombrosa hilera de dientes, asombrosa ya que muchos de ellos son grisáceos, amarillentos o inexistentes.

La anciana centra su atención en mí y se me acerca. Coge mi mano con la suya, seca, suave y apergaminada. Sus palabras están llenas de seguridad cuando dice:

—Su amor es la clave.

La miro y consigo zafarme.

—Pensé que habías dicho que Adelina era la clave.

—Es lo mismo —dice asintiendo, como si sus palabras tuviesen algún sentido—. Por favor, considera la posibilidad de hacer el viaje. Es el único modo de liberarme y liberarte a ti misma.

—¿El viaje de regreso al principio? —le pregunto con un tono lleno de sarcasmo—. ¿Y dónde comienza ese viaje? ¿Dónde termina?

Observo que aún parece iluminada desde el interior.

—El viaje comienza aquí.

Señala nuestros pies, o tal vez el barro; no estoy muy segura. Me siento más confusa ahora que cuando todo esto empezó. Pero cuando nuestros ojos vuelven a encontrarse sé que las instrucciones son literales: el viaje comienza en este fango en el que nos hallamos.

—Y termina en la verdad.

Y antes de que yo pueda decir otra palabra, antes de que pueda pedir alguna aclaración, Damen me rodea la cintura con el brazo y me aparta de ella.

Le suelta las palabras por encima del hombro, sin tomarse la molestia de mirar atrás:

—Nadie va a ninguna parte. No vuelvas a molestarnos.

Capítulo nueve

—B
ueno, dime, ¿qué te parece? —Ava se aparta el ondulado cabello caoba por encima del hombro y clava en mí sus ojos castaños mientras se sienta en una de las viejas sillas plegables de plástico que Jude ha traído a rastras a su oficina en un intento de acomodarnos a todos en esta reunión improvisada—. ¿Qué crees que significa todo eso?

Me atrevo a mirar a Damen, que ha rechazado una silla y opta por apoyarse contra la pared con los brazos cruzados. Su expresión dice fuerte y claro: «Creía que habíamos terminado con esto. Creía haberte advertido de que te mantuvieses alejada. Creía que habías dicho que solo pensabas pasar por aquí, coger un par de libros y marcharte».

Con una mirada le contesto: «Me prometiste una semana y tienes que cumplir tu promesa, salvo que quieras decirme qué te enseñó la vieja, claro está».

Frunce el entrecejo y aparta la vista, tal como yo esperaba, así que le doy la espalda y me dirijo a Ava.

—No tengo ni idea de lo que significa —reconozco, haciendo lo posible por fingir que no acabo de oír suspirar a Damen, aunque es evidente que su intención era que le oyese.

Jude nos mira con curiosidad. Percibe que hay problemas en el paraíso y desearía mantenerse al margen. Aun así, dado que él también prometió ayudar, ocupa su lugar detrás del escritorio, inclina la silla hacia atrás y finge reflexionar con la mirada perdida, cuando en realidad sueña con estar en otro sitio. Yo apostaría por Summerland.

—Así que cree que eres Adelina, o que fuiste Adelina, o… lo que sea… —dice Miles, frunciendo el ceño y dando golpecitos con el bolígrafo contra las páginas del diario encuadernado en piel que le regalé antes de que se marchase a Florencia. Se dedica a tomar notas con intensidad, tratando de entender algo, mientras que yo me dedico a mirarle. Observo que con el pelo recién cortado vuelve a parecerse mucho más al viejo Miles, el que trabó amistad conmigo tan gustosamente en mi primer día de instituto, aunque está claro que la grasa infantil que perdió cuando se fue al campamento de actores en Italia ha desaparecido de forma definitiva, con lo que ha pasado de ser bastante guapo a ser, bueno, muy, muy guapo.

—Sí —respondo asintiendo con la cabeza. Aún no estoy acostumbrada a hablar de esto tan abiertamente, al menos con él.

De todos modos está al corriente, informado de los detalles más sórdidos de nuestras vidas gracias a la intromisión de Roman y también a que estaba presente la noche que maté a Haven: atrapado en su trampa, con los ojos a punto de saltársele de las órbitas mientras ella intentaba estrangularle.

Al matar a Haven, salvé a Miles. Y con ello perdí toda esperanza de conseguir ese antídoto.

Aun así, volvería a hacerlo si fuese necesario. Es uno de mis mejores amigos, y no hizo absolutamente nada para merecer ese trato por parte de ella.

