¿Dónde está el límite?

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Authors: Josef Ajram

Tags: #Ensayo

BOOK: ¿Dónde está el límite?
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“No soy ningún ex broker que un buen día tuvo un bajón, decidió replantearse la vida, empezar de cero, abandonar la Bolsa y dedicarse a ir en bicicleta. No, no soy de ésos. Decidí convertirme en ultrafondista y participar en las pruebas más duras del mundo para tratar de averiguar dónde estaba el límite del cuerpo humano –dónde estaba mi límite–, del mismo modo que un buen corredor de Bolsa husmea, escucha, tantea y arriesga para aprovechar una buena onda y averiguar hasta cuándo aguantar y en qué momento hay que vender.”

Josef Ajram

¿Dónde está el límite?

ePUB v1.0

Batera
18.04.12

Primera edición en esta colección: marzo de 2010

© Josef Ajram 2010

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2010

© de la fotografía de la portada, Sergi Jasanada Las fotografías del pliego interior pertenecen al autor

Plataforma Editorial

Plaça Francesc Macià 8-9 – 08029 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN EPUB:  978-84-15115-32-8

1. Pesadilla en Kailua Bay (Hawái)

«¡Suerte, Josef!», te ha dicho mientras te ajustabas el gorro de silicona verde y las gafas de natación justo antes de poner los pies en el agua de Kailua Bay.

A las seis de la mañana, el sol empezaba a despuntar perezosamente sobre las aguas oscuras y la temperatura era buena; todavía no hacía demasiado calor. Te sentías bien, animado para empezar y con aquel gusanillo en la barriga que siempre notas antes de que sucedan cosas grandes.

«¡Suerte, Josef!» A lo largo de tu vida, has tenido mucha suerte. O el azar ha estado de tu parte, como prefieras decirlo. Estás convencido de que ha sido una buena compañera de viaje para ti, pero hace falta algo más que suerte para moverte a buen ritmo por las aguas templadas del sur de la Isla Grande de Hawái. Esto es el Ultraman. Esto es el océano Pacífico, Josef, no la piscina municipal. Ni siquiera la piscina olímpica.

Tienes que nadar 10 km a mar abierto si quieres pasar a la siguiente etapa, los 150 km en bicicleta para completar el primer día. Este es tu objetivo inmediato, y tu primera meta se llama Keauhou Bay. ¡Vamos, Josef!

Anteayer, cuando llegaste junto con tus asistentes Carlos y Javier, hicisteis este mismo recorrido por la carretera que bordea la costa, siguiendo la falda del mítico volcán Mauna-Loha, que ocupa más de la mitad de la Isla Grande del archipiélago. Tan sólo 10 km. ¿Qué son 10 km en coche por una carretera rápida? Cinco minutos si vas a buena velocidad; mucho menos si disfrutas conduciendo y llevas una buena máquina, como las que te gustan, un buen
cavallino
o un mítico Lamborghini
Diablo

Pero ahora estás nadando, Josef, brazada a brazada. De momento el agua está tranquila y sólo tienes que procurar mantener el ritmo para no gastar más energía de la estrictamente necesaria. Concéntrate en eso. Te quedan tres días por delante, muchos kilómetros de bicicleta y dos extenuantes maratones seguidas, 84 km entre la tierra volcánica, la vegetación exhuberante y una humedad que ahoga.

¿Recuerdas la primera vez que escuchaste la palabra
Hawái
? Probablemente fue en la escuela, y seguro que nunca imaginaste que algún día estarías nadando en sus aguas, tratando de llegar a un puerto llamado Keauhou Bay. Quizás fue un profesor de ciencias naturales, que te hablaba de un misterioso archipiélago que surgió del océano a causa de la lava expulsada por una cadena de volcanes que habían entrado en erupción hacía millones de años.