—No tengo ni idea de quién es —añado, frunciendo el ceño—. Lo único que sé es que la vieja dice llamarse Loto y que está convencida de que yo soy Adelina —acabo pronunciando las palabras entre dientes, como si hablase conmigo misma.

Me veo arrancada del atolladero de confusión en el que estoy atrapada cuando Romy y Rayne saltan:

—Tenemos que empezar por el principio.

Las miro, perpleja, porque ni siquiera sé dónde está ese principio. Pero antes de que pueda responder se levantan de golpe, se marchan por el pasillo a toda velocidad y entran en la tienda. Regresan unos minutos después, retoman sus asientos y observan con detenimiento el libro que han apoyado abierto en el regazo de Romy.

Rayne se inclina hacia su hermana gemela con sus grandes ojos castaños muy abiertos bajo el flequillo oscuro y su voz rompe el silencio:

—Vale, has dicho que se llamaba Loto, ¿verdad?

Asiento con la cabeza.

—Pues, según esto, la flor de loto nace del barro y se abre paso a través del fango para avanzar hacia la luz. Y, una vez que alcanza esa luz, florece y crece hasta convertirse en algo extraordinario, algo muy, muy hermoso.

Aspiro con fuerza. Me doy cuenta de que puede que por fin estemos adelantando un poco. «Barro, fango, anciana llamada Loto… Todo encaja, pero ¿qué significa?»

—Es un símbolo del despertar —dice Ava, adelantándose a Rayne, que se disponía a hablar de nuevo—. Del despertar al lado espiritual de la vida.

—Pero también representa la vida en general —interviene Jude, echando su silla hacia delante, apoyando los codos en el escritorio y apartándose las rastas de la cara para mirarnos—. Ya sabéis, superar las adversidades y luchas que conlleva la vida a fin de que florezca tu verdadero yo, el ser hermoso que estabas destinado a ser.

Me mira cuando lo dice, y no puedo evitar ponerme colorada. Conozco muy bien las adversidades y luchas de Jude, pues las vi yo misma el día que fingí leerle la palma de la mano para poder demostrar mis poderes psíquicos y conseguir un trabajo en su tienda. Las vi desplegadas tan claramente como si hubiese estado allí junto a él. Estaba dotado de unas habilidades psíquicas que sus padres se esforzaron por negar, perdió a su madre siendo pequeño y su desconsolado padre no tardó en seguirla disparándose un tiro en la boca y dejando a Jude en manos de una serie de insoportables familias de acogida hasta que el ciclo de maltrato se volvió tan intolerable que la calle le pareció una opción mucho mejor. Salvó la vida el día que Lina lo encontró, vio la promesa que había en él y se las arregló para convencerlo de que no era un bicho raro, sino un alma única y dotada. Que la visión limitada de otros debía ser ajena a la persona que él ya era, al hombre en que se convertiría.

Y ahora Lina también se ha marchado.

Lo observo con los labios apretados. Me pregunto cómo lo lleva, si ese es el motivo de que pase tanto tiempo en Summerland o si se debe más bien a mí, a su intento de aceptar la decisión que tomé.

Nuestras miradas se encuentran apenas un instante, pero aun así me da tiempo a desear poder amarle. Merece ser amado. Sin embargo, mi corazón pertenece a Damen. A pesar de nuestro actual conflicto, no me cabe duda de que estamos hechos el uno para el otro. El mal momento que estamos pasando es solo un pequeño bache que no tardaremos en superar.

—También son un tatuaje muy popular —continúa Jude—. A la gente que ha superado momentos duros, que se ha abierto paso a través del fango, por decirlo de algún modo, le gusta considerarlos una especie de señal de que han sobrevivido al viaje.

—¿Llevas tatuajes? —pregunta Rayne, abriendo unos ojos como platos. Se inclina hacia él y está a punto de caerse del asiento por la ilusión.

—Un par —responde él, al tiempo que asiente con la cabeza y esboza una leve sonrisa.

Ella se queda boquiabierta. Casi no puede creer que no vaya a añadir nada más, y pregunta:

—Bueno, ¿y cómo son?

—Uno es un uróboros. Lo tengo en la espalda.

Y aunque noto que su mirada se dirige hacia mí, desvío la mía. He visto el uróboros. Desde luego, no me pasó desapercibido.