En estas islas, todo tiene algo de lucha, de supervivencia. Es un buen lugar para organizar la prueba de resistencia más dura que existe. Ultraman y Hawái, dos nombres que comparten el espíritu luchador, el espíritu del guerrero, Josef. La energía desbocada de la Tierra, capaz de agrietar el océano y vomitar lava y más lava hasta hacer sobresalir de las profundidades una tierra fértil y salvaje en pleno trópico, en mitad de la nada. Unas islas que las tradiciones, el espíritu
Aloha
, algunas películas taquilleras, un poco de música y el turismo han convertido en un idílico paraíso. ¿Sabes cuántas personas sueñan pasar una semana en este lugar, con una guirnalda de flores en el cuello, un cóctel en la mano, hombres y mujeres bellos, y todo lo que la imaginación de cada cual sea capaz de añadir a estos ingredientes? Millones, Josef, millones de seres humanos.

Acabas de pasar el kilómetro cuatro; una hora nadando, aproximadamente. Lo primero que tienes que conseguir es llegar a la mitad del recorrido. A partir de ahí sólo quedará restar, ya te lo he repetido muchas veces. Una vez pasada la mitad, sólo queda restar.

El agua sigue tranquila, el sol ya ha salido por completo y aquel negro profundo e intrigante empieza a verse azul.

No estás solo, Josef. Si prestas atención, oirás el chapoteo distante de los otros treinta y cinco participantes y los remos de las canoas de los asistentes. ¿Habrá abandonado alguno ya?

Parece que por ahora vas bien. No estuvo de más entrenar fuerte estos dos últimos meses en Barcelona. A veces te da pereza levantarte a las seis de la mañana para coger la bicicleta o irte a la piscina unas cuantas horas. Pero si quieres lograr terminar el Ultraman, esta es la única manera, ya lo sabes. Entrenar, entrenar y entrenar con disciplina férrea. Casi con disciplina de guerrero, Josef. En realidad, como todo en la vida: si realmente deseas conseguir algo, la única manera es luchar por ello. Luchar de verdad y no quedarte esperando a que llegue.

¡Vamos a por el quinto kilómetro, Josef! De la mitad en adelante, todo consiste en restar, ya lo sabes. Imagínate que eres el capitán James Cook, el intrépido Capitán Cook, que embarcó en su mítico
Endeavour
en Plymouth para explorar el mundo y llegó hasta este lugar recóndito en su segundo viaje, en 1778. El primer europeo que daba noticia del archipiélago que, en aquel momento bautizó como las Islas Sandwich, en honor a su principal patrocinador, John Montagu, IV conde de Sandwich. Esto lo leíste por ahí.

Y también leíste en algún lugar que otros afirman que el primer europeo que divisó estas islas fue en realidad un primo de Hernán Cortés, un tal Álvaro de Saavedra Cerón, que, navegando cerca de estas costas con las naos repletas de especias, se vio sorprendido por una tempestad enorme que le llevó a la muerte sin haber podido pisar tierra firme; sus compañeros decidieron regresar a Las Molucas, de donde procedían, y los honores se los llevó Cook más de dos siglos después.

¿Sabes Josef? Tienes algo en común con Saavedra ¡pero no te preocupes, no es su fin! También tú fuiste el primer español en participar y terminar un Ultraman, en 2007. Y ahora esperas poder repetir la hazaña, ¿no? Pues nada, nada, nada… Brazos, piernas, cabeza, respira…

«A veces te da pereza levantarte a las seis de la mañana para coger la bicicleta o irte a la piscina unas cuantas horas. Pero si quieres lograr terminar el Ultraman, esta es la única manera.»

Kilómetro seis, Josef. ¡Kilómetro seis! Y ahí está esta maldita corriente que no cesa. Como el año pasado. Temías encontrártela y, efectivamente, aquí está.

¡Cómo empuja, la cabrona! Es como aquellas pesadillas, en que alguien te persigue y te pones a correr, pero no avanzas. Quieres huir de alguien, pero parece que el suelo es como un lago de chicle pegajoso que te impide moverte. Haces fuerza con las piernas, deseas avanzar y haces fuerza con todos los músculos, pero cada vez te cuesta más, cada vez te mueves menos y estás agotado. Agotado. Al límite.

En aquellas pesadillas, sudas, tienes sed, sólo deseas que aquello se termine, que se termine… hasta que te despiertas con mal cuerpo, con dolor de cabeza, las piernas adormecidas y de mal humor.