—¿Un uróboros? —Rayne entorna los ojos y mira a su hermana, idéntica a ella salvo en la indumentaria. A Romy le gusta el rosa, Rayne prefiere el negro, y a veces, cuando no están presentes, las llamo Buena y Suficiente, porque eso hace reír a Damen—. Creía que su significado era malo —añade.

—Pues no lo es —dice Damen, decidido a hacer su aportación ya que no tiene más remedio que permanecer aquí hasta el final—. Es un antiguo símbolo alquímico de vida, muerte, renacimiento e inmortalidad. —Alza los hombros y recorre la habitación con los ojos, sin dirigirse a nadie en particular—. Montones de teologías lo han adoptado a lo largo de la historia. Todas ellas le han atribuido su propio sentido, pero no es malo. Aunque Roman y sus seguidores lo adoptasen y le diesen ese significado, no tiene nada de diabólico en sí mismo. —Asiente con la cabeza y vuelve a apoyarse en la pared sin decir nada más, al menos de momento.

—Vale… —replica Rayne con una sonrisa desdeñosa—. Si alguna vez tengo que hacer un trabajo sobre eso acudiré directamente a ti, pero por ahora volvamos a los tatuajes. —Sacude la cabeza y casi pone los ojos en blanco. Si no lo hace del todo es debido a la adoración absoluta que siente por Damen—. ¿Cómo es el otro? —pregunta, volviéndose de nuevo hacia Jude.

—El otro es el símbolo japonés que representa la flor de loto. Pensé que una flor de verdad parecía… bueno… un poco femenino.

Ella le observa con detenimiento, enarcando las cejas.

—Era más joven, más inmaduro. ¿Qué puedo decir?

Se encoge de hombros y se pasa una mano por el pelo.

—Bueno… ¿y ese dónde lo tienes? —se atreve a preguntar, pero Jude levanta la palma de la mano y niega con la cabeza, dando el tema por zanjado.

Rayne se vuelve hacia Ava y le dedica una mirada sombría y rabiosa. Entorna los ojos aún más cuando Ava se limita a reírse a modo de respuesta. Por lo que oigo de los pensamientos que intercambian las dos, Rayne lleva varias semanas suplicando poder hacerse un tatuaje y no entiende por qué se ve obligada a esperar otros cinco años, hasta cumplir los dieciocho. Como ya lleva aquí unos tres siglos, gran parte de ellos viviendo en Summerland como refugiada de los juicios de Salem, no ve por qué no puede reconocerse aquí el tiempo que pasó allí.

Sin embargo, como no es asunto mío, desconecto con la misma rapidez con la que he conectado, ansiosa por volver a lo que me preocupa.

—En todo caso, ¿cómo era la canción? —pregunta Miles—. ¿Cómo era la letra? Decía algo sobre levantarse del cieno hacia el cielo, o el cielo de ensueño o… o algo así.

—«Se levantará del cieno, elevándose hacia vastos cielos de ensueño, como tú, tú, también te vas a alzar», canto, y mi voz repite la melodía que entonó Loto.

—Está claro que piensa que eres como la flor de loto —añade Romy.

Mientras tanto, su hermana gemela, que aún está mosqueada por lo del tatuaje y nunca ha sido una fan mía, a pesar del reciente abrazo de oso que me dio en Summerland al ver que había sobrevivido al ataque de Haven, se desploma en su asiento y me clava su mirada glacial. Es evidente que duda de que eso pueda ser verdad y que opta por ponerse de parte de Damen, segura de que la anciana tiene que estar loca para ver en mí esa clase de promesa.

—¿Y cómo era el resto de la letra? —me ayuda a seguir Miles.

—«Desde las hondas y oscuras profundidades, avanza a duras penas hacia la luz…»

—Otra vez la flor de loto. —Romy asiente dando golpecitos con su uña pintada de rosa en la página del libro, satisfecha de sí misma.

—«Le sostiene un solo afán: ¡conocer la verdad! La verdad de su ser.»

—Tu destino —interviene Ada, asintiendo. Sin embargo, trunca mis esperanzas de saber cuál es cuando añade—: Sea el que sea.

—Vale, y… —Miles mueve la cabeza mientras su bolígrafo corre por la hoja de papel, anotándolo todo.

—Hummm… vale… —Me esfuerzo por recordar dónde lo dejé, cómo sigue—. Ah, sí, luego dice: «Pero ¿lo permitirás? ¿Permitirás que se eleve, florezca y crezca? ¿O lo condenarás a la profundidad? ¿Desterrarás su alma cansada y vieja?».

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