Sólo que esto no es un sueño, Josef. Esto es el Pacífico, en algún punto entre Kailua Bay y Keauhou Bay, 2 h y 20 min después de empezar una aventura loca llamada Ultraman Hawái y una maldita corriente que te tiene preso como si se tratara de una horrible pesadilla, dando brazadas inútiles sin conseguir ir hacia adelante. Y empiezas a estar cansado.

Sí, ya lo sé que estás cansado.

¿Por qué te habrás metido en esto? Esta vez no lo conseguirás. Si esta puta corriente sigue así diez minutos más, te agotará todas las reservas. Y lo peor es que los del equipo que te han puesto del programa
Informe Robinson
del Canal+ están esperándote en el puerto de Keauhou con sus cámaras, para filmar tu llegada, justo cuando salgas agotado del agua y te dirijas hasta el lugar donde los organizadores y los jueces aguardan con las bicicletas para empezar la ruta. Encima esto. ¿Qué van a filmar? ¿El fracaso?

¡Vamos, Josef! Hay demasiadas personas implicadas en esto. ¡Sigue dando brazadas, tío! Ya descansarás cuando todo termine… Quince minutos más y habrás dejado atrás la corriente. En 2007 sucedió lo mismo: el peor tramo está entre el kilómetro seis y el kilómetro ocho. Ya no puedes echarte atrás. Por ti, pero también por los asistentes, por Ana, por los del equipo del Plus, por los patrocinadores, por los internautas que estarán esperando para ver qué escribes en el blog esta noche…

Piensa en otras cosas, Josef. No es la primera vez que parece que todo está a punto de terminar, ¿verdad? No es la primera vez que estás convencido de que el barco se hunde sin remedio, que tu vida parece una montaña rusa y que estás justo en la bajada loca, cuando la vagoneta se precipita al vacío y te da la sensación de que acabará estrellándose en el suelo. ¿Qué haces? ¿Qué puedes hacer? Contraer los músculos para sacar fuerza, ¿no? Y cerrar los ojos o disfrutar de la caída. Pero tú no eres de los que cierras los ojos, Josef. Si no, no estarías aquí. Tu miras de frente a las adversidades.

 La vagoneta que se precipita al vacío… como aquel maldito lunes de abril, cuando no tenías que ir a la Bolsa, pero el compromiso se anuló y acabaste pasando por ahí para ver cómo iban las cosas. ¿Te acuerdas?

La semana anterior, las cosas iban bien y decidiste hacer crecer un dinero. «¡Nunca más!», dijiste. ¿Recuerdas?

No tenías que estar en la Bolsa, pero estabas. Y decidiste invertir aquí y allí, porque te parecía una buena oportunidad. Pero ese día aciago que no tenías que estar allí, estabas y te arriesgaste. Y cuando te diste la vuelta para ver cómo evolucionaba el mercado… empezaste a ver números rojos.

Estabas convencido de que volvería a subir, ¿verdad, Josef?; eso es lo que sucede casi siempre… Casi siempre, menos aquel día. A veces las cosas se tuercen y no puedes hacer nada para remediarlo.

Como ahora mismo, en el océano.

Aquí estás, nadando contra esta corriente diabólica. Como un iluso, tratando de medir tus fuerzas contra los elementos, contra lo inevitable.

Llegó un momento, aquella aciaga mañana de abril, que los valores no paraban de bajar y bajar y bajar. Contabas lo que llevabas perdido y no dabas crédito… 10.000 euros, 20.000, 30.000… «¡Que pare de una puta vez!», decías. «¡Que pare, que pare!»

Pero no se detenía, no podías hacer nada para que se detuviese y, lo que es peor, no podías vender esa cantidad de acciones. ¡Imposible! ¿Quién iba a querer comprar algo que dos minutos después de haberlo comprado ya valía un 10% menos?

Te diste cuenta de que estabas sudando cuando ya hacía horas que tenías la camisa empapada. La taquicardia ya ni la notabas. Bebías y bebías para contrarrestar el agua que ibas perdiendo mientras ni pestañeabas, esperando un cambio de signo.

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